Federico Ozanam según su correspondencia (11)

Francisco Javier Fernández ChentoFederico OzanamLeave a Comment

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Author: Pativilca · Year of first publication: 1957.
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Capítulo XI: Doctorado en Letras

Virgen madre, hija de tu Hijo, humilde y excelsa más que ninguno, término fijo del eterno consejo.
Tú eres aquella que ennobleciste tanto a la naturaleza humana, que no tuvo a menos su Creador convertirse en su criatura.

Dante (Paraíso, c. 33, 1-6)

1.— El cuadro de Rafael

El viaje que, en 1833, realizó Ozanam a Italia y los días que pasó en Florencia, lo habían colocado frente a la figura del Dante. Recuerdo imborrable dejó en su memoria esa figura que aparece pintada por Rafael con la cabeza coronada de laureles y rodeado de pontífices y de doctores, en el celebérrimo cuadro «La disputa del Santísimo Sacramento».

¿Quién, al visitar Roma, y al subir, con el ánimo embargado por la curiosidad, la gran escalera del Vaticano y, habiendo recorrido las galerías que guardan con generosa hospitalidad las maravillas de todas las Edades y de todas las naciones, no ha sentido el corazón estremecido por la mayor emoción, al encontrarse en aquel lugar, que bien podríamos llamar el santuario del arte cristiano, al llegar a las galerías de Rafael?… Allí están encerrados, en una serie de frescos históricos y simbólicos, las grandezas y los beneficios del catolicismo. Pero, entre esos frescos, hay uno que arrebata la mirada del visitante e inflama su corazón con un amor mayor, no sabemos si por la magnificencia del tema o por la maestría de la ejecución. En este fresco se encuentra el Santísimo Sacramento, representado sobre un altar colocado entre el cielo y la tierra. El cielo, entreabierto, deja ver, en todo su esplendor, la Divina Trinidad, los ángeles y los santos, mientras que la tierra está coronada por una numerosa asamblea de pontífices y de doctores. En medio de estos grupos, se destaca, por la originalidad de su carácter, una figura cuya frente no está cubierta por la tiara ni por la mitra, sino tan sólo circundada por una corona de laureles. Sin mucho trabajo, descubriremos en sus rasgos a Dante Alighieri.

Allí se preguntó Ozanam, confundido, con qué derecho pudo el pintor colocar la imagen del poeta entre los venerables testigos y defensores de ese divino Misterio, en ese cuadro pintado bajo la mirada de los Papas, conservado en la propia ciudadela de la ortodoxia.

2.— Dante y la filosofía católica

Ozanam no se permitió descanso hasta no encontrar la respuesta de ello en la vida y en las obras del gran florentino.

Un estudio literario, filosófico, histórico, que obligase al escritor a sumergirse en plena Edad Media, con sus ciencias, sus santos, sus instituciones, sus costumbres, su poesía y su arte, no podía menos de deleitar a un joven y apasionado discípulo de la escuela arcaica de 1830, que, junto con Montalembert, Rio, Overbeck, Víctor Hugo, resucitaba por todas partes los monumentos olvidados o despreciados y aún los mutilados. En su entusiasmo por la Edad Media, escribía Oxanam a Janmot que aquellos tiempos se le antojaban iguales a esas islas encantadas de que hablan los poetas. «Se llega a ellas de paso, sólo por pocas horas, pero ofrecen tales frutos a nuestro paladar y tales aguas a nuestra sed, que hacen olvidar la patria, es decir, los tiempos presentes. En ellas queda preso el espíritu por la multitud de sus monumentos, por el encanto de sus hechos, por lo ejemplar de sus costumbres y por la poesía de sus tradiciones.»

Pero no era sólo el atractivo intelectual lo que halagaba a Ozanam. Mayor era para él el interés religioso que le ofrecía un estudio que encerraba materia tan copiosa sobre la acción de la Iglesia a través de esos oscuros siglos que él se proponía revivir e iluminar con su verdadera luz.

3.— Ozanam y la Edad Media

Lo que menos se había observado, hasta entonces, en el poema del Dante, era su filosofía. De la Edad Media nada había sido más descuidado, despreciado y por lo tanto ignorado, aun por los católicos, que aquella filosofía escolástica, juzgada como incomprensible, abstracta, árida, vacía y de una sutileza tal que rayaba en lo pueril.

