Por los escritos de Sor Catalina y los relatos del P. Aladel conocemos lo fundamental de la visión.
Todo ocurre como en éxtasis y comprende tres fases fundamentales. Las novicias que están a su lado no sospechan nada.
La Santísima Virgen se aparece en pie, a la altura del cuadro que preside San José; su estatura es mediana. Viste de blanco aurora, y un velo largo, que desciende hasta los pies, cubre su cabela; resplandece de belleza, sus pies descansan sobre media esfera blanca y holla la cabeza de una serpiente verdusca con pintas amarillas. Sus manos alzan otra esfera, que corona una cruz, y que es símbolo del mundo. Al pronto su mirada se torna suplicante; sus dedos se adornan con anillos engarzados de piedras preciosas, de las que escapan rayos de luz. Luego, sus brazos, libres del símbolo que sostenían, pero siempre irradiando luz, se dejan caer, iluminando la esfera interior, en la que puede leerse la palabra «Francia». María hace comprender a la Hermana que esta segunda esfera representa el mundo entero y a cada alma en particular; que de los rayos de luz que parten de sus dedos figuran las gracias que con generosidad y alegría derrama sobre quienes la invocan.
Después, despacio, muy lentamente, se va dibujando una línea oval, que enmarca la visión, y, comenzando a la altura de las manos, en letras de oro, se graba en semicírculo la invocación: «¡Oh María, sin pecado concebida, rogad por nosotros, que recurrimos a Vos.» En aquel instante la vidente oye una voz interior, que le dice: «Haz grabar una medalla según este modelo. Todos los que la lleven al cuello, impuesta con confianza, recibirán muchas gracias.»
Poco después el óvalo se vuelve, y la Hermana contempla el reverso de la Medalla que debe hacer grabar. Ve dos corazones: el de la izquierda, coronado de espinas; el de la derecha, traspasado por una espada, y sobre ellos una M mayúscula, rematada por una cruz. Doce estrellas rodean el conjunto. Por una voz interior comprende la vidente que no hay que escribir más, pues esto ya es bastante elocuente.
Símbolos bíblicos y naturales
La descripción de la visión no puede ser más sencilla, precisa y clara. Apenas puede indicarse un vocablo que sobre. Pero lo admirable de la visión es que los signos y las imágenes en ella expresados se compenetran perfectamente, de forma que, simbólicamente, dan una idea exacta de la Historia de María en el plan salvífico de Dios. Es una visión global, dinámica, en la que las transformaciones se hacen tan insensibles que únicamente el arte cinematográfico podría reproducir.
El arte cristiano, el lenguaje de las catacumbas y de las ceremonias litúrgicas, habla por figuras que, mostrándonos una cosa, nos invita a ver otra. La Medalla, en este sentido, y prescindiendo de su origen, es un caso particular dentro de la numismática cristiana.
Emilio Cid leyó en el Congreso Mariano Nacional de Zaragoza, en 1954, una ponente titulada La Medalla Milagrosa, expresión gráfica de la mariología. En ella, más que la interpretación doctrinal de los símbolos, nos interesa su agrupación en símbolos bíblicos y naturales.
Símbolos bíblicos son las estrellas, que recuerdan eliexto del Apocalipsis: «Y en su cabeza, una corona de doce estrellas» (Apoc., 12,1). El color del vestido, que alude al mismo versículo: «Una mujer vestida de sol.» Los corazones, que traen a la memoria la profecía de Simeón: «Y una espada atravesará tu atma» (Luc., 2,35), al igual que la presencia de María en el Calvario (In., 19, 25). La serpiente a los pies de María, que evoca al Proto evangelio: «Pondré enemistades entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya, y habrá en su descendencia quien quebrante tu cabeza» (Gén., 3, 15).
Símbolos naturales son: los rayos de luz, «que simbolizan las‘ gracias que la Virgen derrama». Las esferas, que «representan al mundo entero y a cada alma en particular». La actitud orante de la Virgen y la actitud de distribuir gracias, que nos recuerdan su intercesión y mediación.
Hay otros símbolos que han sido convencionalmente usados por los cristianos para el uso cultual y devocional, y que pueden aludir, más o menos remotamente, a textos bíblicos. Entre estos símbolos están: la Cruz, símbolo del Cristianismo, y más en concreto de Cristo y del modo doloroso con que nos redimió. La M, que significa el nombre de María y su persona, es decir, su Maternidad. La M y la Cruz entrelazadas, que recuerdan la estrecha colaboración de Cristo y María en la obra redentora. La jaculatoria «Oh María, sin pecado concebida, rogad por nosotros, que recurrimos a Vos», que, evidentemente, expresa la creencia en el privilegio de la Inmaculada Concepción de María.
