Historia general de la C.M., hasta el año 1720 (34. Frutos de las misiones y seminarios de Italia)

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Author: Claude Joseph Lacour, C.M. · Translator: Máximo Agustín, C.M.. · Year of first publication: 1731.

Fue escrita por el Sr. Claude Joseph Lacour quien murió siendo Superior de la casa de la Congregación de la Misión de Sens el 29 de junio de 1731 en el priorato de San Georges de Marolles, donde fue enterrado. El manuscrito de l’Histoire générale de la Congrégation de la Mission de Claude-Joseph LACOUR cm, (Notice, Annales CM. t. 62, p. 137), se conserva en los Archivos de la Congregación de París. Ha sido publicado por el Señor Alfred MILON en los Annales de la CM., tomos 62 a 67. El texto ha sido recuperado y numerado por John RYBOLT cm. y un equipo, 1999- 2001. Algunos pasajes delicados habían sido omitidos en la edición de los Anales. Se han vuelto a introducir en conformidad con el original.


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San Vicente de Paúl
San Vicente de Paúl

XXXIV. Frutos de las misiones y seminarios de Italia

 

El sr. Jolly no se explica así más que en general en sus diferentes cartas sobre el buen éxito de los trabajos de la CM en Francia. Entra un poco en detalles cuando se refiere a los países extranjeros, que los Misioneros franceses conocen comúnmente menos, y por consiguiente sienten más curiosidad. Particulariza pues los bienes que se hacían en Italia en la primera carta que se ha citado: el sr. Simon me escribe de Roma que, gracias a Dios, su seminario externo marcha cada vez mejor; que los ejercicios de órdenes son casi continuos en esta casa a causa de los extra tempora. Nuestro Santo Padre el Papa y el cardenal vicario son tan celosos de estos ejercicios que no dispensan a casi nadie, ni por el lugar ni por el tiempo. Esto es lo que había hecho principalmente recomendable a la casa; los obispos y los cardenales los tenían en mucho, sobre todo a partir del Breve de Alejandro VII en 1662, que obligaba, bajo pena de suspensión, a todos los que aspiraran a una orden sagrada en Roma y en los obispados sufragáneos, a pasar 8 días en los ejercicios, reservándose para sí y para sus sucesores el poder de dispensar de ellos; práctica que su sucesor Clemente IX continuó con la misma diligencia, mostrando para eso una estima particular de la CM, como se refiere en la vida italiana del sr. Vicente. Igualmente el papa Clemente X e Inocencio XI, su sucesor, quien había dicho hacía muy poco, añade el sr. Jolly, a un prelado de condición, oficial de su cancillería, que había pedido permiso para ir a otra comunidad para disponerse a las órdenes en las Cuatro-témporas de Cuaresma. No, yo no lo quiero así; vaya a la Misión y se encontrará consuelo. El papa les ha hecho objeto de mucha bondad y les ha otorgado con facilidad muchas gracias en vistas de la utilidad de sus obras que se realizan más en esta casa que en otras de la CM, con mucha bendición y edificación del prójimo.

Y en la carta siguiente: Nuestras casas de Italia se van acomodando más y más y se multiplican en obreros por medio de los seminarios establecidos en Roma y en Génova. La misión de Nápoles logra salir adelante; se trabaja de continuo en las misiones, que Dios bendice, y se dan ejercicios de órdenes dos veces al año con éxito; ha tenido todas las seguridades necesarias por parte de los ministros reales. La de Roma con la aprobación del papa y de la curia romana, continúa difundiendo cada vez más buen olor de piedad y de caridad; las órdenes son frecuentes, los retiros casi continuos; la conferencia de los eclesiásticos produce mucho fruto, y un seminario externo que se ha comenzado allí hace algunos meses lleva buena marcha. Existen de ordinario tres equipos de obreros en misión y, además de estos trabajos, están encargados todavía de la dirección espiritual de los seminarios del colegio De propaganda fide. Y teniendo tantos empleos, esta casa no tenía suficiente espacio para alojarse. La Providencia lo ha provisto disponiendo a algunos vecinos a vender sus casas a un precio razonable, y nosotros les hemos enviado con qué pagarles, al menos en buena parte. Se lo podría haber encontrado bien en Italia; pero el primer emplazamiento comprado con el dinero de los Franceses, se quiso asegurar la libertad de tener allí a los Misioneros originarios de este reino, previendo quizás dificultades que podrían venir por parte de los Italianos en lo futuro. Ya están los nuestros alojados con bastante comodidad, prosigue el sr. Jolly, tienen sitio para acomodarse todavía mejor cuando lo necesiten.

