El desarrollo psico-espiritual de Juan Gabriel Perboyre

Francisco Javier Fernández ChentoJuan Gabriel PerboyreLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Eugene Curran, C.M. · Traductor: Rafael Sáinz, C:M.. .
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«La última tentación es la mayor traición:
hacer la cosa justa por una equivocada razón»

T. S. Eliot, Murder in the Cathedral

Al final de un pasillo del Seminario de All Hallows, donde está mi despacho, hay una estatua de escayola de Juan Gabriel Perboyre. Es un modelo clásico de principios del siglo XX. Juan Gabriel está colgado, con la cabeza baja y tiene vestiduras chinas. La figura aparece relativamente frágil y apesadumbrada. Los colores son tenues, apagados. Se trata de una estatua que, con toda probabilidad, se repite en los establecimientos vicencianos a través del mundo. Nos habla de un hombre que aguantó el sufrimiento con paciencia, que aceptó la voluntad de Dios, que fue al martirio con mansedumbre y piedad. He aquí un buen pastor que da su vida por las ovejas; he aquí el grano de trigo molido hasta la blancura por su muerte.

Un hiriente contraste fue la pintura del recientemente canonizado mártir expuesta en el presbiterio de San Pablo Extramuros el año pasado. En ella nuestro cohermano levanta la cabeza al cielo. Los colores son profundos y vibrantes, ricos azules y profundos malvas. Lo más llamativo, con todo, es el retrato de su cuerpo. No se trata de un hombre frágil sino de un «musculoso cristiano» en todos los sentidos. Los vestidos están rasgados para revelar su musculatura y fortaleza. Mi inmediata, quizás irreverente, reacción al verlo fue la de estar contemplando a Juan Gabriel como a un Rambo, como a un héroe de acción. He aquí el bravo y valiente héroe que se enfrentó a la muerte con coraje y fortaleza; he aquí un guerrero, un héroe.

¿Cuál de los dos, en el caso de que sea uno de ellos, es el verdadero Juan Gabriel Perboyre? Sabemos que su salud física le causó siempre problemas y que por algún tiempo temió que le impidiera alcanzar su sueño de partir para la misión de China. Sabemos que sufrió de una hernia que le ocasionaba grandes dolores y, algunas veces, hasta le impedía moverse. Pero sabemos también que, a diferencia de su hermano Luis, sobrevivió al viaje a China y a otros muchos en el interior de ese país. Sabemos que en realidad descubrió que el ambiente chino le venía mejor a su salud que el de la ciudad de París (Carta 69).

Santos: iconos e imágenes

Cómo representamos a nuestros santos indica tanto sobre ellos como sobre nosotros. Precisamente, porque ellos se nos ofrecen como modelos a los que nosotros debemos emular en nuestra fe, por eso los conformamos a imagen de lo que nosotros esperamos ser. Ellos son para nosotros iconos de lo divino; lo que Joan Chittister ha llamado «fragmentos del rostro de Dios». Pero, al mismo tiempo, las imágenes que de ellos pintamos y moldeamos, revelan lo que nosotros queremos que ellos sean para nosotros, y lo que nosotros queremos que ellos sean para nosotros puede y, de hecho, cambia con el correr del tiempo.

El Juan Gabriel de la Devota Revolución de finales del siglo XIX y el Juan Gabriel de la Iglesia del post-Vaticano II son la misma persona, vista, empero, desde muy distintas perspectivas. De la misma manera que el Vicente de Paúl de la época anterior a la Devota Revolución era presentado (como en la basílica de San Pedro en Roma) como el vigoroso misionero, blandiendo en su mano la cruz, apuntando al cielo y exhortando a los que lo contemplan a vivir la fe; así como en la Época Devota Vicente fue retratado como el bondadoso padre de huérfanos, arrostrando frecuentemente los elementos, cobijando a los niños bajo su manto, y actualmente es representado como el hombre «en el medio» (como en el icono de Kurt Welter o en la estatua en De Paul University, Chicago), así nuestras representaciones de Juan Gabriel Perboyre han cambiado.

La inspiración para el presente trabajo procede de un libro de Susan McMichaels. En Out of the Garden, habla ella de su deseo de presentar a San Francisco de Asís como algo distinto de una estatua de jardín, «un estático icono cultural de inalcanzable amabilidad y paz». Como reacción a una visión sentimental de Francisco, dice ella que «debemos apreciar la batalla que él tuvo que afrontar y estar dispuestos a sufrir nosotros la misma transformación».

La metodología para este trabajo, que se expondrá más adelante, la designé para un trabajo anterior publicado en Colloque, en el número de la primavera de 2000. «La Transfiguración del Lugar Común: el desarrollo psico-espiritual de Luisa de Marillac», que tenía como subtítulo «¿Fue Luisa realmente una neurótica?».

De la misma manera que con Luisa de Marillac, con Juan Gabriel Perboyre es necesario aplicar lo que Elizabeth Schusster Florenza llama «una hermenéutica de sospecha». Tal que como con Francisco y Luisa, hay con Juan Gabriel un persistente mito, perpetuado en la tradición oral de la Congregación y en los retratos a él relativos en el arte: el de quien en una equivalencia paralela con la Pasión de Cristo, sufrió su propio vía crucis. Fue traicionado por un discípulo, soportó la irrisión y el desprecio y murió en una cruz. Una hermenéutica de sospecha nos invita, de una parte, a ser precavidos en aceptar las cosas a primera vista y, de otra, a buscar una más amplia motivación.

