Vida fraterna de las Hijas de la Caridad

Francisco Javier Fernández ChentoEspiritualidad vicenciana, Hijas de la CaridadLeave a Comment

CREDITS
Author: Miguel Lloret, C.M., C.M. · Year of first publication: 1979 · Source: Ecos de la Compañía, 1979.
Estimated Reading Time:

Nuestra vida consagrada vicenciana —que hemos situado en la línea de la consagración bautismal y entre los Institutos de vida apostólica en co­munidad en lo referente a la vida fraterna— tiene sus exigencias propias sobre este punto. En efecto, ella pone a todos sus miembros, en todos los niveles y en todos los terrenos bajo el signo de su pertenencia a la Compa­ñía con su espíritu propio, y bajo el signo de una vida fraterna efectiva donde el don total se vive conjuntamente en función y con miras a parti­cipar en la Misión de la Iglesia, es decir, en función y con miras al servicio de Cristo en los pobres con un amor sencillo y humilde.

Situémonos sobre el terreno práctico donde se vive este «estar juntas para la Misión» según el ideal vicenciano. Vemos aparecer sucesivamente:

 

I.—EL VÍNCULO ENTRE LA UNIDAD EN LA VIDA
Y LA UNIDAD DE VIDA

 

a) Unidad en la vida

Podría hablar también de un «eje esencial»: Es juntas como las Hijas de la Caridad se centran en Jesucristo Evangelizador de los pobres, juntas quieren imitarle y ser su prolongación, juntas contemplarlo y encontrarlo en los pobres, juntas quieren servirle en los pobres y juntas, finalmente, es corno quieren anunciarle y revelarlo a los pobres.

Es este fin el que las reúne en un mismo espíritu.

1. Este objetivo común las reúne

Nunca se repetirá bastante la importancia del fin perseguido conjunta­mente. La palabra clave aquí es la de «coparticipación», entendida al mis­mo tiempo en el sentido de diversidad o distribución de tareas y en el sen­tido de puetsa en común, de interpelación recíproca.

  • Ø División y distribución de tareas múltiples y diversas.
  • Ø El Concilio en Perfectae Caritatis (núm. 8) nos recuerda que esta diversidad ha de vivirse como una riqueza que viene del Espíritu Santo y, parafraseando un poco el texto de San Pablo (Rom. 5-8), describe los dones y los ministerios que cada uno tenemos que vivir, según el reparto que hace este mismo Espíritu: «El servicio sirviendo, la enseñanza enseñando, la ex­hortación exhortando, para todos, una entrega sin medida, una misericordia radiante de gozo». O también, citando la I Cor. XII, 4: «Hay diversidad de dones, pero uno mismo es el Espíritu».
  • Esta diversidad ha de vivirse a nivel Compañía y a nivel Provincial. Y lo mismo en el marco de nuestras comunidades locales. Este pluralismo no inquietaba en absoluto a San Vicente.

«Ved, hermanas mías, todas no podéis ser iguales: unas sois más aptas para los enfermos, otras para las escuelas». Este pluralismo no establecerá separación entre las Hermanas, en la medida en que todas están consagra­das y desean consagrarse a una única misión y con el mismo espíritu. «Aun­que separadas (hablábamos en el artículo precedente de «dispersión» misio­nera), unas en los campos, otras en las parroquias, que vean sólo un mis­mo corazón entre vosotras».

San Vicente llegaba a decir, a propósito de esos distintos empleos: «Esto requiere diversos tipos de reglamentos», pero precisaba: «todos estos regla­mentos deben basarse sobre la regla general que todas deben observar». Ven, pues, que hoy no inventamos nada, cuando decimos que las Constitu­ciones han de contener lo esencial, nada más que lo esencial y todo lo esen­cial, sin lo cual la Hija de la Caridad no existe, pero que esa base esencial tendrá que vivirse con diversas modalidades.

