La espiritualidad y sus transformaciones

Francisco Javier Fernández ChentoFormación Cristiana, Juana Antida ThouretLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Gino Moro · Año publicación original: 2010.

¿La hora “Joánica" de la Congregación?


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asdI. Espiritualidad Humana y espiritualidad cristiana

1. La espiritualidad es la «vida según el espíritu» que se desglosa en cuatro etapas:

a) la atención a los datos de la experiencia;

b) la inteligencia interpretativa de los hechos

c) la evaluación responsable de los hechos

d) la decisión valiente por lo que aparece como justo, válido, digno de ser cumplido.

La persona espiritual se inspira en cuatro llamadas: si estás atento, si eres inteligente, si eres responsable si, eres capaz de jugarte por cuanto aparece como justo y verdadero.

2. La espiritualidad de las religiones es un caso serio y fuerte de la espiritualidad humana. En el caso cristiano el «espíritu» es el Espíritu de Jesús: dejarse mover, inspirar, conducir por aquel Espíritu que ha movido, inspirado, conducido a Jesucristo.

II. Las etapas de la Espiritualidad cristiana

3. Los cuatro evangelios vistos en su secuencia, son indicadores de las etapas de la espiritualidad cristiana.

4. I. Marcos representa la 1ª Etapa de transformación espiritual: la apertura de los ojos es decir un nuevo modo de ver las cosas y la vida; la apertura de las orejas es decir un modo nuevo de relacionarse. Se entra en un camino de purificación. Este descubrimiento es vivido de frente a la persona de Cristo. Es lo que Marcos nos propone, con el Evangelio del catecúmeno.

5. II. Mateo representa la 2ª Etapa del camino espiritual con un ensanchamiento y un enriquecimiento. Él nos hace descubrir una comunidad en la que nos vamos haciendo más auténticos, en la que madura la propia autoconciencia. Es el lugar auténtico de la socialización de la fe y la vida, en una red de relaciones fraternas, en la iglesia y como iglesia. Aquí las palabras conocidas: «Soy hija de la iglesia, séanlo ustedes conmigo » (CD Carta 1820). Es lo que Mateo nos propone, con el Evangelio eclesial o de la nueva comunidad.

6. III. Lucas representa la 3ª Etapa de la espiritualidad. Se abre a la misión: los otros nos comprometen en la luz del reino. Se comparte el pan con quien no lo tiene. Se descubre el sentido de la historia como realidad para construir según un proyecto de paz. Se traduce el Shalom bíblico en proyectos históricos. Es cuanto Lucas nos propone con el Evangelio misionero.

7. IV. Juan representa la 4ª Etapa con el descubrimiento de la síntesis. La persona se vuelve adulta, hace síntesis entre la multiplicidad de los datos de experiencia, de ciencia, de cultura, de humanidad, en una unificación que salva de la fragmentariedad y la casualidad de la existencia. Sin este resultado se esparce en la multiplicidad de los deberes o las exigencias, también en el sentido mejor del término. Hace falta tender a este momento final, contemplativo, misterioso, puesto a la luz por el fascinante Evangelio de Juan que continuamente, se remonta a una única afirmación, capaz de hacer síntesis de todo el resto. Es el Evangelio místico.

8. Los cuatro Evangelios son por lo tanto manuales de iniciación a las cuatro etapas fundamentales del desarrollo humano según el Espíritu de Jesucristo. Manuales de vivir, no solamente de leer, porque:

«Quien escucha esta palabra y la practica edificó su casa sobre la roca, en cambio, el que oye estas palabra sin ponerlas en práctica, construye su casa sobre la arena» (cfr. Mt 7,24-27).

III. Transformaciones de la Espiritualidad hoy necesarias

Es conocido el texto de la Carta a los Romanos: «les ruego, pues hermanos, por la misericordia de Dios, que se entreguen ustedes mismos como sacrificio vivo y santo que agrada a Dios; ése es nuestro culto espiritual. No sigan la corriente del mundo en que vivimos, más bien transfórmense por la renovación de la mente. Así sabrán ver cuál es la Voluntad de Dios, lo que es bueno, lo que le agrada, lo que es perfecto» (Rm.12, 1-2). En el corazón de este texto espiritual encontramos la palabra-clave trans­formación/conversión» (meta-morfé). Ella indica el pasaje y en qué consiste el camino de auto-transcendencia o divinización, en la acogida de formas (morfé) interiores y ulteriores de autenticidad y de belleza, a niveles cada vez más profundos, según las otras famosas palabras de Pablo: «Por eso nosotros andamos con el rostro descubierto, reflejando como en un espejo la Gloria del Señor, y nos vamos transformando en imagen suya más y más resplandeciente, por la acción del Señor que es espíritu» (2 Cor 3,18).