Además, tratándose de un mártir, nos inclinamos a leer su aceptación del martirio como señal de una profunda y desarrollada espiritualidad. Su santidad es atestiguada por la declaración de su canonización, pero ello nos dice poco del hombre que fue martirizado. En algunas circunstancias, el martirio es una directa irrupción en la corriente de la vida de una persona, que requiere una respuesta inmediata. Que Juan Gabriel estuvo dispuesto a responder y a dar testimonio de su fe hasta la muerte es incontestable; lo que este trabajo intenta explorar es cómo él llegó a este punto, desde qué perspectiva pudo él tomar esa decisión y cómo su vida hasta ese momento lo preparó para la elección que hizo. La cita de Elliot, Murder in the Cathedral, que trata del martirio de Tomás Becket, nos recuerda que el hecho del martirio en sí mismo es poco indicativo de la motivación para sufrir tal martirio.

Séame permitido establecer claramente mi posición desde el principio: la figura de Juan Gabriel me dejaba frío e indiferente. Un cohermano francés muerto en China hace siglo y medio antes de mi nacimiento. Conocía yo poco sobre él y no intentaba conocer más. Las imágenes a él relativas no me atraían; nada conocía yo de cómo él pensaba o sentía. No tenía contornos personales para mí, desempeñaba sólo un papel; fue martirizado, y el martirio no me atraía ni probablemente era parte de mi destino o del camino de mi fe. China estaba a miles de kilómetros de mi casa y a millones de mi conciencia. No me atraía como lo hacían Vicente, Luisa, Catalina y Federico. Estos eran personas que habían vivido en un medio cercano al mío, que expresaron una fe que hablaba a la mía, que, aunque separados de mí por el tiempo y cultura, parecían reales, auténticos y vibrantes. Podía identificarme con sus luchas y con el empeño de unas vidas comprometidas y consagradas. En realidad, de verdad me fue difícil suscitar en mí entusiasmo alguno por las celebraciones de la canonización de Juan Gabriel. Sentí más emoción por la canonización de Edith Stein de Auschwitz, por el mismo tiempo.

Así las cosas se me pidió que escribiera este trabajo para Vincentiana. Deberes y tareas entre manos hicieron que tuviera que posponerlo y me retrasé en comenzar a leer sus cartas. Esas cartas me empujaron a una relación con mi cohermano mártir. No puede uno leer las cartas de otro sin formarse una opinión de ellas y sin entrar, aunque sea de lejos, en una relación con su autor.

Metodología

En este texto , examinaré al P. Perboyre a través de la lente de sus cartas. Juan Gabriel no produjo algún texto espiritual u otros escritos que pudieran revelarnos algo de su desarrollo espiritual. No tuvo conciencia de que sus cartas serían leídas por futuras generaciones (aunque sí supo que muchas de ellas serían leídas por otras personas que los destinatarios). Sus cartas están conscientemente elaboradas y no son un conjunto no estructurado de notas y divagaciones. Aunque escritas con un fin e intención, son, sin embargo, reveladoras de sus estados de ánimo. Podrían cumplir las mismas funciones que las Pruebas temáticas de percepción (Thematic Apperception Tests, TATs) respecto al perfil o imagen psicológicos. En estas pruebas, se pide a los candidatos que redacten una corta historia o escrito acerca de una imagen o cuadro que se les presenta. Como las cartas, estos escritos son elaboraciones conscientes, pero son reveladores de ciertas necesidades fundamentales, de actitudes y deseos.

Las cartas serán confrontadas con dos «textos estructurales», que tratarán de evaluar las respuestas del sujeto a la luz de algunos criterios externos. Los textos en este caso son Los Ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola y la Antropología de la vocación cristiana, del jesuita Luis Rulla.

Limitaciones y Presupuestos

La limitación fundamental de este trabajo es la del espacio; un somero estudio como el presente puede sólo tocar ciertos aspectos de la vida de Juan Gabriel y únicamente, además, los revelados en sus cartas. El estudio no puede intentar justificar extensamente los pilares antropológicos y psicológicos del trabajo de Rulla.

Otra, y considerable limitación, es la lengua. Juan Gabriel y el que esto escribe hablamos lenguas muy diferentes – no simplemente el francés parisino del siglo XIX y el inglés irlandés del siglo XX –, sino también un lenguaje diferente en estructuras, visión del mundo e interpretaciones. Las traducciones son mías propias. Por muy aventajado que yo pueda ser en francés, no llegaré a entender todos sus matices y sutilezas, al no ser el francés mi lengua materna.

Juan Gabriel y yo somos miembros de la misma Congregación, pero la suya fue la Congregación refundada en Francia y China en un tiempo de crecimiento después de la confusión de la Revolución Francesa. La mía es la Congregación del post-Concilio Vaticano II, en un tiempo de disminución de efectivos en Europa y en otras partes del mundo occidental. Los modelos de vida comunitaria y autoridad en los que ambos vivimos son aparentemente semejantes pero, al mismo tiempo, radicalmente distintos.

Las cartas que se conservan son necesariamente sólo una fracción de todas las que Juan Gabriel escribió (aunque no parece que fuera él un abundante escritor de cartas, aún en sus primeros años). Las cartas 1 a 64 en la edición de 1940 de Van den Brandt, son trascripciones de copias hechas por José Baros, C.M. Los originales se habían perdido. Se atestigua que son verdaderas y exactas pero no podemos garantizar que no hayan sido alteradas en el proceso de trascripción por Baros a una ortografía moderna (Prefacio). Sabemos que, al igual que Otto Frank editó y cambió el diario de su hija Ana, así también las congregaciones religiosas han cambiado aspectos de la vida de sus fundadores, aspectos que no resultaban cómodos para las primeras generaciones, especialmente a la luz de la Revolución Devota, mencionada anteriormente (véase mi artículo sobre Luisa de Marillac citado arriba y sobre Margaret Aylward, Cornelia Connolly y Margaret Anna Cusack, en Colloque, de otoño de 1999).

