El pobre, en el corazón de san Vicente (II)

Mitxel OlabuénagaEspiritualidad vicenciana1 Comment

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  1. UN CORAZÓN DE FUEGO

«Tendríamos que vendernos a nosotros mismos para sacar a nuestros hermanos de la miseria»; «Somos los culpables de que ellos, los pobres, sufran por su ignorancia y sus pecados; nuestra es, pues, la culpa de que ellos sufran, si no sacrificamos toda nuestra vida por instruirlos»7; «Hay que atender a las necesida­des materiales y espirituales de nuestro prójimo con la misma rapidez con que se corre a apagar el fuego».

Estas tres frases, tomadas al azar de entre las muchísimas que nos ha dejado Vicente de Paúl en sus más de 8.000 páginas, sola­mente pueden proceder de un corazón tan inflamado que es puro fuego. Aquí no hay trampa ni cartón. Nadie puede hablar así, si no hay detrás un coraje y un atrevimiento que supera los límites de la atildada prudencia.

Alguien ha dicho que Vicente de Paúl tenía un corazón enfer­mo. Pero no se asusten: es un corazón enfermo de una patología tan positiva como extraña: la pasión por los pobres. Nosotros nos conformamos con un corazón «preocupado por los pobres», «interesado por los pobres», «cercano a los pobres». Vicente de Paúl tiene un corazón apasionado por los pobres hasta quemarse totalmente como en un holocausto. Los pobres son su pasión dominante. Y, ante una pasión así, todo lo demás queda en un segundo plano.

Y, desde este corazón de fuego, ama a los pobres sin romanticismos; con calor, inteligencia e identificación; desde sus heridas y desde el seguimiento de Jesucristo; dispuesto a pagar el precio necesario; uniendo a cuantos más, de toda condición, a esta «tarea divina»; desde las dos categorías complementarias del amor cristiano: la curativa y la preventiva; y con agradecimiento.

Aún más, para que esta pasión por los pobres no se difumine ni se quede en los paisajes de la buena voluntad, establece dos focos iluminadores que incendian todavía más su corazón: «Los pobres, como sacramento de Cristo» y «los pobres como amos y señores nuestros».

LAS CLAVES DEL CORAZÓN

El historiador de la espiritualidad francesa, H. Brémond, dice que «quien ve a Vicente de Paúl más filántropo que místico, quien no le ve místico ante todo, se representa un Vicente de Paúl que jamás existió».

Y es que el corazón de Vicente de Paúl tiene unas claves sin las cuales no podríamos entenderlo. Es el corazón de un santo, no el de un activista. Es el corazón de un hombre de fe, no el de un ideólogo. Por eso, es importante recorrer las tres claves desde donde palpita este corazón.

  1. DESDE EL SENTIDO TEOLÓGICO

La opción por los pobres antes que un mandamiento y un compromiso es una realidad de fe o una verdad teológica. Dios es el primero que opta por los pobres. Por tanto, la causa de los pobres es la causa de Dios y la cuestión de los pobres es la cuestión de Dios. Por eso podemos decir que el pobre es el lugar teológico, el lugar teofánico de Dios, en cuanto que en ellos está escandalosamente presente.

Pero lo que aquí está en juego no son los méritos, los valores o las virtudes de los pobres, sino la justicia del Reino de Dios, la voluntad de Dios de que los pobres tengan vida en abundancia. Monseñor Romero, en el discurso pronunciado en la Universidad de Lovaina, el 2 de febrero de 1980, subrayaba: «Los antiguos cristianos decían: ‘Gloria Dei, homo vivens’ (La gloria de Dios es el hombre que vive). Nosotros podríamos concretar esto diciendo: ‘Gloria Dei, pauper vivens’ (La gloria de Dios es el pobre que vive)». J. Dupont lo ha expresado certeramente: «Dios favorece a los pobres no porque les deba algo, sino porque se debe a sí mismo hacerse su defensor y protector; está en juego su justicia real». Como subraya el Documento La Iglesia y los pobres, de la Comisión Episcopal de Pastoral Social, «Dios sería injusto si pareciese colaborar con la injusticia, o simplemente guardar silencio frente a ella, sin defender al oprimido ni levantar al caído.

