No nos dejes caer en la tentación
DESPUÉS DE TODO cuanto nos ha enseñado Jesús, ya no nos queda sino hacer una recapitulación del padrenuestro y decir «Amén».
Yo había llegado a pensar que las últimas peticiones no fueran tan importantes. Con eso de que vienen al final, la atención disminuye y corremos el riesgo de acabar cuanto antes.
¡Señor, líbranos de la tentación de la prisa!
Líbranos, asimismo, Señor, de la horrible tentación de rechazar tu paternidad y la fraternidad de los hermanos.
Que no juremos ni contra la santidad de tu cielo, que eres tú, ni contra la santidad del hombre, hechura de tus manos a imagen y semejanza de tu Verbo humanado.
Por más que los días sean negros o blancos, prósperos o desventurados, que esperemos contra toda esperanza la venida final de tu Reino, y que la caridad nos permita creer, esperar y recrear el mundo y el hombre.
Fortalece, con la triple sustancia de tu pan, la debilidad de nuestra voluntad para que tu Eucaristía sea el centro de tu Iglesia; el punto de gravedad único donde se encuentren Jesucristo y su Iglesia en el banquete; teología única de tu Iglesia; baremo único de tu Iglesia; antropología única de tu Iglesia y de tu mundo.
Que al celebrar la memoria de tu banquete, experimentemos que Jesucristo es la cabeza de la asamblea, y la asamblea el cuerpo de la cabeza, desplazando a segundo término cómo se realiza todo esto, incluidas la transustanciación, transfinalización y transignificación, pues más importante que todo eso es que Dios hace todo eso, por qué lo hace y para qué lo hace.
Ahora bien, para que experimentemos más y mejor que la Eucaristía es el punto cero de la Iglesia del que parten todos sus caminos y vuelven a él, es necesario que los teólogos del cristianismo establezcan un pacto sobre los sacramentos como se ha hecho en biblia y en cristología.
Que la conciencia y experiencia del perdón y de la gracia faciliten las relaciones con los hermanos conocidos y desconocidos; con aquellos que profesan la misma fe que nosotros; con aquellos que profesan la misma fe y no forman el uno; con aquellos que profesan otra creencia distinta; con aquellos que dicen que no tienen ninguna, pues es necesario neutralizar la violencia que desencadenan las religiones.
Y, sobre todo, Señor, no nos dejes caer en la tentación de confundir lo bueno con lo malo, el bien con el mal, de manera que nos veamos obligados a rechazar cuanto hemos dicho y rezado con fe, esperanza y amor, porque tú eres bueno, único Padre bueno de todos y cada uno de los seres humanos, alfa y omega, razón cordial de nuestra existencia y puerto seguro tanto para las épocas tranquilas como para las tormentosas, como esta nuestra, en la que, más que ante cambios, nos encontramos ante una época nueva, que nos desconcierta.
En ti entraremos y comprenderemos, sin angustia, el misterio humano, ese misterio que es nuestra autobiografía personal y que nos altera, pues, a pesar de ser nuestro, nos supera.
¿Y cómo decir, Señor, que somos nuestros cuando no poseemos todas las claves de eso que somos? ¿No hubiera sido mejor que nos hicieras de otra manera más simple?
Sé que estoy cayendo en la tentación, pero me gusta pensar todo esto ante ti, que no respondes nada, y en tu mudez intuyo que me das la razón.
¡Líbranos, Señor, del desagradecimiento!
¡Líbranos de no agradecer el padrenuestro de tu Hijo!
Aunque no tuviéramos otro testamento de tu Amor y de tu Gracia, esta oración es suficiente para llamarte Padre y llegarnos hasta ti sabiéndonos hijos’.
A la luz del padrenuestro, todo nos parece posible, amables tus preceptos y no imposibles de cumplir2, pues comprendemos esa clavija que une el hombre con Dios, tanto en Jesucristo como en nosotros.
¡Cómo se disipa la tentación de que tú, por impotencia, nos has donado una naturaleza mala! Tu Espíritu Santo no habita en nosotros en compañía de ningún «peludo». El ADN de tu gracia acredita lo que estoy diciendo. Algunos Padres, corno Ireneo, afirman que tanto vale decir que el Verbo se hizo hombre como que la carne humana se vistió de Dios. La casa en que habitamos no es un edificio de tres plantas: Una para ti, otra para el malo y otra para nosotros, con una escalera por la que ambos subís a guerrear como si el hombre fuera una tierra de nadie’. Esto es así porque nosotros somos Tú, aunque no siempre es palpable esa certeza.
Grande, en verdad, es el orgullo que profesamos por nuestra santa libertad, a pesar que nuestro «libre albedrío» en nada disminuye por reconocer que tu auxilio nos es necesario para luchar y vencer`.
Aunque te abandonemos, Señor, tú no nos abandonas, pues sabemos muy bien que, si te dejamos libremente, tú sueltas soga, pero no tanta que comience nuestra total destrucción’.