No pretendo que Juan Gabriel estuviera, en alguna manera significativa, al tanto de los Ejercicios de San Ignacio; más bien los tomo como un texto que da una estructura y perfil al camino cristiano en orden a seguir la voluntad de Dios y clarificar la presencia y la acción de Dios en la vida humana.

Igualmente, mi presupuesto básico es que todos los cristianos están llamados a seguir a Cristo y a hacerlo con todo su ser: con sus dones y limitaciones de perspectiva, de psicología, personalidad y experiencia. Más aún, pienso que respondemos no solamente desde el «área» de nuestras decisiones conscientes sino también desde otras motivaciones inconscientes. Es esta área, especialmente, la que trato de examinar en la vida de nuestro cohermano, Juan Gabriel: cómo, llevando consigo el peso de sus inconscientes motivaciones y preocupaciones que, en cierta medida, limitaban su libertad, fue él capaz de responder a la llamada de Dios cuando él la reconoció en su vida y, de esa manera, pudo moverse a lo largo del camino de santidad.

Mi objetivo al emprender este trabajo

Es importante para un autor reconocer sus intereses y preocupaciones, sus tendencias y prejuicios, al menos en la medida en que se da cuenta de ellos.

Emprendí este trabajo porque se me pidió, pero también porque estoy intrigado por cómo nuestra naturaleza y psicología contribuyen a la formación y desarrollo de nuestra fe. Lo emprendí también porque ello suponía para mí un reto y me obligaba a conocer a un cohermano del que había oído hablar con frecuencia pero del que no tenía conocimiento personal.

Lo emprendí en unas circunstancias en las que pensé que tendría más tiempo a mi disposición del que en realidad tuve.

Lo emprendí con la sospecha de que no me iba a gustar Juan Gabriel Perboyre. Me siento menos atraído por los mártires que por quienes tratan de vivir su fe a través de los años de una larga vida. Me siento menos atraído por los misioneros ad gentes que por quienes permanecen sirviendo entre los suyos. Me siento menos atraído por quienes expresan su fe en lugares «exóticos» que por quienes viven su compromiso en lo cotidiano y repetitivo de lo ordinario. Me siento más atraído por lo ordinariamente sagrado que por las gestas del «atrévete a hacerlo». Me inclinaba a ver a Juan Gabriel como uno que, en un momento de gracia, había ganado la corona del martirio, pero que no había sido probado en su fe por los años, por la monotonía y por la edad.

Los cuatro «yoes»

Siempre me ha resultado muy útil a este respecto el trabajo de Jones y Harrington. Han presentado ellos la Ventana de JoHari, que nos capacita para ver a través de precisas imágenes que cada uno de nosotros es una combinación de cuatro yoes.

En el primer eje proponen ellos dos manifestaciones del sujeto: las cosas que son conocidas y accesibles y las que son desconocidas e inaccesibles. En el otro eje proponen los aspectos conocidos o desconocidos para los demás. Cuando estos ejes se encuentran Jones y Harrington enumeran cuatro diferentes yoes: Así, lo que es conocido y accesible para mí para los demás constituye el yo público, mientras que lo que es conocido para mí, pero oculto para los demás es el yo privado. Lo que los otros pueden observar pero es oculto para el propio yo es el yo ciego, mientras que lo que permanece inaccesible tanto al propio yo como a los demás es el yo oculto.

En el contexto de sus cartas, Juan Gabriel revela su yo público y, en algunas de ellas, ciertamente, su yo privado. Unas y otras se sitúan en la esfera de lo consciente: Juan Gabriel escoge lo que quiere decir y cómo decirlo. El lector, sin embargo, aplicando ciertas herramientas, puede adquirir alguna percepción del yo oculto: las subconscientes motivaciones, las necesidades e impulsos que actuaban en él. Combinando todo esto, uno puede hacer sugerencias provisionales sobre su inconsciente, yo ciego, pero teniendo siempre en cuenta que tales sugerencias son siempre provisionales. La persona que emerge de un estudio, por profundo que sea, y realizado por las manos de un observador o biógrafo, por experto e imparcial que sea, es siempre una mera pálida sombra de la persona que emerge como resultado de la vida.

La vida de Juan Gabriel examinada a la luz de las percepciones psicológicas modernas

En su Antropología de la vocación cristiana, Rulla propone tres pruebas básicas en orden a evaluar los aspectos patológicos del estado mental de una persona. Son:

  1. La afectividad: el sentido personal del yo y las fronteras psicológicas;
  2. La percepción de la realidad: la capacidad de la persona para expresar y reconocer la realidad concreta.
  3. Las operaciones concretas: la capacidad de la persona para trabajar y relacionarse con los demás.

En estos términos, aunque hay, como veremos, áreas de conflicto en la vida de Perboyre, nada se encuentra indicativo de patología. Como las cartas atestiguan, Juan Gabriel tuvo y mantuvo largas y duraderas relaciones con su familia, especialmente con su tío Santiago Perboyre, C.M., y con quienes entraron en la Familia Vicenciana: sus hermanos Luis (Pedro) y (Juan) Santiago, C.M.; y su hermana, Antonieta, H.C. Se sirvió de las cartas constantemente para enviar saludos a otros parientes, amigos y cohermanos, y sintió un evidente y gran placer al recibir carta de ellos: «Tres personas a las que igualmente amo y cada una de ellas me es tan querida como mi propia vida, llegaron a mi habitación al mismo tiempo… tres cartas… desde París, Montdidier y Le Puech… Tres cartas firmadas: Luis, Santiago… Antonio Perboyre» (Carta 20).

Su trabajo y sus «ascensos» (Superior en San Floro, un año después de su ordenación, a la edad de 25 años; subdirector del Seminario en París a los 30) indican que fue tenido en gran consideración por sus Superiores. No hay indicios, ni en las cartas ni en la tradición oral o escrita, de que fuera o fuera tenido por fracasado en algún campo.

