Capitulo VIII: Lyon y París. Doctorado en leyes
…porque allí estaba representada Aquélla que del divino amor abrió la llave. Dante (Purg. c. X, 41)
Ozanam seguía sus estudios con ardor. Ya sabemos que si estudiaba Derecho era únicamente para complacer, para obedecer a la voluntad de su padre. Su vocación, su deseo, era el estudio de las Letras. Esta afición la favorecían sus amigos católicos, los cuales sin cesar le encomendaban todo trabajo que se refiriese a ellas. Contribuía también a aumentarla el ejemplo de Juan Jacobo Ampére, quien a su regreso de América, se dedicó al cultivo de las literaturas extranjeras. Los estímulos de este amigo, verdadero hermano mayor (le llevaba trece años), le animaron a aprovechar su extenso conocimiento de lenguas extranjeras para ocuparse de estudios sobre literatura comparada. Y así, cada día se hicieron más tentadoras para él las Bellas Letras. Tentación tal que lo obligó a ocuparse de ellas mientras proseguía sus estudios de Leyes. Ya, en esta materia, había recibido desde julio de 1834, el título de Licenciado. Se preparaba ahora para el doctorado.
Fácilmente se comprende que efectuar esta doble tarea es una ruda labor. Para «tocar las dos cuerdas del arco», como confidencialmente escribe a su madre, se veía obligado a trabajar diez horas por día, sin contar las horas dedicadas a los cursos. En los meses cercanos a los exámenes, ascendían a catorce o quince las horas dedicadas al estudio. Solía él decir que, con la prudencia debida, se puede lograr no dañar la salud con semejantes excesos y aseguraba que, poco a poco, la naturaleza se acostumbra a ello.
1.— Inauguración de las Conferencias del P. Lacordaire en Notre Dame
En la Cuaresma de 1835, quedaron inauguradas, en la catedral de Notre Dame, las conferencias dominicales del P. Lacordaire. Sabiendo la parte que corresponde a Ozanam en tan importante suceso, nos será fácil comprender el consuelo que sentiría su corazón ante el éxito con que esas conferencias fueron acogidas. Con interés, y entusiasmo acudían a escuchar al insigne orador lo más escogido de la capital: Allí se podía ver al gran Lantartine, a J. Berrier, a innumerables literatos y sabios y un gran número de estudiantes. Le tocó a Ozanam hacer el análisis de esas conferencias para el periódico «L’Univers». Le pagaban por cada análisis veinticinco francos. El decía que, si con eso no aumentaba mucho el peso del bolsillo, a lo menos el espíritu ganaba algo.
2.— Vacaciones de Ozanam en Lyon
Con el fin de procurarle algún reposo, insistieron sus padres en que Ozanam pasase las futuras vacaciones con ellos en Lyon. Acude Ozanam presuroso, ardiendo en deseos de ver a los suyos, ansioso de saborear de nuevo las caricias de su madre, que tan tiernamente amaba.
El viaje de París a Lyon requería, por aquel entonces, dos días y una noche. Durante el viaje se le presentó a Ozanam la ocasión de dar pruebas de la virilidad cristiana que adornaba su carácter:
Le tocó por compañeros de viaje una familia alemana que se dirigía a Macon, la cual se componía del padre, madre y varios hijos. En una de las paradas que hizo diligencia sucedió que, habiéndose asomado al umbral de una casa una joven de singular belleza, le dirigió el alemán a Ozanam, con vulgaridad y descaro, ciertas insinuaciones incorrectas, en un mal francés… Ozanam que se juzgó ofendido, supo poner al alemán en su puesto con muy pocas palabras. Llegada la noche, quiso nuestro alemán divertirse de nuevo, esta vez con los suyos, abordando el mismo tema y burlándose cínicamente de la casta necedad del joven francés. Ozanam no se inmutó, pero como dominaba perfectamente el alemán, preparó su réplica y esperó el nuevo día. Llegado éste, se plantó ante nuestro hombre y en un alemán bien claro le dijo que «ninguno que se respete debería usar jamás semejantes bromas en una diligencia y que para todo padre de familia debería ser bochornoso el hablar de ese modo delante de su mujer y de sus hijos. Asombrado y avergonzado, se excusó el interpelado con palabras de respeto, llegando hasta a invitar a Ozanam a desayunar, al llegar a Macon. Ozanam rechazó esa invitación, ya que, siendo el día de la Asunción, quería comulgar en la iglesia más cercana. Quiso la suerte que poco después, un joven italiano, que iba en la misma diligencia, se dirigiese a Ozanam en solicitud de algunos informes que nuestro joven poliglota supo contestar con facilidad y elegancia en la lengua del extranjero. Creció con esto el asombro del alemán al ver que aquel joven, tranquila y sencillamente, hablaba tres idiomas.