En este horizonte hay que situar y comprender a Vicente de Paúl cuando afirma: «Dios es el protector de los pobres”. Así, el           25 de octubre de 1643 interpela a los Sacerdotes de la Misión: «¡Pobres de nosotros si somos remisos en cumplir con la obligación que tenemos de socorrer a los pobres! Porque nos hemos dado a Dios para esto y Dios cuenta con nosotros…». Y es que cuando com­parte su fe y su experiencia con los Sacerdotes de la Misión, Vicente de Paúl pretende que éstos sepan claramente lo que ha intentado e intenta con la fundación de la Congregación: organizar en la Iglesia una «Compañía que tenga a los pobres por herencia y que se entregue totalmente a ellos’. Su insistencia no deja lugar a dudas: «Somos los sacerdotes de los pobres. Dios nos ha elegido para ellos. Esto es capital para nosotros, el resto es accesorio”.

Solamente desde este sentido teológico puede entenderse la tantas veces mal interpretada frase de H. Bremond: «No son los pobres los que han llevado a Dios a Vicente de Paúl, sino que es Dios el que le ha llevado a los pobres».

  1. DESDE EL SENTIDO CRISTOLÓGICO

Para descubrir el criterio definitivo de la opción por los pobres en Vicente de Paúl, es preciso introducirse especialmen­te en el mensaje y en la misión de Jesús como referencia absolu­ta a su predilección por los pobres. En términos de Vicente de Paúl, esta opción equivale a «expresar al vivo la vocación de Jesucristo»: «¿Verdad que nos sentimos dichosos, hermanos míos, de expresar al vivo la vocación de Jesucristo? ¿Quién manifiesta mejor la forma de vivir que Jesucristo tuvo en la tierra sino los misioneros? ¡Oh! ¡Qué felices serán los que puedan decir, en la hora de su muerte, aquellas palabras de Nuestro Señor: ‘Evangelizare pauperibus misit me Dominus’! Ved, hermanos míos, cómo lo principal para Nuestro Señor era trabajar por los pobres. Cuando se dirigía a los otros, lo hacía como de pasada». Pero hay que señalar que esta vocación misionera no tiene otro objeti­vo más que continuar la misión de Cristo enviado por el Padre para evangelizar a los pobres, para decirles «que el Reino de los cielos está cerca y que ese Reino es para los pobres».

Por tanto, si Vicente de Paúl fija especialmente su mirada en el capítulo 4, versículos 18 y 19, del evangelio de San Lucas («EI Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido para que dé la Buena Noticia a los pobres…»), es porque encuentra ahí el punto clave de su opción por los pobres, de su vocación y de su misión en la Iglesia y en la sociedad.

Un punto absolutamente clave en esta cristología vicenciana es el misterio de la Encarnación. Vicente de Paúl aprendió, en la escuela de espiritualidad de Pedro de Berulle, la centralidad del Verbo Encarnado. Porque este Mesías, Cristo, es Dios encarna­do en la historia. Y por esta encarnación, Jesucristo es enviado

por el Padre para realizar su voluntad de servicio. Así, en el centro de «la fe y de la experiencia» de Vicente de Paúl aparece un Cristo-Amor que se caracteriza por un «espíritu de caridad perfecta» y que se manifiesta en un «total anonadamiento» de amor por los hombres. Un Mesías servidor que «toma la figura de siervo, haciéndose semejante a los hombres… y obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz». Un Mesías que viene para llegar al fondo de la realidad humana. Un Mesías que re­chaza, para su identidad y la de sus seguidores, todos aquellos términos que designan el «cargo» o la «autoridad» y los sustitu­ye por la simple expresión de «servicio».

En definitiva, Vicente de Paúl hace la «opción por los pobres» desde una opción anterior: la opción por Jesucristo evangeliza­dor y servidor de los pobres, «el-hombre-para-los-demás, el des­poseído, el siervo, el que sirve su vida y sirve su muerte». Aun­que es conveniente matizar que no se trata de dos opciones separadas, sino de dos momentos de una sola y misma opción. La identidad vicenciana es cristocéntrica y, por tanto, su opción por los pobres sólo se entiende porque la causa de los pobres es la causa de Cristo.

