Domingo de Ramos (reflexión de Julio Suescun, C.M.)

Francisco Javier Fernández ChentoHomilías y reflexiones, Año BLeave a Comment

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Author: Julio Suescun, C.M. .
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Realmente este hombre era Hijo de Dios

julio_suescunEl eco de las aclamaciones de los hebreos a la entrada de Jesús en Jerusalén, se mezcla en la celebración litúrgica de este Domingo de Ramos, con los acentos del relato de la pasión. En el evangelio de Marcos, Jesús defiende su mesianismo de toda pretensión triunfalista. A los discípulos se les hacía difícil entender esto. Hoy, después de que han pasado las cosas, los cristianos entendemos lo que quería decir. Él es el Mesías enviado por Dios, el auténtico rey de Israel, pero un Mesías Rey que reina desde la cruz.

El relato que escuchamos hoy, comienza con el juicio de Jesús ante Pilato. En los días anteriores a la Pascua, los sumos sacerdotes y los escribas andaban buscando cómo prender a Jesús y darle muerte. Querían hacerlo en secreto, porque Jesús contaba con muchos partidarios que podrían alborotarse. Encontraron la ocasión en la traición de Judas que se ofreció a entregárselo de noche, mientras estaba sólo con algunos de sus más inmediatos seguidores, sin el agobio de las turbas. Y todos se dieron cita en la casa del sumo sacerdote. Allí intentaron dar apariencia de legalidad a una sentencia ya previamente determinada. Pero no había acuerdo entre los testigos sobre las acusaciones en las que basar su condena. Así que el Sumo sacerdote se encaró directamente con Jesús preguntándole si era el Mesías. La respuesta afirmativa de Jesús sonó a blasfemia en los oídos del Sumo sacerdote y todos lo declararon reo de muerte.

Estaban ansiando que se hiciera de día para redactar y dar validez a la sentencia antes de presentársela al gobernador romano para su ejecución. A Pilato, que no pertenecía al pueblo judío, le interesarían poco las cuestiones mesiánicas. Por eso, en la redacción de la sentencia, destacaron que Jesús se había dicho Rey de los judíos. Esto podría sonar a revolución frente a la dominación romana. Y Pilato se ve en la obligación de preguntar a Jesús: ¿Eres tú el Rey de los Judíos? Ante las demás acusaciones que le hacen los judíos, Jesús calla. En cambio a la pregunta de Pilato responde: Efectivamente, tú lo dices.

La perspicacia del Procurador, ante el poco peso de las acusaciones, le hizo pensar que tal vez no era más que una cuestión de envidia. Si Jesús fuera un alborotador nacionalista, podría ser peligroso, pero entonces tendría que estar apoyado, siquiera bajo cuerda, por los jefes de los judíos. La prueba será contraponerlo a Barrabás que ha sido encarcelado por una revuelta nacionalista, con homicidio incluido. Y el pueblo se declara a favor de Barrabás y pide la crucifixión de Jesús. Y Pilato, para congraciarse con el pueblo, manda azotar a Jesús y lo entrega a los soldados para que lo crucifiquen. La brutal rechifla ante el  Rey de los Judíos termina en la crucifixión. En lo alto de la cruz queda escrito el título de la condena: INRI (Jesús Nazareno Rey de los Judíos).

Ante la cruz elevada al cielo se reproducen las actitudes adversas a Jesús: unos le recuerdan lo que interpretan como bravatas suyas sobre la destrucción y reconstrucción del templo; otros, se burlan de su poder salvador, ya que no puede salvarse ni siquiera a sí mismo; le insultan hasta los malhechores crucificados con él. Pero de la boca de un pagano, el centurión que mandaba el piquete de ejecución, brota una alabanza a Jesús: Realmente este hombre era Hijo de Dios. Y esto lo dijo, anota el evangelista, al ver cómo había expirado. Es la tesis que intentaba demostrar el evangelio de Marcos desde el inicio del mismo: Comienzo del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios.

Los creyentes vemos la cruz, no como un patíbulo de muerte, sino una fuente de vida y de gracia que llega hasta nosotros en los sacramentos de la Iglesia en los que por la actualización del misterio de la cruz, llega  la gracia y la vida de Cristo a los cristianos. En ella reina Cristo mostrándonos un ejemplo de vida sacrificada y entregada. Ante la cruz, cantamos la victoria de Cristo y nuestra victoria. Adoramos la cruz y la llevamos adelante en nuestras dificultades, animados por el Espíritu del Señor. Descubrimos también la cruz de Cristo en los hombres que sufren hoy en nuestro mundo. Vemos en ellos a Cristo que pasa cargando la cruz y nos invita a ser sus cireneos, porque cuanto hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis.

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