En esos días se cernía sobre Francia el terror de la epidemia de cólera, lo cual entristecía los espíritus y ensombrecía toda alegría. Por eso, durante estas vacaciones, sólo pudo Ozanam disfrutar de los goces de la familia y de alguna que otra excursión. El temor del cólera mantenía congelados los espíritus y alejados amigos.
3.— Dos cancilleres de Inglaterra
Aprovechó Ozanam este tiempo de aislamiento para dedicarse a un trabajo que había de ser su primera obra escrita de Historia y Literatura religiosa. Y fue allí, cerca de su madre, que empezaba ya a sentir los síntomas de la enfermedad que la llevaría a la tumba; cerca de su madre, bajo el calor de su mirada, cuando empezó a escribir ese gran ensayo moral, histórico y crítico, que llamó «Dos cancilleres de Inglaterra». Primera manifestación del obrero, cuya magnífica talla se mide ya en esta primera obra.
Al mismo tiempo vemos que, apenas terminada la Licenciatura, y en vísperas de vestir la toga del abogado, no ocupa esto su mente, no llena su corazón. Lo que embarga su ánimo es la pasión de las Letras.
Pero no son las Letras por ellas mismas. Son las Letras consagradas a demostrar la trascendencia moral del Cristianismo en la conciencia humana. Por eso, si este primer trabajo de Historia no pasa de ser el ensayo elocuente de un erudito, es ya la obra de un fuerte apologista, que magnifica la acción superior de la religión poniendo de manifiesto esas dos figuras para, al compararlas, probar la evidencia de una tesis.
Sí. Al estudiar aquel poderoso genio de los tiempos modernos, aquel canciller de la Inglaterra de Isabel y de Jacobo I, al estudiar la vida de Bacon de Berula, y aquella inteligencia de primer orden, y encontrarse con un carácter rebajado hasta la abyección, esclavo de su propia fortuna, carácter que lo precipita en abismos tan vergonzosos que hacen enrojecer la Historia, Ozanam no puede menos de retroceder a la Edad Media, hasta encontrarse con otro canciller de la misma Inglaterra, bajo el reinado de Enrique II, Tomás Becket, hombre de la Corte transformado por la religión y la gracia del Episcopado en hombre de Dios, el Arzobispo de Caterbury, fiel hasta el heroísmo, sublime hasta el martirio.
Encontró Ozanam en estos dos personajes la representación del principio racionalista y del principio cristiano. En uno vio la razón elevada hasta su más alto grado por la intuición. En otro, contempló la fe sometida a su más ruda prueba por la más cruenta persecución. Y al ver al uno y al otro, quiso medirlos. Medir a un gran hombre con un gran santo, para descubrir en cuál de los dos se eleva más alto la naturaleza humana, en cuál de los dos se corona de más gloria esa misma naturaleza. Quiso experimentar de esa manera cuál de los dos principios —el de la filosofía o el de la religión—es más fecundo en virtud y más profundo en grandeza.
¡Tal es el trofeo que se esfuerza en levantar a la gloria del Evangelio ese joven conscripto que apenas cuenta veintidós años de edad!