Rulla perfila también tres dimensiones de la persona humana y, para ello, como él reconoce, se inspira en los Ejercicios Espirituales de su fundador:

  1. El área del bien y del mal; discernimiento entre los dos, que funciona en primer lugar a nivel de las estructuras conscientes. Se le puede llamar el yo manifiesto. La falta de madurez en este nivel, generalmente será consciente; la persona que se da cuenta de las tensiones internas elige comportarse de una determinada manera;
  2. El área del bien real y del bien aparente: es el área de la acción concomitante de las estructuras conscientes e inconscientes. La falta de madurez aquí es por lo general inconsciente, y muy probablemente el resultado de tensiones interiores no reconocidas;
  3. El área de la normalidad o de la patología: en este punto la libertad para actuar con madurez se halla seriamente minada por motivaciones inconscientes.

Hay que entender que Rulla ve estas dimensiones en toda vida humana y no como distinciones entre diferentes tipos de personas. Tampoco sugiere que las delimitaciones entre las «áreas» sean duras y firmes: aún lo que elijo conscientemente puede estar dictado en alguna medida por no reconocidas motivaciones inconscientes.

La vida de Juan Gabriel y su decisión de abrazar el aislamiento de la misión (aunque manteniendo lazos con la patria) y, subsiguientemente, la de aceptar el martirio, indican que en la primera dimensión él, con toda libertad y conscientemente, eligió «el bien» y trató de discernir la voluntad de Dios en su vida.

Hemos visto que en ello no hubo nada que indicara la existencia en él de algo patológico o alguna manifestación de desorden orgánico. Consiguientemente, podemos asumir que su libertad de elección en manera alguna estuvo seriamente mermada.

El área de interés, por lo tanto, es la de la segunda dimensión. En orden a clarificar las implicaciones de esta dimensión necesitamos volver de nuevo al trabajo de Rulla, a lo que él llama necesidades y actitudes, que considera en su aspecto de dirección, de dar orientaciones o tendencias a la persona. En el caso de Juan Gabriel, examinaremos cómo posibles motivaciones inconscientes pudieron estar influyendo en su vida y, lo que es más importante, cómo obró él dentro de su «campo de libertad».

Rulla define las necesidades como «tendencias innatas en relación con objetos importantes para uno mismo», en contraste con los valores, que son «tendencias innatas en orden a responder a objetos importantes en sí mismos». Las actitudes son «disposiciones habituales» que pueden surgir directamente de una necesidad fundamental o como reacción a una necesidad fundamental. Una vez más, el espacio nos impide examinar profundamente la lista de tales necesidades y de las actitudes, pero una mirada a algunas de ellas podría proporcionarnos una más íntima percepción de Juan Gabriel.

Al tratar de las necesidades y actitudes, Rulla las divide así:

  • Las consideradas importantes para la vocación cristiana y, por lo tanto, vocacionalmente en consonancia.
  • Las consideradas menos importantes para la vocación cristiana y, por lo tanto, vocacionalmente neutrales.
  • Abajamiento: someterse pasivamente a una fuerza externa.

Aún teniendo en cuenta las costumbres del tiempo y el tono devoto del lenguaje, que le impulsaba a uno a hablar de sí mismo en registros de abajamiento, sorprende constantemente cómo Juan Gabriel se abaja ante la autoridad. Léase, por ejemplo, la carta 99 a Aladel, Asistente General en París: «usted deseaba dirigirme dos palabras… su humildad lo lleva a pedir una participación en las buenas obras de un pobre hombre que nunca las realiza y probablemente nunca las hará; más bien, tenga piedad de su pobreza y dele, por favor, una parte en las riquezas espirituales de usted».Aún teniendo en cuenta el estilo en boga entonces, el uso de esa terminología en relación con Dios indica una actitud semejante ante lo divino. En su carta 19, a su hermano Luis, contrapone el celo de Luis con su pecaminosidad.

  • Realización: realizar algo difícil, dominar / organizar objetos, personas e ideas.

Perboyre fue ciertamente un organizador y llevó a cabo muchas cosas. En la carta a su primo párroco en Caviole, describe lo que un sacerdote debe hacer, y en ese contexto cuenta expresamente lo que él mismo ha hecho en China. La carta 10, al Rector de la Academia de Clermont, es una pieza claramente elaborada para subrayar «lo absurdo de su tesis», del Rector, en orden a regularizar la situación de sus estudiantes, de Perboyre, que eran aspirantes al estado clerical.

  • Afiliación: acercarse y gozosamente colaborar con un compañero, con un asociado.

Algo que inmediatamente se nota en Juan Gabriel es su identificación con la Congregación. Termina muchas de sus cartas con saludos para los cohermanos en otras casas, o con la petición de información sobre ellos. En la Medalla Milagrosa, especialmente, ve una señal del favor de Dios y de la protección de María sobre la comunidad (40, 44 a su tío); San Vicente, dice, «concede muchas bendiciones sobre su familia» (45), y durante los disturbios de 1834 informa, «nuestro barrio ha permanecido muy tranquilo pues estamos bajo la protección de nuestro buen padre, San Vicente de Paúl» (47). Es consciente de los privilegios y obligaciones de pertenecer a la CM (41, a su primo Gabriel CM). Como se ha hecho notar, está más unido a quienes de su propia familia han llegado a formar parte de la Familia Vicenciana y se alegra cuando Antonieta ingresa en las Hijas de las Caridad y se preocupa de que María Ana pudiera no hacerlo (44). La familia, en sí misma, parece menos importante para él. De las cartas que se conservan, 12 están dirigidas directamente a sus padres, 17 a su tío. Es más, los asuntos de los que quedaron en casa le preocupan menos, según parece; no conocía el nombre de su cuñado, esposo de su hermana Juana, la única de los hermanos que se casó.

