Reclutamiento de nodrizas: Información, ficha
Estas deberán presentar un certificado de moralidad y someterse a la inspección de un médico encargado de verificar su edad y la calidad de su leche, su estado general. El certificado debe llevar también la firma del cura párroco, y no constatar sólo la regularidad de las costumbres, sino decir además que están casadas, y si su hijo está vivo o muerto. Para esto se les remite una hoja impresa, llamada vulgarmente bula, del que las hermanas conservaban un duplicado en casa.
En los ocho primeros días que seguían a la llegada del niño al pueblo, la nodriza debía presentar esta bula a su párroco que les ponía su visto bueno. El reglamento de 1774 atestiguará la utilidad de estas reseñas registradas en estas hojas que «harían las veces de billetes de reenvío de cara a los señores curas, que podrán hacer que se los presenten; sea para conocer a los niños, sea para atestiguar su existencia o su fallecimiento».
Según los documentos consultados, la más antigua de las bulas, es la siguiente:
«Hoy treinta de marzo de 1640 hemos dado a José Decheunin para ser amamantado a Margarita, mujer de Pedro Hallard, que vive en Follye, con otro nombre Gumet, por cien sueldos al mes; adelantado el primer pago, los otros les serán pagados por M. presentando la presente memoria con un certificado del señor cura, que asesore el estado del niño, y en caso de que el niño llegase a morir, será enterrado sin ninguna ceremonia, y dicha nodriza estará obligada a presentar también un certificado del día de su fallecimiento con las ropas de dicho niño».
Documento que parece primitivo para la mentalidad del siglo xx en que se ha realizado esta grandiosa asistencia en todos los dominios, pero que contiene detalles que se leerán no sin interés; documento que citamos también, porque se trata de un niño abandonado confiado a la mujer de Pedro Hallart por la misma Luisa de Marillac.
La comunidad de las hijas de la caridad posee, como un tesoro de sus archivos, el manuscrito que resume los hechos los hechos de la bula citada; Luisa nos da en él detalles del alojamiento del pequeño José en casa de «Margarita Plassiére, mujer de Pedro Hallard que vive en Follye cerca de Gif» y del de otros diecinueve niños confiados a nodrizas durante el primer mes. En el margen, al lado del número de orden, el nombre de la localidad es repetido por la mano de san Vicente de Paúl, lo que hace de esta memoria un recuerdo vivo de su colaboración a esta gran obra de caridad.
De los niños solamente cuatro habían sido confiados a las nodrizas de la calle Boulangers: «Carlos que se decía que era gentilhombre», un muchacho llamado «Etienne» y dos niñas. La mayor parte de las madres adoptivas eran campesina, ya de París, ya de los alrededores de la ciudad: «una lavandera llamada señora Catalina… la mujer de un ganapán que vivía cerca del puerto de Saint-Landry… la mujer de Denis, carnicero… la mujer de Marin Baron, escultor… Micaela Damiette, conocida de la señora Souscarriére». El método concienzudo, técnico, que preside la elección de las nodrizas, nos hace imaginar que estamos en presencia de un tipo primitivo de reglamento de una casa de maternidad de nuestro siglo o del control de la Seguridad Social.
Visita a los niños encomendados a las nodrizas
La encomendación de niños a nodrizas aumentó cada vez más. A Luisa le importaba ver a los recién nacidos en las casas de las nodrizas alejadas de París. Conocer la manera con que éstas cumplían sus compromisos. Los certificados de buena conducta que se les exigía para el pago de sus salarios, aseguraban su moralidad, pero esto no bastaba. Era preciso proceder a la visita a los recién nacidos.
…Por las damas
Igual que en el hospital, se organizó primero la visita cotidiana a los niños en la capital por las damas de la caridad «cada una en su día, de dos en dos, según la nota que se les enviará».
Los niños de los pueblos fueron también objeto de la solicitud de Luisa y de Vicente. Se animó a las damas a visitarlos, cuando se les presentase la ocasión de ir a visitar aquellos lugares. Desde el principio se propuso incluso enviar a veces con este fin «a un hombre joven y virtuoso» que quizá podría ser un hermano de San Lázaro, como ocurrió en 1649. Enviado en viaje de inspección en aquel año, el hermano empleó, según Abelly, «casi seis semanas en hacer la visita».
Había que completar esta vigilancia ocasional. Una vez más será a la hija de la caridad a quien se recurra para llenar la laguna; primero como auxiliar de las damas y poco después «de dos en dos» e informando solamente a las damas. En el mes de septiembre de 1642 la primera de las hijas será elegida como compañera de la señorita de Mée que «se propone ir a visitar a los niños de Normandía. ¿A quién le daremos?», pregunta Vicente de Paúl. Algunos días después expresaba su aprobación por la elección que había hecho Luisa: que la acompañara sor Juana de la parroquia de Saint-Germain.
Formación de las hermanas para su misión
Viendo cercano el día que sus hijas partan solas para hacer la visita a los niños, Luisa se ocupa de la formación de las primeras «enfermeras visitadoras» cuya institución permitía extender el radio de acción caritativa.
…Las que van a los pueblos
Antes de la partida de las hermanas encargadas de la visita, se les daba una nota nominal con los niños encomendados a nodriza. Los nombres y apellidos del niño, su edad y sexo estaban allí consignados; había una columna reservada a las hermanas para que anotasen el resultado de sus observaciones sobre la constitución física del niño y de la nodriza, sobre los hábitos morales del pequeño y sobre la naturaleza de los cuidados que se les daba.
