XLI. Misioneros en Londres
El rey Jacobo II había sucedido en el trono de Inglaterra a su hermano Carlos II. Siendo aún duque de York, había abrazado la religión católica. Y cuando se convirtió en rey en 1685, envió al año siguiente un embajador a Roma y recibió, a su vez, en Londres a un nuncio apostólico. Este príncipe deseó también Misioneros para dirigir la capilla real, como sabía que en Francia la tenía en Versalles el Rey cristianísimo. El sr.Jolly los envió bajo la dirección del sr. Le Lasseur, hombre de espíritu y de mérito; fuero bien acogidos por el Rey, y comenzaron a desempeñar sus funciones. El sr. Le Lasseur escribió en estos términos al sr. Jolly, el 8 de mayo de 1687:
Hemos sido recibidos por Su Majestad con todas las demostraciones posibles de su afecto; nos ha llamado a conversar dos veces preguntándonos sobre las funciones de nuestra Congregación y testimoniando agrado al oírnos hablar sobre ella. Jamás se vio a un príncipe más celoso ni más piadoso que él, pero su celo se encuentra con dos grandes obstáculos. Algunos políticos han llegado a creer que se apresuraba demasiado y que habría ganado más yendo más despacio. Este mismo año de 1687, publicó un edicto que permitía en todos sus reinos la libertad de conciencia. Otros, por el contrario han pensado que no había suficiente vigor. El sr. Le Lasseur continúa: El espíritu de los Ingleses está infinitamente alejado de la religión romana; el Rey no ha podido encontrar disposición en todos que debían componer el Parlamento para hacerles aprobar la libertad de conciencia, que no ha dejado de mandar publicar por su propia autoridad. Hay actualmente siete u ocho capillas e iglesias en Londres donde se dice la misa en público, sin contar la del Rey en la que nosotros hacemos el oficio con la mayor pompa que podemos, mientras que oficiamos en el altar, ayudados por ocho niños de coro. La música del rey canta lo que se ha de cantar. Nunca se pierden el Rey y la Reina la misa mayor ni las vísperas que cantamos en su presencia todos los domingos y fiestas. Se predica en ellas también pero en inglés; se predica en francés tan sólo en la capilla de los Señores Embajadores de Francia y de España: no podemos dispensarnos de predicar alguna vez en la primera y pienso que habrá que hacerlo igual en la segunda. Todavía no estamos alojados en el Louvre, porque el apartamento que nos ha sido destinado no estará listo hasta el regreso de Windsor, donde el Rey va a pasar el verano, y donde nosotros vamos también con él. No llevamos todavía el hábito eclesiástico por la calle, pero nos acercamos a ello lo más que podemos, a fin de acostumbrar a las gentes. Hasta ahora hemos llevado la corbata, ahora comenzamos a dejarnos ver con el pequeño alzacuello de abate y una pequeña peluca; espero que pronto caminemos del todo conforme a las formas.
Sigue diciendo: Los RR. PP. Jesuitas comienzan a darse a conocer y a hacerse poderosos; hay uno que es confesor del Rey, otro de la Reina, y un tercero que es gran favorito del Rey. Era el P. Peter a quien se han atribuido algunos de los malos efectos que suceden después. Vivimos bien con ellos, si bien no existen muchas relaciones. Hay sin embargo algunos Mylords que se han convertido hace poco, otros que comienzan a ir a la misa en particular propter metum Judaeorum. Los Jesuitas abrirán dentro de quince días un colegio en Londres, no tendrá en un principio más que dos clases.
Ésta fue la relación que envió el sr. Le Lasseur desde Londres. La cual agradó mucho al sr. Jolly, pero las esperanzas se trocaron pronto en humo. Los Ingleses propensos a la rebelión, se sublevaron. El Rey se vio obligado a refugiarse en Francia, donde la Reina había llegado con el joven príncipe de Gales. Al año siguiente, el príncipe de Orange, yerno del Rey y jefe de los conspiradores fue proclamado rey con el nombre de Guillermo III. Los Misioneros tuvieron dificultades para volver a Francia adonde lograron llegar con salud. Todo lo que se había hecho por la religión fue echado por tierra; y el príncipe de Orange, ya Rey, tuvo también la habilidad de hacer firmar en Augsburgo, una liga a la mayor parte de los príncipes cristianos contra Francia, que es la única que podía apoyar a Jacobo II.
El papa Inocencio XI se había mezclado con la misma corona a propósito de las regalías, defendiendo al Señor obispo de Pamiers de las franquicias de Roma y de otros asuntos. Autorizó también la elección del joven príncipe Clemente de Baviera al arzobispado de Colonia mientras que Francia apoyaba la del cardenal de Furstemberg, este gran pontífice, que llevaba una vida muy ejemplar, no era del agrado de los franceses.