  • Agresión: vencer la oposición enérgicamente.

La carta al Rector en Clermont (10, arriba citada) nos muestra a un hombre que sabe encauzar enérgicamente la agresión para afirmar un punto de vista. La agresión, sin embargo, no fue siempre tan bien encauzada. En unas primeras cartas a Luis (11, 13 y 17) corrige la ortografía y la gramática de su hermano, cuando, como lo demuestran las correcciones en la edición de Van den Brandt, él mismo tampoco era invariablemente correcto.

Más tarde en el curso de su vida, adopta una actitud parecida con Torrete, Superior en Macao, y presenta algunas correcciones a la carta de Torrete publicada en la 48 edición de los Anales de Propaganda Fide (96). Había intentado algo parecido en la carta 93 (¿1838?), en la que expuso su no solicitada opinión respecto al nombramiento de Vicarios Apostólicos. Esas dos cartas, en estilo y contenido, parecen indicar una agresión, expresada con cierta grandiosidad, una suposición de superioridad. Mientras Luis, a juzgar por el tono de posteriores cartas, parece que echó las correcciones a buena parte, Torrette no reaccionó así, como lo vamos a ver a continuación.

  • Evitar la censura: ocultar o justificar una maldad, fracaso o humillación. No hay evidencia en las cartas de que Juan Gabriel dijera nunca una mentira directa para ocultar algo humillante. Sin embargo, está claro que Torrette no aceptó amablemente la reprimenda y humillación. Acusó a Perboyre de «entretenerse en trivialidades» y fijarse en pequeñeces (98). La respuesta de Juan Gabriel nos lo muestra tratando de defenderse. Más serias que las acusaciones de nimiedad y pedantería fueron las que parecen implícitas en las frases que Juan Gabriel emplea en su respuesta, de que trataba de situarse en una oposición a los procuradores de Macao en general y a Torrette en particular. Torrette parece que acusó a Juan Gabriel de considerarse como un «veterano misionero» (él, un relativamente reciente llegado a China) y hasta de tratar de usurparle el puesto (98). También, quizá, acusó a Juan Gabriel de informar de todo a París («No tengo observación alguna que hacer a París sobre este asunto»). En la carta 98, Perboyre se extiende considerablemente en justificarse, aun cuando se somete. Este mismo tono puede verse en la carta 101, cuando le comenta a Torrette: «Cuando yo le dije a usted el año pasado que las cosas que usted me había enviado (bragueros) no servían, no tuve absolutamente intención de quejarme, sino todo lo contrario, aún más, pues tengo con usted una gran deuda de gratitud por su amabilidad en ayudarme».

Todavía en la anterior carta (98) insiste en hacer prevalecer su propia posición: «Actuando así, ¿no teme usted que puede suscitar las sospechas del Gobierno Portugués…? ¿No teme usted que este gobierno viendo que nuestros cohermanos P(ortugueses) no pueden hacer ellos ese trabajo aproveche la ocasión para quitarles sus posesiones?»

  • Conocimiento: conocer, investigar para adquirir información y conocimiento.

Perboyre, como se ve por sus cartas, poseía una aguda inteligencia. Su centrarse en los detalles (como en las cartas arriba citadas) es indicio de una personalidad ligeramente obsesiva a este respecto y de poner un gran énfasis en la forma más que en el contenido. Vemos esto también en la carta 84, en la que cita un extracto en latín de las facultades de los misioneros. La carta 89 a Pedro Martín en París presenta con lucidez y sucintamente la situación en China. Su carta del 24 de mayo de 1828 (11) a Luis, manifiesta su estima por los estudios y, quizás, también una cierta envidia de que Luis (a quien corrige su gramática) parece estar en una situación «académicamente» mejor que él. La lista de autores que recomienda a Luis muestra su propia erudición, de una parte, y también, de nuevo, su toque de grandiosidad, arriba mencionado.

  • Sumisión (deferencia): admirar y apoyar a un superior.

Se diferencia esto del abajamiento (considerado anteriormente). No hay duda de que, combinando esta actitud con la de afiliación a la Congregación, Juan Gabriel apoyó a los constituidos en autoridad, dentro y fuera de la Congregación. Un tema recurrente en las cartas a su tío Santiago CM, es la deuda que para con él tiene Juan Gabriel. Juan Gabriel acepta bien los nombramientos.

  • Dominación: controlar el propio entorno humano.

Juan Gabriel Perboyre fue ciertamente capaz de controlar su entorno. Algo de este deseo de controlar, quizás pueda verse como un síntoma de la tendencia a la grandiosidad; tal en su no solicitado consejo a Torrette. Lo mismo podemos notar, incluso, en su trabajo y actividades misioneras. Juan Gabriel comenta lo que observa (90 y 93), pero ha aprendido, sin duda, a dominar su entorno en el largo viaje por mar a China (Cf. su carta a Salhorne, Superior General, (59), y las cartas, que siguen, a su hermano, a su tío y a Torrette). De hecho, recrimina el espíritu de dominio y orgullo que ha permitido una situación en la que «Un Europeo… no puede caminar a pie o realizar cualquier trabajo servil sin deshonrarse a sí mismo», lo que ha llevado a que los europeos miren a sus criados como «a gente de otra clase que ellos». Dicho eso, sugiere al mismo tiempo (79) que los chinos en el seminario deben tener «espíritu de sumisión…. para con sus padres y cohermanos europeos» y cita el comentario de que «¡en cuanto los chinos tienen el cáliz en los labios (ordenación) ya nadie puede ser su maestro!»

  • Exhibición: causar impresión, maravillar, fascinar, o sorprender.