Pero Dante nos presenta esa filosofía de la Edad Media, desplegada en toda su magnitud: Vasto sistema de ideas que abraza en su seno todos los conocimientos, ya sean divinos, ya sean humanos. Filosofía que conduce a la Teología. Sabiduría de la naturaleza que implora a la sabiduría de la gracia y la sabiduría de la gloria. Cadena sublime que sube de la tierra al cielo y que une el tiempo con la eternidad.

4.— Defensa del poema de Dante

Es cierto que se encuentran en su poema invectivas contra Roma y contra los Papas de su tiempo. No se le ocultan a Ozanam los ciegos arrebatos del desterrado contra aquellos que creía enemigos de su patria. Reconoce que muchas veces cubrió de injurias las cabezas de aquéllos cuyos pies debió besar, que muchas reces, arrastrado por su partido, repitió las calumnias que contra los Papas proferían los que a los Papas calumniaban y que no supo apreciar la piedad de Celestino, ni el celo de Bonifacio VIII, ni la ciencia de Juan XII. Pero también es cierto que, si en todo eso hubo imprudencia y cólera, error y falta, jamás fue por herejía.

Ese mismo Bonifacio VIII, a quien persiguió con sus venganzas de poeta, al caer víctima augusta entre las manos de los secuaces de Felipe el Bello, no fue ya para Dante más que el Vicario y la imagen de Cristo, por segunda vez crucificado. Si censura con violencia la falta en la persona del hombre, se inclina reverente ante el poder del sumo sacerdote. Para él, el Papa fue siempre Pedro, con las llaves del cielo en sus manos. Y fue siempre la Santa Sede romana el fundamento sobre el cual hace Dios reposar los destinos del mundo. Para él, esa Iglesia romana, Esposa, intérprete y secretaria de Jesucristo, es incapaz de mentir ni de errar.

Dante reconoce a la Iglesia la soberanía sobre las conciencias, describe con complacencia la economía del sacramento de la Penitencia, no duda del poder de la excomunión, ni de la legitimidad de las indulgencias, ni del mérito satisfactorio de las obras, no se cansa de recomendar a los vivos las almas de los que expían, y pone su confianza en la intercesión de la Santísima Virgen y de los santos.

Celebra con entusiasmo las órdenes religiosas con su canto incomparable a San Francisco de Asís. Y alaba a Santo Domingo, a quien llama «amante celoso de la fe cristiana, dulce con sus discípulos y temible con sus enemigos».

En fin, aquél a quien quisiera el protestantismo presentar como su satélite, dejó a la posteridad un himno que es uno de los más sublimes homenajes que de los fieles haya recibido la Madre de Dios: «O madre de virtute, tu del ciel donna e del mondo superna, etc.»

5.— Tesis de Ozanam

Al descubrir la belleza de este poema, quiso que fuese el tema de su tesis para el doctorado en Letras. La filosofía de Dante fue, después, también tema de su enseñanza.

La tesis de Ozanam fue engendrada en el dolor. La empezó en París, rodeado de las espinas de sus estudios de Derecho. Al regresar a Lyon, esperó encontrar allí la paz y el descanso necesarios para entregarse a su labor. Pero en Lyon tuvo que sufrir, primero, por la falta de documentos y de datos. Además, allí lo aguardaba su madre enferma, los asuntos de familia, las solicitudes para lograr la hipotética cátedra de Derecho. Ante tantas dificultades, se preguntó muchas veces Ozanam si no era temeraria seguir luchando por ese doctorado en Letras, seguir persiguiendo ese ideal de tan difícil realización. Pero no. Necesitaba de esa herramienta, que utilizaría al servicio de Dios.

6.— Defensa de la tesis

Por fin, el 17 de mayo, pudo salir la tesis camino de la Sorbona. Iba encomendada a Lallier, quien debía hacerla llegar hasta Le Clerc, «aunque la Sorbona no era un lugar desconocido para el poeta medioeval», decía el autor a su amigo. En efecto, consta que hacia el año 1230, pasó Dante una temporada en París y que asistía a las clases de un tal Sigier (el Cousin de aquel entonces), en la calle Fouarre.