Todos estos símbolos tienen un significado global primario y principal, al que todos tienden a dar realce. Por eso no importan ni las incoherencias ni el desorden en que están colocados: es igual que las estrellas aparezcan en el reverso y no coronando a la Virgen y que en un momento dado se vean dos esferas, que representan el mundo a la vez. El simbolismo central, el que asume el tema de la visión, es la mujer, «bella en su total belleza», la madre de vivientes hijos de Dios. Los demás símbolos, con ser importantes, son como engalanaduras de éste.
Interpretaciones marginales
Al margen de esta simbología perenne, bíblico-cristiana, entrañable y clara, se han elaborado otras interpretaciones superficiales, a veces infundadas y a veces de valor pasajero, con intenciones más o menos ascético-teológicas. Así, Miguel Gutiérrez escribió Valor apologético de la Medalla y La Medada y el credo, que demuestran una superficialidad pasmosa. Lo mismo le sucedió a Celestino Moso, que dedicó muchas páginas a explicar el simbolismo de una aureola que no existió en las apariciones. Otros, como Filippo Trucco, Julio Sánchez y Angelo Campanale, expusieron sus teorías doctrinales sobre la mediación de la Virgen y la Inmaculada Concepción sirviéndose de los símbolos de la Medalla, como si éstos garantizaran sus ideas, que pronto pasaron.
Dentro de estas interpretaciones marginales los dominicos han .considerado que la Virgen apareció con el rosario en la mano, pues en cada uno de sus dedos llevaba tres anillos con diez perlas, de las que brotaban los haces de luz. El Padre Pradet, en su obra Le renouveau au XIX siécle, y el Padre Gasnier, en su trabajo Le Chapelet dans les apparitions de la Médaille Miraculeuse, son los mejores exponentes de esta teoría piadosa, pero no muy fundada.
En esta misma línea ascética y pastoral, el P. Antonio Fiat de-.cía en su Circular del 2 de febrero de 1880 a la Congregación de la Misión:
«¿Qué significan los dos corazones grabados en el reverso de la Medalla?… Sin duda, que, atendiendo a las palabras de Sor Catalina Labouré, son un signo profético del desarrollo que debe tomar en la Iglesia la devoción a los Sagrados Corazones de Jesús y de María… Para nosotros esto significa además una invitación a honrarlos y a hacerlos honrar…»
«La postura humilde de los corazones en lugar secundario es el símbolo de nuestra vida cristianas así como una fuente, oculta en la montaña, produce el surtidor, o así como las raíces ocultas producen el tallo y se hunden tanto más cuanto más alto ha de ser aquél, así debe ser nuestra vida cristiana: oculta, sin hacer ostentación de nosotros mismos, estando siempre unidos a los Corazones de Jesús y de María para la exaltación de la Santa -Cruz, que es la señal del verdadero cristiano…»
Más curiosas y abundantes han sido las interpretaciones de las esferas. El piadoso y trabajador Edmond Crapez considera que la esfera dorada en las manos de la Virgen significa su Corazón. Así lo intenta demostrar en su libro Le m essage du Coeur de Ma_He a Sainte Catherine Labouré. El Padre Aladel, hablando a las Hijas de María, había asegurado que esa esfera «representaba los corazones juveniles que le eran consagrados, y que honraban de un modo particular a su Inmaculada Concepción». Joachin Désirée lo consigna en el Registre de l’Association des Enfants de Marie en l’honneur de l’Immaculée Conception, établie dans l’ouvroir de la paroisse Sainte Pierre du Gros-Gaillou k Paris, a 8 de septiembre de 1848. En el Congreso Mariano celebrado en Roma en 1904 Marie-Edouard Mott expuso una nueva teoría: la esfera en las manos de la Virgen significa la ciudad de Dios; por eso está rematada por una cruz; la esfera bajo sus pies, la ciudad del mundo; por eso se halla atada por la serpiente. María ofrece la ciudad de sus manos a Dios, que, al ser aceptada, vuelve a rehacerse con las almas iluminadas por los rayos de luz. Es como una intercesión circular. Como una reacción contra esta teoría, el italiano Filippo Trucco y el español Julio Sánchez manifestaron que ambas esferas simbolizan la humanidad entera en su relación espiritual con María, pero bajo dos aspectos diversos, que se completa ne integran. El teólogo dominico Garrigou Lagrange, prologando una obra de Gaetano di Sales, amplió esta opinión con una nueva modalidad: el globo en las manos de la Virgen es un símbolo transparente de la mediación ascendente, mientras que el de las plantas indica la mediación descendente. Ultimamente, hay quien considera que la esfera, a las plantas, es la luna, pues, según la vidente, era media, y era blanca.
