Compendio De La Vida Del V. J. Gabriel Perboyre. Apéndice

Francisco Javier Fernández ChentoJuan Gabriel PerboyreLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Desconocido · Año publicación original: 1890.
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Apéndice

El martes 12 de Junio de 1888, la Sagrada Con­gregación de Ritos tuvo en el Vaticano la Congrega­ción general, presidida por Su Santidad León XIII, convocada para dar su voto sobre la duda siguiente: An constet de martyrio et de causa martyrii nec non de signis et miraculis in casu et ad effectum de quo agitur? El martirio, la causa del martirio, así como también las señales en el caso y para el efecto de que se trata, ¿están comprobados? En la tarde del mismo día, el M. R. P. Superior general de la Congregación de la Misión recibió un telegrama, firmado por el Sr. Va­lentini, Procurador general cerca de la Santa Sede, redactado en estos términos:

«Triunfo completo.»

La Sagrada Congregación de Ritos no tiene más que responder a la siguiente duda:

An tuto procedi possit ad Beatificationem? Se puede proceder con seguridad a la Beatificación; no recla­mando ni discusión ni procedimiento judicial, este voto tendrá lugar en una Congregación general que se reunirá para tratar todo lo demás de la causa.

Cuando la Sagrada Congregación de Ritos hubiere agotado la larga serie de sus procedimientos, el Sumo Pontífice dará orden de redactar y publicar el Decreto de Beatificación, después fijará el día de la solemne ceremonia.

Su Santidad tenía intención, nos han dicho, de co­ronar el año jubilar de su Ordenación Sacerdotal por la Beatificación de nuestro venerable mártir, que sería el primero puesto en los altares de todos los Misioneros que han evangelizado la China y de todos aquellos que la Obra de la Propagación de la fe ha ocupado en el mundo entero.

Podemos, pues, esperar que la hora del glorioso triunfo de Juan Gabriel Perboyre no tardará en llegar.

Redoblemos el fervor de nuestras oraciones para hacer este momento tan deseado.

Carta del Sr. Valentini, Sacerdote de la Misión, Procurador de la Congregación cerca de la Santa Sede, al M. R. Sr. Antonio Fiat, Superior general de la Congregación de la Misión.

Roma 13 de Junio de ISS8.

Mi muy honorable Padre: Vuestra bendición si os place!

Ayer el telégrafo os llevó la gran noticia de la Congregación general en la causa de nuestro Venerable Perboyre y su feliz resultado. Ciertamente os agradará mucho saber por esta carta los pormenores que un telegrama no podía daros.

Según lo prescrito, fue expuesto a las nueve de la mañana en nuestra Iglesia de Monte Citorio el Santísimo Sacramento para obtener la gracia tan deseada. Lo mismo había rogado hiciesen, en sus respectivas capillas, a los Superiores de la Casa Torlonia, de Santa María in Capella y de Zacollete.

Próximamente a la misma hora la Sagrada Congregación de Ritos se reunía en el Vaticano, porque en la Sala del Trono era donde debía tenerse la sesión general.

El Padre Santo daba entonces audiencia a los Obispos consagrados el día anterior. Entre ellos se hallaba nuestro compañero el Ilmo. Sr. Agostino, a quien Su Santidad dirigió felicitaciones por la bella causa en que pronto ha de ocuparse.

Esta circunstancia retrasará un poco la Congregación.

Hacia las diez y media el Padre Santo entraba en la sala, y después de las oraciones acostumbradas, los Cardenales fueron a tomar asiento en rededor suyo. Los Consultores y oficiales de la Congregación permanecieron de pie. Los miembros de la petición, a saber: el demandante, el Abogado y el Procurador, estaban a la puerta de la sala dispuestos a entrar si se deseaban algunas aclaraciones. Ya conocéis el sujeto en que se iban a ocupar: An constet de martyrio et signis, etc. Esta Congregación es muy solemne; por de pronto el Padre Santo es su Presidente; así los Cardenales como los Consultores dan su voto por escrito; además el voto es necesariamente afirmativo o negativo, mientras que en las otras Congregaciones puede quedar en suspenso o en duda. Si el voto fuese negativo actum est de causa usque ad tempus, la causa sería perdida por algún tiempo. De ahí la suma importancia de esta Congregación, y mientras tiene lugar, la vivísima preocupación de las personas que en ella se interesan. A las doce menos cuarto se abrieron las puertas de la sala, y vimos salir a los Consultores, porque ellos no debían asistir al escrutinio de los votos de los Cardenales. Como tienen que guardar secreto, pasan delante de los miembros de la petición sin decir palabra: apenas les saludan; pero su fisonomía revela la alegría. Este es buen augurio, y sin embargo el corazón aún palpita. Tres cuartos de hora después, próximamente, las puertas de la sala se abren por segunda vez, y el Padre Santo hace llamar a los miembros de la petición: el Cardenal Laurenzi se apresura a salirnos al encuentro queriéndonos hablar, pero no tuvimos tiempo de escucharle, tal era el anhelo de postrarnos a los pies de Su Santidad y escuchar de su boca algunas palabras que nos dejaran entrever el resultado de la votación. Este año he tenido muchas veces la dicha de ver y oír al Padre Santo; pero no me acuerdo, muy honorable padre, haberle visto tan jovial y placentero; jamás hele oído hablar con tanta naturalidad como en esta circunstancia. Postrado a sus pies, le di las gracias a nombre de la Congregación, a nombre del hermano y de sus dos hermanos aún vivientes del venerable mártir, por haberse dignado tener esta sesión tan ardientemente deseada. El Padre Santo tomó también la palabra y en presencia de todos los Cardenales dijo que, desde hacía mucho tiempo nuestra Congregación suspiraba por esta causa. «En 1846, añadió él, volviendo de Bélgica, bajé a vuestra casa de Monte Citorio: Don Francisco Aspetti era entonces el Superior de ella, habían colocado en la escalera el cuadro del Venera­ble Perboyre: el Superior que me acompañaba me dijo esperaba verle un día inscrito en el número de los Santos: este día ha llegado, añadió el Padre Santo, pero Nos nos reservamos la decisión de la causa.» Sin. embargo, el Padre Santo, en la audiencia dada a los Obispos antes de la sesión, durante más de media hora había referido la vida del Venerable Perboyre, descendiendo aún a detalles minuciosos, ensalzando sus virtudes y glorificando su martirio; en una palabra, hizo su panegírico. Había aún añadido que para los mártires no se exigen milagros, pero que el brillante martirio de nuestro Venerable Perboyre era el mayor de los milagros.

Apenas nos hubimos separado del Padre Santo cuando nos hallamos con el Cardenal Laurenzi, que estaba rebosando de alegría.

Es con el mayor respeto, Señor y muy honorable Padre, su muy humilde hijo.

F. Valentini, J. S. d. l. M.

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