París 17 de octubre de 1977
Queridas Hermanas:
En el transcurso de la «reunión de Visitadoras», del pasado septiembre, sentimos el deseo de hacerles llegar a cada una personalmente una carta, con los ecos de aquella etapa de vida de la Compañía.
Se trata, efectivamente, de una etapa, es decir, de una parada para recobrar aliento, después de haber precisado previamente el itinerario a seguir, con miras a alcanzar un objetivo. El objetivo, lo conocen: es el «totalmente entregadas a Dios para el servicio de los pobres», y de los más pobres, según las Constituciones.
En cuanto a los puntos del itinerario a estudiar, una consulta hecha a todas las Visitadoras, permitió seleccionar los problemas referentes a la unidad de vida, al servicio de los pobres y a la formación. Finalmente, la última semana, retuvo la atención de las participantes la preparación lejana de la Asamblea General de 1979-1980.
Hablarles de la reunión de septiembre, supone evocar ante ustedes: un clima, tomas de conciencia, convergencias, deducciones, un impulso renovado en la esperanza.
UN CLIMA
El clima de esta etapa fue de sencillez familiar, de auténtica relación con Dios, personal y comunitaria, de provocación vocacional. El clima fue también reconfortante y un manantial continuo de esperanza. Lo mejor será dejar hablar a las propias Visitadoras, presentándoles algunos extractos de las evaluaciones que resumen el conjunto:
- «Hemos vivido un clima de caridad fraterna, de confianza, de sencillez y de verdad. Reinaba entre nosotras un gran respeto y unión, a pesar de nuestra gran diversidad».
- «En el momento en que una se expresaba, tenía la impresión de sentirse aceptada por las demás».
- Había una gran sinceridad entre todas y la preocupación por ayudarse mutuamente. También se tuvo la posibilidad de poder expresarse bajo todos los puntos de vista».
- «Los ejercicios y la liturgia de cada día, adaptada a la diversidad de los países, nos ayudaron a buscar la voluntad de Dios».
- «Existió realmente una búsqueda común, una gran sensibilidad, sobre todo hacia un verdadero servicio de los pobres».
- «El simple intercambio de todas las Hermanas nos ha enriquecido y ayudado a tener una visión más universal y más profunda de la vida actual de la Compañía y del mundo».
En ese clima, las participantes compartieron verdaderamente sus experiencias positivas y negativas, llegando espontáneamente a una revisión de vida. Tomaron hechos concretos para interpretar un significado ante el Evangelio y respecto a la vocación de Hija de la Caridad.
TOMAS DE CONCIENCIA
Hubo como resultado, varias tomas de conciencia particularmente importantes:
- Comprendimos mejor, dentro de aquella diversidad de las 73 Provincias representadas, que estamos comprometidas en una misma misión de evangelización de los pobres y de los más pobres, cualquiera que sea la modalidad del servicio que prestamos. Éste es «nuestro lote», según san Vicente.
- La fusión de espíritus y corazones (especialmente durante las «jornadas vicencianas») por encima de las barreras de lengua, cultura e inserciones sociales tan diversas, hizo nacer un intenso sentimiento de pertenencia a la Compañía y de lo importante que es conocer la doctrina de los Fundadores para ser capaces de vivir según nuestra propia identidad de Hijas de la Caridad.
- Nuestras voluntades unidas en la búsqueda de la savia de los orígenes, constituyen, si somos fieles, una fuerza de esperanza para los pobres, para la Compañía y para la Iglesia.
CONVERGENCIAS
Los informes de los diferentes grupos de trabajo tradujeron, en ciertos días, convergencias impresionantes. Es preciso aceptarlas, en la fe, como una verdadera gracia de Pentecostés para la Compañía. Voy a detenerme sencillamente en lo más destacable de estas convergencias: son el fruto de un examen y se fundan, lo repito, sobre hechos de vida de los que les hablarán las Visitadoras.
Esta gracia de unanimidad en la selección de los problemas más urgentes para la Compañía, nos fue concedida el sábado 24 de septiembre. Aquel día, todos los informes citaron en primer lugar la pobreza: pobreza interior y pobreza exterior. En cuanto a la primera, numerosos hechos demuestran de modo especial el apego a los bienes, a la función que se ejerce, al trabajo, a las personas, a la familia…, que no se quiere pedir permisos y que falta espíritu de coparticipación. En cuanto a la pobreza exterior y al estilo de vida, todas señalan la adhesión a una sociedad de consumo y una búsqueda muy marcada del confort…
Con la misma insistencia, los informes citan a continuación los problemas de obediencia, con interpretación errónea de la subsidiaridad y una importancia excesiva atribuida a la persona, buscando el proyecto personal antes que la voluntad de Dios o antes que el proyecto comunitario. Este punto del proyecto personal requiere ser esclarecido, porque se tiende a presentarlo como un carisma personal. Pero Dios no puede contradecirse. Si nos llama a una comunidad para cumplir en ella el designio que tiene sobre nosotros, no puede darnos, al mismo tiempo, aspiraciones contrarias al espíritu de dicha comunidad… De todos modos, la humildad sigue siendo el criterio de autenticidad: si la inspiración viene de Dios llegará a su fin el proyecto personal.