9. Nunca es indiferente a la historia, este camino espiritual respira en profunda armonía con las características culturales de cada época: las asume, las purifica, las trans-figura y las exalta. Podemos re-transcribir así, actualizándolos, los cuatro rasgos típicos de cada espiritualidad, recordados anteriormente. También ponemos de relieve un cierto enlace con la experiencia espiritual experimentada en el Capítulo del 2005.

10. a) una atención del corazón que abre la mirada a los hechos que ocurren no solo en el pequeño ámbito, sino también en el ámbito continental y mundial. Una atención que tiene el oído atento a los gemidos de los empobrecidos, hechos tales, por una negligencia sistémica, encarnada por modelos económicos que tienen en la mira solo el aprovechamiento y la especulación, oscureciendo la solidaridad. La espiritualidad catecúmena cambia de una i mpercepción dominante y de una sordera difusa, (también fue víctima de ello el ‘segundo’ Moisés) Fue Dios quien lo abrió al gemido de su pueblo oprimido. La trans­formación es el paso a una percepción empática, global y cordial. Ha sido esto un núcleo, quizás aquel predominante, de la trans -formación vivida de modo simbólico y representativo, en nuestro Capítulo del 2005.

11. b) una inteligencia del mundo actual, de la globalización o mundialización con sus características, maduradas no sectorialmente, pero como comunidad-congregación. Aquí la espiritualidad afronta la conversión de una internacionalidad geográfica, que fragmenta la institución y sus lógicas en una suma de partes, a una i nternacionalidad eclesial y carismática, en la cual se descubren mujeres de «Sólo Dios » convocadas para hacer de la caridad la clave interpretativa de la condición global de la humanidad. La inteligencia de la caridad nos la hace comprender como humanidad que gime y llora por la incapacidad colectiva de amar y de aceptar las lógicas de la solidaridad y la plena humanización. Y también esto ha sido un segundo núcleo de la transformación recibida como un don en el Capítulo del 2005

12. c) un discernimiento evangélico del mundo, a la luz del Evangelio de la caridad, redescubierta como caridad «crítica» y «discreta», criterio de discernimiento. Aquí la transformación de la espiritualidad habilita a discernir las características y, sobre todo, el corazón de los sistemas: su gramática invisible y el núcleo emotivo profundo. No son las teorías y las ideologías pero los empobrecidos – humanidad negada, el criterio para interpretar en luz apocalíptica y mesiánica el mundo de siempre y de hoy, en los albores del tercer Milenio. Y es en los empobrecidos que el Espíritu nos ofrece el germen de resurrección que el Crucificado Resucitado custodia en sus llagas. Gracias al encuentro con el Apocalipsis, fue este un tercer núcleo de la transformación recibida en el don en el Capítulo del 2005.

13. d) una actitud solidaria y responsable empuja a alinearnos, más allá de cada evasión o abstracción. La transformación espiritual va en la línea estratégica que nace del encuentro entre la contemplación y la lucha, mística y la eficacia apostólica. La caridad oblativa no se limita a intervenir cuando el mal ha ocurrido. No se contenta con actuar sobre las consecuencias de la avidez y la indiferencia hacia los propios pares. Ella, sin descuidar estas obras de misericordia inmediata remonta a las causas, sana el núcleo emotivo profundo, despierta y activa el código del don que el Espíritu del Amor puso en los seres humanos, para que den a la luz nuevas imágenes de vida y de sociedad, según los rasgos de la sobriedad en la economía, de la solidaridad en la política, de la fraternidad en la convivencia y en la cultura. La Caridad política es el arquitecto y la registra. También un fragmento de esta transformación de nuestra espiritualidad ha estado presente en el Capítulo del 2005, que ha abrazado la perspectiva de contribuir a dar a luz – con fecundidad femenina – el germen de una sociedad sobria, solidaria y fraterna.

IV. ¿La «hora Joánica» de la Congregación?

14. Podemos preguntarnos: el tema del agua viva elegido para este Capítulo 2010 ¿es sólo una indicación pedagógica en función al Capítulo, o es una llamada del Espíritu para una nueva estación espiritual? en relación al Concilio, en el último de los cinco criterios para la renovación de la Vida Religiosa, no es casualidad y no sin apropiada gravedad que nos recordaba: «Siendo ante todo la vida religiosa ordenada a hacer que sus miembros sigan a Cristo y se unan a Dios con la profesión de los consejos evangélicos, necesita tener bien presente que las mejores formas de actualización no podrán tener éxito, si no están animadas por una renovación espiritual. A esto siempre corresponde también el primer lugar en las obras externas de apostolado» (PC 2). El haber buscado y querido como fuente inspiradora del Capítulo un texto tan emblemático del cuarto evangelio, ¿sugiere el camino para nuestro futuro?

