Punto de partida: Confrontación entre el Ser y el Quehacer
Con frecuencia, en nuestros encuentros, convivencias, reuniones, asambleas… nos planteamos dos cuestiones relativas al ser y al quehacer vicencianos. Partimos de dos percepciones: por un lado, todos estamos de acuerdo en que el carisma, el ser, la identidad, el sello característico de los vicencianos ha estado, está y estará de plena y total actualidad. Por otro lado, no está tan clara nuestra forma de vivir y de transmitir ese ser vicenciano. En definitiva, se trata de la confrontación entre nuestra identidad y nuestra significatividad, entre nuestro carisma y nuestra misión.
Además, en los últimos años, estamos buscando casi angustiosamente nuestra impronta específica, nuestro espacio propio en la sociedad y en tarea evangelizadora de la Iglesia. Espacio que estaba muy claro en otra época, pero no en este cambio radical y total de época. Caminamos a tientas, con dudas y perplejidades, con aciertos y contradicciones, con esperanzas y nostalgias.
Por eso, es urgente preguntarnos por una serie de cuestiones fundamentales de nuestro presente y de nuestro futuro: ¿podemos aportar algo los vicencianos a la nueva y urgente evangelización? ¿somos capaces los vicencianos de hacer fructificar nuestro carisma, nuestra espiritualidad, nuestro ser en la tarea de la nueva evangelización? ¿cuáles son las claves vicencianas que pueden contribuir a hacer eficaz y operativo este proyecto planetario de la nueva evangelización? ¿en qué campo evangelizador debemos movernos hoy los vicencianos? ¿cuáles son los espacios vicencianos en la nueva evangelización?
Hace más de cincuenta años, el Concilio Vaticano II ya nos propuso un principio básico, sencillo, breve e inteligente para responder a las preguntas anteriores: volver continuamente a la inspiración originaria del Fundador (carisma) y encarnar e inculturar esa inspiración en los tiempos cambiantes actuales (la misión)1.
La Congregación de la Misión existe para evangelizar
A finales de 1975, Pablo VI dijo, en la Exhortación Apostólica “Evangelii nuntiandi”, una frase rotunda: “Evangelizar constituye la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar”2. Hace casi cuatrocientos años, Vicente de Paúl hizo realidad esa dicha y esa vocación evangelizadora, poniendo en marcha una Congregación para evangelizar a los pobres.
Hoy este mandato evangelizador se ha hecho más urgente. Los tres últimos Papas han hablado, con insistencia y de todas las maneras posibles, de la nueva evangelización. Han retomado la evangelización de siempre y han recordado que tiene que llevarse a cabo, hoy y aquí, con nuevos métodos, nuevas expresiones, nuevo ardor… Hay que evangelizar de nuevo porque nueva es la sociedad multicultural y globalizada de este milenio. Incluso, el Papa Francisco ha introducido un matiz muy profético y significativo, a la vez que muy vicenciano: la nueva evangelización tiene que moverse en las múltiples y contradictorias “periferias” de la vida; periferias materiales, morales, geográficas, existenciales, espirituales…; y esta evangelización tiene que ser diálogo, sanación, esperanza y alegría3.
La Congregación de la Misión, implicándose radicalmente en la tarea evangelizadora, responde a su gracia, a su vocación, a su identidad y a su naturaleza, y es coherente y fiel a su carisma. Esta afirmación de las Constituciones4 es tan obvia que todos estamos de acuerdo. Sin embargo, las dudas y discusiones vienen al hablar del “espacio evangelizador” que tiene que ocupar el evangelizador vicenciano. Aquí radica el nudo gordiano de la cuestión.
De suyo, no podemos hablar de una evangelización vicenciana, en cuanto tal, ni de una evangelización ignaciana o franciscana o dominicana. Porque el vasto campo de la evangelización es de todos los cristianos y para todos los cristianos. Es la tarea de toda la Iglesia. El arcoíris es un conjunto de variados colores, de ahí su belleza. Es un conjunto de colores que no es de ningún color concreto y específico, sino de todos los colores por igual. Y así, cada color contribuye a embellecer el conjunto. Podríamos decir que de lo que se trata es de encontrar ese color netamente vicenciano que contribuye a embellecer el arcoíris de la evangelización. O sea, qué puede aportar a la nueva evangelización universal el carisma vicenciano.