Esta unanimidad sobre los problemas de pobreza y obediencia, traducen nuestra ansia de ser leales a los pobres, dentro de una disponibilidad incondicional a sus llamadas.
Los problemas que conciernen al servicio de los pobres presentan dos incidencias de igual importancia:
- pérdidas de intensidad del carisma primitivo en el servicio a los más pobres y en la actitud de sierva.
- influencia de ideologías y corrientes de pensamiento, influencia «nefasta», se precisó que no tiene nada de eclesial ni de vicenciana, sino que es una consecuencia de nuestra vulnerabilidad a las presiones.
Por último, más de la mitad de los informes indicaban un debilitamiento de la fe y de las convicciones personales, con repercusión sobre la vida fraterna e infiltración de secularismo.
Algunas comisiones señalaban una desvalorización de la ascesis y del silencio y una falta de disponibilidad. Hacen notar una fuerte tensión dentro de la unidad de vida y una cierta dicotomía entre las palabras y la vida.
La lealtad de este examen imprevisto nos ha dejado impresionadas. Todas lo hemos reconocido como el paso del Espíritu entre nosotras. En efecto, y por extraño que parezca, la sesión de aquel 24 de septiembre continuó con la mayor serenidad. No se trata, pues, de una constatación pesimista, sino de una confrontación lúcida entre la realidad de la Compañía en 1977 y la de los orígenes. Los ejercicios, la meditación sobre los textos de los Fundadores, la fisonomía de Margarita Naseau, nos han interpelado por fuerza. Hemos vivido esta revisión sin ponernos a cubierto con pretextos.
De estos puntos de convergencia, hemos tenido que deducir algunas consecuencias para entrar con realismo en una vida de conversión.
DEDUCCIONES
Imposible poder escapar a las exigencias de la pobreza si realmente queremos servir a Cristo pobre en los más pobres y permanecer solidarias con ellos. Todos los puntos enumerados se nos han manifestado como otras tantas llamadas, provocaciones, interrogantes. Se impone la búsqueda y finalmente elaborar proyectos a seguir comunitariamente.
A la búsqueda de una auténtica práctica de pobreza, para ser de verdad siervas de los pobres, podemos añadir una nueva revisión de Obras, una evaluación y un estudio de nuevos servicios. Sobre eso, también las Visitadoras les hablarán a ustedes.
«Las jornadas vicencianas» y las coincidencias de las «convergencias», nos han llevado con fuerza a encontrar de nuevo la especificidad vicenciana, ese estado permanente de pobreza interior que se llama humildad.
- Humildad de espíritu, que impregna toda la actitud y comportamiento de la Hija de la Caridad. La humildad es indisociable de la función de sierva y de la proximidad a los pobres que tanto se desea.
- Humildad de corazón, que es verdad y sencillez ante Dios y acompaña el deseo de «ese revestirse de Jesucristo» manso y humilde de corazón, siervo obediente del Padre.
- Humildad, finalmente, que salvaguarda y afianza la unión entre nosotras.
El interrogante que nos plantean las «influencias nefastas» y la infiltración del secularismo, lleva a que cada Provincia piense muy seriamente en la formación, especialmente en la formación continua. He ahí, una proposición urgente para el proyecto provincial. Las influencias prioritarias en la vida de una Hija de la Caridad son las del Evangelio, la Iglesia y la doctrina vicenciana, que se apoyan unas en otras.
Nuestra vida debe reflejar la acogida que damos a una llamada y nuestra respuesta. En realidad, la acogida a Jesucristo, que nos «habita» y nos impulsa hacia los demás, especialmente a los pobres, para manifestarles el amor gratuito con que todos somos amados. Esta vida ha de translucir también la visión de fe de que el pobre, que es Jesucristo, es el encuentro permanente con Dios en el corazón mismo del servicio de las Hijas de la Caridad.
Paralelamente, los tiempos de oración diaria, de oración comunitaria, son indispensables para una expresión viva y verdadera de nuestra fe. Continuamente tenemos que profundizar nuestra fe, la visión misionera de la Iglesia actual, la doctrina de los Fundadores y los testimonios de vida de las primeras Hijas de la Caridad.