No se encuentra rastro de exhibicionismo en Perboyre. En sus relatos del viaje marítimo y de sus años en China, llenos de vivacidad y detalles, nunca se presenta en el papel de héroe o salvador. Parece, sin embargo, que desea impresionar un tanto con sus descripciones sobre la situación en China (Cf. la extensa carta 89 a Pedro Martín, CM). Aunque redactadas en el estilo modesto al que nos hemos referido anteriormente («a pesar de ser yo el más inútil de todos los trabajadores que aquí laboran…), es claro que intenta que sus opiniones sean consideradas como válidas e importantes.

  • Evitar el daño: evitar el dolor, el mal físico, la enfermedad y la muerte.

Se ve claramente que Juan Gabriel no busca su propia comodidad. Aún en el asunto del braguero, que aparece en unas cuantas cartas (96, 100, 101), no se aprovecha de su enfermedad como excusa para no trabajar (¡le envían dos bragueros, uno demasiado pequeño, el otro para el lado izquierdo cuando su hernia estaba en el derecho!). Era consciente de su debilidad física y de sus enfermedades (94), pero nada de ello lo detuvo en el ejercicio de su misión (94, a su hermano Santiago). La carta 84 describe sus sufrimientos en una enfermedad que le duró desde la mitad de agosto hasta el 8 de septiembre de 1836, a la que siguieron dos períodos de fiebres: uno de «tercianas» que le duró de la mitad de septiembre hasta principios de octubre, y el otro, de fiebre menos fuerte, con sudores durante la noche y que le afectó la vista.

  • Crianza: compadecerse, satisfacer las necesidades de los destituidos; alimentar, ayudar, apoyar, etc.

En esto tampoco hay duda: Juan Gabriel ayudó a los demás. Aunque su estilo de ayuda parezca dictado por las costumbres de su tiempo, trató de ayudar a sus padres y familia en la muerte de Luis (29, 30, 31), y sus cartas desde China hablan de algunas ayudas que él proporcionaba (hasta dar un braguero casi nuevo a un chino, con el resultado de que el buen chino se marchó corriendo y cantando los mandamientos del Señor, recibiendo el bautismo finalmente (100).

  • Organización (orden): tener todo en limpieza, armonía, orden, pulcritud y precisión.

Como hemos visto, Juan Gabriel buscaba y admiraba el orden. Podemos descubrirlo en su atención al detalle, por no decir hasta a las minucias, algunas veces; en la carta 78, hace notar que mientras ha oído que San Bernardo ha sido declarado doctor, el añalejo no lo menciona. En la misma carta, trata de conseguir una neta declaración de los privilegios de la Congregación en China. La carta 41, a su primo Gabriel CM, trata de los estipendios e intenciones de misa, asunto que expone claramente en seis apartados.

La organización y el orden son cualidades que también admira en los otros. Le escribe a Nozo (70) y le dice que Torrette tiene dos cualidades muy apropiadas para su cargo, «buen criterio y voluntad eficaz de que se siga la Regla».

  • Sentido lúdico: actuar «divertidamente» sin otra intención.

Hay poco de divertido en Juan Gabriel, aunque la carta 20 (que relata la llegada de cartas de Luis, Santiago y Antonio) tiene un tono más jovial que otras muchas. Lo más sorprendente es que las cartas a su hermano más joven, Antonio, en contraste con las enviadas a sus hermanos en la Congregación, Luis y Santiago, tienden a ser moralizadoras, y contienen poco de los toques de amistad y jovialidad que marcan a las otras (13, 34, 54, 65). Y , quizás, lo más indicativo es que las cartas a sus padres, aunque corteses, revelan poco de sí mismo y se centran en cosas prácticas y en dar saludos para los demás. Es digno de notarse que solamente la carta 29, que trata de la muerte de Luis, está dirigida juntamente a su padre y a su madre; todas las demás están dirigidas a su padre, con saludos, algunas veces como tardía ocurrencia, para su madre (7). Todas esas cartas están firmadas J. G. Perboyre: un signo de formalidad hasta en su conclusión.

  • Reconocimiento (aprobación social): ganar prestigio, conseguir honores, alcanzar alabanzas y reconocimiento.

Juan Gabriel parece que no buscó la aprobación social en sí misma y tiene cuidado de evitar todo lo que pareciera implicar que buscaba el honor (hablando de su papel de Superior en San Floro dice: quotidie morior «muero cada día»). Tiene, como se ha dicho, una muy alta opinión del sacerdote y del misionero, que aplica (89) a los chinos. Dice: «El sacerdote… puede cumplir sus divinas funciones con toda la autoridad y toda la libertad propios de su carácter».

Más adelante, reniega de todo interés en ser nombrado Superior en China o en buscar cualquier otro cargo (98). No obstante, tiene un elevado conocimiento de la función y vocación del sacerdote (algo común entonces), y sus cartas a Torrette sobre la situación de China parecen implicar que consideraba la suya como una voz que debía ser escuchada: por ejemplo, cartas 90 y 91, que tratan del nombramiento de los Vicarios Apostólicos.

  • Gratificación sexual: establecer y desarrollar una relación erótica.

Aparte de su hermana Antonieta (Sor Josefina, HC), ninguna otra mujer fue la destinataria directa de una carta de Juan Gabriel. Antonieta y su prima Sor Apolonia Perboyre, HC, son mencionadas en las cartas (36 y otras) a Santiago y Gabriel, así como su madre y hermanas, Juana y María Ana, se nombran en las cartas que escribe a su casa y no siempre por su nombre. En la carta 18, a su padre, se refiere a Antonieta como «mi hermana que está en el convento». Algunas Hijas de la Caridad, Pellet (40) y Boulet (50), Superiora General, son mencionadas por su nombre, a las otras las saluda en general: «las Madres del Seminario» (40). Ninguna mujer de China es mencionada por su nombre, ni siquiera la posesa que él curó.