Marco general de la Misión Vicenciana
Una primera y contundente respuesta a la inquietud que nos ocupa, nos la proporciona el mismo San Vicente de Paúl en su conferencia a los Misioneros, el 6 de diciembre de 1658. Una conferencia que, precisamente, trata sobre “la finalidad de la Congregación de la Misión”. Su frase central y nuclear dice así:
“(Nuestra misión es): dar a conocer a Dios a los pobres, anunciarles a Jesucristo, decirles que está cerca el reino de los cielos y que ese reino es para los pobres”5.
Es curioso que esta frase clave y fundamental de San Vicente apenas la hemos citado o empleado los miembros de la Congregación de la Misión. Sin embargo, las Hijas de la Caridad la han recogido en sus Constituciones, tanto en las anteriores como en las actuales renovadas. ¿Se trata de una anécdota meramente casual o es símbolo de algo más grave y preocupante?
Esta frase constituye, en mi opinión, el mejor resumen de lo que debe ser el sello vicenciano de la evangelización. Y nos lleva a las grandes resonancias de la Evangelii nuntiandi de Pablo VI y de la Evangelii gaudium del Papa Francisco. Desde este marco general deben inspirarse, orientarse y articularse todas nuestras acciones evangelizadoras, y también hacia este marco general deben confluir todas nuestras actitudes y disposiciones.
Este marco general nos presenta la intrahistoria de la intuición vicenciana. Aún más, nos descubre el “aliento vital” que fundamenta, da vida y potencia la misión vicenciana. Sin este aliento vital, la misión se quedaría en una estrategia meramente altruista o en un discurso demagógico. Son tres coordenadas que estuvieron en la base de la opción radical evangelizadora de Vicente de Paúl, y que tienen que fecundar la entraña vicenciana de hoy y de mañana:
- La experiencia del buen Dios, protector y liberador de los pobres: Dios es lo primero, es el absoluto. Nosotros somos cauces de la bondad y de la misericordia de Dios. Pero el Dios que tiene que anunciar un vicenciano es el Dios “protector de los pobres”, como diría Vicente de Paúl6, el Dios del amor, de la misericordia. Dios es el primero que opta por los pobres. Por tanto, la causa de los pobres es la causa de Dios y la cuestión de los pobres es la cuestión de Dios. Por eso, podemos decir que, para un vicenciano, la opción por los pobres, antes que un mandamiento o un compromiso, es una realidad de fe y una verdad teológica.
- La centralidad de Jesucristo, evangelizador y servidor de los pobres: toda la vida de Vicente de Paúl es cristocéntrica y la cristología de Vicente de Paúl no es teórica, sino viva y existencial. Obviamente, la identidad vicenciana es cristocéntrica y, por tanto, su opción por los pobres sólo se entiende porque la causa de los pobres es la causa de Cristo, y sigue y anuncia a “Jesucristo, evangelizador y servidor de los pobres”, como también subraya Vicente de Paúl. Además, el vicenciano tiene que fijar su mirada en el capítulo 4, versículos 18 y 19 del evangelio de San Lucas (“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido para que dé la Buena Noticia a los pobres…”). Ahí encuentra el punto clave de su opción por los pobres, de su vocación y de su misión en la Iglesia y en la sociedad.
- La pasión por los pobres: no se trata solamente de preocupación por los pobres o de cercanía a los pobres, sino de mucho más. Se trata de vivir aquello que expresaba Vicente de Paúl: “Los pobres, que no saben qué hacer ni a dónde ir, que sufren y se multiplican todos los días, constituyen mi peso y mi dolor”7. Se trata de que los pobres sean nuestra pasión dominante, y ante una pasión así, todo lo demás queda en un segundo plano. Vicente de Paúl, movido por esa pasión por los pobres, llega a decir: “Tendríamos que vendernos a nosotros mismos para sacar a nuestros hermanos de la miseria”8.
