LA MISERICORDIA EN SANTA LUISA DE MARILLAC (II)

Mitxel OlabuénagaEspiritualidad vicencianaLeave a Comment

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  1. ICONOS DE JESUCRISTO

El sacerdote Vicente de Paúl no inició en la misericordia a la señorita Le Gras, tan solo le mostró los pobres y las entrañas com­pasivas de esta mujer descubrieron que son los miembros dolientes de Jesucristo y debía cuidarlos como al mismo Jesús. Es la idea pre­dominante en las cartas que dirige a las Hijas de la Caridad y que resumió de manera clara, pero interpretativa, en un momento de ora­ción: «Mi oración ha sido más de contemplación que de razona­miento, con gran atractivo por la Humanidad santa de Nuestro Señor y deseo honrarla e imitarla lo más que pudiere en la persona de los pobres y de todos mis prójimos, ya que en alguna lectura he aprendido que nos había enseñado la caridad para suplir la impoten­cia de rendir ningún servicio a su persona, y esto ha penetrado en mi corazón de manera especial y muy íntima»1.

Ciertamente la idea está clara, pero es interpretativa, porque al final añade: «Intentaré servirme de una práctica que una lectura me ha enseñado: la de considerar en todas las ocasiones que se presenten de hacer algún bien a mi prójimo, que no sea solamente por la recompensa que El promete como si se le hiciera a El mismo, sino que ese prójimo me es constituido en lugar de Nuestro Señor, por un medio de amor que su bondad sabe ella misma y que ha dado a entender a mi corazón, aunque yo no pueda decirlo”. ¿Qué quiere decir con este misterioso final? ¿De qué amor se trata?

Es el amor que Dios tiene a la humanidad. Aunque haya una distancia infinita entre Él y sus criaturas, Dios se hace hombre para levantarnos a su altura, con la obligación, decía santa Luisa, de que todos los bautizados intenten reproducir en lo humanamente posible la cara de Cristo. Más fuerte aún, en el escrito sobre el Puro Amor afirma que el puro amor debe identificarla de tal manera con Jesús. que cuando los pobres la vean venir, no vean a una mujer, sino al mismo Jesús. Es la labor que tiene el Espíritu Santo, principalmen­te en la oración: vaciarla de su espíritu y llenarla del Espíritu de Jesucristo para identificarla con Él. De ahí que no pudiera concebir que sus hijas enfrascadas en el servicio no estuvieran dirigidas por el Espíritu divino en la oración. Aunque en sus escritos no diga lite­ralmente la frase de que las Hijas de la Caridad tenían que ser acti­vas y contemplativas, les insiste que apoyen el servicio diario en la oración.

Quien se compromete a continuar la misión de san Vicente y santa Luisa, durante todo este año está llamado a identificarse con Jesús que «quiere misericordia y no sacrificios» (Mt 9,13: 12). El vicenciano, durante este año 2016, está llamado a poner misericor­dia en el mundo, a «poner corazón» en los engranajes de la v ida moderna, a sostener la vida del desvalido y, para establecer lazos de amistad, acercarse a la gente que sufre. Porque este año que el Papa Francisco ha dedicado a la Misericordia, las Hijas de la Caridad deben acentuar el rasgo que propuso Juan Pablo II en 1997 a la Superiora General, Sor Juana Elizondo: que las Hijas de la Caridad tienen «por vocación ser el rostro de amor y misericordia de Cristo». Frase que habíamos olvidado, pero que ya la había expre­sado san Vicente de Paúl hace casi cuatro siglos, cuando dice a las Hermanas: «Estáis destinadas a representar la bondad de Dios delante de estos pobres enfermos‘. Y la habíamos olvidado, porque es una frase rebelde y provocadora, al decir que la vocación de la Familia Vicenciana no es simplemente servir o evangelizar a los pobres, sino expresarles el amor y la misericordia de Jesús. Vocación maravillosa, según el Papa Juan Pablo II que el año 1985 les dijo: «Vuestro carisma es de una actualidad indiscutible».

Benito Martínez Betanzos, C.M.

CEME, 2015

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