Inútil es enumerar las dificultades que tuvo que vencer y los archivos que tuvo que consultar el concienzudo historiador para llevar a cabo su empresa. Hubo días de oscuridad completa en los cuales, no logrando escribir una sola línea, buscaba refugio en el amor de su madre, con quien pasaba largas horas, tratando de olvidare la ardua tarea que se habla impuesto. Buscaba también refugio en los brazos de otra Madre, la Virgen de Fourvière, en cuyo santuario se rendía gran culto al Obispo de Canterbury, recordando siempre que el santo varón, al ser proscrito, dirigió sus pasos a Lyon.
Leamos las líneas con las cuales cierra Ozanam su precioso estudio: «Ahí tenéis, ante vosotros, dos grandes figuras: el racionalismo creó la una; la otra, es hija del Cristianismo. A vosotros toca el comparar las dos vidas y decidir cuál de las dos debéis imitar.» Y termina su estudio con esta oración, que es un cántico a la inmortalidad del héroe, inmolado en aras del Derecho cristiano: «Hace seiscientos años que millones de católicos rodean de respeto y de amor la memoria de este Obispo de otra época. Y cuando, en las rogativas solemnes, repetimos la larga letanía de nuestros santos, no falta allí el tuyo, ¡oh Tomás de Canterbury! A ti también te invocamos y te saludamos con el más bello título que pueda pronunciar la lengua humana, al dirigirnos a ti, ¡oh Tomás Becket!, con el nombre de mártir».
Ozanam recibió por este trabajo muchos más elogios de los que deseaba, ya que lo que buscaba no eran alabanzas. Todo su esfuerzo se había encaminado a defender la religión. Por eso, una vez terminada su obra, la encontró pequeña al compararla con la obra de caridad que no lejos de él acaba de realizar Paul de La Perriére. Lleno de confusión, se dijo que una buena acción vale mucho más que un libro, que la acción es más eficaz que las palabras y casi se avergonzó de su papel de escribidor, como decía él.
No sospechaba el fruto que de su esfuerzo se había de cosechar. Además, para él mismo no fue en vano vivir la vida de aquel santo. Su recuerdo habla de ser luz y fuerza para los futuros combates de su propia existencia.
4.— Regreso de Ozanam a París
Después de cuatro meses de largas, pero laboriosas vacaciones, regresa Ozanam a París. ¡A París!, donde le esperaban, es cierto, las duras tareas precursoras de su doctorado en Leyes y de su doctorado en Letras. Fiero, sobre todo, ¡París!, donde encontraría su Obra por excelencia. La Obra de la caridad que él colocaba por encima de todas las demás.
En efecto, las Conferencias constituyeron la preocupación constante de Ozanam. Para atenderlas mejor, se había impuesto la costumbre de vivir por épocas con alguno de sus socios. Por eso se las había arreglado para pasar este año 1835-1836, último de su estancia en París, con su amigo Lallier, como había vivido el año anterior con Le Taillandier, el cual regresó después a Rouen, su ciudad natal.
Estrecha amistad unía a Ozanam y Lallier. Tenían más de un motivo para entenderse. Vivieron juntos como dos hermanos que se compenetran, como dos amigos capaces de practicar la amistad, ya que saben cuál es su fin. Aspirando ambos a la perfección, se ayudaban mutuamente y vemos cómo Ozanam suplicaba a Lallier su ayuda para dominar su indomable amor propio. Sabemos también que Ozanam poseía en alto grado cualidades de talento, de elocuencia y de cultura, pero no convertía él esas cualidades en cadena de púas con que azotar a su amigo. Lallier, por su parte, admiraba con satisfacción la superioridad de Ozanam, superioridad que le ayudaba a él mismo a ganar terreno en el camino de la perfección.
Veamos cómo definieron estos dos caracteres Lamache y La Perriére, amigos de entrambos: Ozanam era la iniciativa ardiente, la ciencia precoz, la franqueza que encanta y que conquista, ayudada por la seducción de los grandes pensamientos y de los sentimientos elevados. Fue siempre entre nosotros primus inter pares.
Lallier fue siempre su segundo: fuerte inteligencia, bondad profunda, gran sentido común, mayor juicio que imaginación, mayor solidez que brillo. De apariencia reservada, casi fría, pero con un corazón ardiente y, para los íntimos, lleno de ternura. A pesar de sus veintidós años, tenía la gravedad de un magistrado, con un natural tan bondadoso y lleno de afecto, que le valió el mote de Papá Lullier.