Favorecía sin embargo a la Congregación, y quería que ella conservara su primitiva sencillez. Estimaba al sr. Simon, superior de la casa de Roma. Pero habiendo hablado algunos maliciosamente en Francia que este superior se mezclaba un poco en los asuntos, era en efecto íntimo amigo del cardenal Cibo, todopoderoso en el pontificado de Inocencio XI. El rey muy cristiano habló al sr. Jolly de ello quien se vio obligado a sacarlo de Roma y poner al sr. Martin de superior en su lugar. El sr. Simon murió algunos años después ya de regreso a Francia, de una muerte bastante lastimosa, su espíritu había decaído. Se trata de un Misionero que pasó por ser hábil y de maneras más insinuantes. Se le ha considerado, al menos en su mayor parte, como autor de la vida del sr. Vicente, impresa en Roma, en italiano, en 1687, y dedicada al mismo papa Inocencio XI, obra que ha sido estimada en esta lengua. Lleva el nombre de Dominique Accami, sacerdote del Oratorio de Roma. Y se quiso actuar así en Roma, como se había hecho en Francia, donde Mons. obispo de Rodez se dio por autor de la Vida del S.Vicente en francés porque este digno fundador puso por práctica de la CM la de no publicar libros. Se dice en el prefacio de la Vida italiana que el servidor de Dios habiendo sido dotado de una caridad muy ardiente para con los pobres y de un gran celo por la santificación del clero, el libro se encontraba por ello digno de ser publicado, teniendo a la cabeza el nombre de un papa tan grande, considerado por todos como el padre de los pobres y excelente modelo de un eclesiástico perfecto. Se hace un resumen de lo que había dicho con mayor amplitud el editor de la Vida francesa ampliando sin embargo cuanto se refiere a las funciones de la Co, tanto para la utilidad de los Misioneros, que verían en este compendio lo que están obligados a hacer, como para la edificación de los lectores que se sentirán satisfechos al conocer tales cosas.
El sr. Martin, quien ocupaba el lugar del sr. Simon, era bien visto en Roma, habiendo pasado largo tiempo en Italia, en casi todas las casas. Era muy adicto a las máximas del sr. Vicente, sobre todo en el desinterés, que dio a conocer en un encuentro que merece ser referido. Un sacerdote de Roma, que había ganado algún dinerillo en un oficio que había ejercido, era buen amigo de la casa y le había dado un juego de plata de capilla completo. Se llamaba sr. Balamola. Se cultivaba su amistad, como es normal; pero él puso a prueba el desinterés de los Misioneros .
Hizo como si no los estimara ya tanto; no los recibía ya graciosamente como antes y acariciaba a otras comunidades. Llegó hasta reclamar la plata que les había entregado. El sr. Martin llevó la cosa al consejo para ver si se debía devolver; varios creían que no se debía hacer nada, sabiendo que la había dado voluntariamente. El sr. Martín fue de otro parecer y reunió a sus cohermanos. Se devolvió pues la platería que este buen sacerdote, enfermo y todo como estaba, recibió y puso a buen recaudo. Habiendo fallecido algún tiempo después, el sr. Martin tuvo la curiosidad por saber, por un hermano a quien mandó expresamente el contenido de su testamento, y cuál no sería su sorpresa al enterarse que en él hacía el elogio mayor del desinterés y de las buenas cualidades del espíritu de la Misión que él había reconocido, y que por eso quería que se devolviese a la casa el juego de plata que había mandado recuperar. Y por añadidura le donaba todos sus bienes de su herencia que ascendían a unos veinte mil escudos romanos. Este ejemplo singular es digno de atención.
Antes de salir de Roma, el sr. Martin había adecentado bien la capilla de la casa. Algunos eran del parecer de abrirla a los externos; hasta entonces no tenía puerta a la calle. Se habló con el papa Inocencio XI, quien no lo quiso diciendo que los misioneros debían seguir en su primitiva sencillez. El sr. Martin al cabo de algún tiempo cayó en extrema enfermedad; ya no podía realizar con facilidad su oficio de visitador de la provincia, ni siquiera el de superior de la casa de Roma. El sr. Jolly nombró en su lugar al sr. Jean-Pierre Terrarossa, quien fue así el primer superior italiano en Roma, como él le había elegido para Turin, después de la muerte del sr. Pesnelle, último superior francés, que llegó en 1683. Y desde entonces las cosas continuaron de igual modo.