Idolatría y Biblia: C – La verdadera imagen de Dios

Francisco Javier Fernández ChentoFormación CristianaLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: José L. Caravias, S.J. .
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Los ataques bíblicos contra las imágenes representativas de Dios no quieren indicar que Dios no nos haya dejado ninguna imagen sensible de sí mismo. Según la Biblia el hombre es imagen de Dios, y Jesús, su imagen perfecta. Este mensaje básico lo fue revelando Dios de forma progresiva. Veamos brevemente estos pasos dados en la Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.

a. La tradición sacerdotal

Surgida a partir del destierro en Babilonia, donde eran tan despreciados, la tradición sacerdotal destaca de una manera especial la dignidad humana:

«Dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Que mande a los peces del mar y a las aves del cielo, a las bestias, a las fieras salvajes y a los reptiles que se arrastran por el suelo. Y creó Dios al hombre a su imagen. A imagen de Dios lo creó. Macho y hembra los creó. Dios los bendijo, diciéndoles: Sean fecundos y multiplíquense; llenen la tierra y sométanla» (Gén 1,26-28).

Más adelante la misma tradición sacerdotal vuelve varias veces sobre el mismo tema (Gén 5,1; 9,6). Según esta tradición, el hombre es el vértice de la acción creadora y de la pirámide de los seres creados. El hombre considerado en una unidad profunda y totalizante, varón y mujer. Todo el hombre y todos los hombres han sido creados a imagen divina. Ello es la afirmación básica de estos textos.

En qué consiste esa semejanza con Dios es ya más difícil de precisar. En la Biblia se insinúan diversas facetas.

Una de ellas es el dominio real del hombre sobre los animales y, por consiguiente, de toda la creación.

También se encuentra una relación implícita a la cultura de la época según la cual el rey era considerado imagen de Dios en cuanto representante suyo ante el pueblo; de igual modo, pero con una visión muchísimo más amplia, el hombre, la humanidad, es aquí considerada representante del señorío divino sobre la tierra.

Parece que también en estos pasajes se quiere afirmar el carácter dialogal de la existencia humana frente a Dios, de quien el hombre es interlocutor y compañero de profundas relaciones. El hombre es algo muy superior al resto de la creación, tanto, que es capaz de sentirse en cierta manera semejante a su Creador y poder así dialogar con él. No es igual a Dios, pero sí es copia de Dios, una copia semejante y fiel. Por ello precisamente se ve colocado en una postura de dominio sobre las creaturas de Dios. Es constituido por el Creador como soberano del mundo.

El tema bíblico del hombre imagen de Dios fundamenta teológicamente el sentido de la relación hombre-mundo y da forma a la vocación del género humano de transformar la tierra a su imagen, amansándole.

Nombrar la semejanza divina expresamente como «macho y hembra» no era usual en aquel contexto cultural en que dominaba la figura del varón. El Génesis va contra corriente de la época. El varón y la mujer son colocados en plano de igualdad, en lo que se refiere a sus relaciones fundamentales con Dios y con el mundo. En cambio, los mitos orientales de la creación ignoraban por completo la presencia de la mujer.

La semejanza original del hombre con Dios es un dato de naturaleza, que nadie puede perder. Por ello el deber moral de evitar cualquier atentado contra su vida. La intangibilidad de Dios repercute en su copia viviente, que es todo hombre y mujer. Cualquier tipo de violencia destructora significa profanación de la semejanza divina que todo ser humano goza por naturaleza (ver Gén 9,6 y Sant 3,8-10).

El salmo 8, 4-9 es un comentario al texto del Génesis, en el que el salmista celebra la grandeza del hombre por su dominio sobre el mundo. «Lo coronaste de gloria y grandeza; le entregaste las obras de tus manos, bajo sus pies has puesto cuanto existe…» (versículos 6 y 7).

b. La literatura sapiencial

En los libros sapienciales encontramos dos nuevos textos sobre el tema: Eclesiástico 17 y Sabiduría 2.

El primero de ellos repite tradiciones antiguas, aunque insistiendo en el aspecto de la conciencia y la inteligencia:

«De la tierra el Señor creó al hombre… y le dio poder sobre las cosas de la tierra. Los revistió de una fuerza como la suya, haciendo a los hombres a su imagen… Les dio conciencia, lengua y ojos y una mente para pensar. Los llenó de sabiduría e inteligencia, les enseñó el bien y el mal. Puso en sus mentes su propio ojo interior para que conocieran la grandeza de sus obras…» (Eclo 17, 1-8).

El libro de la Sabiduría insiste en nuevos aspectos: «Dios creó al hombre para que no pereciera, y lo hizo inmortal, igual como es él. Por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y los que se pusieron de su lado padecerán» (Sab 2,23s).

Aquí el sentido de la imagen se explica por el hecho de la inmortalidad, cosa que no se pensaba cuando se escribió el trozo del Génesis del que hablábamos.

Nuevo también es afirmar que la muerte entró en el mundo por obra de Satanás y que tienen una triste experiencia los que se someten a su influencia.

c. La teología paulina

Pablo, siguiendo y desarrollando la tradición de las primeras comunidades, interpretó el sentido de la imagen en un sentido cristológico. Partiendo de la concepción de Cristo como nuevo Adán (Rom 5, 12-21), llegó a concluir que Jesús es la auténtica y verdadera imagen de Dios. Como consecuencia de ello, los hombres se pueden constituir en imagen de Dios entrando en comunión con Cristo.