La amistad de estos dos jóvenes llegó a ser tan estrecha, que Ozanam confiesa que le era duro vivir sin él. Necesitaba tener su aprobación, sentir su cariño. Años más tarde le dice en una de sus cartas: «¡Qué egoísmo el mío! Ya sabes cuántas veces en París, en medio de nuestras conversaciones, mendigaba yo, por decirlo así, tus elogios y de cuántas mañas me valía yo para recibir testimonios de esa amistad con que tú me colmabas. Recuerdo que una tarde me dijiste que solías nombrarme especialmente en tus oraciones. Esas palabras se trabaron para siempre en mi corazón.»
5.— Organización de las Conferencias
Había sonado una hora solemne para la Sociedad de San Vicente de Paúl. Las cuatro Conferencias de París: Saint Etienne du Mont, Saint Sulpice, Saint Philippe du Roule y Notre Dame de Bonne Nouvelle, marchaban unidas por la más perfecta armonía. Pero ya la corriente de caridad arrastraba la Obra fuera de París. Ya sabemos que Leonce Curnier la fundó en Nimes; el joven pintor Janmot la había trasplantado a Roma, donde poco después se le juntó Claudius Lavergne. El mismo Ozanam había sembrado ya la primera semilla en la tierra lionesa, donde la veremos, aunque entre espinas, producir los más preciosos frutos. Ya se podía prever su total expansión por toda Francia, donde, al regresar a sus hogares, la implantarían todos esos estudiantes cristianos que pertenecían a las Conferencias de París. Había llegado el momento de realizar aquel ideal soñado por Ozanam de unir entre sí todas las Conferencias en una especie de confederación fraternal que tuviese un solo reglamento y una sola ley y que, igualmente, conservase también su sede central, a manera de hogar familiar, en París, lugar de su nacimiento.
6.— Reglamento de las Conferencias
Ese reglamento se elabora ya piadosa y concienzudamente por M. Bailly y por Lallier, los cuales habían consagrado a su elaboración las vacaciones del año 1835.
En la primera Asamblea general de 1836, que se llevó a cabo el día 21 de febrero, presentó M. Bailly el reglamento ante los socios. Tuvo buen cuidado M. Bailly de explicar que tal reglamento no era fruto de hipotéticas teorías, sino fruto de la experiencia adquirida y que había sido ya concertado entre los miembros de las Conferencias antes de la división. Las consideraciones preliminares, escritas por él, impregnadas del espíritu de humildad, de unión y de caridad, que necesariamente debe reinar entre los socios, así como el espíritu de sumisión hacia las autoridades eclesiásticas, habían sido tomadas de los escritos y palabras de San Vicente de Paúl. Puede decirse, por tanto, que el verdadero legislador de la Sociedad de San Vicente de Paúl, es el mismo Santo.
El reglamento propiamente dicho, redactado por LaIlier, secretario general, tiene en el Manual de la Sociedad la fecha de diciembre de 1835, exactamente la misma fecha en que Ozanam, de regreso a París, acaba de instalarse al lado de su amigo. Ni su nombre, ni su letra, aparecen en ninguna página. Pero se siente su espíritu en cada línea… Conocemos su satisfacción por esta carta, escrita en esos días: «Ya tenemos, al fin, esa organización escrita que tanto deseábamos». Luego continúa más abajo: «¡Por tanto, valor! Unidos o separados, de cerca o de lejos, tengamos un solo corazón. Un corazón siempre dispuesto a servir a los pobres. Un corazón lleno de amor para nuestra pequeña Sociedad que nos ha permitido conocernos los unos a los otros y que nos ha colocado en la senda de una vida más caritativa y más cristiana. Amemos sus costumbres. Respetemos sus reglas. La fidelidad en su observancia es la mejor garantía que podemos tener de la conservación de nuestra Obra. Ya que se dice que es mucho el mal que se hace, hagamos nosotros un poco de bien. ¡Cuánto nos felicitaremos más tarde de haber sabido aprovechar los años de nuestra juventud! La juventud es un campo que hay que saber cosechar. Estemos alerta y recojamos cuidadosamente las espigas que caen a nuestros pies. Esa hierba bendecida por el Señor, será provisión para nuestra vida entera.»