Tres prioridades innegociables e irrenunciables
Una segunda respuesta —complementaria de la anterior— la encontramos en el famoso —y tantas veces olvidado— nº 12 de las Constituciones de la Congregación de la Misión que, en definitiva, son la traducción viva, operante y actualizada del carisma vicenciano. Ese nº 12 nos señala el camino, la meta y el ritmo de nuestra misión. Podemos dar vueltas y más vueltas buscando nuestro lugar en la evangelización, pero siempre volveremos a ese nº 12 de las Constituciones. Porque, como alguien ha dicho, para ser originales, hay que volver a los orígenes.
De este número voy a entresacar sus tres primeros apartados que, en mi opinión, constituyen las tres prioridades irrenunciables e innegociables en el ser y en el quehacer vicencianos. Tres prioridades que son, a la vez, las claves para entender el lugar donde debe resituarse constantemente el evangelizador vicenciano.
“Preferencia clara y expresa por el apostolado entre los pobres”
Más de uno puede equiparar esta primera prioridad vicenciana con la llamada “opción preferencial por los pobres”. Sin embargo, aún siendo muy loable y exigente esa expresión para todos los cristianos, se quedaría corta para la misión vicenciana. Porque, cuando las Constituciones hablan de “preferencia por los pobres”, lo matizan con dos calificativos que no dejan resquicio a la duda: opción “clara” y “expresa”. O lo que es lo mismo, opción nada teórica ni abstracta, opción radical, en suma. Con esos dos adjetivos, la preferencia por los pobres deja de ser optativa y se convierte en obligatoria, deja de ser preferencial y se convierte en fundamental y exclusiva.
Además, esta preferencia clara y expresa por los pobres y entre los pobres nos traslada a la visibilidad efectiva y a la significatividad real. Es decir, exige que la opción por los pobres sea efectiva, se pueda ver, se pueda tocar, se pueda evaluar, se pueda demostrar. Exige que no se quede en los documentos, en los hermosos proyectos y en los sueños de las buenas intenciones.
El espacio primero y fundamental de los vicencianos en la nueva evangelización queda perfectamente delimitado en esa sencilla propuesta constitucional. Porque decir “preferencia clara y expresa por los pobres” nos remite inmediatamente a lo que Vicente de Paúl repite una y otra vez, y resume, por ejemplo, en estas dos frases: “Ved, hermanos míos, cómo lo principal para Nuestro Señor era trabajar por los pobres. Cuando se dirigía a los otros, lo hacía como de pasada”9. “Somos los sacerdotes de los pobres, Dios nos ha elegido para ellos. Esto es lo principal para nosotros, lo demás es sólo accesorio”10.
“Atención a la realidad de la sociedad humana”
Es la segunda prioridad que señalan las Constituciones. Es decir, el vicenciano no puede evangelizar desde lejos o desde un espiritualismo desencarnado. Esta segunda prioridad nos remite a la “encarnación” que es la primera nota esencial de la espiritualidad vicenciana. Porque, cuando hablamos, en el lenguaje vicenciano, de prestar atención a la realidad humana, estamos diciendo que no puede haber evangelización sin encarnación, sin inculturación, sin meternos de lleno en la realidad que se quiere y se debe evangelizar.
Y para evitar la tentación de andar por las ramas, esta segunda prioridad concreta esa atención a la realidad social. Es una concreción vicenciana que guarda relación con la opción fundamental por los pobres: “(Atención), sobre todo, a las causas de la desigual distribución de los bienes en el mundo”. Porque la visión y el análisis de la realidad de un vicenciano, según la letra y el espíritu de este número de las Constituciones, debe llevarse a cabo desde los pobres, con los pobres, para los pobres, junto a los pobres… Y, más concretamente, ese análisis y esa visión de la realidad debe dirigirse al extenso panorama de desigualdades, injusticias, insolidaridades, corrupciones… que están fabricando constantemente más pobres y marginados.
