LII. Cuidados para prohibir los libros prohibidos
El nuevo general tuvo, como su predecesor, una atención especial para quitar de las manos de los Misioneros toda clase de libros condenados por la Santa Sede. Todos saben que Mons. el arzobispo de Cambrai, habiendo mandado imprimir en 1697 un libro sobre las vías interiores, pareció que en él se favorecía el quietismo; lo que obligó a Mons. de Meaux y otros obispos, aunque anteriormente amigos de Mons. de Cambrai, a llevar este libro a la Santa Sede y proseguir con urgencia su condena. Inocencio XII gobernaba por entonces la Iglesia y censuró con toda solemnidad este libro mediante un breve fechado en Roma, el 12 de marzo de 1699, después de mandarlo examinar como peligroso para inducir a muchos a errores ya condenados por la Iglesia, y en el que se contenían, en el sentido que aprecia la mente, opiniones, y máximas temerarias, escandalosas, malsonantes, ofensivas a los oídos piadosos, peligrosas en la práctica, y hasta erróneas respectivamente; prohibiendo bajo pena de excomunión leer y guardar este libro. Y con el fin de que este breve fuese recibido con más tranquilidad en Francia, donde existe la costumbre de contestar a veces las condenas de un libro en general, sin señalar las proposiciones dignas de censura, se ven en él una lista de 23 proposiciones extraídas del mismo libro, que tienden a admitir un estado permanente de Puro Amor, que excluye la esperanza y el temor; en el que se deja actuar a Dios, sin tener ya deseos voluntarios y deliberados de su propio interés, ni siquiera para la salvación, como propia, que se sacrifica absolutamente en las últimas pruebas; y en ese punto, se expira en la cruz con Nuestro Señor en quien la parte inferior no comunicaba a la superior su confusión involuntaria. En este estado pasivo se ejercitan todas las virtudes sin pensar a pesar de todo que son virtudes, sino solamente en hacer lo que Dios quiere, etc. Llegado este breve a Francia, fue recibido con unanimidad; Mons. de Cambrai mismo condenó su libro, obedeciendo a la Santa Sede.
El general de la Misión escribió en esta ocasión una carta a la CM, el 28 de marzo de 1699, en la que dice: El difunto sr. Jolly tenía por costumbre enviar a las casas la condena de ciertos libros y las prohibiciones que la Santa Sede hacía de leerlos porque contenían errores opuestos a las buenas costumbres y a la tradición de la Iglesia; yo creo que es mi deber imitarle en esta ocasión para preservar siempre a la CM de toda mala doctrina y conservarla en la que nos ha sido enseñada por el oráculo de la Iglesia, a la que debemos escuchar con una perfecta sumisión. Espero que Dios dé a la CM la gracia de conservarla en estos sentimientos tan seguros para la salvación, y le ruego que nos defienda contra toda doctrina falsa o sospechosa. Debemos evitar la lectura de los libros más curiosos que útiles para realizar nuestras funciones. Recomiendo mucho a los superiores que se muestren duros para que nadie guarde en su habitación ninguno de los libros condenados por la Santa Sede, sino cerrarlos con llave, la cual sólo debe estar en poder del superior. Atengámonos a las decisiones de la Iglesia y de la Santa Sede y a las máximas de la vida interior que nos ha dejado nuestro venerable Fundador, quien insistió tanto en que siguiéramos el camino real y común, Via Regia, etc.
Cuando el papa Clemente XI, sucesor de Inocencio XII, hubo condenado el famoso Caso de conciencia por la bula Vineam Domini, el sr. Pierron al enviárselo a las casas escribió también otra carta el 30 de marzo de 1703, en estos términos: Ustedes han oído hablar de un impreso titulado Caso de conciencia propuesto por un confesor de provincias, sobre un eclesiástico a quien dirige, y resuelto por varios doctores de la Sorbona, que en esto parecían renovar las disputas, que por tanto tiempo han perturbado a la Iglesia. He creído un deber advertirles, según costumbre, que este impreso ha sido condenado por Nuestro Santo Padre el Papa, el 12 de febrero pasado, con prohibición de leerle, bajo pena de excomunión; y asimismo por Mons. el Arzobispo de París, como contrario a los Breves apostólicos, consultándolo, después de firmar sencillamente el Formulario, diciendo que creía una sumisión de respeto y de silencio ser suficiente para lo que la Iglesia ha decidido sobre el hecho de Jansenio; y como favoreciendo la práctica de los equívocos y restricciones mentales e incluso de los perjurios. Además, por un decreto del Consejo de Estado del 5 de marzo ordenando la suspensión de todas estas obras. Casi todos los doctores que habían aprobado este Caso por sorpresa o de otra forma han suscrito la ordenanza de Mons. de París; los demás siguiendo en sus trece han sido exiliados, el Papa, habiendo dirigido un Breve muy urgente al Rey, en el que Su Santidad ha insistido que esa gente inquieta se calle, que los rebeldes sean reprimidos, que los testarudos obedezcan, y que el poder real ponga en orden a los que la dulzura de la Iglesia no logra atraer.
Tras semejante relato, el sr. Pierron añade: «No es necesario que yo les apremie en someterse a las órdenes de la autoridad eclesiástica y civil. Tenemos razón en creer que todos los súbditos de la CM se hallan muy distantes de las opiniones expresadas en el Caso; sin embargo con el fin de preservarnos cada vez más, he creído deber escribirles esta carta para que se lea a todos los sacerdotes y clérigos que han hecho los votos. No permitan que nadie de los nuestros en tales sentimientos o, por sutilezas capciosas dejen de lado las constituciones apostólicas; hay que desconfiar mucho y alejarse de las opiniones nuevas, siempre sospechosas, y singularmente de la que tienda a renovar las proposiciones Jansenistas tantas veces condenadas y prohibidas: tengamos por las decisiones de la Iglesia no solamente una sumisión de respeto y de silencio, sino una sumisión sincera de espíritu y de corazón. Que se vea en las ocasiones, y si se ha de tomar algún partido, que sea el de la Santa Sede y el de la Iglesia. Acerca de lo cual pido que se advierta que cuando se alce alguna contestación en la Iglesia no se ha de declarar ni declamar contra ninguna Comunidad, Instituto y Sociedad, lo que no puede producir sino malos efectos, sino imitar a Nuestro Venerable padre el sr. Vicente, quien en estos encuentros guardaba un gran comedimiento, y tenía además una obediencia tan profunda para las decisiones de la Santa Sede que las defendía con vigor y prudencia.» Se advierte que esta costumbre de la Co, comenzada por el difunto sr. Jolly de escribir circulares y de enviar a las casas las diferentes condenas de los libros hechas por la Santa Sede, cómo se acerca la CM al centro de la unidad; y si algunos particulares se apartan en ciertos encuentros de esta sumisión, no siguen en ello el espíritu de su comunidad: ya han sido reprendidos por el general; y cuando no han querido corregirse, se les ha rogado que se retiren.