Si algo intenta el comentario a esta portada es subrayar la necesidad permanente que tenemos de centrar nuestra mirada en la realidad humana de nuestra sociedad global para comprometernos con la vida allí donde nos encontramos, allí donde trabajamos o allí donde surge y se va desarrollando y ampliando nuestra red de comunicaciones y relaciones sociales, además de los círculos de amistad con personas de los distintos estratos y ámbitos de la sociedad.
La mirada y los rostros que aparecen en esta portada, no sólo no me dejan indiferente sino que atraen mi atención, de tal manera, que no puedo pasar hoja sin dedicarles unos minutos de contemplación y unas cuantas reflexiones, expresión de lo que provocan en mi sensibilidad y conciencia como ser humano y como creyente.
Porque hay un hecho incontrovertible al hacer este alto en el camino y tratar de acercarme a esta realidad humana más concreta, sin nada que pueda desfigurarla, cambiando completamente o en parte su propia identidad, el perfil de su rostro y su personalidad, sus sentimientos y la verdadera naturaleza de su propio espíritu. Las apariencias en este caso son rasgos de identidad única e irrepetible, aunque en lo hondo de esa persona, sea niño, adulto o anciano, se vislumbra una historia, breve o larga, cuajada de fuertes sentimientos y anhelos, decepciones, sufrimientos, temores y perplejidades ante el futuro más inmediato.
Las miradas y los rostros de esta portada nos invitan a pensar de nuevo, pero como si fuese por primera vez, algo que, estoy seguro, hemos intentado anteriormente pero quizás no con el realismo y globalidad que nos proporcionan estas imágenes.
Un rostro humano es único e irrepetible como es el ser que lo sustenta, lo anima, lo ennoblece y lo caracteriza. Lo que esta portada me muestra va mucho más allá de la portada misma y de sus protagonistas anónimos.
Son representantes insustituibles y portavoces sin voz de pueblos inmensos del planeta, sin perspectivas de futuro, sin desarrollo, sin posibilidad real de compartir algunas migajas de esperanza, que aliente y justifique cualquier esfuerzo personal.
¡Qué distinta es la mirada y la expresión del rostro de un emigrante, antes de abandonar temporalmente su país, en busca de una existencia más humana, y esa misma mirada y ese mismo semblante después de haber conseguido varar en la otra orilla! La mirada de un niño, incapaz de amagar una sonrisa y esbozar un gesto alegre, porque se le ha negado toda posibilidad de supervivencia, desarrollo y crecimiento, como si se tratara de una planta nacida en la estepa más tórrida y salvaje, y la mirada de un niño que siente, se mueve y ve cómo va creciendo y haciéndose adulto para asumir los retos de la vida, a pesar de encontrar muchas carencias y dificultades a lo largo del camino.
Hay miradas y semblante que nos atrapan sin posibilidad de huida. Podemos intentar olvidarlas pero sería ingrato y criminal aceptar el soborno requerido: volver nuestra mirada hacia otros lugares y otros rostros para enterrar, impávidos, tanta humanidad viva aunque latente.
Porque, cada una de esas miradas, a pesar de ser una instantánea fugaz y caprichosa, con frecuencia nos muestra toda una historia, la vida de una persona concreta, su vivencia interior y también ¿por qué dudarlo?, el rostro y la historia de una familia y de todo un pueblo, si sabemos leer e interpretar esos signos con los ojos y la inteligencia de un corazón de carne y hueso, humano, solidario y generoso, además de la mente y los sentido que nos filtran el alma de la realidad, no importa qué ropaje tenga o qué piel deforme su figura.
Pero hay otros aspectos, incluso más importantes, sin restar un ápice a los ya mencionados, que deben orientarnos en el compromiso personal de la fe y en la senda de la colaboración con organismos y entidades de todo tipo: es la persona, toda entera, con su presente y su futuro irrenunciable, son sus anhelos, sus vivencias, su dignidad inviolable de la que está revestida con tanto primor y hermosura, a pesar de los harapos y las cicatrices que dejan grabado tanto sufrimiento.
Se trata de dejarse sorprender y penetrar por el mensaje y las preguntas respetuosas de esa mirada que nos habla con ternura, con una sensibilidad extrema, con un respecto inusual y desconocido.
Que las miradas del sufrimiento humano, las miradas más profundas del secreto inconfesable que disfraza dicho enigma, nos evangelice de verdad, es decir, que nos recuerde el evangelio de Jesús, sus palabras más duras, exigentes y comprometidas, y que nunca traicionemos nuestra conciencia desfigurando la realidad con todo tipo de artilugios, discursos y razonamientos estériles, y veleidades.
La voz de la humanidad que sufre desprecio, pobreza y falta de esperanza es tan enorme y colosal que ningún ruido puede silenciarla ni confundir su mensaje claro y definitivo.
La misma Palabra que sirvió de inspiración a un pensador contemporáneo para llamar «divina» a la materia creada, el barro al que el mismo Dios comunicó su propia respiración, su propio espíritu, nos ayuda ahora a comprender un poco el misterio central de la historia humana, su entramado principal, y el sentido último de toda acción humana por insignificante que sea.
Esa Palabra nos revela el sentido auténtico de la historia y el valor positivo o negativo de cada uno de los gestos de sus verdaderos protagonistas: «porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; en la cárcel y vinisteis a verme.»
No nos quedemos en la sola materialidad del recitado, y dejemos que la mirada e inteligencia del corazón rebasen los reducidos límites de nuestros sentidos materiales y las fronteras de nuestro entorno más inmediato. Dejémonos interpelar constantemente por tales miradas y tales rostros, y que sean también ellas y ellos quienes nos mantengan en contacto permanente y comprometido con la entera realidad humana.
Aunque no haya hablado explícitamente de la Navidad, es evidente que mi comentario quiere visualizar en los rostros de la portada de este Boletín Provincial una Navidad distinta, porque es y debe ser posible otra Navidad distinta, que no se parezca nada a la que nos publicitan los grandes medios y cadenas de comunicación, la mayoría de los Belenes de las iglesias y las comunidades religiosas, y las felicitaciones de Navidad que decoran las paredes o una mesa de nuestra sala de recreo.
¡Cuántas veces nos habla el evangelio de la mirada de Jesús que se funde en un abrazo estremecedor con la mirada del enfermo, del pobre, del abatido, del huérfano, de la viuda, de la prostituta a 7 punto de ser apedreada, del hijo pródigo, de todo ser humano, y en particular del que más sufre! Con una mirada así todo es posible. Hasta una Navidad distinta.







