Sabemos que es ídolo
aquello que no tiene existencia,
y no hay otro Dios que el Único.
Es verdad que se habla de otros dioses
en el cielo y en la tierra,
y en este sentido no faltan los dioses y señores.
Sin embargo, para nosotros hay un solo Dios: el Padre…
Y hay un solo Señor, Cristo Jesús.
(1 Cor 8,4-6)
Introducción
Hace algún tiempo, en una reunión del equipo pastoral de la zona en que trabajaba en la arquidiócesis de Cuenca (Ecuador), se constataba el impacto que producen las sectas en los miembros de las Comunidades Cristianas de Base. Se burlaban de ellos considerándolos idólatras, al hacerles leer diversas citas bíblicas en las que se ridiculiza a las imágenes: es un necio el que lleva una imagen a hombros…
En esta zona las sectas ya no podían atacar aduciendo que no usamos la Biblia, o que no somos cristocéntricos o que no vivimos en comunidad. Pero el tema idolatría es el punto flaco, donde siempre insisten, como en llaga no cerrada.
Los agentes de pastoral nos dimos cuenta de que realmente habíamos cultivado muy poco esta temática, a pesar de ser tan frecuente en la revelación bíblica. Como si tuviéramos cierto miedo a tocar el tema, quizás por recelo de que se nos considere «protestantes».
Como fruto de la reflexión de aquella reunión de nuestro equipo pastoral se decidió que había que afrontar en serio el tema de la idolatría. Y para ello se me encargó que realizara una investigación bíblica sobre ello.
Comencé a reflexionar con las bases y al mismo tiempo a buscar estudios bíblicos sobre el tema.
La reflexión comunitaria enseguida resultó fluida y sumamente creativa. La gente verdaderamente estaba interesada en aclararse las dudas que sembraban en ellos las sectas. Y nos fuimos dando cuenta de que lo más serio del problema no eran las mismas imágenes en sí, sino la actitud que se tomara ante ellas. Pues había gente que quemaba las imágenes, pero en su actitud seguía más fanático que antes, intrigador y divisionista… Dependía de cómo se miraran las imágenes, si para justificar una actitud egoísta o como aliciente para mejorar en la conducta familiar y comunitaria.
Algo más me costó encontrar estudios bíblicos sobre el tema. Principalmente agradecí la lectura de algunos escritos de José Luis Sicre, de Pablo Richard y de Carlos Mesters. Después fui completando con diversos autores, hasta que llegué a formarme una idea más técnica sobre ello. Cuando estaba en estos avatares tuvo lugar en Madrid un congreso de Teología sobre el Dios de Vida y los ídolos de muerte; ello me ayudó a ampliar el panorama y aterrizarlo en nuestro tiempo.
Después de mucho leer y dialogar, me animo a publicar este resumen. Como ya he hecho en otras ocasiones, se trata de eso, de un resumen. En la bibliografía podrán apreciar los libros y artículos consultados.
Como este librito está destinado a agentes de pastoral populares, me he ahorrado el aparato crítico de citas, que no haría sino entorpecer la lectura. Muchas citas literales estarían llenas de palabras complicadas. Por ello transcribo con suma libertad, mezclo a unos autores con otros y aun intercalo cantidad de reflexiones personales, normalmente sacadas del mismo pueblo.
Los autores sabrán comprender esta libertad en el uso de sus escritos. Sólo pretendo poner sus esfuerzos un poquito más cerca del pueblo. En nombre de ellos les agradezco desde ya sus aportes, tan valiosos, para ayudar a este pueblo, creyente y oprimido, a distinguir con claridad entre los ídolos de muerte y el Dios de la Vida, al que ellos tan sinceramente quieren seguir.
¿Ateísmo o idolatría?
Hay personas que piensan que la idolatría es un problema de tiempos remotos. Se dice que el problema grave de los tiempos actuales es el del ateísmo: según ellos, hoy en día se trata no de optar entre éste o aquel dios, sino, mucho más radicalmente, de saber si Dios existe o no existe.
