Atento a los excluidos que claman
Ver a Jesús es ver al misericordioso Dios, atento a los excluidos que claman a él.
Jesús es judío. Parece que hasta a él se le retrata como partidario de los que toman por perros o cerdos a gentiles. El partido cerrado no se demuestra atento a los paganos. Es que los considera como réprobos irremediables; no hay misión alguna que les resulte salvadora.
Pero no así piensan todos los judíos. No faltan proponientes de la salvación universal que ha profetizado Isaías. Y Jesús, al final, no se demuestra indiferente, sino atento a la mujer cananea.
Así mantiene vigente él la profecía: «No diga el extranjero: «El Señor me excluirá de su pueblo»». Para escándalo, por tanto, de los con pretensiones de superioridad exclusivistas, queda claro que extranjero no significa insalvable. Con mostrarse atento Jesús, se señala que ya se está derribando el muro de separación entre judíos y gentiles.
Supera el que está atento los prejuicios.
Atento a la cananea, llega Jesús a conocer de primera mano su fe grande. Y no solo es grande la fe de la mujer por rehusar ella darse por vencida. Acierta también la supuesta pagana en el título de Hijo de David. ¿Cuál líder religioso judío otorgará ese título a Jesús?
Ni menos se postrará ante Jesús algún líder religioso. Lo hace, sin embargo, la mujer cananea y así toma la postura humilde de adoración. Y, haciéndose más humilde todavía, se admite no escogida, sino una persona marginada, en espera humilde de un pequeño favor.
Cediendo, pues, las presunciones a los hechos, resultan disipados los prejuicios ante una fe patente y resplandeciente. Y admirado de la extranjera, Jesús cumple lo que desea ella. Por lo visto, la misión de Jesús abarca a los gentiles. Pues Dios tiene misericordia de todos nosotros, seamos de la nación que sea.
Y esa misión, desde luego, es la misión de los que nos decimos seguidores de Jesús. Se espera de nosotros, pues, que tengamos un corazón atento. No quiere Jesús que nos cerremos a los desechables a los ojos del mundo. Y se nos manda, sí, a dejarnos atraer por los humildes.
Solidarios con los menospreciados, descubrimos que es entre éstos donde se conserva la verdadera religión (SV.ES XI:120). Encarnan además la sencillez, la paciencia, la obediencia, la mortificación, y el trabajo dedicado propio de los celosos. Y no nos enseñan a devorar a los demás como pan, sino a desgastarnos por alimentar a los demás.
Señor Jesús, danos un corazón atento como el tuyo.
20 Agosto 2017
20º Domingo de T.O. (A)
Is 56, 1. 6-7; Rom 11, 13-15. 29-32; Mt 15, 21-28