- ¿Cuáles son los principales aspectos de su espiritualidad?
No hay duda de que la primera fuente de la espiritualidad de Mons. Vicente Zico fue la herencia que él recibió de San Vicente de Paúl. Es lo que se puede intuir fácilmente al considerar la centralidad de la persona de Jesucristo en su vida y en su ministerio. Lección aprendida de su fundador: “Nada me agrada, a no ser en Jesucristo” (Abelly III, 120). Era en Cristo que Mons. Vicente encontraba la referencia segura de su existencia consagrada y de su laboriosa entrega al servicio de Dios y de los hermanos. Ya en el recuerdo de su ordenación presbiteral, hizo que se imprimiese: “El sacerdote es otro Cristo”. Se refería con frecuencia a la oración litúrgica del primer domingo de Cuaresma como inspiración fundamental del obrar cristiano: “Concédenos, oh Dios omnipotente, que podamos progresar en el conocimiento de Jesucristo y corresponder a su amor por una vida santa”. En sus meditaciones sobre el Año Sacerdotal (2009-2010), así se expresó: “Nosotros, padres, como los apóstoles, para seguir a Jesús, debemos igualmente acogerlo, acompañarlo generosamente, abrirnos a sus enseñanzas, llenarnos de entusiasmo por su persona, adoptar su estilo de vida, hacernos verdaderamente discípulos, seguirlo, haciendo de Jesucristo nuestra vida”. Más adelante, destaca la compasión de Cristo con los pobres, otro acento de la espiritualidad vicentina internalizado en su vida de misionero y pastor: “Rostro humano de Dios, Nuestro Señor se hizo conocido y fue admirado y querido del pueblo por la manera como se mostraba atento a la situación de los pobres, de los enfermos, de los pequeños, de los afligidos, de los excluidos (…). Formaba parte de su misión mostrarse profundamente humano, corazón compasivo (…). En el seguimiento de Jesús, el padre debe primeramente dar testimonio de una persona rica de humanidad”.
De esta radical identificación con el Señor, Mons. Zico recogía otro aspecto destacado de su espiritualidad, siempre de acuerdo con el espíritu de San Vicente: la confianza en la Divina Providencia. En los registros de un retiro que predicó para nuestros seminaristas con ocasión del Año de la Fe (2012-2013), descubrimos este testimonio: “Soy feliz por vivir sintiendo dentro de mí la verdad de lo que decía y escribía San Vicente: ‘Dejémonos conducir por la Providencia y todo llegará a buen término’”. Esta confianza en la Providencia lo fortaleció a lo largo de toda su vida, haciéndolo siempre más confiado y disponible, fecundo en sus discernimientos e infatigable en el don de sí. Otra dimensión de la herencia vicentina que Mons. Vicente asimiló en profundidad fueron las cinco virtudes que San Vicente imprimió en la Congregación como trazos indelebles de su fisionomía espiritual y misionera: “Procuremos entrar en la práctica de estas cinco virtudes, como los caracoles en sus conchas, y hagamos que nuestras acciones transpiren estas virtudes. Será un verdadero misionero quien actúe así” (SV XII, 310). En efecto, la vida de Mons. Zico fue una nítida transparencia de estas virtudes. Su cautivante sencillez, que lo hacía accesible a todos, próximo a los pobres e intachable en sus procedimientos. La humildad que no le permitía colocarse como centro de sus búsquedas y atribuir a sí mismo el mérito de sus hechos. La mansedumbre que relucía en la placidez de su semblante, en su presencia irradiadora de paz, en sus gestos de ternura y consolación. La mortificación ejercitada en las probaciones, sobre todo cuando veía colocada bajo sospecha la rectitud de sus intenciones, en su disposición de perseverar hasta el final en el bien comenzado y jamás pagar al mal con mal. El celo que marcaba el cumplimento creativo de sus deberes, particularmente su acción evangelizadora, y que lo llevaba a hacerse “todo para todos” (1Cor 9,22). Por todo lo que San Vicente de Paúl representó en la definición de su personalidad, no estará de más reproducir aquí un pequeño fragmento de una meditación hecha por Mons. Vicente en el retiro que predicó para los cohermanos de la Provincia de Fortaleza, con ocasión del Año Jubilar de los 350 años de la muerte de San Vicente y Santa Luisa (2010): “Conocer San Vicente significó para mí apreciar y admirar su experiencia espiritual, el genio de su caridad, su celo en favor de los pobres. Y, así, amarlo profundamente. Como padre e incluso en la misión de obispo, continué alimentando mis conocimientos, familiarizándome con San Vicente y su espiritualidad. Pude hablar y escribir bastante sobre nuestro fundador y padre. Tenemos obligación de conocerlo y hacerlo conocido, tanto por el afecto de hijos que nos anima, como por la convicción de que él, San Vicente, tiene mucho que decir al mundo de hoy y a la Familia Vicentina en particular”.
Otra clave de lectura de la espiritualidad de Mons. Zico es su blasón episcopal, en el cual aparece sintetizado el contenido programático de su ministerio. Lado a lado, están la Palabra y la Eucaristía. Palabra que Mons. Vicente meditaba con docilidad, se esforzaba por vivir y predicaba con humilde elocuencia. Eucaristía diariamente celebrada, fulcro de su vida e impulso de su misión. La estrella sobre el fondo azul evoca la presencia de María, Madre de Jesús, modelo de aquellos que lo aman y lo siguen, de cuya compañía Mons. Vicente jamás se apartó. La elección del lema, sacado de Hec 1,14, quiso ser también un homenaje a San Juan Pablo II, papa que lo nombró y ordenó obispo. Las aguas del rio que atraviesan el blasón, a su vez, aluden a la Amazonia, lugar en que su ministerio se desarrolló con abundantes frutos. Las palabras con que Mons. Vicente Zico se refirió a su predecesor, en el ano de 1991, servirían para delinear su propio perfil: “Cuanto más se identifica el obispo con los deseos y preferencias del rebaño que él pastorea, más se hace evidente que, en él, el Espírito Santo descubrió la vocación indispensable para el episcopado”.
Vinícius Augusto Teixeira, C.M.
[1] Publicado en: Vincentiana, Roma, año 59, n. 4, pp. 423-433, octubre-diciembre 2015.