La defensa solemne de su tesis tuvo lugar el 7 de enero de 1839, después de varios meses pasados en París y dedicados a la impresión y a las últimas correcciones. La tesis latina la dedicó a la memoria de su padre, y el tema era: «De frequenti apud veteres poetas heroum, ad inferos descensu» (sobre la bajada frecuente a los infiernos de los poetas de la antigüedad).

El título de la tesis francesa era: Sobre la Divina Comedia y sobre la filosofía de Dante. Esta tesis estaba dedicada a Lamartine, a Ampère y al P. Noirot, su antiguo profesor de Filosofía.

La defensa de esa tesis se vio rodeada de una pompa poco común. Un público muy numeroso se apretujaba en el anfiteatro, viéndose allí muchos estudiantes. El jurado fue excepcional. Constaba de nueve profesores, todos de renombre y algunos de entre ellos, ilustres. Estaban además presentes Cousin y Villemain, los cuales no tomaban parte en los debates, desde 1830.

El candidato que tenía ante la vista era un joven excesivamente modesto y poco confiado en sí mismo, pero no era tímido. Y tampoco era medroso. Le bastaba saber que estaba en la verdad y que debía defenderla. Las dificultades de un examen, la emoción de hablar en público, despertaban sus facultades en vez de embotarlas y las hacían más brillantes. La palabra hablada, más que la palabra escrita, tenía el poder de elevarlo, y de inspirarlo. Era un orador.

Quiso uno de los examinadores que hablara sobre los maestros de la Lengua y de la Literatura francesa en el siglo XVI. Luego quiso embrollarlo por la admiración que demostró hacia San Francisco de Sales. Pero Ozanam supo defenderse. Y lo hizo tan bien, que fue un triunfo para sí y también para el Obispo de Ginebra

7.— Éxito de Ozanam

Mas el gran éxito del día fue la argumentación sobre Dante y su filosofía. Ozanam se superó a si mismo en ese tema, fruto de seis años de estudio y de meditación. Fue tal su elocuencia, su palabra se elevó tan alto, que Cousin, ministro de Instrucción por esa época, sin poder contener su admiración, lo interrumpió exclamando: «¡Eso sí que es elocuencia!» Palabras éstas que fueron aprobadas por todo el auditorio, que no se cansó de aplaudir.

Fue más que éxito, dice el P. Lacordaire. Fue una revelación. La figura austera del siglo XIII, evocada por Ozanam con su triple aureola de poeta, de doctor y de proscrito, pareció sobreexcitar su genio. Nunca se vio un examen tan glorioso en la Sorbona.

Eso dice el P. Lacordaire. Las cartas de Ozanam ni siquiera mencionan el hecho. El mismo desapareció silenciosamente de París, al día siguiente de su grado. La salud de su madre lo tenía inquieto.

El esplendor de aquel éxito repercutió en Lyon, donde el Concejo Municipal le ofreció por mayoría la cátedra de Derecho Comercial. Por lo tanto, faltaba sólo para su nombramiento, la anuencia del Ministro de Instrucción Pública. Éste era Cousin, quien todavía bajo la impresión de la brillante tesis y de la palabra ardiente que había aplaudido, se apresuró a ofrecerle a Ozanam la cátedra de Filosofía del Colegio de Orleans. Esto último satisfacía mucho más la inclinación de Ozanam. Sin embargo, no titubeó en aceptar lo primero, por no separarse de su madre, cuya salud le inspiraba gran temor.

8.— Muerte de la madre de Ozanam

Pocos días tan sólo le quedaban de vida a aquella santa mujer que, el 14 de octubre, debía dormirse en el Señor, con la paz de los que han sabido vivir bajo su ley. De rodillas ante su lecho, lloraban desconsolados sus tres hijos, tres hijos que bendecían la memoria de aquélla que supo sembrar en ellos la semilla del honor, que supo inculcar en sus corazones el amor a Dios que obliga a respetar su ley, y el respeto al pobre que impulsa a besar el pan que se da con amor.

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