Federico Ozanam, Carta 0035: A Hippolyte Fortoul

Francisco Javier Fernández ChentoEscritos de Federico OzanamLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Federico Ozanam · Traductor: Jaime Corera, C.M.. · Año publicación original: 2015 · Fuente: Federico Ozanam, Correspondencia. Tomo I: Cartas de juventud (1819-1840)..
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Discusión sobre sus ideas filosóficas respectivas.

Lyon, 24 de julio de 1831.

Mi muy querido amigo:

Hace mucho tiempo que numerosas obligaciones me privan del placer de conversar contigo.

Hoy me encuentro un poco más libre y me apresuro a responder a tu amable carta.

Lo primero, déjame agradecerte por la estima demasiado grande que muestras hacia mí. Siempre he sido inferior a ti, incluso cuando era tu émulo. Cómo será eso hoy, hoy cuando tu pensamiento ardiente ha atravesado tantos mundos que me son desconocidos.

¿Me atreveré, pues, yo, débil soñador como soy, a dirigirte algunas observaciones rápidas sobre tus trabajos filosóficos y sobre los míos? Aunque tengas que llamarme al orden, aquí van algunas de mis ideas.

Admito, igual que tú, amigo mío, la utilidad, la necesidad de la sicología, y sobre ella me apoyo para postular los primeros principios. Igual que tú reconozco, ante todo, en el alma tres hechos, tres facultades que serán, si te parece, las almas de Platón: 1º las ideas, la razón, el hecho impersonal; 2º la sensibilidad; 3º el yo, suspendido sin cesar entre esos dos órdenes de fenómenos diversos.

Pero he aquí una observación que me impresiona. Entre los seres privados de toda especie de educación, por ejemplo los sordomudos, la razón no recibe ningún desarrollo y se siente a primera vista que debe ser así; como las necesidades físicas, las sensaciones absorben toda la atención, toda la energía del yo, se le hace imposible elevarse a la esfera de las ideas, revelaciones confusas que pasan rápidas y fugitivas, como rayos bajo un cielo negro.

Si la educación, la palabra, llega a calentar esos gérmenes ocultos, tomarán vida, crecerán rápidamente, y el que aprende creerá que recuerda. De donde se sigue que la revelación exterior o la educación es necesaria para desarrollar la revelación interior o la razón. Herencia preciosa transmitida de padres a hijos, esa educación, esa palabra, ¿de dónde viene para iluminar al primer hombre, de dónde viene sino de Dios? Pues a eso llamo yo revelación primitiva; ahí tienes el objeto de mis investigaciones.

Distingamos pues dos hechos impersonales, uno encerrado en el santuario de la conciencia, el otro en la tradición. El uno y el otro se explican, se aclaran mutuamente, pero están lejos de confundirse; cada uno tiene su dominio y sus límites. El estudio del primero será el objeto de la sicología, investigar el segundo es tarea de la historia.

Sin embargo, la historia solo será legítima si la sicología ocupa en ella su parte. Esas dos clases de trabajos deben caminar por líneas paralelas y con un paso simultáneo. Además, como las transformaciones experimentadas por la palabra primitiva han tenido como condicionantes numerosas circunstancias políticas y locales, la historia general de los pueblos y la geografía de los países que habitaron son objetos indispensables que hay que estudiar. A continuación, el problema sicológico: dada una creencia religiosa, ¿qué influencia tendrán sobre el espíritu de sus seguidores las circunstancias físicas y morales, qué revoluciones, qué cambios tendrá que sufrir?

Por lo demás, espero poder muy pronto explicarte de viva voz mis ideas sobre este tema.

En cuanto al panteísmo católico alemán del que me hablas, te confieso que no soy suficientemente sabio en metafísica para entrar en discusión sobre una materia semejante. Solo diré que me parece que hay una regla severa, demasiadas veces olvidada por los filósofos más profundos: la regla de subordinar toda opinión filosófica a esas leyes inmutables del pensamiento que unos denominan razón y otros sentido común. Ahora bien, es un principio de sentido común, en mi opinión, que hay algo fuera del yo; por un lado Dios, y por el otro el mundo, y también los hombres, mis semejantes, que forman la gran familia del género humano. Sé que, al basar toda la filosofía sobre el hecho sicológico de Descartes, hay que pasar por el panteísmo para establecer la existencia del mundo y la de Dios, pero ese es precisamente el panteísmo que me parece eminentemente opuesto a los principios de la razón, el que me haría dudar de la excelencia del principio del que se deriva. No, yo no creo que toda ciencia pueda ser construida sobre esa estrecha base. Yo creo que esas tres grandes ideas, Dios, yo, el mundo, contemporáneos en nuestro espíritu, son cada uno la base de un orden diverso de conocimiento. Tan antiguos el uno como el otro, no se podría, sin violar las leyes de la lógica, encerrarlos en una sola idea generadora. El yo supone el no-yo, y al establecerse a sí mismo reconoce a la vez la existencia de lo que no es él.

Someto estas reflexiones, muy incompletas, a tu prudente examen. Entrego a la vez a tu crítica un folleto[1] que Huchard te remitirá y que acaba de ser concebido por mi débil cerebro. Encontrarás, tal vez, las ideas un poco triviales, superficiales, pero la mayoría de los lectores no son profundos ni sabios como tú. Así que serás comprensivo, ¿no es así?

Como tu hermano[2], que tuvo la amabilidad de remitirme tu carta, no tenía entonces domicilio fijo, le he estado buscando desde entonces inútilmente. Por favor, envíame su dirección.

Tengo algo de prisa, y te dejo con la esperanza de abrazarte muy pronto.

Tu amigo,

A.-F. Ozanam.

P.S. Materne me encarga que le excuse ante ti por el envío que te ha hecho sin franqueo. Ha sido un error del empaquetador. Iterum vale[3].

Dirección: Al señor C. Huchard, rue des Maçons-Sorbonne, Hôtel Sainte-Anne nº 24, para remitir al señor H. Fortoul, París. • Fuentes: Archives nationales, 246 AP 4, nº 9 (original). — Archives Société de Saint Vincent de Paul (fotocopia). — Archives Laporte (copia). • Edición: LFO5, carta 1342 (30 bis).

[1]      Se trata, sin duda, de las Réflexions sur la doctrine de Saint-Simon par un catholique (Reflexiones sobre la doctrina de Saint-Simon, por un católico), publicadas primero en Le Précurseur el 11 y 14 de mayo de 1831, reunidas luego en un folleto. Cf. Galopin, nº 44.

[2]      Fortuné Fortoul, por entonces estudiante de Derecho en París.

[3]*    «Adiós, una vez más».

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