A pesar de los pesares, que tu Iglesia siga siendo nuestra madre y maestra. Que persevere en fe y oración bajo la única soberanía de Jesucristo. Que te pida la constancia de sus fieles y la conversión de sus hijos lejanos.
Para que no nos sintamos aislados en el combate de cada día, concédenos a todos una vivencia fuerte de la victoria de la Cruz de tu Cristo, y que experimentemos cómo sigue combatiendo hoy en nuestra carne, porque es la suya, en orden a que la fe no pierda terreno en la tentación’.
Haz, Señor, que toda nuestra vida cristiana brote de la dolorosa alegría de la tarde del Viernes Santo, en la que la Iglesia canta su viudez, mientras resuena en las bóvedas del templo uno de los himnos que mejor actualiza la historia de la Salud:
«¡Oh cruz fiel, árbol único en nobleza!
Jamás el bosque dio mejor tributo
En hoja, en flor y en fruto.
¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la Vida empieza
con un peso tan dulce en su corteza»…
Y si la Cruz de Cristo nos sobrepasa y escandaliza, a qué teólogo u hombre de a pie no sobrepasa esa luminosa escombrera del Calvario, configurémonos con la nuestra, más pequeña, pues que cristos más pequeños somos, pero, al fin y al cabo, cristos crucificados, y sigamos al Maestro.
Un hombre de nuestra cultura, el poeta León Felipe, explica mucho mejor que yo lo que quiero decir con unos versos que incluye en el poema titulado «El zurrón de las piedras». Escuchemos:
«Hazme una cruz sencilla, carpintero»…
«Me gustaría contar la historia de esta piedra: es un verso pequeño. Me salió como una oración. Y yo lo he guardado y lo he rezado con lágrimas: en los hospitales, en la guerra, en los leprosarios, en los días de desespero y abandono… Ahora esta piedra la tengo colgada en la cruz que se yergue en la cabecera de mi cama. Es una cruz desnuda y sencilla como yo la describo. Un día, Carlos Arruza, mi sobrino, cuando vio que no tenía cruz que presidiera mi lecho, me regaló una preciosa y de gran valor, con un Cristo delirante.
Era una joya gótica: valía un dineral. Regalo de un torero rumboso que me ha querido siempre como yo a él. Pero aquella cruz no me gustaba… Y se la devolví. Entonces le mandé hacer a mi amigo el carpintero Ernesto una cruz lisa y sin efigie. La cruz desnuda como la dejó Jesucristo cuando «al seno del Padre subió el Verbo y al seno de la tierra bajó el cuerpo», cruz que fue construida para un Dios pero que ahora le viene perfectamente al hombre. «Igual le sirve al juez que al bandolero». Esa es la que yo quería y la que me hizo mi amigo, el carpintero Ernesto. Está hecha con las medidas, la forma y el tamaño que yo le di… Y de esta cruz es de donde yo tengo colgado este poema… esta piedra:
Hazme una cruz sencilla,
Carpintero…
Sin añadidos
Ni ornamentos…
Que se vean desnudos
Los maderos,
Desnudos
Y decididamente rectos:
Los brazos en abrazo hacia la tierra,
El astil disparándose a los cielos.
Que no haya un solo adorno
Que distraiga este gesto:
Este equilibrio humano
De los dos mandamientos…
Sencilla, sencilla,
Hazme una cruz sencilla, carpintero»9.
Señor, aunque nos llames pedigüeños, no nos avergonzamos de pedir lo que nos has mandado: La perseverancia hasta el fin», para no caer en la tentación, en el despotismo de la soberbia, que todo lo malicia, y en el nerviosismo de la venganza que puede empapar de sangre la tierra y volverla contra nosotros.
Del Génesis al Apocalipsis, la Biblia es una carta de amor escrita por Dios a los hombres. Esto es cierto, a pesar de los redactores, y difícilmente se puede demostrar lo contrario. Pero, y tampoco hay quien lo niegue, del Apocalipsis al Génesis, igualmente, la Biblia es una historia de prueba y de tentación. La misma Biblia dice que Dios prueba al hombre: «Tú nos probaste, oh Dios, nos purgaste cual se purga la plata, nos prendiste en la red, pusiste una correa a nuestros lomos, dejaste que un cualquiera a nuestra cabeza cabalgara, por el fuego y el agua atravesamos; mas luego nos sacaste para cobrar aliento».
Pero, ¿para qué nos prueba Dios? ¿Es que no sabe el punto justo de nuestra orientación y fidelidad a El? Saberlo sí que lo sabe, pero somos nosotros los que necesitamos saberlo y, por tanto, los justos piden ser probados, pues no se concibe una vida cristiana sin prueba: «Dichoso el hombre que resiste la prueba, porque, al salir airoso, recibirá en premio la vida que Dios ha prometido a los que lo aman».
Si Dios prueba para el bien, y el malo para el mal, aquí es donde tienen que madrugar la psicología y el arte del discernimiento. Es necesario, como dice Agustín, distinguir las voces de la prueba y las voces de la tentación, porque, mientras la voz de Dios jamás prueba para muerte, el malo sí que presenta la muerte como bebida de vida.
Luis Nos
San Pablo