Léonce Curnier, natural de Nîmes, había ido a Lyon para terminar sus estudios, y en un curso de dibujo conoció al que iba a marcar su vida entera y al que propuso como modelo a sus nietos: Federico Ozanam quien tenía entonces 18 años 1. Curnier creía verlo en el cielo situado entre San Vicente de Paúl y San Francisco de Sales. Esta sucinta explicación resume dos aspectos importantes del compromiso del cristiano Ozanam 2. Yo situaría sin embargo a Francisco de Sales antes que al Sr. Vincent, pues los primeros combates de Ozanam quieren aceptar el reto planteado a la fe cristiana por la filosofía de la Ilustración. El joven Lionés está profundamente marcado por quien le inició en la filosofía en el instituto real, el abad Noirot. La religión dentro de los límites de la simple razón llevaba a excluir partes enteras de la revelación y, en el mejor de los casos, a reconocer en las enseñanzas de Jesús los principios de una moral social útil para los débiles, niños, mujeres y para el pueblo, para los cuales constituirían un freno… lo que Marx denunciará más tarde, no sin buenas razones. El Sr. Noirot invitaba a unir de nuevo la razón y la fe; para él, en el conocimiento, no había que separar la razón pura de la experiencia y de la tradición. Leer todo sobre la erudición alemana y buscar en las tradiciones de todos los pueblos las huellas de la religión primitiva, y por tanto del catolicismo, tal fue el gran proyecto que el joven Ozanam propuso a sus amigos de la facultad. Él mismo, limitando esta ambición desmedida, va a emprender búsquedas que llevan a los tiempos medievales. En efecto, él sigue la estela del gran hombre al que se apresura a conocer en cuanto llega a París, el autor del Genio del Cristianismo o la belleza de la religión cristiana (1802): Chateaubriand. El encantador bretón había propuesto una alternativa cultural a la Ilustración volviendo a dar colores a una Edad Media que hacía falta redescubrir, lo que el romanticismo, conjugado con la búsqueda de las antigüedades nacionales, favoreció primero en Alemania y en Inglaterra. Ozanam, quien posee una sólida cultura clásica, jurídica y literaria, quiere responder al inglés Edgard Gibbon para quien el cristianismo está en el origen de la decadencia del Imperio romano. Adelantándose más de un siglo a los trabajos de Henri-Irénée Marrou, inventor del concepto de Antigüedad tardía que sustituye al de decadencia. Ozanam quiere mostrar que fue el cristianismo quien salvó la cultura antigua. Además, éste cristianizó a los Bárbaros. En la Sorbona, respondiendo a ciertos eruditos alemanes, querrá demostrar que, repudiando el patrimonio romano y cristiano, se vuelve a la barbarie. Una tentación que ha conservado toda su actualidad en el siglo XX. Encontramos en el profesor de literatura extranjera de la Sorbona lo que Remi Brague quiere mostrar, a saber, que el genio de Roma fue transmitir y hacer encontrarse a las culturas. Frente a un abad Gaume que pedía excluir a los clásicos paganos de la enseñanza secundaria, Ozanam es uno de los defensores de la cultura heredada de Grecia y Roma. Pero, no por ello se trata de limitar la evangelización de los pueblos a inculcar esta herencia. Hostil al método de la tabla rasa, alabará a San Gregorio el Grande por los consejos que este papa dio a los misioneros enviados a Inglaterra: dejar a los nuevos cristianos «sus fiestas rústicas, sus banquetes inocentes y sus alegrías temporales». «Respetando las costumbres religiosas de los pueblos, la iglesia hacía en premier lugar un acto de sabiduría, pero también de caridad» escribe Ozanam 3. Conocemos el debate recurrente más allá de la condena de los ritos chinos.
¿Pero cómo aceptar el desafío de la enculturación? Por otra parte, la evangelización no podría lograrse por las armas: Ozanam es tan severo con el método de conversión de los Sajones – ¿quien sabe si Lutero no es un descendiente de este pueblo? se pregunta – como con los excesos de los cruzados contra los albigenses. Y él mismo predica con el ejemplo en su cátedra de la Sorbona: se permite defender con argumentos racionales, y con su propia sensibilidad, lo que llama «el progreso por el cristianismo»4, pero lo hace de manera que inspira el respeto y la estima de los oyentes que no comparten sus convicciones transmitidas por sus palabras: «¡Ah Ozanam!