Sus relaciones con los hombres, exceptuadas las mantenidas con los parientes, cohermanos, son afables, pero en modo alguno íntimas; no hay ninguno, fuera de Luis y el tío Santiago, que reciba más cartas que otro. Muestra una conmovedora emoción en su carta de despedida a su hermano Luis, que partía para China: «perdóname si te confieso que no he sido capaz de retener las lágrimas» (23). A su tío le escribe después de la muerte de Luis (30):

¿Quién me era tan querido entre los hombres como este pobre hermano? Estoy inconsolable. Mi corazón está hecho pedazos; torrentes de lágrimas corren incesantemente de mis ojos; humedezco el altar todos los días…

Y continúa en tono como de predicación:

¡Oh, mi querido hermano, por casi ya un año tu cuerpo descansa envuelto en el profundo abismo del mar y tu alma reposa en el seno de la eternidad. Compénsanos por nuestro dolor con tu bendita protección y alcánzanos a los que te lloramos la gracia de compartir un día contigo tu gloria y felicidad.

Se refiere al tío Santiago en cartas a Luis (8 y 9) como «mi tío», siendo también como era, tío de Luis. Como se ha observado, su relación con su propio padre está marcada más por su deber de hijo que por el afecto. Más indicativo (aunque ello podría deberse a los modos convencionales del tiempo) es que trata de «usted» en lugar del familiar «tu», aún a Luis, Santiago y Gabriel. Sólo Santiago (Santi) y Juana (Juanita) tienen diminutivos de cariño.

  • Socorro: tener las propias necesidades satisfechas por algo o por alguien con el que uno se siente unido; buscar constantemente ayuda.

Como hemos visto, en algún sentido Juan Gabriel estaba muy unido a la Congregación como a la fuente de apoyo emocional. Dentro de ese marco, sin embargo, no parece que fuera dependiente de ese apoyo de una manera particular.

  • Contra-acción: esforzarse persistentemente en superar las dificultades o las experiencias humillantes.

Ya hemos visto su tendencia a evitar las críticas. Ello, no obstante, es claro que la necesidad de ir en contra fue, en muchas circunstancias, la nota de su vida. Tuvo que esforzarse, particularmente en China, para superar limitaciones así como su fragilidad física.

Algunas conclusiones

De todo lo anterior podemos concluir que, al mismo tiempo que en su vida hubo áreas de no insignificante conflicto, Juan Gabriel fue en conjunto un hombre apropiado para la vida a la que se sintió llamado. Sus defensas, en especial su tendencia a una cierta grandiosidad y, como consecuencia, la de abajar a los otros, serían, quizás, indicios de alguna inmadurez, y eso pudiera, tal vez, confirmarse por su falta de intimidad con otros, aunque esto último ha de entenderse en el contexto de la época en que vivió. También aparece en algún grado la tendencia a posponer algunas cosas: muchas cartas (1, 3, 4, 5, 11, etc.) empiezan con excusas por no haber escrito antes, y es claro que los demás se dieron cuenta de ello; «habrá encontrado extraño que haya tardado tanto en escribirle» (3, a su padre); «admito que he sido un tanto negligente» (4, a su padre); «parece que te quejas de que no te escribo con más frecuencia» (11, a Luis). Ello pudiera ser indicio también de una cierta pasiva agresión (17, a Luis): «…calma tu enfado y, por favor, no excites el mío».

Parece también que se dio en él un cierta distancia emocional; en la carta 18 escribe a su padre: «Aunque estoy muy ocupado actualmente, aprovecharé esta ocasión… para escribirle dos palabras. Tengo que decirle, lo primero, que no iré a verle a usted este año…» El hecho se comunica torpemente y poco se hace para mitigarlo, y tampoco se expresa pesar alguno por el hecho de no poder ir a su casa. Juan Gabriel continúa: «Le diré también que será un placer proporcionarle un caballo». Su carta 6 con la que anuncia su ordenación está escrita el 2 de noviembre de 1826; había sido ordenado el 23 de septiembre de ese año.

No obstante, no hay rechazo real, ni verdadera proyección o cualquier otra de las más «infantiles» defensas, y las que usa: altruismo, humor y contra-acción, indican un grado de madurez. Conoce y se da cuenta del mundo en que vive, aún del de fuera de los confines de Francia: «los pobres católicos de Irlanda se están muriendo de hambre» (se trata del hambre de 1831, no de la famosa de Gorta Mor en 1847). Escribe esto en la carta 26 a Luis (Juan Gabriel desconoce que su hermano ya había muerto durante su viaje por mar); en la misma carta menciona también la situación en Italia, Polonia, Bélgica y Holanda, casi siempre desde la perspectiva católica.

Dado que ya tenemos aquí, con todas las cauciones mencionadas, una idea de la personalidad de Juan Gabriel y, en particular, cierto conocimiento de dónde está situado en lo que Rulla llama segunda dimensión (bien real y bien aparente) ¿cómo podemos entender su progreso en santidad?

El camino de los Ejercicios espirituales

Este trabajo, de manera alguna implica que Juan Gabriel estuviera impuesto en los Ejercicios de Ignacio de Loyola. Se consideran, más bien, como la guía del progreso del alma hacia la santidad. Ignacio dividió los Ejercicios en cuatro semanas (semanas que no hay que tomar necesariamente en sentido cronológico), cada una con un objetivo particular. Es necesario recordar que los Ejercicios presuponen un previo compromiso con Jesucristo y de servicio a los demás, en la vida pública o en la Iglesia. Podemos asumir este compromiso como un dato en el caso de Perboyre.

