Federico Ozanam fue, secundado por varios amigos universitarios católicos, el promotor de la «Conferencia de Caridad», de la que se derivaría, al ser dividida en secciones —vinculadas en un mismo espíritu y en un especifico apostolado seglar católico—, la Sociedad de San Vicente de Paúl.
Cuando Ozanam llegó a Paris, el 5 de noviembre de 1831, a sus dieciochos años de edad, experimentó la amargura deprimente de la soledad y el desamparo, en una pensión de mal ambiente moral; zambullido de repente en aquella ciudad dominada por el materialismo ateo y el libertinaje de costumbres; y en la Universidad, donde imperaba el espíritu de la Revolución y del racionalismo con sus secuelas.
Entonces, como náufrago en medio de un mar tempestuoso, sintió la íntima necesidad de unirse, para mutua defensa y aliento, con otros jóvenes estudiantes, que compartieran sus creencias religiosas y deseo de fidelidad a éstas.
Impelido por esas inquietudes, y afirmándose en su madurada aspiración de «formar una asociación de amigos, trabajando juntos en el edificio de la ciencia, bajo el pensamiento católico«, se atrajo la confianza de varios compañeros.
Unidos por este común ideal, se pusieron bajo el mecenazgo del señor Bailly, catedrático de Filosofía y director propietario del periódico la «Tribuna Católica», de cuarenta años, casado, ferviente católico, y entusiasta y generoso protector de los estudiantes católicos.
La actividad apostólica, en beneficio propio y ajeno, del grupito aglutinado por Ozanam empezó con buenos augurios, porque se abrió camino en el local donde estuvo la «Sociedad de los Buenos Estudios», proporcionado por el señor Bailly, y fue creciendo en interés y asistencia a las reuniones.
«Un amigo —escribió Ozanam a su primo Falconnet— me ha abierto la puerta de una reunión literaria, poco numerosa, último refugio de la antigua «Sociedad de los Buenos Estudios»… hemos reclutado jóvenes de un talento superior… el influjo tumultuoso de la política está excluido de esas reuniones. Pero, por lo demás, en todo hay plena y entera libertad. Así se abordan cuestiones graves, jóvenes filósofos vienen a pedir cuentas al catolicismo de sus doctrinas y de ‘sus obras… se establece sobre bases firmes la inmortal unión de la verdadera filosofía con la fe… hay entre nosotros franca y cordial amistad —con los otros, siempre benevolencia y cortesía—, pues entre nosotros hay una especie de fraternidad muy peculiar«.
Igualmente le ponderó en otra carta, respecto de las aspiraciones del grupo: «Lo que hay de más útil en esta obra es demostrar a la juventud estudiante que se puede ser católico y tener sentido común, amar a la religión y a la libertad; en fin, es sustraer a la juventud de la indiferencia religiosa y acostumbrarla a profundas y serias reflexiones. Pero lo que es más grato y consolador para la juventud cristiana son las Conferencias establecidas a petición de sus amigos.
Así nacieron las Conferencias de Derecho e Historia. Las de Derecho tenían lugar dos veces por semana, tratándose incluso cuestiones controvertidas; las de Historia, los sábados, siendo permitida toda clase de temas: Historia, Filosofía, Literatura, etc. Y precisaba en la misma carta: «Tres medios nos da la divina Providencia para entrenarnos en la triple actividad (la jurisprudencia, las ciencias morales y algunos conocimientos del mundo). Son las Conferencias de Derecho, las de Historia, y las reuniones en casa del señor Montalembert».
En la Conferencia de caridad, reinaba entre los jóvenes sincera y cordial amistad, conducente a una íntima y alentadora fraternidad, en la que, como manifestó Ozanam, «estaban una docena más estrechamente unidos por los vínculos del espíritu y del corazón». Es el marcado carácter fraternal, que dio a la Conferencia de caridad —y a la Sociedad de San Vicente de Paúl, derivada de ella—, el ser una verdadera familia, integrada por cuantos, aunque de diverso modo, están integrados en ella. Y Ozanam disfrutaba considerándose miembro activo de esta familia, como lo declaró en diversas ocasiones.
La Conferencia de caridad quedó constituida —después de una reunión previa, el 23 de abril, cumpleaños de Ozanam—, en mayo de 1833.