¡Cuánto le queremos!», escribió Renan. En cuanto a Lamartine, hizo el bello elogio de «ese hombre sin hiel» con el que se podía discrepar sin suscitar el anatema. En esto sí que era el Francisco de Sales del siglo XIX.
Pero fue también el Vicente de Paúl de los principios de la Revolución industrial en Francia y uno de los precursores del catolicismo social. A pesar de que la conferencia de caridad (1833) haya nacido en primer lugar a fin de unir en la fe a los estudiantes de provincia llegados a París, el descubrimiento progresivo que algunos de ellos van a hacer de la «cuestión social», es decir del pauperismo surgido de la industrialización, se debe en gran parte al hecho de subir las escaleras de los pobres. Ozanam mantenía de su hermano el abad5 esta idea del «apostolado de los laicos en el mundo» (1835): de hecho, la Sociedad de San Vicente de Paúl6 fue fundada por laicos, está dirigida por ellos, no implica a la Iglesia, lo que la diferencia claramente de la Acción católica de Pío XI. En cuanto a saber si Ozanam fue «el» fundador de la Sociedad, el debate histórico está ya cerrado y reconoce los méritos de unos y otros, del Sr. Bailly como de Ozanam7 . Ozanam tenía de la caridad la idea más alta, y de la visita a los pobres el momento de un intercambio mutuo donde el que da recibe tanto como el que recibe. Durante un tiempo profesor de Derecho comercial en Lyon (1841-42), luego implicado en obras prácticas resultantes de la urgencia entre febrero y el otoño de 1848, este católico social (hay otros), demócrata (lo que era mucho más raro) está a la búsqueda de una tercera vía entre el liberalismo económico, demasiado inglés para agradarle, y el dirigismo estatal que este liberal rechaza. Pero la justicia debe intervenir y el cristiano es un mediador entre el rico y el pobre. De aquí, propuestas: el impuesto progresivo sobre los ingresos, que las Cámaras votarán sólo en 1914; las asociaciones libres de trabajadores, sin decidir entre la corporación o el sindicato, propuesta que retoma León XIII en Rerum novarum (1891). Ozanam, que se ha adherido a una República cristiana y que piensa que el lema «Libertad, igualdad, fraternidad» se inspira del modelo de la iglesia primitiva, no tiene nada de un socialista pues para él prometer, como hacen los socialistas, la felicitad en la tierra, es olvidar la pena, la enfermedad y la muerte. Frente al progreso de la industria y a una uniformización ya perceptible de los productos, de la ropa, de las costumbres, él se distingue tanto de los censores implacables como de los admiradores pasmados8. Él percibió claramente las dos caras del progreso.
En los años 1840-1850 los campeones del catolicismo en Francia son un sacerdote y tres laicos. Lacordaire es el hombre de la cátedra sagrada. Ozanam el hombre de la cátedra universitaria. Montalembert el hombre de la tribuna parlamentaria. Los tres son liberales en política. Defienden pues libertades, entre las que está la de la Iglesia frente a los poderes, y ésta es la herencia del primero, Lamennais. Son partidarios de la libertad de enseñanza pero, a este respecto, Ozanam defiende el lugar de la universidad. El cuarto hombre, de sensibilidad diferente, es el converso Louis Veuillot, buen representante del poder creciente de la prensa. Los cuatro, aunque con matices, son más ultramontanos que galicanos, lo que les reconcilia entonces, para los primeros, con el liberalismo. Ozanam va a aplaudir los principios del pontificado de Pío IX del que espera la reconciliación de la Iglesia con la libertad. Muy atento a la situación de una Italia que él conoce bien y poco representativo de los franceses de su tiempo, huye de los mundos cerrados, ya se trate de los cenáculos lioneses, del corporativismo universitario o de los reflejos hexagonales. La orientación de sus investigaciones, de sus viajes y su participación en la Propagación de la fe han contribuido a ampliar los horizontes que los recuerdos italianos del doctor que fue su padre y el legado que él recibió de la cultura antigua habían abierto ya. Sería, sin embargo, un error hacer de él un precursor del ecumenismo. Al mismo tiempo que respeta a las personas, y por tanto a los protestantes, no le gusta el protestantismo, percibido a través de los luteranos y los anglicanos: el gran reproche que él hace a estas Iglesias es estar sometidas a los príncipes.
