La Anunciación
La promesa de redención se va a hacer realidad. El anuncio de los profetas se hace presente en María y en Jesús. El grito del pueblo de Israel ha encontrado eco en el corazón de Dios. El tiempo se ha cumplido y Dios Padre va a enviar a la tierra a su Hijo para que, haciéndose hombre, viva en medio de los hombres y los lleve a todos a la Salvación, perdida por el primer pecado de nuestros primeros padres en el Paraíso terrenal.
Pero la promesa no se hará realidad sin el consentimiento del hombre, Dios es muy respetuoso de la libertad de los hombres y por eso enviará a su emisario, el ángel Gabriel, para pedir a María su colaboración, entrega de amor, a fin de que su Hijo se encarne en su seno virginal. María, la elegida por Dios desde la creación del mundo para ser la Madre del Hijo de Dios, conocía la Biblia, conocía las promesas de Yahvé, y en su corazón también brotaría el grito de su pueblo, Israel: «Ven Señor, no tardes».
Ella, en contra de la costumbre de las mujeres de su pueblo, había hecho voto de castidad: Ella siempre sería virgen. ¿Cómo iba a pensar María que ella, expresamente ella, era la elegida para hacer realidad la promesa del Señor? Por eso su sobresalto y su extrañeza ante las palabras del ángel: ¿Cómo podrá ser madre siendo virgen?
El ángel la tranquiliza y la saca de dudas. María seguirá siendo virgen, como lo había anunciado el profeta. Seguirá virgen porque ella lo ha elegido, porque ella se ha entregado totalmente a Dios, pero será Madre porque Dios va a realizar el milagro en ella. Sólo era necesario que ella aceptara y así lo hizo. Ella, que siempre se había puesto en las manos del Señor, pronuncia un nuevo SI, el más auténtico y comprometido, a la voluntad del Padre, y en ese mismo momento y por obra del Espíritu Santo, el Hijo de Dios encarna en su seno para ser su hijo.
El ángel Gabriel puede volver contento y feliz junto a Dios. Su misión ha terminado con éxito. Pienso que en su rostro había alegría y que sus labios pronunciaron: «Gracias, María».







