NOTAS HISTÓRICAS SOBRE LOS VARIOS ESTABLECIMIENTOS CM en PORTUGAL (V)

Mitxel OlabuénagaHistoria de la Congregación de la Misión, Historia de la Familia VicencianaLeave a Comment

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7.—Progreso de las obras.

Los sucesos interiores de este año (175o) y de los años siguientes se resumen en el envío a París de estudiantes de la casa de Lisboa y en la aceptación de los establecimien­tos de Guimaraens y de Miranda. El Superior General es­cribía desde París el Iº de Enero de 1751: «Actualmente tenemos en el estudiantado, contando los que están en los Inválidos con los que residen aquí en San Lázaro, cincuenta y seis estudiantes, entre los cuales hay tres pertenecientes a la casa de Lisboa y que han venido aquí con el objeto de formarse en las costumbres de la Congregación en la casa misma en que las estableció nuestro santo Fundador. Hay entre estos estudiantes muchos cuya sólida piedad, penetración y constante aplicación al estudio, unidos a la regularidad de su comportamiento, nos hacen concebir las más lisonjeras esperanzas para el porvenir de nuestra Congregación.

Nuestra casa de Lisboa se encuentra siempre en el mis­mo estado de prosperidad. Las cartas que de allí recibi­mos hablan de nuevas fundaciones que la Providencia nos prepara, y es de esperar que a medida que se vaya conociendo en dicho reino la utilidad de nuestras funciones y perfeccionándose el espíritu de nuestro estado, la nación portuguesa, que es piadosa y generosa con Dios, nos lla­mará a ejercerlas en diversos lugares».

Y en 1752 añadía: «Nuestros Misioneros de Cataluña y Portugal se aplican con celo y provecho a las santas fun­ciones de nuestro Instituto y se granjean la estimación del público por su vida regular y edificante.

El Seminario externo establecido en nuestra casa de Lisboa se forma insensiblemente, y da motivos de espe­rar frutos sólidos en beneficio del clero. Nuestras misiones, que la piedad misma de los portugueses hace más admira­bles y fructuosas, son tan deseadas en todas partes, que ha sido preciso enviar algunos Misioneros a Miranda, a ins­tancias del Ilmo. Sr. Obispo, que desde hace mucho tiempo desea vernos establecidos en su diócesis.

La Providencia nos prepara una nueva fundación en Guimaraens, en la diócesis de Braga, cuyo Arzobispo, tío del Rey de Portugal, honra a nuestra Congregación, dán­donos muestras de especial estima, y quiere que esta fun­dación sea tan importante como la de Lisboa. Este nego­cio va tan adelantado, que ya hemos nombrado procura­dor para aceptar la fundación.

Como consecuencia de estos hechos, escribía el Supe­rior General en Iº de Enero de 1753: «La buena fama de nuestras funciones en el reino de Portugal da ocasión a nuevas fundaciones. Terminadas las de Miranda y Guimaraens, que estaban en proyecto, ha sido necesario enviar allá nuevos Misioneros en el curso del año último. La sa­lida de los Sres. Didier y Fissour, destinados a Miranda, dejó en la casa de Lisboa dos huecos, que no ha habido más remedio que llenar, para lo cual hemos enviado a los Sres. Coelho y Trajano, estudiantes portugueses, que ha­bían venido aquí para formarse en las costumbres de la Congregación, al mismo tiempo que completaban sus es­tudios”.

Más arriba hemos dado noticia de estas fundaciones y de otras que se hicieron en los años siguientes.

En efecto, en 1754 la Circular del Superior General ha­bla de nuevas fundaciones y nuevos Misioneros: «Nuestros hermanos de Cataluña y Portugal continúan ejerciendo sus ministerios con fruto y provecho de las almas. Nuevas fundaciones que se preparaban en el último de estos rei­nos nos han puesto en la necesidad de enviar a Lisboa dos de nuestros Misioneros, los Sres. Griffón y Alasia, los cua­les hicieron felizmente su viaje, y ahora se están preparando, con el estudio de la lengua, para tomar parte en el trabajo que llevan consigo nuestras funciones, pero trabajo que sostiene y alivia sobremanera la piedad de los portu­gueses.

8.—El temblor de tierra en Lisboa.

En 1755 ocurrió en Lisboa una desgracia cuyo horror ha llegado a ser legendario: el horrible temblor de tierra del 1º de Noviembre, que conmovió toda la ciudad, precisa­mente cuando la población se hallaba reunida en las Igle­sias para celebrar los Oficios divinos de la fiesta de todos los Santos, derribando casi todos los edificios, y causando innumerables víctimas.