Ozanam dijo expresamente, en el discurso inaugural de la primera Conferencia de Florencia (Italia): «Os halláis delante de uno de aquellos ocho estudiantes que hace veinte años —pronunció el discurso el 30-1-1853, año de su muerte—, en mayo de 1833, se unieron por primera vez al amparo de la sombra de San Vicente de Paúl, en París… sentíamos el deseo y la necesidad de mantener nuestra fe en medio de las acometidas de las diversas escuelas de los falsos sabios. Entonces nos dijimos: Pues bien, ¡trabajemos! llagamos algo que esté en conformidad con nuestra fe. Pero ¿qué podremos hacer para ser católicos de verdad, sino consagrarnos a aquello que más agrada a Dios? Socorramos, pues, a nuestro prójimo como hacía Jesucristo, y pongamos nuestra fe bajo las alas protectoras de la caridad. Unánimes en este pensamiento nos unimos ocho».
En el desarrollo estructural y en la orientación apostólica, inspirada en las enseñanzas y métodos apostólicos de San Vicente de Paúl influyeron considerablemente el profesor Bailly, elegido presidente, y su hermano el P. Bailly, sacerdote de la Congregación de la Misión (PP. Paúles), quien fue, realmente, el primer asesor religioso de la Sociedad, que pertenecían a una familia en la que San Vicente de Paúl era el Santo familiar, poseyendo importantes manuscritos suyos, etc. Y también cooperó muy eficazmente Sor Rosalía Rendú, Hija de la Caridad, apóstol del suburbio, que los animó, orientó y facilitó medios económicos, de los que, como estudiantes provincianos, no abundaban. De forma que fue una madre para la Conferencia.
Así se explica el carácter tan marcadamente vicentino de la Conferencia de Caridad, y que al dividirse y constituirse en Asociación, eligiera a San Vicente de Paúl por titular y Patrono.
Ozanam declaró al respecto: «Un santo Patrono es un modelo que es menester esforzarse en realizar, como él mismo ha realizado el modelo divino que es Jesucristo. Es una vida que es preciso continuar, un corazón en el que hay que calentar el propio, una inteligencia en la cual es necesario buscar luces, es un dechado en la tierra y un protector en el cielo, a quien se le debe un doble culto, de imitación y de invocación… San Vicente de Paúl tiene una inmensa ventaja por la proximidad del tiempo en que vivió, por la variedad infinita de los beneficios que esparció y por su universalidad».
El fin principal de la Sociedad de San Vicente de Paúl se iba perfilando en su germen inicial; la Conferencia de Caridad: «Formar una agrupación o asociación de mutuo aliento para los jóvenes católicos, donde se encuentra amistad, apoyo, ejemplos; donde se encuentra un sustitutivo de la familia cristiana, en la cual se ha crecido… Luego el lazo más fuerte, el principio de una verdadera amistad, es la caridad y la caridad no puede existir sin expandirse hacia el exterior».
Pero la caridad proyectada en obras, antes ha de ser vivida intensa y comprometidamente en el seno de la Conferencia: «Es nuestro interés primordial, por el que nuestra Asociación ha sido fundada, y si nos damos cita bajo el techo de los pobres, es menos por ellos que por nosotros; es para hacernos mejores y más amigos».
Concretó, además: «El objetivo de la Sociedad es, sobre todo, caldear y extender entre la juventud el espíritu del catolicismo; a tal fin, la asiduidad de las reuniones, la unión de intenciones y de oraciones son indispensables; y la visita a los pobres debe ser el medio, y no el fin de la Sociedad». Asimismo: «Estimular la piedad y el espíritu de fraternidad cristiana, por los medios que preserven a nuestra Conferencia de degenerar en despachos de beneficencia». «¡Cuánto debo a nuestra Sociedad, —subrayó Ozanam—, que fue el apoyo y el encanto en los más peligrosos años de mi juventud!».
El apostolado de la Sociedad —apostolado seglar católico— se distingue por su doble carácter de ser: «Profundamente cristiano, a la vez que absolutamente laical».
La Sociedad de San Vicente de Paúl se mantiene tradicionalmente fiel a este doble aspecto fundamental que la unifica, vivifica y hace fecundo, universal y atrayente para todos los hombres de todos los tiempos y lugares su apostolado, incesantemente bendecido y recomendado por la Iglesia.