Laileland ha publicado un informe de este tipo. Se trata de una visita hecha en Normandía y en Picardía por las hermanas de los niños abandonados. Sor Nicole Haran, que ha redactado las observaciones que aquí se encuentran, pertenecía al número de hermanas que se habían formado en las virtudes y trabajos propios de la institución bajo la mirada de la fundadora que, en 1659, alababa «una caridad muy singular para los niños» en esta hermana.
El informe dice que «las hermanas han encontrado a todos los niños de los pueblos bastante bien cuidados, a excepción de diez que habían quitado a nodrizas negligentes y se los habían dado a otras más cuidadosas». Señalan que «en Normandía, donde había casi cuatrocientos, están mejor alimentados que los de Picardía, donde se hallaban doscientos treinta y dos».
En este tiempo, en París, sor Cailly, ecónoma de la casa de los Enfant-Rouges, reclama en varias ocasiones la evacuación al hospital de Vaugirard de niños venidos de «la Cuna», y de nodrizas contaminadas por los pequeños desventurados, porque en la casa no hay un lugar apropiado para curarlos. Persona previsora da también todos los objetos que había para su uso, detalle a subrayar en el siglo XVII…
Por carta, Luisa animaba a sus hijas «en visita». A dos de ellas les escribe:
«Bendito sea Dios por la fuerza y el coraje que os da en todos vuestros trabajos, hacéis una maravillosa proeza. Tan pronto como sepa la resolución de las damas, la remitiré a ese buen escribano tan caritativo. No os olvidéis, os lo ruego, de volver a enviar a todos los niños que veáis que se defienden bien por sí solos, y de hacer destetar a los que ya pasan de dieciocho meses».
Al mes siguiente anunciaba el retorno en buen estado de salud de las dos hermanas, «Bárbara y María Daras de la visita a todos los niños encomendados a nodriza, en la que han empleado seis semanas justas».
Sor Bárbara se mostraba singularmente apta para hacer los viajes de inspección. También la encontramos dos años más tarde y en muchas otras ocasiones en los años sucesivos en visita a los niños de los pueblos en la que nunca manifestó repugnancia alguna. Su entrega a los niños era en verdad un culto, el culto de Aquel que se hizo pequeño por nosotros. En cuanto a los niños enfermos, los amaba de tal manera que, según testimonio de una compañera «los tenía la noche entera entre sus brazos para suplir las cunas que faltaban».
…Las que están en el sitio
Las hermanas instaladas en los pueblos donde se encontraban los niños encomendados a nodriza tenían a veces que ejercer una vigilancia sobre ellos y sobre sus madres adoptivas. Alejada de París, Luisa escribía a una hermana de la casa madre pidiendo una lista de los «lugares y nombres en donde están todos los niños de este barrio, para que yo me informe». En 1652 se dirige a las hermanas que están en Chars:
«Mi sor Margarita hará la cuenta de lo que tenéis que entregar a las nodrizas; mandadnos, os ruego, el estado de ese niño, y procurad que nos sea enviado en el tiempo que se os ha mandado».
Vicente de Paúl envía una palabra de ánimo a sor Juana Francisca que se halla en Etampes, diciéndole que ha hecho bien en enviar al pueblo a los mayores de entre los niños, y le confiesa al mismo tiempo que las damas
«tienen pena o se enojan por hacer este gasto. Yo las veré sin embargo mañana para tratar de hacer que se le envíe algo a usted, para que pueda continuar aún durante algún tiempo alimentando y educando a los más pequeños».
Dificultades: …Sin dinero
El enfrentamiento de la caridad y el agotamiento de los recursos de la obra hacían de la dirección del personal de los niños abandonados un peso aplastante para la señorita Le Gras. Desde el primer año de la guerra civil, las privaciones en la obra fueron extremas. Las hermanas se vieron obligadas a quedarse solamente con dos nodrizas en la casa, y sin «ningún duplicado» para colocar a los niños con una nodriza en los pueblos… siete pequeños no quieren «tomar el biberon»… ninguna provisión de paños ni de tela blanca.
Algo más tarde el apuro se hizo mucho más angustioso, y Luisa escribía:
«Las nodrizas de los pueblos comienzan a amenazarnos fuertemente y a enviarnos a los niños, y las deudas se multiplican hasta tal punto que no hay esperanzas de pagarlas».
Vicente lo sabía muy bien. El mismo se veía hostigado por sor Genoveva Poisson con respecto al salario de las nodrizas de la casa a las que sólo podía dárseles como solución «tener paciencia durante algún tiempo y hacerlo lo menos mal que se pueda». Luisa se inquietaba por las nodrizas de los pueblos.
«Desearíamos saber, escribe, si las pobres nodrizas tienen algo de dinero para estas fiestas y si los niños que aún amamantan, por falta de pago, no serán alimentados con el dinero dado para instalar ahí a los recién abandonados».
A los gritos de angustia de su colaboradora, Vicente se conmueve pero no se resigna a abandonarlo todo. «La obra de los niños está entre las manos de Nuestro Señor», recuerda a Luisa.
En esta angustia cruel, Luisa no se atrevía ya a interceder ante los grandes; se declaraba cansada de aturdir a la corte y a la ciudad con sus gemidos. Rehúsa, incluso, dirigirse a la señora Séguier, diciendo qué le parecía.
«que sólo he hecho oír las necesidades extremas, tanto de los pobres niños como de sus nodrizas… que he creído que resulta importuno a muchos, contristando en exceso los corazones tiernos y caritativos».
¿No se había dirigido ya al mismo canciller para «decirle que cien de estos pobres niños, además de todas las necesidades en que están continuamente, «se encontraban sin pan?».