En su carta del 20 de noviembre de 1680 hace una amplia relación de los bienes que hacía a la casa de Bastia, en la isla de Córcega, según se lo había comunicado el sr. Sappia, que era superior allí. El fruto de estas misiones, dice, no ha sido menor este año que los precedentes. Varios asesinatos se habrían cometido si Dios no los hubiera impedido por este medio, y de la misma forma varios odios y enemistades habrían continuado en las familias. Hemos tenido este año unas cuatrocientas reconciliaciones, así que hay solamente cuatro personas que se han negado a reconciliarse, y dos de ellas habiendo sido tocadas por Dios en accidentes imprevistos, lo hicieron más tarde, a pesar de los mil juramentos por los que anteriormente se habían obligado a no hacer nada. La última misión se dio en un lugar de reunión de todos los desórdenes que se pueden cometer. Se hallaron más de doscientos incestuosos, que vivían juntos hacía varios años, todos excomulgados; más de doscientas enemistades. Casi todos se habían apoderado de los bienes ajenos y se llamaba a los habitantes de aquel lugar los mallorquines de la costa. Y es que los mallorquines son grandes piratas del mar. No se cansan de robar, sin avergonzarse de ser conocidos como ladrones; y es que no es nada fácil castigar sus crímenes, porque habitando una región rodeada de montañas casi inaccesibles, los oficiales de justicia no entran sin grandes dificultades, y hasta el presente los habitantes, si bien divididos entre sí, se reúnen para matar a los sargentos y soldados bastante valientes para acercárseles y ejecutar algo contra ellos; de manera que los bandidos están allí con mayor seguridad que si estuviesen en San Pedro de Roma: allí se vende lo robado con tanta libertad como el pan en el mercado. Se ha trabajado en ello todo el mes de julio. Todos los incestuosos se ha separado unos de otros, los enemigos se han reconciliado, los ladrones han devuelto lo robado; y en cuanto a las restituciones inciertas, han entregado a las iglesias y otros lugares de piedad, quiénes caballos, quiénes bueyes, quiénes ovejas, quiénes parte de sus tierras.

Como se han causado varios daños unos a otros, los principales del lugar, que habían sufrido los mayores daños, rogaron con insistencia a los Misioneros que pidieran a la gente, por el amor de Dios y el perdón de sus pecados, que se devolvieran los daños que se habían causado unos a otros, lo que hicieron tan espontáneamente que interrumpieron al predicador y se dijeron palabras muy tiernas hasta hacer llorar a los más endurecidos. Uno de los principales del lugar que había vivido desde hacía 14 años con odio al sobrino y a los padres del párroco, había matado a trece personas de entre ellos, y éstos, aunque poderosos, deseaban reconciliarse, pensando que ya se había derramado suficiente sangre y gastado lo suficiente, y se habían matado animales por valor de diez mil libras por una parte y por otra. Él no quería oír hablar de reconciliación. Pero la palabra de Dios le tocó y accedió, con la condición de ser indemnizado de las pérdidas sufridas. Se le concedió, y ante esto, se arrojó al cuello de sus enemigos abrazándolos uno a uno y les perdonó todo lo que le debían, diciendo que no quería otra cosa, sino vivir como hermano con ellos. Todo este relato es hermoso y no merece menos atención que la que se encuentra en la Visa del sr. Vicente, de las primeras misiones dadas en esta isla.

En la carta siguiente, del 29 de agosto de 1681, el sr. Jolly habla del fruto de las misiones dadas en la diócesis de Reggio, en Lombardía, en las montañas del Apenino. Ha habido, dice, algo extraordinario; el pueblo ha acudido en masa, de dos o tres leguas, aunque había que pasar ríos crecidos y rápidos, con peligro de ahogarse. Se vieron obligados a hacer funciones en el campo, fuera de las iglesias incapaces de recibir a los oyentes; se dan conferencias espirituales a los sacerdotes que llegaban en gran número. Llegaron a reunirse alguna vez hasta más de cincuenta, de 20 o 25 pueblos de los alrededores. El sr. Chaussinon, que es el superior de esta casa, es el último Misionero francés que ha muerto en Italia desde hace algún tiempo. Escribe que uno se sentía edificado al ver a un tan gran número de párrocos llegar todos los días de una o dos leguas, a oír el catecismo y los sermones; se reunieron en la última misión hasta 80 y más. Las necesidades espirituales son grandes en aquel país, y hay grandes abusos; pero se observa mucha docilidad en los prelados y en el pueblo. Se han evitado las ocasiones del pecado, se han hecho cesar los escándalos públicos; los que tenían malas relaciones desde 15 o 20 años, las han roto; los otros se casaron. Los enemigos se han reconciliado, y todos por lo general han sacado un fruto extraordinario de estas misiones, sobre todo los srs. Párrocos y otros eclesiásticos. Uno de ellos se ha quedado todo el tiempo de la misión en el lugar donde se daba, sin querer decir la misa; decía que Dios le había tocado el corazón y que estaba dispuesto a llevar una mejor vida en adelante; había oído una voz interior que le decía: Vete a la misión, Dios no te tocará tal vez el corazón en otra ocasión. Vino a buscar la misión, a siete u ocho leguas lejos de su residencia. El prelado, añade el sr. Jolly, está super contento de estos grandes éxitos; hace que se trabaje en la construcción de la casa, de la capilla y de la sacristía.