Nada podemos citar tan auténtico para dar cuenta de este suceso, como lo que escribió a toda la Congregación el Su­perior General en 1º de Enero siguiente. He aquí lo que decía: » Esperaréis de mí, amados hermanos, que os diga algo del estado actual de nuestros hermanos en Lisboa. El terrible terremoto allí ocurrido en Iº de Noviembre, que en menos de un cuarto de hora arruinó la mitad de la ciudad, las más hermosas Iglesias y el mismo Palacio real, matando a un número indefinido de personas, nos ha teni­do muy inquietos por la suerte de nuestros hermanos, tanto más cuanto que el prodigioso terremoto causó estra­gos en todas las otras ciudades del reino de Portugal, en muchas de España, y llegó a sentirse hasta en Burdeos. Pero afortunadamente hemos recibido cartas de ellos el 9 de Diciembre, en las que nos comunican que el Señor les ha salvado a todos de tan gran desgracia. Las cartas están escritas a los diez días de ocurrida la catástrofe, sin que por consiguiente hubieran vuelto en sí por completo de la alarma que les causó. La triste pintura que hace Jeremías de la ruina de Jerusalén es al pie de la letra la pintura es­pantosa de la destrucción de Lisboa. Esta ciudad, una de las más bellas y ricas de Europa, en cuyas Iglesias relucían el oro, la plata y los más preciosos ornamentos, fue  arrui­nada casi por completo el día 1º de Noviembre, entre nueve y diez de la maña, por un terremoto que sólo duró de diez a doce minutos, pero cuyas sacudidas fueron tan violentas, que lo que quedó en pie al primer temblor, quedó resenti­do y fue, derribado por otro segundo, que si bien menos fuerte, acabó de arruinar la ciudad, rio perdonando ni los edificios más soberbios y mejor construidos, ni las Iglesias, ni los conventos de hombres, ni los monasterios de muje­res, derribándolo todo con tan gran estrépito, que parecía haber llegado el fin del mundo.

Nuestros hermanos no se detienen a explicar más cir­cunstanciadamente esta desgracia publica que ya nadie en el mundo ignora; he aquí lo que les concierne en particular. Hallábanse en el instante del terrible terremoto en el coro para cantar la misa solemne, pero al sentirse el sacudimiento repentino todos quedaron consternados. Toda su casa fue conmovida violentamente, y aun cuando quedó en pie, está inhabitable; hundida por todas partes, amenaza ruina cons­tantemente, y créese que no podrá ser habitada sin ser edificada de nuevo. En tal situación nuestros hermanos viven bajo tiendas en su jardín, lo mismo que el resto de los habitantes, diseminados por los campos vecinos; no hay distinción de ricos, pobres, nobles, plebeyos, religiosos y religiosas, y se considera dichoso el que encuentra una po­bre cabaña para ponerse al abrigo de lluvias y vientos. El Rey mismo, con toda la real familia, sobrecogidos de te­rror, se han visto en la precisión de salvarse en las mon­tañas, donde habitan bajo tiendas de campaña. Nuestros hermanos, guiados por su celo, han permanecido en la ciu­dad durante los primeros días para enterrar a los muertos y confesar a los moribundos, poniéndose en evidente pe­ligro de perder la vida, porque cualquier accidente hubiera bastado para sepultarlos bajo las ruinas de algún edificio de los que aún permanecían en pie, como sucedió a otros muchos. Además de las preces diarias que mandó rezar Su Emcia. el Cardenal Patriarca, nuestros hermanos, para aplacar la cólera del Señor, hicieron una procesión con los pies descalzos, llevando cada uno en la mano un cru­cifijo y cantando el Miserere y otros salmos, lo cual im­presionó mucho a todo el mundo. Actualmente están ocu­pados mañana y tarde en confesar al pueblo, que viene en masa a hacer confesión general, pues este suceso les ha conmovido más que lo hubieran hecho diez años de misio­nes predicadas por los más fervorosos apóstoles. Quiera el Señor sacar de aquí frutos de verdadera penitencia y fide­lidad en su santo servicio.

¡Mas he aquí a nuestros hermanos arruinados por com­pleto! Su casa está inhabitable, y sus rentas, de las que la mayor parte pendían del Estado, han desaparecido, o a lo menos serán suspendidas por largo tiempo, porque el Es­tado mismo ha quedado arruinado y tardará mucho en re­ponerse. Será, por consiguiente, necesario que los Misione­ros, faltos de medios de subsistencia, se dispersen y vayan a ganar la vida trabajando a otra parte. Por ahora se pro­yecta enviar a los Sacerdotes a dar misiones en otras dió­cesis a donde son llamados; los estudiantes vendrán aquí para acabar de instruirse, hasta que la Provincia de Portu­gal pueda mantenerlos y emplearlos en algún ministerio.

