Hija de la Caridad, sierva de los Pobres enfermos del Hospital de Angers
Hoy,17 de febrero (1652)1
Mi querida Hermana:
La lectura de todas las aflicciones y calamidades ocurridas en Angers, me han causado honda pena por todo lo que los pobres tendrán que sufrir; suplico a la divina bondad los consuele y les dé el socorro que necesitan. También ustedes, queridas hermanas, han tenido gran trabajo y dificultades, pero¿han pensado que era justo que las siervas de los pobres sufriesen con sus amos y que cada una de nosotras en particular merece cargar con su parte de los castigos que Dios envía en general? ¡Ah!, mis queridas Hermanas, ¡cómo debemos con frecuencia hacernos esta reflexión y preguntarnos también quiénes somos para haber recibido una de las mayores gracias que Dios pueda conceder a ninguna criatura, cualquiera que sea su condición, al llamarnos a su servicio, y que, además, queramos vernos libres de toda incomodidad! Sí, mis queridas Hermanas, guardémonos de este siniestro pensamiento; más bien admirémonos con frecuencia de que nos haya sacado Dios de los lugares en los que tanto habríamos tenido que sufrir con los demás, para proporcionarnos pan a saciedad y colocarnos en seguridad. Piensen, queridas Hermanas, cuánto nos obliga esto a la práctica de las virtudes para no tener que pagarlo en el otro mundo; no esperemos a tener que hacerlo así. Hagamos, más bien, todo lo posible para adquirir las virtudes que Dios nos pide, en agradecimiento por las mercedes que su bondad nos hace todos los días. No sé, queridas Hermanas, si habrán recibido ustedes una carta mía de hace un mes en la que les hablaba de esto mismo. En nombre de Dios, les ruego se esfuercen en amar las sólidas virtudes sobre todo la humildad y la mansedumbre. Muchas veces les hablo de ellas: es que hace algún tiempo recibí cierto aviso de que lo necesitaban ustedes y que las señoras que van a visitar a los enfermos desearían que las recibieran ustedes con agrado. Ya sabe usted, Hermana, cómo cuidan nuestras hermanas que preparan la colación, de tenerlas contentas a todas. Es verdad que a ustedes sus ocupaciones en el servicio de los enfermos les llevan todo el tiempo; pero cuando van las señoras podría usted encargar a una Hermana, una vez a una, otra a otra, de que las atendiera lo mejor que pudiese, sin desobedecer por ello a las órdenes de los señores Padres.2 Un buen entendimiento entre ustedes lo arreglaría todo. En nombre de Dios, Sor Cecilia, vénzase un poco en sus repugnancias y desee ponerse en ocasión de obedecer, no con un deseo que la tenga inquieta, sino que le dé paz y serenidad, y haga usted a las demás lo que le gustaría hiciesen con usted. Tenga especialmente una gran tolerancia y acoja con bondad a las que pudieran tener alguna dificultad en hablarle, si alguna hubiere. Dé mis recuerdos a todas las Hermanas, a las que abrazo con todo mi corazón y soy de ellas como de usted, en el amor de Jesús Crucificado, mi querida Hermana, su muy humilde y afectísima hermana y servidora.
P.D. Salude respetuosamente de mi parte al señor Ratier y a los señores padres, también a las señoras si alguna me hace el honor de acordarse de mi. Sor Bárbara3 la saluda; está bien, gracias a Dios. Igualmente lo están los amigos y parientes de las demás Hermanas.