Habla también de las misiones de Córcega celebradas en 1681, y dice que Dios había derramado en abundancia sus gracias por muchas reconciliaciones, y una entre otras muy importante. Ésta tenía a toda la parroquia dividida, y los partidos no querían escuchar ninguna propuesta de paz, hasta la víspera de la partida de los Misioneros. Y entonces se reconciliaron con gran contento de todos. Entonces mismo, un sacerdote, que había vivido con escándalo, detuvo al predicador durante la plática y tomando el crucifijo en la mano, pidió perdón públicamente por su vida. En otra parroquia, un hombre que quería prestar un falso juramento, siendo avisado por un Misionero, de no hacerlo, no queriendo seguir su consejo, añadió esta imprecación: Si no digo la verdad que me muera dentro de una hora de muerte súbita. El día siguiente fue mordido por un pez venenoso y presa al momento de tales dolores que se creyó que iba a morir. Un Misionero vino a confesarle, y nada más comenzar su confesión sus dolores disminuyeron. Prometió después de confesarse restituir lo que había jurado que no había robado, y su mal cesó al instante: cosa que se tomó como milagro.

En otro lugar, el señor había tenido en casa a una concubina durante varios años, y el obispo y diversos religiosos se habían dedicado en vano para que la abandonara. Nada se había logrado con las excomuniones que se le habían lanzado. Vino a los sermones de la misión, donde derramó muchas lágrimas; echó a su concubina, y ha edificado a sus súbditos tanto como los había escandalizado antes. Fue varias veces descalzo a un lugar de devoción con los pies desnudos, donde oía la misa, y protestó que nunca caería en su pecado; y así lo ha cumplido.

A todo esto se añade que aunque los trabajos y las fatigas de estas misiones fueran muy grandes, la bendición que Dios les concedía las hacía muy dulces.

Luego el sr. Jolly, hablando de otra casa de Italia, dijo: El sr. Martin, que está en Perugia, ha sido invitado por Mons. Obispo de Città della Pieve a ir a dar misiones en su diócesis, lo que ha llevado a cabo con permiso de Mons. Obispo de Perugia, y se ha hecho mucho bien allí. Mons. fue en procesión a la misión alejada dos leguas de la ciudad episcopal, acompañado de muchos de la nobleza. Asistió a la misa, dio la comunión y se unió por la tarde a la procesión, dando pruebas de que se sentía muy consolado por todo aquello. El mismo sr. Martin, excelente Misionero, luego superior de Turin, donde residió por mucho tiempo, dio igualmente misiones muy fructuosas en diversas ciudades del Piamonte. Tenía un talento maravilloso para tocar los corazones y hacer derramar lágrimas. Con frecuencia libertinos, que parecían rabiosos y empedernidos, se rendían a la fuerza de sus exhortaciones. Se habla también en la misma carta en pocas palabras de la casa de Roma. En ella se continuaba dando misiones en el campo y trabajando mucho en la ciudad para las órdenes, los ejercicios, el seminario externo, y las conferencias, siempre con grandes bendiciones de Dios. Y lo mismo en Génova.

En una carta posterior del 15 de noviembre de 1682, el sr. Jolly vuelve otra vez a las misiones de la isla de Córcega: Se han realizado allí arreglos muy importantes, y un gran número de almas han salido del mal estado en que se encontraban. En un lugar, el pueblo vivía sin Jesucristo, sin palabra de Dios y sin sacramentos, porque un sacerdote impedía que el obispo pusiera a un párroco. Los Misioneros hicieron el oficio por orden del prelado, administrando los sacramentos del bautismo, de la penitencia, de la eucaristía, etc., de manera que el pueblo parecía que comenzaba a ser cristiano. En otro lugar, la misión impidió que los habitantes de dos pueblos se masacrasen. Un hombre que fue mutilado por otro no quiso perdonarle nunca, durante cinco años, a pesar de todos los ruegos que se la habían hecho y hasta la intervención de los superiores. Sin embargo, tocado por Dios en la misión, abrazó a su enemigo y le llevó a cenar en su casa. Otro, que durante cinco años no había querido perdonar al asesinato de su padre y de dos de sus hermanos, lo hizo en la misma misión. Otro también besó la mano de quien había matado a su padre. Se puso remedio a cantidad de incestos y otros escándalos públicos; se han reconstruido muchas iglesias y me alargaría demasiado (15º cuaderno) si os dijera las demás particularidades. Pidamos a Dios que tenga a bien conservar los frutos de su gracia y enviar a buen número de obreros a la misión que es tan grande aquí como lo es en todas partes.

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