Pero nuestra vida se desenvuelve en medio del mundo. Cada provincia pertenece a un país, a culturas y a sociedades diferentes, marcadas por una evolución e incluso por perturbaciones seguidas de mutaciones diversas. Estos cambios vehiculan ideologías portadoras de falsas respuestas a las inquietudes de los pobres. Forjan la ilusión de la llegada a una liberación total, cuando concretamente, están rechazando la dimensión religiosa de la persona humana. Nuestra presencia misionera de servicio junto a los pobres «no puede olvidar (el estudio) de las cuestiones extremamente graves, tan agitadas hoy día, que atañen a la justicia, a la liberación, al desarrollo y a la paz del mundo».1 Si falta este estudio, corremos el riesgo de confundir nuestras intuiciones, nuestras costumbres, o las orientaciones de tal o cual, con el espíritu del Evangelio y de san Vicente.
Finalmente, este encuentro, puesto desde el principio bajo la protección de la Virgen María y bajo el signo de santa Catalina Labouré, nos lleva también a repensar nuestra referencia permanente a la Virgen María, nuestra «única Madre», maestra de la vida espiritual, verdadera Superiora General de la Compañía, a la que hemos de recurrir constantemente para vivir como Ella, en la fe, una vida de adhesión total a Dios, consagrada enteramente a su servicio, en el de los pobres.
- ¿En qué punto nos encontramos en la profundización de la devoción mariana?.2
- ¿Qué autenticidad damos al carácter mariano de la Compañía?
- ¿Qué hemos hecho del mensaje de 1830?
Todas estas deducciones pueden condensarse en líneas de trabajo, que las Visitadoras han reconocido como indispensables.
- Prestar atención particular a la pobreza y a los más pobres, llegando hasta la revisión Provincial de las Obras y de las actitudes personales y a la búsqueda de unas «respuestas mejores».
- Reconocer que la humildad, acompañada de pobreza, es la actitud específica que ha de caracterizar a la Hija de la Caridad.
- Esfuerzo sostenido por una profundización de la fe (doctrina e interiorización en la oración) y una formación seria en la línea de la «Evangelii Nuntiandi».
- Finalmente, fomentar nuestra devoción mariana, doctrina y oración (rosario), en fidelidad a la Virgen María y a las recomendaciones de los Fundadores.
UN IMPULSO RENOVADO DE ESPERANZA
Y nos despedimos rebosantes de alegría, de esperanza y confianza. Naturalmente, esta revisión ha tenido su aspecto penoso: el reconocer que estamos lejos de las exigencias de las Bienaventuranzas que san Vicente nos propuso a imitación de Jesucristo, sobre todo en lo que atañe a los pobres y a la pobreza. Pero este caminar en la verdad, lleva a la renovación si aceptamos el misterio de muerte y vida que lo acompaña.
Una cierta densidad espiritual experimentada en medio de nuestro grupo permitió esta percepción común de nuestra unidad en la diversidad, haciéndonos atentas a los signos del Espíritu y comunicando a todas el deseo de comprometernos valientemente por el camino de la conversión personal y comunitaria.
Hemos constatado, en cierto modo, por medio de nuestros intercambios (en grupos o en sesiones generales), que nos identificamos en la misma vocación, en la misma pertenencia a la Iglesia y a la Compañía de las Hijas de la Caridad con su identidad carismática propia.
Nuestra alegría, de hecho, revela el amor que profesamos a la Compañía y a su carisma en la Iglesia y a nuestro Dios, reconocido y servido en los pobres.
Cada Visitadora sabe que ustedes tienen ese amor profundo en su corazón y, por eso, a su regreso será bueno compartir…, y comulgar juntas en los mismos proyectos de conversión.
La alegría, la esperanza y la confianza han dominado también en el balance de este encuentro. Las legítimas diversidades de toda clase se han situado verdaderamente en el interior de nuestra unidad, situado como esencial el querer «ser inquebrantablemente fieles al carisma» vicenciano.
Las Visitadoras manifestaron esta voluntad común, deliberadamente orientada hacia Jesucristo: para anunciarlo al mundo de los pobres y de los más pobres, como una respuesta en sus preguntas y una esperanza en su vida.
En la acción de gracias, agradezcamos al Señor el que nos haya abierto los ojos sobre nuestras deficiencias y también sobre lo positivo de la Compañía: gracias, Señor, por habernos ayudado
- a discernir lo esencial de la fe y los valores que hemos de mantener por encima de todo,
- a retornar constantemente al Evangelio, a san Vicente y a santa Luisa,
- a abrirnos a iniciativas en acuerdo profundo con el carisma vicenciano y a estar atentas a los signos de esperanza que son la llegada de vocaciones, la acogida de nuevas modalidades de servicio a los más pobres, las recientes respuestas a las llamadas urgentes (Corea, Nueva Zelanda).
Concédenos mantenernos firmes en el camino abierto por tu gracia, en la paciencia y confianza, y hacer de cada una de nuestras comunidades, casas de humilde servicio, habitadas por el amor.
Ante el Señor, con Él y por Él, permanezco fraternalmente unida,
SOR LUCÍA ROGÉ
Hija de la Caridad