15 La suerte de nuestra presencia-palabra-acción en el mundo dependerá de la calidad de nuestra espiritualidad, de los modelos espirituales que asimilaremos. ¿Queremos refundar nuestros modelos espirituales calificándolos con el criterio de la «plenitud» en sentido Joanico? La internacionalidad como factor carismático, la perspectiva del pequeño resto, una nueva relación carisma-historia, el actuar en la raíz de una nueva sociedad sobria, solidaria y fraterna – como es indicado por el objetivo 2005 -… exigen y presuponen una nueva madurez espiritual. La promesa del Jesús Joanico de volverse creyente de cuyo seno brotan fuentes de agua viva que «manan» para la vida eterna» ¿es para nosotros en sentido proyectivo? ¿Queremos acogerla y perseguirla como nueva imagen del HdC? ¿Aquel nuevo proyecto de formación o más bien de transformación – del que habla la relación general – no tiene aquí su núcleo generador? ¿Qué alcance tendría tal decisión y cuáles consecuencias sobre nuestro futuro de «minorías significativas»?. Aquella cierta colocación del futuro de la congregación al Sur-este ¿no es un más que geográfico, un símbolo espiritual? ¿Y no pueden transformarse en la reserva de la memoria propia de la congregación al Nor-este en una oportunidad de una exploración espiritual singular, en razón de los caracteres extremos de la condición humana en Occidente? Es importante situar este nuestro momento en el corazón de los procesos de nuestro tiempo, acogiendo la riqueza divina que lo caracteriza, más allá de las evaluaciones predominantes que son de tipo moral y raramente profético.

Las singulares oportunidades espirituales de una época naciente. Leemos en el Concilio: «Las condiciones de estos tiempos añaden a este deber de la Iglesia una mayor urgencia, para que todos los hombres, unidos hoy más íntimamente con toda clase de relaciones sociales, técnicas y culturales, consigan también la plena unidad en Cristo» (LG 1). Por nuestra sensibilidad de Hermanas de la Caridad, esta unidad tiene ante todo el rostro de los empobrecidos, con los cuales Jesús se identifica. Al rostro mundial de los empobrecidos podríamos hacer corresponder el rostro mundial de la familia de las HdC.

Por su parte la Iglesia, gracias al Concilio, deja a las espaldas la larga estación societaria de la cristiandad, que fue conducida precisamente al redescubrimiento de las fuentes. Es importantísimo poner a la luz esta gran innovación indicando ocho «fuentes o lugares de donde bulle la vida » 1) el primado de la Trinidad, que genera «»un pueblo cuya unidad deriva de la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo»» (LG 4); 2) el mundo, sentido, entendido, interpretado y amado como lugar teológico: « mundo, que los cristianos creen creado y conservado por el amor del Creador, caído cierto, bajo la esclavitud del pecado, pero liberado por Cristo, crucificado y resucitado del poder del maligno y destinado según el propósito divino a transformarse y a llegar a su consumación.« (Cfr GS 2); 3) la revelación como auto comunicación divina; 4) el énfasis dado por el Espíritu Santo, que: » da la vida, una fuente de agua de donde brota hasta la vida eterna; morada en los corazones de los fieles como en un templo: en ellos ora y da testimonio de su condición de hijos, introduce la Iglesia en la plenitud de la verdad, la unifica en la comunión y en el ministerio, la provee y dirige con diversos dones jerárquicos y carismáticos, la embellece de sus frutos; la hace rejuvenecer con la fuerza del Evangelio, continuamente la renueva y la conduce a la perfecta unión con su Esposo (LG 4).

5) el rencuentro con la Biblia por parte de todos los fieles, con la recuperación de la antigua praxis de la lectio divina» (Cfr DV 22-26); 6) la plum iforme presencia de Cristo en su Iglesia: en las acciones litúrgicas, en el sacrificio de la Misa, en la persona del ministro, bajo las especies eucarísticas, en la palabra, en la comunidad que reza y alaba, según su promesa: «»Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos» » (Cfr SC 7); 7) la interioridad humana como fuente de dignidad trascendente: «En su interioridad el ser humano trasciende el universo de las cosas (GS 14); 8) el vínculo social, como ámbito de acceso al don que nos precede y nos constituye: la persona, no puede encontrase plenamente si no es en el don sincero de sí misma. La vida social no es algo, externo al hombre: el crece en todas sus capacidades y puede responder a su vocación, a través de las relaciones con los otros, la reciprocidad de servicios, el diálogo con los hermanos» (GS 24-25).