Esta es una de las pocas cartas que escribió Ozanam en 1836. Agobiado por el doble trabajo que se había impuesto, tiene momentos angustiosos en los que cree no va a poder cumplir satisfactoriamente su tarea. El tiempo se le escapa traidoramente y renuncia a los deberes de la amistad para poder consagrarse tenazmente a los libros.
7.— Doctorado en Derecho
El 30 de abril de este año logró coronar con el doctorado sus estudios de Derecho. Pocos eran entonces los estudiantes de Derecho que llegaban hasta el doctorado, el cual tan sólo les confería la prerrogativa de facultarlos para la enseñanza superior. Había de llegar el día en que Ozanam se beneficiara de esa facultad.
Poca alegría sintió Ozanam por su éxito. Doctor en Leyes, pertenecía, en adelante, al foro, al tribunal, a la carrera cuya vocación no sentía. Y por esa carrera, la del pleito, se vería obligado a abandonar para siempre la carrera, el apostolado de las Letras, esas Bellas Letras a las que se había sentido unido desde su infancia, desde su juventud, a las cuales había consagrado tantos desvelos y que le habían proporcionado tan nobles y santas alegrías.
¡Escribir para Dios! ¡Hablar para Dios!… Es ésta una de las horas más dolorosas de la vida de Ozanam.
8.— Perplejidad
Su regreso a Lyon lo turba. Abandona París y, ¿para qué?… Se pregunta aterrado si tendrá que encerrarse en la estrecha esfera de la abogacía. Siente una repugnancia invencible por las luchas del tribunal y no sabe si su repugnancia se debe a orgullo. Tampoco sabe si es vocación esa predilección tan definida que siente por los estudios superiores… Combinando las cosas, tal vez pudiera hacer de las Letras su distracción, ya que no puede hacer su profesión. Pero aquella naturaleza enérgica, pletórica de voluntad, nunca quiere nada a medias. Además, la pasión que le inspiran las Letras, pedía, para quedar satisfecha, que consagrase a ellas su vida entera, así como les había consagrado su alma. Sin embargo, no encontrando otro medio de conciliar las cosas, resolvió aplazar su regreso a Lyon hasta después de las vacaciones y aprovechar ese plazo para preparar su doctorado en Letras.
9.— Regreso de Ozanam a su hogar
No hay que suponer que la idea de regresar al hogar no fuera grata al corazón de Ozanam. Sin duda que deseaba con ardor reunirse con los suyos. Sentía, además, que sus padres necesitaban su presencia. El, a su vez, anhelaba su compañía. Pero nada de eso disminuía el sacrificio que le costaba dejar su destierro de París, separarse de los que supieron endulzado y, sobre todo, renunciar a aquellas reuniones fraternales que con nada podría remplazar.
En París quedaban todavía los queridos y venerados maestros que, cual fuertes cadenas, lo retenían allí. El más grande y más tierno de entre ellos, desapareció en esos días. Sí. El 10 de junio murió, en Marsella, André Marie Ampère, aquél a quien Ozanam llamó siempre su segundo padre.
10.— Muerte de Ampére
La muerte de este gran sabio y profundo cristiano fue preciosa ante Dios. Ozanam colocó sobre la tumba de ese amigo paternal un homenaje que fue, ante todo, un homenaje a la religión que lo hizo tan bueno y al mismo tiempo tan grande. Oigámoslo: «¡Qué bella era la obra que el Cristianismo había realizado en aquella gran alma: su admirable sencillez, pudor del genio que todo lo sabe y tan sólo ignora lo mucho que vale; su caridad afable y comunicativa, y su benevolencia que sabía adelantarse a todos y a todos recibir en sus brazos!». Y Ozanam lo llama de nuevo su segundo padre, que no otra cosa fue para él.