Cristo imagen del Padre

En la carta a los Colosenses Pablo copia lo que seguramente ya era un himno cantado por los cristianos: «El es la imagen del Dios que no se puede ver, el Primogénito de toda la creación, ya que en él fueron hechas todas las cosas: las del cielo y las de la tierra, lo visible y también lo invisible, ya sean gobiernos, autoridades, poderes o fuerzas sobrenaturales. Todo está hecho por medio de él y para él. El existe antes que todas las cosas y todo se mantiene en él» (Col 1, 15-17).

La afirmación central subraya la relación fundamental que liga a Jesús con el universo: todo ha sido creado en él, mediante él y para él. Todo encuentra en él su consistencia actual. Precisamente por eso se dice de Jesús que es imagen de Dios invisible y primogénito de toda criatura.

En Jesús de Nazaret, el «Dios que nadie ha visto jamás» (Jn 1,18) se ha hecho visible. El lo ha dado a conocer, no a través de una vaga y general semejanza, sino por una radical reproducción de la realidad divina. El es el revelador definitivo y perfecto de Dios.

Otro punto claro de referencia para explicar el significado de imagen de Dios atribuida a Cristo aparece en 2 Cor 4,4, donde Pablo afirma que los incrédulos, cegados por Satanás, son incapaces de «ver el resplandor del Evangelio glorioso de Cristo, que es imagen de Dios». Más adelante afirma que «la Gloria de Dios brilla en el rostro de Cristo» (4,6). Se palpa el paralelismo entre imagen y gloria. Pablo quiere decir que en Jesús está presente y resplandece la realidad majestuosa de Dios. Si en Génesis 1 la palabra «imagen» servía para subrayar la cercanía del hombre con su Creador, aun dejando a salvo las distancias, en Pablo sirve para resaltar que en el caso de Cristo se han anulado las distancias.

El autor de la carta a los Hebreos, de la escuela de Pablo, dice de Jesús que «es el resplandor de la Gloria de Dios y en él expresó Dios lo que es en sí mismo» (1,3).

Los hombres imagen de Cristo

Dice la carta a los Romanos: «Dios los eligió primero, destinándolos desde entonces a ser como su Hijo y semejantes a él, a fin de que sea él primogénito en medio de numerosos hermanos» (8,29). En el centro está el Hijo, y en comunión con él la humanidad entera, llamada a participar del ser filial de Cristo para constituir de este modo el cuerpo de los hijos de Dios: «hijos en el Hijo«. Esta es la meta que espera a todos los que se unen a Cristo, prototipo de la nueva humanidad.

En 1 Corintios 15 el apóstol establece una contraposición entre el primer hombre y Cristo, nuevo Adán. Los dos son principio fontal de humanidad. Pero la vieja humanidad ha producido pecado y muerte. La nueva humanidad unida a Cristo reproducirá su imagen de resucitado: «Así como nos parecemos ahora al hombre terrenal, también llevaremos la semejanza del hombre celestial» (15,49).

Pablo no reduce la semejanza con Cristo al futuro último. En 2 Corintios 3,18 sitúa en el presente el cambio de los cristianos que, contemplando la gloria del Señor Jesús, se van transformando en su imagen gloriosa: «Nos vamos transformando en imagen suya más y más resplandeciente». Se trata de una realidad actual, inserta en la vida.

En la misma línea se coloca Colosenses 3,9s: «Ustedes se despojaron del hombre viejo y su manera de vivir, para revestirse del hombre nuevo, que el Creador va renovando conforme a su imagen…»

Algo parecido dice Efesios 4,22-24: «Revístanse del hombre nuevo, al que Dios creó a su semejanza, dándole la justicia y la santidad que proceden de la Verdad». La existencia cristiana consiste toda ella en la transformación profunda del creyente que, de hombre viejo, dominado por las fuerzas del pecado y de la muerte, se convierte en hombre nuevo, a impulsos y a semejanza de Jesús.

El Adán del Génesis era sólo una «figura del que tenía que venir» (Rom 5,15). Los creyentes se convierten entonces en hombres nuevos gracias a una profunda participación bautismal en el ser de Cristo. El resultado final es que, por solidaridad con Jesús, el hombre llega a realizarse como auténtica imagen de Dios.

Ser imagen de Dios en Cristo es al mismo tiempo esperanza y experiencia presente, don acogido y compromiso responsable. Se trata de un camino ya iniciado a través de la experiencia histórica de fe y de amor de los creyentes, pero que esperamos completar llegando a la meta final, ya que Cristo es fiel.

Para reflexionar y dialogar

1. ¿Por qué afirmamos que el ser humano es imagen de Dios? ¿Es posible vivir como hijos de Dios, hermanos entre todos, en una sociedad en la que reina el individualismo?

2. Todos los que buscan defender la verdad, promover la justicia y vivir en solidaridad con los más pobres son perseguidos, calumniados y a veces hasta asesinados. ¿Por qué sucede así?

3. ¿Vivimos en nuestra familia y en nuestra comunidad realmente como hermanos? ¿Qué nos falta?

4. ¿Pretenden nuestros proyectos comunitarios construir el reino de Dios? ¿Cuáles son estos proyectos y cómo los estamos llevando adelante?

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