Los Ejercicios de la primera semana «dirigen la memoria, el entendimiento y la voluntad hacia … los pecados». Ciertamente las primeras cartas de Juan Gabriel muestran esta convicción del pecado en su vida: «Temo mucho, querido hermano, que he asfixiado con mi infidelidad a la gracia, las semillas de una vocación (a China) semejante a la tuya» (19); ten compasión de este miserable que está únicamente acumulando tesoros de ira para la eternidad» (en la misma carta). «Temo que no he sido fiel a la vocación que el Señor te ha dado a ti…. alcánzame de su divina bondad, el perdón por mi miseria… que yo pueda llegar a ser un buen cristiano, un buen sacerdote, un buen misionero» (23, a Luis). Desde Macao escribe a Antonieta en 1835:

Ni siquiera temo al Emperador, ni a los Mandarines o sus lacayos. Pero tengo aquí en este país un particular enemigo al que debo enfrentarme fuertemente. A este es al que hay que temer mucho; es el más malvado que conozco; no se trata de un chino, sino de un europeo. Fue bautizado de niño; posteriormente fue ordenado sacerdote. De Francia ha venido a China con nosotros en el mismo barco. No tengo la menor duda de que me seguirá a todas las partes y me causará la ruina, ciertamente, si tengo la desgracia de caer plenamente en sus manos. No te diré su nombre, porque tú lo conoces. Si puedes alcanzar su conversión, le harás un gran bien, y tu hermano te deberá su felicidad.

El lenguaje puede ser de otro tiempo, revestido de la piedad devota, pero es evidente que Juan Gabriel es consciente de sus pecados y limitaciones.

Este sentido de la llamada a la fidelidad y a vivir santamente no lo limita a sí mismo; a Antonio (34) le dice: «reconcíliate con Dios de tiempo en tiempo por medio de una buena confesión», y desde Macao escribe: «No dejaré de exhortarte y animarte a la virtud y a la práctica de todos tus deberes» (65).

La segunda semana de los Ejercicios de Ignacio se centra en la Encarnación y primeros años de la vida terrena de Jesús. Es notable que Juan Gabriel tiene un «elevado» cristianismo; escribiendo a Jacou (31) le dice:

Trata de evitar el escollo en el que los estudiantes de filosofía frecuentemente tropiezan: acostumbrándose a hablar de Dios con una libertad, que no siempre es respetuosa, debilitan en sí mismos los sentimientos religiosos que la idea de la adorable Majestad debería suscitar en ellos.

La enfermedad de su padre (43) es vista como para bien del propio enfermo y con el sufrimiento expía las penas que hubiera tenido que soportar en el purgatorio:

… por eso le ruego a él que se aproveche de las gracias de la enfermedad con una santa resignación y perfecta paciencia. Le pido encarecidamente que durante su convalecencia haga una confesión general de toda la vida.

Dios es visto, ante todo, como el poderoso con autoridad sobre la vida y la muerte, el Eterno y Misterioso.

La tercera semana se centra en la Pasión y Muerte de Jesús. Aunque las referencias directas a la vida de Jesús son pocas, podemos ver cómo Juan Gabriel entiende el Misterio Pascual. Se fija más en el Viernes Santo que en la mañana de Pascua. Escribe a Juan Bautista Nozo, Superior General (70):

Como un soldado en el que la temeridad ocupa el lugar de la valentía, he sentido mi corazón temblar al acercarse el combate. Nunca he estado tan contento como en tales circunstancias. Ignoro lo que me reserva el camino que se abre ante mí; ciertamente muchas cruces, que son el pan cotidiano del misionero. ¿Y qué cosa mejor puede uno esperar cuando se va a predicar a un Dios crucificado? ¡Que él me haga gustar la dulzura de su cáliz de amargura!… ¡Que nos conceda que ninguno de nosotros deje de estar a la altura de los hermosos modelos que nuestra Congregación ha puesto delante de nosotros en estos lejanos países!

La fe es considerada como participación en este misterio y, en particular, en el sufrimiento. La evangelización es entendida en términos de conversión de los paganos en orden a que sus almas no se condenen.

Hay incomparablemente más paganos que cristianos. Debe usted rezar por su conversión. Cada año se convierte un buen número (83, a su padre), pero los trabajadores no son todavía suficientes para atender a los solitarios cristianos que, en medio de esta inmensa población de chinos que sirven al Demonio, parecen como esparcidos tallos que han escapado a la hoz del segador (86).

Conclusión

¿Qué podemos decir, consiguientemente, del desarrollo psico-espiritual de nuestro cohermano y reciente santo?

Parece una personalidad un tanto remota, no cercana en realidad a nadie; no consciente, algunas veces, de las sensibilidades de los demás. Manifiesta ciertas defensas de inmadurez en el aspecto de su grandiosidad y, en verdad, suena algunas veces un tanto pomposo. La atención al detalle y a las minucias puede ser indicio de una cierta dimensión obsesiva o compulsiva; parece más preocupado por la forma y el orden que por el contenido y espíritu. La autoridad es vista como jerarquía y como algo a lo que hay que someterse. Aunque se aplica expresiones de «empequeñecimiento», muestra poco conocimiento y percepción de su propio carácter y, en muchos aspectos, parece ser, en el fondo, el mismo Juan Gabriel en la carta 101 que en la 1. Su imagen de Dios parece plenamente remota y majestuosa; en su pensamiento y en su expresión hay poco que sea encarnacional. Pienso que, como Torrette, hubiera yo encontrado a Juan Gabriel como «un palo seco» y, sin embargo y al mismo tiempo, como un voluntarioso trabajador, un leal cohermano y un entusiasta misionero.

Su martirio parece algo así como una interrupción de su camino. Uno difícilmente podría afirmar que fue el más completo de los hombres o que su espiritualidad fue verdaderamente profunda. Esto en manera alguna disminuye el coraje, valor y fe que están en la raíz de su aceptación del martirio. Dentro del área de libertad en que se movía, escogió responder desde la fe, escogió trabajar con otros por el Reino de Dios y, cuando fue necesario, escogió entregar su vida por Dios, por la fe y por aquellos a los que servía.

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