Cuando el Papa Francisco habla de “economía de la exclusión”, de “cultura del descarte” o de “cultura de la muerte”11, está sacando a la luz las consecuencias de un análisis serio y profundo de la realidad social. Y nos enseña a todos —y, por supuesto a los vicencianos— a prestar “atención a la realidad de la sociedad humana”. Incluso, para que no tengamos miedo a traspasar ciertas fronteras de la prudencia y de la ortodoxia, nos dice algo que puede sonar a nuevo en un Papa: “No nos preocupemos sólo por no caer en errores doctrinales, sino también por ser fieles a este camino luminoso de vida y de sabiduría. Porque a los defensores de la ‘ortodoxia’ se dirige a veces el reproche de pasividad, de indulgencia o de complicidad culpables respecto a situaciones de injusticia intolerables y a los regímenes políticos que las mantienen”12.
Además, esta segunda prioridad la completan las Constituciones con una frase que nos indica la razón y la finalidad del análisis social: “A fin de cumplir mejor con la función profética de evangelizar”. Una frase que nos señala la dirección adecuada y acertada: la evangelización exige un esfuerzo por ir transformando las estructuras sociales, políticas, económicas, culturales e, incluso, religiosas; la evangelización está exigiendo una pastoral de hechos y de gestos salvadores, liberadores y sanadores, no sólo una catarata de palabras archisabidas y una repetición aburrida de sermones moralizantes. En resumen: los vicencianos debemos emprender una pastoral de gestos proféticos, de acciones de solidaridad con los marginados y excluidos sociales, de tomas de posición valientes y arriesgadas ante injusticias concretas y lacerantes, de colaboración abierta y solidaria con iniciativas humanizadoras…
A raíz del Concilio Vaticano II, las voces más alentadoras y perspicaces de la comunidad eclesial empezaron a recordarnos una verdad incontestable: que la lucha por la justicia es una dimensión constitutiva de la evangelización.
“Ser evangelizados por los pobres”
Esta tercera prioridad se puede leer al completo: “Alguna participación en la condición de los pobres, de modo que no sólo procuremos evangelizarlos, sino también ser evangelizados por ellos”. Pero destaco y subrayo la parte final de la proposición, porque me parece que contiene el mensaje más sustancial y concluyente. Se trata de aprender en la “escuela de los pobres”.
En definitiva, es lo que Vicente de Paúl enseñó y la más genuina tradición vicenciana ha mantenido y mantiene: que los pobres, además de ser nuestros amos y señores, son también nuestros “maestros”. Es cierto que Vicente de Paúl nunca dijo o escribió, de forma textual, que los pobres son “nuestros maestros”. Pero no es menos cierto que el contenido de esa expresión subyace en todo su pensamiento y en toda su acción. Es cierto también que Vicente de Paúl nunca empleó la expresión “los pobres nos evangelizan” o “somos evangelizados por los pobres”. No es lenguaje posible o imaginable en la teología y en la pastoral de su tiempo. Pero no es menos cierto también que la mejor hermenéutica vicenciana nos señala que Vicente de Paúl dice en su lenguaje lo que nosotros decimos hoy en el nuestro.
Por eso, para un vicenciano, el clamor de los pobres, sus necesidades básicas, el abandono, la marginación y la exclusión que sufren, su falta de recursos intelectuales y espirituales… son claros signos de la voluntad de Dios, son manifestaciones palpables de que Dios nos está urgiendo a luchar por ellos, a llevarles la Buena Noticia de la salvación integral. En la “escuela de los pobres”, el vicenciano tiene que aprender una serie de lecciones vitales para llevar a cabo su tarea evangelizadora. Por ejemplo, San Vicente de Paúl destaca las siguientes lecciones que nos dan los pobres: nos enseñan cuál es la voluntad de Dios y dónde está nuestro sitio en la Iglesia y en la sociedad; nos introducen cerca de Dios; nos remiten sin cesar a Jesucristo; nos interpelan con su sufrimiento; nos invitan a una pobreza más radical; nos muestran la mordedura de la pobreza; nos evangelizan mediante su paciencia y su capacidad de acogida…
¡Nos pasamos la vida buscando la voluntad de Dios y no nos damos cuenta de que la tenemos delante de nuestras narices, porque, como decía B. Pascal, los acontecimientos y los gritos de los pobres nos muestran lo que Dios nos pide y exige!