  1. DESDE EL SENTIDO ECLESIOLÓGICO

Naturalmente, si la Iglesia es sacramento de Cristo, debe pro­longar en el mundo la preferencia del Maestro por los deshere­dados. Así lo entendió perfectamente Vicente de Paúl. Su cora­zón jamás separa este trinomio: Cristo-Iglesia-Pobres. Ciertamente, se podría haber dejado seducir por el aspecto jurí­dico, económico y poderoso de la Iglesia de Francia en el siglo XVII. Pero un hugonote, que desea convertirse, le recuerda la fea realidad: la Iglesia ha abandonado a los pobres; se ha roto, en la práctica, la línea Cristo-Iglesia-Pobres. Y Vicente de Paúl des­cubre que sólo hay una respuesta coherente y válida: la opción por los pobres como expresión visible y creíble de la Iglesia. La misma respuesta que, bastantes años después, vio cumplida en sus Sacerdotes de la Misión: «¡Qué dicha para nosotros, los misioneros, poder demostrar que el Espíritu Santo guía a su Iglesia, trabajando como trabajamos por la instrucción y santifi­cación de los pobres!».

Para comprender mejor este sentido eclesiológico del espíri­tu vicenciano en su opción por los pobres, será bueno echar mano de un texto reciente que parece sacado del mismo pensamiento de Vicente de Paúl. Me refiero a lo que dice el Documen­to La Iglesia y los pobres: «… esa misión es ser la Iglesia de los pobres en un doble sentido: en el de una Iglesia pobre, y una Iglesia para los pobres. Así como Jesús fue radical y esen­cialmente pobre por su encarnación, y entregado principalmente a los pobres por su misión, y sólo así cumplió la redención y Él mismo alcanzó su glorificación, la Iglesia de Jesús debe ser aquélla que en su constitución social, sus costumbres y su orga­nización, sus medios de vida y su ubicación, está marcada prefe­rentemente por el mundo de los pobres, y su preocupación, su dedicación y su planificación esté orientada principalmente por su misión de servicio hacia los pobres”.

También será bueno y necesario recordar lo que ya decía un contemporáneo y discípulo de Vicente de Paúl, el ilustre predi­cador Bossuet, en un famosísimo sermón cuaresmal «sobre la eminente dignidad de los pobres en la Iglesia», sermón predica­do en la Catedral parisina de Notre Dame: «En el mundo, los ricos disfrutan todas sus ventajas y ocupan los principales pues­tos; en el reino de Jesucristo, la preeminencia pertenece a los pobres, que son los primogénitos de su Iglesia y sus verdaderos hijos. En el mundo, los pobres dependen de los ricos, y parecen haber nacido sólo para servirlos; en la santa Iglesia, por el con­trario, no son admitidos los ricos sino con la condición de servir a los pobres». Y nadie duda de que, en este tema, Vicente de Paúl ejerce una destacada influencia en el pensamiento de Bossuet. Es más, da la impresión de que Bossuet es el altavoz ele­gante y docto del hablar sencillo de Vicente de Paúl.

En consecuencia, para Vicente de Paúl la Iglesia es una comunidad de caridad, que continúa el «espíritu de caridad per­fecta de Cristo». No es una promesa de poderío, sino la Iglesia «sierva y pobre», la «Iglesia de los pobres». Por eso, cuando se está con los pobres y se pone el máximo de efectivos al servicio de los necesitados y desvalidos, se está seguro de permanecer en la Iglesia de Cristo.

CEME

Celestino Fernández

 

One Comment on “El pobre, en el corazón de san Vicente (II)”

  1. ME HA GUSTADO MUCHO, EL PADRE CELESTINO TIENE LA GRACIA QUE DIOS LE HA CONCEBIDO PARA TRANSMITIR EL ESPIRITU DE LOS FUNDADORES Y REALIDADES DE LA SOCIEDAD QUE VIVIMOS HOY.

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