En este sentido, propio por estos ocho caracteres podríamos vivir nuestra época como un gran tiempo mesiánico: la época de las fuentes. Ella sucede a la milenaria estación patriarcal con sus típicos caracteres: la hegemonía masculina, la subordinación jerárquica, el predominio de los deberes, la insistencia normativa, el estatismo social. Para vivir este tiempo como el Kairos o gracia de la época hacen falta una mirada profética que discierne los signos de los tiempos, la vigilancia de los hijos de la luz, la diligencia de quien se equipa con lámparas encendidas y reservas de aceite, una renovada comunión con el espíritu de la Fundadora: «Atesoren buen grano, como José, el procurador de Egipto, para que no les falte en el tiempo de carestía y puedan darlo también a los demás. Quiero decir que colmen sus almas con la semilla de la gracia, con la sabiduría y los sentimientos del Espíritu de Dios‘ ~&’ f.4M 52)

16. Una nueva página de santidad y profecía. La profundidad de la misión delineada por el Capítulo anterior 2005 ha destacado que para perseguir aquel objetivo profético es necesario una transformación espiritual. Para contribuir con una caridad crítica, discreta, creativa y escuchar los gemidos de los empobrecidos del mundo y poner gérmenes de una nueva sociedad debemos encontrar al Mesías en el pozo de Jacob. Y allí rencontrar al Mesías para recibir de Él, el don del «el agua que se transforma en nosotros en fuente para la vida eterna». El Espíritu quiere suscitar en nosotros no sólo deseos genéricos o descontados llamados y referencias, pero – como está en la naturaleza decisional de un Capítulo general – la elección valiente y previsora de metas, etapas, caminos, criterios e instrumentos y pedagogías para nuestra transfiguración.

17. La puesta en juego en la pausa junto al pozo de Jacob. Alrededor de tales cuestiones y perspectivas puede acaecer el diálogo entre nosotros y Jesús. Cansado, porque identificado con los hambrientos y los sedientos de nuestro mundo, ha venido a nuestro Capítulo para reposarse y encontrarnos. Él nos dice: «Demen de beber«. Nos obliga a poner nos en la luz de los estilos espirituales en los que fuimos formadas en la anterior estación cristiana y que – reflejo de la cultura patriarcal y del régimen de cristiandad – resultan inadecuados al momento actual. Sobre todo, en la superabundancia de su amor, quiere suscitar en nosotros el deseo de transfigurar nuestros modelos espirituales. La expresión fuente donde fluye hasta la vida eterna es sólo la indicación de un nuevo nivel de plenitud spiritual correspondiente a una medida sin-medida de santidad y profecía, según las palabras del Bautista: «Este fue enviado por Dios y dice palabras de Dios que el comunica su Espíritu sin medida. El Padre ama al Hijo y pone todas las cosas en sus manos» (Jn. 3, 34-36).

Teniendo en cuenta que:

1) Vivir- en – el Espíritu de Jesús significa unificarse viviendo la realidad en modo atento­inteligente-responsable-decisivo.

2) Vivimos en una época de profunda (interesante) transición:

  • de una concepción estática a una dinámica y en constante evolución
  • de una concepción local y circunscrita a una mundial e interdependiente
  • de una concepción más bien masiva a una centrada sobre la persona y sus mundos interiores
  • Vivimos a la luz de la herencia conciliar que compromete a la Iglesia a una reforma según: el primado de la Trinidad y del Espíritu Santo el redescubrimiento de la Palabra de Dios y de la Iglesia como fermento escatológico de la historia, la elección de diaconía hacia la humanidad acogida como lugar teológico (signos de los tiempos)

3) Nuestra vida espiritual Hermanas & Laicos se formó en contextos culturales precedentes a las grandes transformaciones culturales y eclesiales

Como Religiosas & Laicos:

a) Medita reza escucha adora: que cosa de hermoso, importante, inédito te sugiere el Espíritu como religiosa o como laico? Y qué cosa te sugiere para los amigos laicos o las hermanas religiosas?

b) ¿Cuáles son las condiciones (1-2) en el estilo de vida para que nosotros laicos o nosotras religiosas podamos crecer en edad, sabiduría y gracia para toda la vida? Qué cosa sugerís de parte tuya?

c) ¿Cuáles son las decisiones institucionales (1 – 2) necesarias para sostener este crecimiento en un modo y en una Iglesia en constante transformación?

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