Ozanam encarna un tipo de cristiano que es como un puente y, en mi opinión, si hubiera que hacer una comparación, sería con Madeleine Delbrêt. He aquí dos seres que luchan en una frontera: la Universidad hija de la Ilustración por un lado, la ciudad marxista por otro. Una y otra son «misioneros sin barco» cuyo carisma no es el de los Savonarolas de todos los tiempos lanzando anatemas de profetas. En la controversia, destacan distinguiendo las doctrinas y las personas. Ello mantiene a veces la sospecha en su propio campo.
Beatificando en 1997 a un laico casado, muy enamorado de su esposa, y buen padre de familia, la Iglesia ha propuesto una cara de la santidad que raramente se había fomentado anteriormente. Ozanam había descubierto poco a poco que las tres formas de amor: el eros, la philia y el agape se enriquecían mutuamente.
Si un santo fuera un ángel, un buen ángel, ¿quién podría pretender a la aureola? El hecho de que Federico Ozanam haya compartido las flaquezas humanas está probado por su correspondencia9. Nuestro hombre se preocupa por su salud o por sus medios de existencia, por la acogida que se da a sus libros, por su carrera…¿No fue uno de los sueños de sus últimos años la elección a la Academia de las Inscripciones y Bellas Letras? Pero el examen de conciencia frecuente había enriquecido su vida interior. No se engañaba a sí mismo sobre lo que sería una religión de fachada. «Se pueden murmurar de boca muchas oraciones y sin embargo…»10 Él tiene el sentido, como el Sr. Vicente, del cristianismo encarnado: «Que nuestra vida sea la expresión continua de nuestras creencias» escribió con 20 años. Esto implica el «no rechazar a los que no creen» (1843) e introducir la religión sabiendo «esperar a este respecto las preguntas y las aperturas» (1849). No habiendo sido educado en la religión del miedo, habiendo retenido de su retiro de Primera comunión que el amor es el elemento civilizador por excelencia, este hombre cálido, disponible, benévolo, lleno de humor, y cuya vida es bien conocida al mismo tiempo que conserva su parte de misterio, sigue siendo uno de los mejores ejemplos que se puede proponer a la juventud y a las parejas de nuestro tiempo11.
- Léonce Curnier: La Juventud de Federico Ozanam, 1888.
- G. Cholvy: Federico Ozanam: el compromiso de un intelectual católico en el siglo XIX. Fayard 2003.
- La civilización cristiana entre los Francos, t VI de las Obras Completas, p. 157 sq.
- Un gran reto de la época: Lamennais quiso recuperar la idea del progreso frente a la Ilustración, pero pronto la ley de los tres estados de Auguste Comte establecerá una jerarquía que sitúa al cristianismo como una etapa superada. Sin embargo, Ozanam muere antes de que el positivismo conquiste el campo intelectual y antes que Renan haya escrito en 1848 El porvenir de la ciencia, publicado sólo en 1890.
- Del que hemos tenido que volver a evaluar su papel hasta entonces ignorado.
- Hay que recordar que nunca fue una cofradía.
- Ver nuestros capítulos V y VI dedicados a la Sociedad de San Vicente de Paúl.
- Ver sus impresiones a raíz de la visita de la Exposición universal de Londres en 1851.
- Sobre el difícil combate ligado al despertar de la sexualidad, ver el intercambio de cartas con su amigo François Lallier, capítulo IV, «Una gran amistad».
- A su novia, 1 de mayo de 1841
- Sin hablar de… universitarios y docentes