Evangelizadores con espíritu vicenciano y hacia la frontera
Una evangelización sin espíritu deviene en propaganda, en activismo social o en proyecto y acción humanista. Un evangelizador sin espíritu es un publicista, un activista social y político o un líder de masas. Aquí podemos aplicar al evangelizador lo que ya decía, en la década de los años 60 del siglo pasado, el famoso teólogo alemán Karl Rahner: “El cristiano del futuro será un místico, es decir, una persona que ha experimentado a Dios, o no será cristiano”.
El Papa Francisco, en el capítulo V de la “Evangelii gaudium”, quiere dejar muy claro que al margen del espíritu no hay evangelización verdadera. Siguiendo este sabio principio del Papa, me atrevo a decir que un evangelizador vicenciano sin espíritu vicenciano, tampoco es verdadero evangelizador. El Espíritu Santo, protagonista y agente principal de la evangelización, infundió a Vicente de Paúl y a su Congregación un carisma, un espíritu, una espiritualidad propia y específica para la evangelización de los pobres. Un vicenciano que no es movido por ese carisma, por ese espíritu, tiene un vacío enorme y un déficit muy importante para su tarea pastoral en las coordenadas evangelizadoras de la Congregación de la Misión.
El evangelizador vicenciano tiene que ser coherente con el espíritu propio y específico. No porque sea más grande o más pequeño, sino porque es el que el Espíritu Santo dio al Fundador y a sus seguidores para llevar a cabo la tarea encomendada. De lo contrario, estará viviendo sin unidad de vida, sin fidelidad al espíritu y sin sentido de pertenencia a su vocación y a su misión. Y caminará continuamente en la tentación de consumir, a escondidas, otras espiritualidades sospechosas y nada aconsejables.
El evangelizador vicenciano tiene que estar imbuido de un espíritu de humildad encarnada, de sencillez compasiva, de mortificación solidaria, de mansedumbre misericordiosa, de celo audaz y creativo. El evangelizador vicenciano tiene que vivir una “espiritualidad de ojos abiertos”, según la expresión de J. B. Metz. Es decir, que su experiencia de Dios se inspire no en una mística de ojos cerrados donde uno se contempla únicamente a sí mismo, sino en una mística de ojos abiertos que tiene una viva, solidaria e intensa visión del sufrimiento ajeno.
Y este espíritu le lleva inexorablemente a la “frontera”, es decir, a estar en disposición de misión, de salida, de desplazamiento, de discernimiento sobre obras y proyectos evangelizadores de los pobres. La parábola del buen samaritano puede ser un buen ejemplo de ir a la “frontera”, allí donde están los atropellados, los heridos, los maltratados, los que ya no son visibles a esta sociedad insolidaria y de consumo.
Propuestas vicencianas para la nueva Evangelización
Cuando nos preguntamos, como he hecho al principio de esta exposición, por los aportes que, desde su carisma, pueden brindar los vicencianos a la nueva evangelización, casi siempre solemos enumerar una larga lista de acciones misioneras muy mediáticas o una extensa serie de proyectos más o menos idealistas.
Sin embargo, lo que yo quiero exponer aquí son unas propuestas vicencianas sencillas que enriquezcan y potencien la nueva evangelización. Propuestas que nacen del carisma vicenciano y, a la vez, despliegan ese carisma.
a) La diaconía de la caridad como un modo privilegiado de evangelizar
Es el hilo conductor que vertebra y que da unidad y coherencia a la misión vicenciana. Porque el carisma vicenciano tiene una “estructura diacónica”. Y con esta expresión me estoy refiriendo al servicio de la caridad, a la misión de la caridad, al
estado de caridad que diría Vicente de Paúl. En la diaconía de la caridad habitan, en perfecta unión, la caridad, la justicia, la misericordia, el servicio, la entrega, la civilización del amor, la promoción, la humanización… Además, esta diaconía de la caridad inspira, modela e impulsa la misión vicenciana, poniendo a los pobres en la raíz y en el centro de sus obras e Instituciones.
