La realidad socio-cultural y religiosa de la juventud española actual es polivalente. Carece de sentido o resulta tan ambiguo hablar de un tipo estándar de Pastoral de Juventud como imaginarse una juventud-tipo a la que podamos aplicar los baremos o parámetros juveniles. En algunos casos, puede haber tanta diferencia de valores y de sensibilidad en la apreciación de los hechos entre los distintos grupos juveniles como entre los grupos sociológicos llamados «juventud» y «adultos».
Todo planteamiento serio de una Pastoral de Juventud exige como condición indispensable el partir de la realidad concreta del grupo joven que queremos educar en la Fe. Este sería el primer postulado para cualquier proyecto de educación en la Fe de nuestros jóvenes.
Sin embargo, existen ciertos hechos o tendencias que permiten acercarnos a la comprensión del fenómeno juvenil. Hablando de cómo entienden ellos la Fe, o mejor, el seguimiento de Jesús, se da un desplazamiento de centros de referencia: de lo dogmático a lo vivencial, de lo ritual al compromiso social, de lo legislativo y normativo a la opción libre responsable, de la autoridad vertical al diálogo y a la participación solidaria. Éste sería el segundo postulado: Asumir, sin juicios de valor previos, los centros de interés de los jóvenes de hoy, y, con actitud humilde, de diálogo abierto, desde nuestra experiencia creyente adulta, proyectar sobre ellos el mensaje desnudo de Jesús de Nazaret.
Podemos destacar como más representativos algunos de estos centros de interés, de la juventud:
Aspiración a la libertad
Esta aspiración hay que entenderla en una doble vertiente, a saber, interior, que se expresa en la tendencia cada vez más fuerte a liberarse de normas y legalismos, abriendo un espacio más amplio a la espontaneidad y creatividad personal, y exterior, que se concretiza en el esfuerzo por liberarse de jefes y autoritarismos. Podríamos expresarlo así: «lo que yo decido es bueno porque lo he elegido libremente». En esta tendencia tan juvenil, la libertad, como expresión de autenticidad y afirmación de sí mismo, y el libertinaje, como capacidad física de hacer lo que quiero, lo que me gusta, lo que me apetece, se dan la mano.
El animador o educador ayudará al joven a discernir la libertad profunda que construye personas de sólidas convicciones, del libertinaje, como impulso instintivo que tiende a satisfacer las apetencias inmediatas.
La amistad
Podemos aventurarnos a afirmar que la amistad entre las jóvenes generaciones de hoy tiene características peculiares. No es sólo cauce y expresión de sentimientos y emociones, reclamo nacido de la necesidad vital de afecto, autoafirmación de la propia identidad en el otro… Responde también, en nuestro contexto occidental, a la necesidad de llenar el vacío de la relación familiar, incluso podíamos extender la exigencia vital de amistad en el joven de hoy a la necesidad de llenar el vacío existencial.
En una sociedad industrializada en la que el padre y la madre trabajan habitualmente, en la que la tele, los medios de comunicación social, absorben los pocos espacios libres de una familia «normal», al niño y al joven no le quedan demasiadas alternativas para el desarrollo integral de su personalidad, en cuyo proceso resulta imprescindible la creación de espacios de diálogo abierto, de comunicación íntima, de confianza sin límites.
A las limitaciones de la relación familiar hay que añadir la desconfianza sistemática del adulto hacia el joven. Esta desconfianza tiene un elemento aglutinador, el del miedo al joven, a lo que piensa, a lo que hace. Pero sus signos de expresión pueden ser aparentemente antitéticos: «dejar hacer», para que el hijo nos deje tranquilos, o «imponer la ley dura» para que no se nos vaya de las manos.
Contrasta esta actitud del adulto frente al joven con la actitud de los jóvenes entre sí. El joven encuentra en el grupo de jóvenes al que se acerca, acogida, comprensión, calor humano, sintonía de pareceres, actitudes, comportamientos e inquietudes. Y, por encima de todo, el grupo significa para el joven la posibilidad de realizar al máximo el sentido de la fiesta vital que lleva dentro. Esto explica la eclosión de grupos y entidades juveniles de todo tipo que surgen en nuestros días. Si el grupo tiene categoría humana, el joven habrá encontrado en él el espacio más adecuado para realizar su personalidad y sus sueños. La confianza que se le ofrece libera al joven, le ayuda a descubrir sus profundidades a encontrarse a sí mismo en su yo más noble. No podemos olvidar que el joven, instintivamente, casi biológicamente, es idealista. Taizé, Silos, los encuentros carismáticos y focolares, Benagalbón, Feyda y un largo etcétera de grupos y encuentros juveniles son realidades reveladoras.
De aquí podemos deducir varias líneas operativas.
Para bien o para mal, la parroquia, el colegio, la familia… como estructuras globalizantes, han dejado de ser los lugares más idóneos para la educación de la Fe de los jóvenes; lo seguirán siendo en la medida que creen espacios abiertos de diálogo y encuentro donde la relación interpersonal se fundamente en el respeto y la confianza mutuas, en los lazos afectivos, en la sintonía de inquietudes…
Un planteamiento coherente con esta nueva realidad llevará a las familias cristianas a establecer entre sus miembros una relación de mutua confianza y de diálogo permanente.
Los colegios y parroquias, por su parte, concentrarán sus mejores esfuerzos en aglutinar grupos juveniles de diversa índole, según los centros de interés prioritario de los diferentes núcleos juveniles. Sobre estos centros de interés habrá siempre la oportunidad de proyectar la luz del Espíritu, si el educador sabe acompañar a los jóvenes.
