21º Domingo de T.O. (reflexión de Ross Reyes Dizon)

Francisco Javier Fernández ChentoHomilías y reflexiones, Año BLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Rosalino Dizon Reyes .
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Sed sumisos unos a otros por reverencia a Cristo (Ef 5, 21)

La carne de Jesús es verdadera comida y su sangre, verdadera bebida. Sus palabras llevan a la vida eterna.

Por declarse el pan celestial, Jesús provoca controversia que va propagándose. Quienes se escandalizan ahora son unos discípulos. Les da a entender el Maestro que aún les queda por ver un escándalo mayor.

Los escandalizados preguntan: «¿Quién puede eschucharlo?», lo que descubre que les falta la disposición esencial de los discípulos. Los discípulos auténticos creen, primero que nada, en su Maestro y se mantienen asiduos en escucharlo. Quienes se echan atrás a la primera señal de dificultad demuestran que en realidad no son de Jesús.

Pertenecer a Jesús es cuestión de pura iniciativa divina: Él es quien nos pone delante las opciones; «No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido»; «Nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede». El Espíritu es quien da vida, si bien queda claro que no hay que desechar la carne, pues la ha asumido el Hijo de Dios para hacer posible nuestra asimilación a la divinidad.

San Vicente de Paúl reconoció la imprescindibilidad absoluta de la gracia, pero sin descartar la aportación humana. Dice una oración suya: «Somos débiles, Dios mío, y capaces de sucumbir al primer asalto. Nos has llamado por pura misericordia; que nos conserve tu infinita bondad, si así lo quieres; por nuestra parte, mediante tu santa gracia, contribuiremos con todo nuestro esfuerzo a rendirte todos los servicios y toda la fidelidad que esperas de nosotros. …» (SV:ES IX:332-333).

Y lo que se espera, en primer lugar, de los elegidos es que ellos no cejen en eschuchar la Palabra de Dios con motivo de cumplirla. Solo a los que escuchan la Palabra y la cumplen se les concede la intimidad con Jesús como miembro de familia.

Muy cercanos y asimilados al Maestro, ya que viven de la Palabra de Dios y se alimentan de su carne y su sangre, los verdaderos discípulos aprenden a ser los primeros en someterse a los demás y ponerse al servicio de ellos. El Señor les ayuda también a soportar dificultades y les da una lengua de iniciado, para que sepan decir palabras de aliento a los abatidos.

Aprenden asimismo a darse como comida y bebida para la vida del mundo. Así escandalizan aún más a cuantos ven todo desde el punto de vista de su ganancia (cf Laudato Si’ 82, 109) y no comprenden que es perdiendo que se gana.

Señor Jesús, haznos comprender que es muriendo que se resucita a la vida eterna.

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