Francia, al salir de la revolución, necesitaba reformarse, lo mismo en el Estado, que en las costumbres y Religión. Todo había sido destruido y no habían quedado más que ruinas, cuya vista despertaba los grandes recuerdos de muertes santas y del martirio de tantos sacerdotes, religiosos y víctimas inocentes. El clero había visto a un cierto número de sus miembros, infieles a su vocación, consentir con las maniobras de los impíos y entrar en un cisma que no debía sobrevivir a ellos; sin embargo, la mayor parte de los sacerdotes se portó admirablemente, sacrificándose por su fe, viéndose obligados a vivir en lugares solitarios, cuando habían podido escapar de una muerte sangrienta, en los pontones de Rochefort o en el clima malsano de la Guyana.
La diócesis de Lyon había tenido sus víctimas y mártires, como desgraciadamente también sus apóstatas; había tenido, además, sus esforzados confesores y sus apóstoles, que desafiaban la muerte administrando los Sacramentos. La reunión del clero fue después de la revolución uno de los pensamientos de los sacerdotes que habían pasado su vida en los sitios más escondidos , en la obscuridad de los bosques y en la fragosidad de las montañas; y este pensamiento constituye una de las más bellas páginas de la resurrección de la Iglesia católica en Francia , en donde bien pronto se encontró un número de sacerdotes suficiente, no sólo para socorrer las necesidades de la diócesis por medio de la predicación y enseñanza, sino también para enviar Misioneros a los países extranjeros en socorro de sus necesidades.
Cuando Juan María Odin se dispuso para entrar en la milicia santa, se había ya establecido Casas para la formación del clero en todos los puntos de la diócesis de Lyon, la cual comprendía los departamentos de Rhone del Loire y Ain , y contenía, además, Pelusin , Condoien y Bourg-Argental, que pertenecían a las diócesis de Puy, Clermont, Macón y Viena.
A lo primero le enviaron sus padres a Roanne, hacia el año de 1813, a un pequeño pensionado que estaba muy lejos de continuar la gloria del Colegio de los jesuitas, fundado en el siglo XVII por el P. Coton, y que hasta más tarde no debía elevarse a la altura en que hoy día se encuentra. Sus padres estaban muy contentos de tener a su hijo en dicho colegio, que sólo distaba de su casa 20 kilómetros; pero fue muy pronto necesario enviar a Juan María al Seminario menor de Verriére, en las fronteras del departamento del Loire y de Puy-de-Dome. El cual Seminario, situado en las montañas más altas de Montbrison, había sido fundado por el Sr. Perier, sacerdote, en 1803, y ha prosperado notablemente a causa de los muchos servicios prestados al clero y a las familias, por medio de una educación enteramente cristiana y fundada en los principios de la fe. Como allí no se conocían aún las comodidades que más tarde se han introducido casi en todas las casas y por otra parte se veían obligados a sufrir el aire frío de las montañas, el rigor del invierno, a comer frugalmente y soportar trabajos pesados, sus cuerpos se robustecían y sus almas se criaban candorosas, por lo cual disfrutaban de buena salud y apenas conocían las enfermedades. Así es que Juan María estaba muy bueno y tenía bastantes fuerzas para proseguir sus estudios; pero el estar tan lejos de su casa era cierto desconsuelo para su familia, a la cual escribió el 17 de Noviembre de 1814 para consolar a su madre en estos términos : «Me apresuro a manifestarle que desde que me aparté de ustedes pienso mucho más en mi casa que cuando estaba en Roanne», y para calmar más todas las inquietudes del corazón de su madre, añadió: «Estoy tan bien aquí como en Roanne, por no decir mejor»; siendo así que entonces Verriére era un verdadero destierro y que distaba de su casa dos jornadas. Lejos de dejarse llevar de los afectos de carne y sangre aceptó generosamente estas separaciones para corresponder a su vocación y continuar sus estudios, en los cuales es precioso confesar que hasta este año no adelantó mucho , no obstante el cuidado de sus maestros por haberlos empezado muy temprano. Dicen que en casa de su tío, sacerdote ya anciano, había interrumpido sus estudios para continuarlos algún tiempo después hasta que fue a Ambierle. El cura, Sr. Real, había recibido el encargo de enseñar latín a este angelito, pero esto fue por poco tiempo, puesto que después de un año le encontramos ya en Roanne. Estos cambios tan diversos habían impedido que el espíritu del joven se desarrollase de un modo natural y lógico, y porque siendo excepcional no debía adquirir todo su desarrollo sino por la rigurosa aplicación de un mismo método y de una misma enseñanza.
En Verriére tuvo por condiscípulo al que más tarde había de ser Arzobispo de Albi, el Excmo. Sr. Lyonnet, nacido en San Esteban, de humilde, pero muy honrada familia, y contaba un año menos que Juan María Odin. Después de haber estudiado algunos años en el Colegio de Saint-Chamond, fue a Verriére a concluir su carrera literaria. Su juicio recto y su espíritu justo debían asegurarle en el porvenir mucha reputación, más como profesor de Teología, y como administrador, que como literato, según puede juzgarse por su Histoire du Cardinal Fesch. En Verriére fue uno de los discípulos más aventajados y un amigo íntimo de Juan María Odin, en quién encontró un émulo digno de él y un compañero sencillo, bueno y piadoso; pero los acontecimientos les obligaron a separarse, casi por espacio de cuarenta arios, después de los cuales se volvieron a ver en 1862 en la capilla del Seminario mayor de Lyon, en donde se reunieron para asistir a la, consagración del Ilmo. Sr. Dubesis, Obispo de Galveston.
Después de los conocimientos literarios se estudiaba la filosofía, que se enseñaba en el Seminario de Argentiére. Durante las persecuciones del Imperio se obligó a los estudiantes de los Seminarios a asistir a las clases superiores de los liceos y colegios del Estado, pero Verriére había podido, gracias a su separación, reunir los estudiantes de todos los Seminario para enseñarles la filosofía y las matemáticas; mas cuando en 1814 se restablecieron los estudios regulares y la Argentiére y Alix se reunieron, solamente allí se enseñaron las ciencias que disponían al estudio de la teología.
La Argentiére, situada en los confines de los departamentos de Rhóne y del Loire, vio bien pronto aumentar el número, de estudiantes. El antiguo Monasterio de canonesas, levantado en 1788 por la liberalidad del Duque de Provenza y más tarde Luis XVIII, se convirtió en 18or en Seminario menor, que fue dirigido durante algunos años por los Padres de la Fe, y en él entró en 1818 Juan María Odin para continuar el estudio de la Filosofía. Sus estudios literarios habían sido más sólidos que brillantes, como se puede juzgar por lo que en aquella época escribió; en cambió su entendimiento estaba más dispuesto para las cuestiones filosóficas; por lo cual, adelantándose a todos los estudiantes, fue nombrado más tarde director de las conferencias en el Seminario mayor de Lyon.
Después de haber tomado la determinación de concluir sus estudios, no sabemos por qué sus directores le enviaron al Seminario de Alix, cerca de Villefranche, que había sido, como la Argentiére, Monasterio de canonesas nobles, y muy célebre en el siglo pasado por haber vivido en él las señoras de Tencin y de Genlis. El joven Odin continuó la filosofía y estudió elocuencia, pero ignoramos cuáles fueron sus adelantos; solamente sabemos que, a pesar de su poca edad, la virtud prendía en su alma de un modo misterioso y su corazón estaba dispuesto a todo cuanto Dios quisiera de él.