De nada tienen más necesidad los jóvenes de hoy que de amor y comprensión. El educador en la Fe debe acercarse al joven con abierta confianza, sin recelos, sin juicios previos de valor, como el amigo que acompaña al amigo en su búsqueda de identidad.
Sentido o sentimiento de solidaridad
A nivel general, en nuestra sociedad, se aprecia una nueva sensibilidad hacia los problemas sociales. Esta sensibilidad toma direcciones diferentes: corrientes pacifistas, denuncias de la injusticia, campañas de apoyo a zonas o países depauperados o en guerras destructoras, creación de voluntariados de diverso tipo, etc. Los jóvenes viven este fenómeno social con mayor intensidad aún que los adultos.
Debemos alegrarnos de esta nueva realidad: representa, sin duda, un avance positivo en las relaciones humanas. Pero no podemos cerrar los ojos a otras realidades concomitantes que ponen en entredicho, al menos en sospecha, la autenticidad de esta tendencia. Paralelamente a ella se dan los gastos superfluos desmedidos, el anquilosamiento en la vida fácil, el cansancio o el abandono prematuro del compromiso serio prolongado, las tendencias racistas y xenófobas… Los jóvenes no son ajenos a estas corrientes contrapuestas.
El educador de la Fe de los jóvenes sabrá apoyarse en lo que hay de más profundo y auténtico en esta aspiración de los jóvenes y les ayudará a liberarse de lo que hay de vanal, de sentimentalismo, de corriente transitoria de opinión… La persona de Jesús de Nazaret y las figuras señeras de la Iglesia actual pueden ser el mejor punto de referencia.
Búsqueda del sentido de la Vida
La sociedad actual, centrada en la tecnocracia, en la producción de bienes de consumo, en el bienestar sin límites… ha producido en el joven un vacío de valores. Esta crisis se ha acentuado con el derrumbamiento del concepto de autoridad y de las verdades absolutas: todo es relativo, todo es válido, si me ayuda a satisfacer mis necesidades perentorias. La incertidumbre del futuro, agravada por el problema del paro, la crisis económica… constituyen un conglomerado que propicia lo que se ha dado en llamar el vacío existencial. Este fenómeno afecta con mayor virulencia a los jóvenes de nuestro tiempo.
Ante esta situación nace como necesidad ineludible la búsqueda del sentido de la vida. Pero esta búsqueda tiene carácter polivalente; es una fuerza que impele a los jóvenes desde muy diversas perspectivas: desde los que huyen de esta realidad sin sentido, alienándose en la droga, el alcohol, el sexo, en filosofias nihilistas…, hasta los que buscan en la religión una seguridad, un refugio contra el vendaval. El sentimentalismo religioso, la permanente tentación de integrismo secularizante… son riesgos que afectan también a los jóvenes.
Esta realidad acuciante propicia al buen educador de la Fe una plataforma inmejorable de evangelización de los jóvenes. La persona de Jesús de Nazaret, el creyente seriamente comprometido en la transformación de las realidades de nuestra sociedad, emergen en el vacío existencial del joven con fuerza irresistible, si se deja interrogar por ellos. La realidad que no nos gusta no se la destruye con la evasión o la huída, sino con el choque frontal, con el riesgo de la propia vida. Este lenguaje lo entienden perfectamente los jóvenes.
Llenar los espacios vacíos. «Matar el tiempo» o llenarlo de contenido.
Nuestra sociedad ha prolongado desmesuradamente la etapa de inactividad creadora de los jóvenes; ese momento en el que el joven asume el timón de su propio destino. Estudios prolongados, dependencia de los padres, falta de trabajo estable… originan una situación atípica en la vida del joven. Por una parte se dan en esta situación largos espacios de tiempo que hay que llenar de contenido. Por otra, hay que liberar al joven del sentimiento de carga y de inutilidad, de frustración sutil o descarnada que suele acompañar a los jóvenes adultos.
En esta situación la educación para el tiempo libre de los jóvenes se revela como de acuciante necesidad. Pero, además, el buen educador de la Fe tendrá buen cuidado en confiar a los jóvenes la responsabilidad de aquellas funciones o proyectos para los que se sientan capacitados. No tutelará el desempeño de estas funciones con sentido paternalista, sino con mentalidad de acompañante que ayuda al amigo a ponerse en la pista de resolver sus propios problemas. Es un buen principio que el sacerdote, el religioso o el educador de la Fe no haga directamente lo que puede hacer el joven.
A modo de conclusión
Un proceso equilibrado de educación de la Fe, sobre todo tratándose de jóvenes, exige que se integren en la debida proporción, el conocimiento ilustrado y racional de las verdades fundamentales de Fe, la celebración festiva y creativa, en clima de calor humano, de esta misma Fe, y el compromiso serio de servicio acompañado de testimonio de vida personal.
Desde esta perspectiva, la familia Vicenciana está en una situación privilegiada para llevar a cabo esta tarea apremiante de la Iglesia de nuestro tiempo. La rica tradición vicenciana en la animación de grupos juveniles, el carisma vicenciano que impregna de sentido evangélico tantas obras sociales, su sentido evangelizador y misionero, le están urgiendo a asumir con prioridad a cualquier otro proyecto esta misión evangelizadora de los jóvenes. JMV, FEYDA, las misiones populares… y «ad gentes»… constituyen plataformas inmejorables para realizar esta misión eclesial y Vicenciana por excelencia.