b) La organización de la caridad como testimonio evangelizador
Una de las notas más características de la diaconía de la caridad es la organización. La organización coordinada de la caridad está en la raíz misma de la misión vicenciana. Pero esta organización de la caridad debe ser audaz y creativa. Juan Pablo II, en su Carta apostólica “Novo millenio ineunte”13, habla de una “nueva imaginación de la caridad”: nueva y renovada para los tiempos nuevos. Lo exigen las nuevas situaciones y las nuevas víctimas de la globalización de la indiferencia.
c) La sensibilidad como actitud previa y fundamental
“¡Ser cristiano y ver afligido a un hermano, sin llorar con él ni sentirse enfermo con él¡ Eso es no tener caridad; es ser cristiano en pintura; es carecer de humanidad; es ser peor que las bestias”14. Como un efecto lógico y natural de la caridad, Vicente de Paúl subraya con fuerza la sensibilidad. Sin sensibilidad, no hay apertura y cercanía a los pobres. Sin sensibilidad no hay evangelización, no hay “buenas noticias” para los pobres. En el camino que baja de Jerusalén a Jericó, y que define la vida, la falta de sensibilidad nos convierte en explotadores como los asaltantes o en falsos neutrales como el sacerdote y el levita. Más de una vez he oído decir que los vicencianos y vicencianas tienen que ser los grandes expertos en sensibilidad social. He aquí el reto y el compromiso en nuestra tarea evangelizadora.
d) La encarnación como camino indispensable para evangelizar
Podemos establecer una especie de regla de oro: no puede darse misión sin encarnación; no puede darse misión sin inculturación en el mundo de los pobres. Un Documento del Episcopado español, titulado “La Iglesia y los pobres”, dice a este respecto: “Nuestra caridad debe acercarnos a los pobres de todas las maneras posibles, pero especialmente en la convivencia, situándonos entre ellos para poder analizar las situaciones con realismo, compartir sus problemas y buscar soluciones, recibir su amistad y también la amistad especial del Señor con los que sirven a sus pobres” (nº 134).
e) La visión de la realidad desde los pobres y con la mirada de Dios
D. Bonhoeffer escribió: “Hemos aprendido a ver los grandes acontecimientos de la historia del mundo desde abajo, desde la perspectiva de los inútiles, los sospechosos, los maltratados, los sin poder, los oprimidos, los despreciados, en una palabra, desde la perspectiva de los que sufren”. No cabe duda de que el mundo se ve de distinta manera desde las periferias que desde los palacios, desde el barro y las alambradas de los refugiados que desde las grandes avenidas y los consejos de administración, desde la vida amenazada que desde la vida solucionada. Por eso, lo que debemos buscar no es la mirada del sociólogo, sino la “mirada de Dios” que sabe ver en profundidad y al que se le conmueven las entrañas.
f) La potenciación de la misión compartida
Llevamos muchos años hablando de Familia Vicenciana, de misión compartida con la Familia Vicenciana, de colaboración entre todos los miembros de la Familia Vicenciana… Es la hora de tomarse en serio la misión compartida. Ya en octubre de 1964, aquella santa y sabia Hija de la Caridad, Sor Susana Guillemin, escribía con acento profético: “Hay que pasar de una posición de autoridad, a una posición de colaboración”. La misión compartida por parte de todas las ramas del árbol vicenciano exige conocimiento mutuo, colaboración sin prejuicios ni protagonismos, apertura sincera, cambio de esquemas, comunión leal, formación conjunta, fortalecimiento del carisma vicenciano, unión sin confusión.