La principal dificultad es disponer de los seminaristas. Mandarlos a sus casas por no poder alimentarlos, equival­dría a destruir la esperanza de nuestra propagación en este reino; la determinación que se ha tomado es más prudente. Los que puedan pagar pensión continuarán en el Semina­rio interno, y a los demás que muestren una vocación re­suelta a abrazar nuestro estado, se les permitirá volver a sus familias con el hábito de Misioneros, hasta que la Pro­videncia disponga las cosas de modo que puedan volver a juntarse con los otros.

Yo creo que no habrá Misionero que no se enternezca y mueva a compasión de la triste suerte de nuestros amados hermanos. Pero los sentimientos que deben dominar en nuestro corazón son de gratitud al Señor, que les ha salvado del peligro sin permitir que les sucediera desgracia alguna personal, mientras que otras muchas comunidades han que­dado sepultadas bajo las ruinas de sus iglesias y de sus ca­sa. Demos, pues, las más sinceras gracias a Dios Nuestro Señor por esta protección tan especial, y procuremos me­recer, mediante una renovación de fidelidad y fervor en su santo servicio, que continúe protegiéndonos misericordiosa­mente. La piedad sugerirá a cada uno reflexiones muy sa­ludables sobre este particular. Yo me limito a implorar vuestra caridad a favor de nuestros hermanos de Portugal y de todos aquellos que participan de su desgracia.

En los años siguientes el Superior General añadía: «Nues­tra casa de Lisboa se repone poco a poco, gracias al Señor. Después de haber hecho en ella alguna reparación, los ar­quitectos la han juzgado habitable y nuestros amados her­manos han vuelto a ejercer en ella sus funciones. Los nue­vos temblores de tierra de que hablan los periódicos no les han causado perjuicio alguno; pero les tienen alarma­dos por temor a una sacudida más violenta. Las misiones hechas en el país han sido muy fervorosas, y en casa han continuado en prestar sus servicios al público, lo cual les hemos permitido en atención a las calamidades del tiempo». Y un año más tarde, en 1758: «La casa de Lisboa goza actualmente de la misma tranquilidad que antes del temblor de tierra. Como nuestra Iglesia era una de las pocas que quedaron en pie, fue necesario tenerla abierta para atender a las necesidades del público, celebrar los divinos oficios y administrar los Sacramentos; pero ahora que el público puede ya ser suficientemente atendido en otras Iglesias, nuestros hermanos han vuelto a sus anti­guas costumbres”.

Las cosas habían vuelto a su estado normal y el Sr. de Bras tenía el consuelo de añadir: Este año hemos creído oportuno consolar a nuestros hermanos de Cataluña y Por­tugal, concediéndoles la visita que deseaban y pedían. El Sr. Testori, que acaba de llegar hace ocho días, salió des­pués de Pascua para aquellos reinos. El viaje ha sido largo y expuesto a peligros; pero el Señor ha querido librar de ellos al que se había expuesto a tantas fatigas por su glo­ria. Dicho señor tuvo el consuelo (y yo le tengo muy gran­de también) de hallar en todas partes amor a las Reglas y al cumplimiento de sus deberes a los Misioneros, viviendo, en paz y deseando ser útiles a la santificación del prójimo.»

9.- Trabajos evangélicos en diversos puntos de Portugal.

Después de tan terrible prueba, los Misioneros de Por­tugal emprendieron de nuevo sus trabajos, de los cuales vamos a hacer aquí alguna relación:

Hace dos años que el Ilmo. Sr. Obispo de Coimbra pi­dió a nuestros hermanos de Lisboa una terna de Misioneros para recorrer su diócesis. Estos Misioneros, que no volvie­ron a casa hasta el mes de Octubre último, trabajaron en la diócesis por espacio de cerca de dos años con éxito ma­ravilloso. El Sr. Obispo ha quedado tan plenamente sa­tisfecho, que hubiera querido tenerlos siempre consigo y no los ha visto marchar sin gran sentimiento de su co­razón. He aquí los rasgos principales de misericordia que el Señor ha hecho brillar en estos pueblos, por el ministe­rio de nuestros hermanos:

Los Misioneros encontraron enteramente abandonada la juventud en materia de instrucción y educación, y para remediar un mal tan grave establecieron en diversos luga­res maestros y maestras de escuela; siendo tan eficaz su palabra para persuadir la necesidad de estas escuelas, que la caridad pública les ha proporcionado recursos para fun­darlas de una manera sólida. Esto sucedió especialmente

en un lugar muy poblado y falto de instrucción, en el cual se abrieron diez y ocho escuelas, comprometiéndose los habitantes, por escritura pública, hecha en presencia del Sr. Obispo y de los Magistrados, a pagar una pensión ho­nesta a los maestros y maestras, hasta que se provea de otro modo tan urgente necesidad. Además se nombró un director de dichas escuelas, consignándose en el acta de le fundación las instrucciones y reglas a que debe atenerse para conservar el buen orden y dirección de las mismas.