Otros apuntes de interpretación de la esfera de las manos nos los sugieren Tomás Crespo y Rafael Ortega. El primero, en su obra inédita La Asociación de Hijas de María Inmaculada de la Medalla, señala: «Si la Iglesia es liturgia comunitaria, en la que todos los fieles han de participar, María se manifiesta como haciendo un acto litúrgico: ofreciendo a Dios el mundo y derramando sobre él sus gracias, conseguidas por la oración. El segundo, Ortega, cree ver en la postura orante de la Virgen la figura compasiva de la María en Canaán (Jn., 2, 1-11), cuando intercede por los novios, al igual que ve la actitud administradora en la Cruz y en Pentecostés (Jn., 19, 25 y 34; Act., 1, 14).
Todas estas interpretaciones, curiosas por demás, son marginales. En cierto aspecto recuerdan la carga de significación que rebosan las estatuas de los dioses paganos. Dichos dioses no han existido ni existen–,– pero las fuerzas psíquicas, las preferencias devocionales, las pasiones y la idea que los artistas y los contemporáneos se forjan de ellos, hacen que tomen figura. Es una realidad mística con aspiraciones a tomar cuerpo. Algo parecido (pues estas interpretaciones marginales ni duran tanto ni tienen tantos adeptos y volumen) ocurre en el caso de la Medalla: esos símbolos marginales no existen, pero hay una base en la Medalla para construir teorías.
Valor del símbolo
Las ventajas del simbolismo para transmitir verdades son obvias. Los símbolos representan ideas o cosas que no cambian. Por eso los comentarios o explicaciones de esos símbolos nunca nos satisfacen del todo, porque son apreciaciones o juicios del escritor, que varían con el tiempo, las personas y los lugares. Pero los símbolos permanecen, porque representan esencias de ideas y de cosas, Si a Santa Catalina la Virgen la hubiera mandado escribir un tratado sobre su belleza, hoy la Virgen tenía que mandar que se escribiese un nuevo tratado para describir esa misma belleza. Pero como la Virgen le entregó la Medalla, en la cual todo es símbolo, lo único que hay que hacer hoy es dar una interpretación de esos símbolos, para los que vivimos ahora. La Medalla de la Virgen será siempre la misma, y su significado básico, el mismo. Las interpretaciaones se irán perfeccionando.
J. C. Brouselle ha escrito: «El arte cristiano no ha desconocido esta clase de imágenes donde estuvieron reunidos, como en una vista panorámica, todas las prerrogativas de la Virgen Inmaculada. Son ellas las imágenes… de simbolismo múltiple.» Y Edmond Crapez aplica el pensamiento: «La Manifestación del 27 de noviembre presenta un simbolismo múltiple y, no obstante ello, único, por el cual aparece la Virgen Inmaculada bajo un aspecto enteramente nuevo, con belleza trascendental y sobrenatural y, en fin, como decía Sor Catalina Labouré, «bella en su mayor belleza».
El simbolismo está siempre ahí, muchas veces adormecido. Bastará un accidente, el encuentro de un alma sensibilizada por alguna carga inconsciente para que se establezca el contacto con lo simbolizado: Ese despertar fulgurante puede marcar inolvidablemente a un alma. Podrá ser suficiente unll consideración de la Medalla para trasladar a uno a la visión del misterio mariano. Alfonso Ratisbona decía: «La Virgen no me dijo nada, pero yo lo comprendí todo». Y es que la Medalla, bien llevada, debe recordarnos, como todo retrato, a Nuestra Madre.
La Manifestación de la Medalla, más que como un hecho, hay que considerarla como un signo. Por eso nos complace transcribir, como conclusión, unas frases de Rafael Ortega, en su obrita María-Iglesia: «Así la revelación privada de la Medalla Milagrosa nos ha remitido, con sus símbolos, a la mayor parte de los textos bíblico-marianos. Ella confirma, una vez más, aunque no hubiera sido revelada por Dios, sino acuñada por los mariólogos del siglo rix, que la Medalla Milagrosa continuaría siendo la mejor síntesis plástica de la Mariología y el mejor catecismo de María.»
«Y es que nos da la lección que pretenden todas las revelaciones privadas: ser la ocasión para llevarnos a comprender y vivir la revelación pública, el Dogma y el Evangelio…»
Y el teólogo cordimariano Narciso García Garcés hace la siguiente advertencia respecto a estos signo-llamada: «Pensemos que las apariciones de la Virgen, reconocidas y aprobadas por la Iglesia, a partir de 1830 con la Medalla Milagrosa, han sido como las grandes llamadas de Dios que quiere salvar al mundo sirviéndose de su Madre, come por Ella se nos dio en la Encarnación…»
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