Quizás esto sea asunto del primer mundo. Pero en Latinoamérica ciertamente ése no es el problema fundamental.
Además, antes de poder afirmar la existencia o la inexistencia de Dios, hemos de saber de alguna forma de qué Dios se trata. Hasta existen personas que se profesan no creyentes, y realmente son no creyentes, pero en lo que no creen es en esas especies de espantajos que les habían querido hacer pasar por dioses, como el dios-araña, el dios-policía, el dios-tapaagujeros o un dios cuadriculado ante el que no es posible ningún tipo de libertad humana. El que considera a Dios como algo contrario a la dignidad y progreso humano, tiene toda la razón en rechazarlo. Preguntar a alguien si cree o no cree en Dios puede fácilmente llevar a un juego equívoco, ya que la palabra «dios» es terriblemente ambigua. Hasta es posible que cuando dos personas discuten sobre Dios realmente no estén discutiendo sobre el mismo tema.
La Biblia no es sino un proceso de descubrimiento del rostro de Dios, pero para ello la pedagogía que usa con frecuencia es ir aclarando qué no es Dios.
Según el mensaje bíblico, el reconocimiento de Dios es, fundamentalmente, la negación de los ídolos. Lo opuesto a la fe en Dios no es el ateísmo, sino la idolatría. Por eso la lucha contra la idolatría es el tema principal que recorre el Antiguo Testamento y está siempre de telón de fondo en el Nuevo. La historia de la salvación no es otra cosa que un despegarse de los ídolos: desde Abrahán a la Iglesia de nuestros días, es tarea del creyente «no ir detrás de las vaciedades» (Jer 2,5) y «guardarse de los dioses falsos» (1 Jn 5,21) para poder servir al único Dios viviente.
En la asamblea de Siquén Josué presentó al pueblo con claridad la disyuntiva: «Si no quieren servir a Yavé, digan hoy mismo a quiénes servirán, si a los dioses que sus padres sirvieron en Mesopotamia, o a los dioses de los amorreos que ocupaban el país en que ahora viven ustedes» (Jos 24,15). Tiene que ser clara la discriminación entre las dos situaciones. Así lo gritaba Elías contra la sociedad de su tiempo: «¿Hasta cuando van a caminar con muletas? Si Yavé es Dios, síganlo; si lo es Baal, síganlo a él» (1 Re 18,21). La verdadera alternativa, a la que está sometido cada hombre, es y será siempre, la aceptación del Dios viviente; o su rechazo, con la consecuente aceptación del servicio a sus ídolos.
Este tema no puede ser propio solamente de épocas pasadas. También actualmente se inventan ideologías alienadas, fetiches e ídolos. También ahora existen personas egoístas y sistemas de opresión que para mantenerse en sus privilegios producen ídolos justificadores, a los que diariamente ofrecen sus víctimas.
A los que nos llamamos creyentes nos resulta cómodo hacer resaltar una línea de división entre nosotros y los llamados ateos. La insistencia en la alternativa fe-ateísmo, más que en la de fe-idolatría, llega a resultar una tentación de comodidad autojustificadora. En cambio, cuando se mantiene el problema en los términos «Dios o los ídolos», forzosamente todos estamos implicados en él. El cristiano debe reconocerse en un proceso de continua purificación de la idolatría: los ídolos del mundo son también los nuestros. La enseñanza de la Palabra de Dios es que no hay ateos y Pueblo de Dios, sino idólatras y creyentes con tentaciones de idolatría… A la Iglesia no la contaminará tanto el ateísmo, por fatal que pueda ser a veces, como los dioses falsos.
El mensaje bíblico sobre la idolatría es esencialmente un mensaje de liberación y de esperanza en momentos de crisis y de opresión del pueblo de Israel y de las primeras comunidades cristianas. Nuestra situación histórica es en muchos puntos diferente, pero en el fondo la situación humana y el mensaje es el mismo.