Había en una ciudad inveteradas enemistades entre el Tribunal de Justicia y el de Gracia. Ni el Sr. Obispo, ni persona alguna de las que pretendieron poner fin a las disputas, obtuvieron el menor resultado. Era opinión común que no había manera de reconciliarlos, como no fuera me­diante un Real decreto que regulara las pretensiones de ambas partes. Ahora bien, los Misioneros tuvieron el con­suelo de cortar estas enemistades con tan feliz éxito, que dichos tribunales que antes procuraban atraer a su partido a cuantos podían, ahora daban ejemplo de unión edificante y perfecto acuerdo.

En otra pequeña ciudad, antigua y noble, la corrupción de costumbres había llegado a un grado muy alto. Para poner remedio y sacar del crimen a muchas jóvenes que se abandonaban a él sin remordimientos, los Misioneros, con la aprobación del Ordinario y contento de las perso­nas de bien, establecieron un Conservatorio o Asilo, don­de, bajo la dirección de virtuosas señoras, puedan las jóve­nes disipadas llorar sus desórdenes y aprender a vivir cris­tianamente. Mientras se buscan los medios de edificar una casa a propósito para el objeto, se han alquilado casas comunes, y son ya trece las señoras piadosas que se han ofrecido para este género, viviendo en común y bajo clau­sura, trabajando por la salvación de las personas de su sexo que llevan mala vida, admitiéndolas y guardándolas en su Seminario. Las señoras para ingresar pagarán un dote ra­zonable, y su número será determinado; pero el número de las arrepentidas se regulará por lo que permitan las ren­tas. Se hicieron reglamentos y dieron instrucciones para el desempeño de los oficios y cuanto concierne a la vida común y religiosa.

El Ilmo. Sr. Obispo de Coimbra, conmovido a vista de tantos y tan grandes bienes obrados en su diócesis, ha que­rido honrar de un modo especial al Santo Fundador de una Compañía que tan útil le ha parecido. Al efecto, se ha dado a conocer a San Vicente de Paúl, publicando sus obras y cantando sus alabanzas, de modo que los pueblos han concebido hacia él una devoción tan viva y una con­fianza tan grande en el poder de su intercesión, que invo­can su nombre en las necesidades públicas y particulares, siendo muchas las gracias milagrosas obtenidas por su po­derosa mediación. Con este motivo los pueblos, penetrados de gratitud, se han desbordado a porfía en hacimientos de gracias, manifestando su piedad, no solamente con ayunos, misas, novenas, peregrinaciones, donativos y ofrendas sin número, si que también con fiestas solemnes, celebradas en honor suyo con exposición del Santísimo Sacramento, grandiosa magnificencia en el adorno de las iglesias, elo­cuentes panegíricos, novenas y procesiones solemnes, una estatua del Santo artísticamente hecha, compendios de su vida, distribuidos al público para despertar su devoción y avivarla más, y fuegos artificiales para dar mayor solemnidad a las fiestas, y, sobre todo esto, lo que es más conso­lador a los ojos de la fe, la reforma de costumbres y reno­vación de la piedad, cuyos frutos son tan durables y pre­ciosos.

Relaciones análogas y testimonios de la devoción popu­lar a San Vicente de Paúl se leen en la carta circular del Sr. de Bras de 1° de Enero de 1759.

En 1759 se celebró en París una Asamblea general de la. Congregación, y entre las respuestas dadas a las Provin­cias que estuvieron representadas en la Asamblea figuran algunos datos importantes respecto a Portugal; entre ellos merece especial mención el siguiente: Las casas de Lisboa y Guimaraens están, por voluntad ex­presa del Rey de Portugal, bajo la dependencia inmediata del Superior General. Como por sí solos no pueden formar Provincia, propusieron si no sería conveniente unirlos a la Provincia española de Barcelona. Atendidas las susceptibili­dades precedentes del poder civil, ¿con qué ojos hubiera visto el Rey de Portugal a estas casas dependiendo del Vi­sitador de España? La respuesta fue, por consiguiente, que la medida propuesta no parecía oportuna.

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