g) El cambio sistémico como dimensión necesaria para la evangelización
Vicente de Paúl era consciente de que la pobreza tenía unas causas estructurales que la producían, la fomentaban, la multiplicaban y la eternizaban. Vicente de Paúl luchó, con los medios y las categorías mentales de su tiempo, contra esas estructuras perversas. Vicente de Paúl nunca dudó en considerar esas acciones contra las estructuras injustas como una dimensión evangelizadora de los pobres. Hoy los vicencianos hablamos de “cambio sistémico”. Dicho muy brevemente y muy genéricamente, el “cambio sistémico” se centra en cambiar las estructuras dominantes en cuyo interior viven los pobres sometidos a un círculo cerrado que empobrece y margina sistemáticamente. Y, a la vez, impulsa a los pobres a desarrollar estrategias que les lleven a salir de ese círculo de la pobreza y de la exclusión. Y si se tiene alguna duda de la dimensión evangelizadora del “cambio sistémico”, ahí están todos los documentos eclesiales que hablan de la íntima unión entre evangelización y promoción humana.
h) La Doctrina Social de la Iglesia como apoyatura vicenciana
Es indudable que el carisma vicenciano se siente muy a gusto con y en la Doctrina Social de la Iglesia. Y, por supuesto, la Doctrina Social de la Iglesia tiene una dimensión que aviva, fortalece y actualiza el carisma vicenciano. Porque si la caridad es la entraña y el eje fundamental del carisma vicenciano, no hay que olvidar que también “la caridad es la vía maestra de la Doctrina Social de la Iglesia”15. No hay que olvidar que algún miembro de la Familia Vicenciana, como Federico Ozanam, ha sido calificado como “precursor” de la moderna Doctrina Social de la Iglesia.
i) La conversión a los pobres como horizonte globalizador
No se trata de una conversión más, para ir llenando la agenda de nuestras diarias conversiones. Cuando decimos que Vicente de Paúl es un “converso”, no estamos hablando de pequeños y fragmentarios actos morales de conversión, que, sin duda, llevaría a cabo. Estamos apuntando a algo mucho más profundo y globalizador de toda su existencia. La conversión a los pobres significa que los pobres tienen que estar en el centro de nuestra misión evangelizadora, que los pobres tienen que señalarnos el camino en la evangelización. Porque si no tenemos el horizonte y la referencia de los pobres, ¿de qué Cristo vamos a ser testigos? Si los pobres no son los primeros destinatarios de la Buena Nueva, ¿para qué queremos la evangelización? Si nuestra causa no es la causa de los pobres, ¿cómo vamos a ser continuadores de la misión de Cristo? El teólogo Jon Sobrino se sitúa en esta misma óptica cuando afirma que lo que se cuestiona en el fondo es si la Iglesia tiene que transmitir sólo conocimientos salvíficos, como dicen algunos, o tiene que proseguir la historia liberadora de Cristo con palabras y obras.
Una palabra final
Evangelizar desde el compromiso con los pobres, desde el servicio caritativo, es lo más genuino de las claves vicencianas de la evangelización, es lo que más y mejor podemos aportar los vicencianos a la nueva evangelización. Y esto por una razón tan simple como lógica: la opción por los pobres se convierte en el eje fundamental de la nueva evangelización, capaz de hacer visible y creíble la gratuidad amorosa y entrañable de Dios, y de suscitar la civilización del amor. Y en ese preciso y concreto espacio se tienen que encontrar los vicencianos.
- Cf. Decreto Perfectae caritatis, nº 2
- Evangelii nuntianti, nº 14
- Cf. Evangelii gaudium, nn. 20, 30, 46, 191
- Cf. Constituciones 10
- SVP, XI, 387, en la edición española
- SVP, IX, 1057
- Vicente de Paúl al P. Almerás, 8 de octubre de 1649. En P. Collet, Vida de San Vicente de Paúl…, traducción española, 274
- SVP, IX, 451
- SVP, XI, 56
- P. Collet, Vida de San Vicente de Paúl…, traducción española, 421
- expresiones del Papa Francisco en su discurso ante el Secretario General de la ONU, el 9 de mayo de 2014
- Evangelii gaudium, nº 194
- Novo millenio ineunte, nº 50
- SVP, XI, 561
- Benedicto XVI, “Caritas in veritate”, nº 2