 

Puesta en común

  • Lo que evita los «encasillamientos» es la apertura a los demás: inte­resarse por su trabajo, escucharles dejándoles hablar, hacerles preguntas, interpelar y dejarse interpelar fraternalmente, en una palabra: dialogar y colaborar todo lo posible.
  • El proyecto comunitario —del que les hablaré más adelante— será el fruto de un acuerdo de toda la comunidad local y, al mismo tiempo, el punto de partida de un auténtico acuerdo, puntualizado por intercambios, en todo el estilo de vida.
  • No olvidemos que juntas y, por tanto, en ese compartir comunitario, es corno podremos discernir las llamadas del Espíritu tanto en nuestras propias vidas como en las de nuestros hermanos, los pobres. Nuestras co­munidades no significan, en definitiva, otra cosa que el deseo de responder juntas a las llamadas que percibimos con jun lamente.

 

2. En un mismo espíritu

  • Hemos dicho ya que el amor sencillo v humilde, ha de animal toda su vida, por consiguiente, no sólo el servicio que prestan ustedes como tal, sino también su vida intercomunitaria. Y sobre esto ¿podemos decir que manifestamos siempre entre nosotras ese amor sencillo y humilde que tra­tamos de tener en nuestras relaciones con los pobres?
  • Ø Si es así, la comunidad irradiará naturalmente ese mismo espíritu, porque es la manera propia de actuar del Espíritu en nosotros como vicen­cianos. No olvidemos que la Misión comienza por ahí: Por esa señal se os reconocerá… «.

 

b) Unidad de vida

Para examinarla se habla a menudo de la trilogía: Comunidad de tra­bajo, comunidad de oración, comunidad de vida consagrada. Lo esencial es que, a través de estas notas dominantes, se realice una verdadera comunidad de vida con su vaivén continuo de la Misión al encuentro y del encuentro a la Misión.

 

Comunidad de trabajo

Las modalidades son muy diversas (Hermanas que trabajan en la misma obra, Hermanas que trabajan en obras diversas, pero dentro de una comu­nidad de tipo clásico, Hermanas a quienes el trabajo dispersa mucho más, pero que han de tener un empeño mayor todavía por vivir los tiempos fuer­tes comunitarios), pero lo esencial precisamente está en este intercambio con vistas a la vivencia misionera y a partir de ella.

Recuerden el famoso Consejo del 20 de junio de 1647, en el que Santa Luisa interroga a San Vicente:

«Padre, en este momento hay que tratar también de otro asunto: la ma­nera de comportarse las Hermanas entre sí… ¿No le parece a vuestra Ca­ridad que convendría que todos los días dedicasen algún rato (media hora aproximadamente) para comunicarse lo que han hecho, las dificultades que han encontrado y para ver juntas lo que les queda por hacer? Oh, Dios mío, sí, dijo nuestro Honorable Padre, esto es lo que hace falta: una gran co­municación y compenetración de unas con otras. No hay nada más necesa­rio. Esto une los corazones y Dios bendice las decisiones que se toman; dé tal manera que los asuntos marchan mejor. Todos los días, durante el recreo, os podéis preguntar: Hermana, ¿qué tal hoy? ¿Le ha ocurrido algo Hoy me ha sucedido tal cosa, ¿qué le parece? Esto hará entablar una con versación tan agradable como no se lo pueden imaginar. Por el contrario cuando cada una trabaja por su lado sin comunicarse con las demás, la situación se hace insoportable… De manera, Hermanas, que es preciso esto, que no suceda nada, que no se haga ni se diga nada, sin que todas lo sepáis Es necesario tener ese intercambio mutuo.

Naturalmente, es el espíritu lo que cuenta en un pasaje como éste, pero es extraordinario ver el empeño que tenían los Fundadores en que hubiera ese vínculo entre el trabajo y la vida fraterna, su preocupación por la colaboración y la reflexión comunitaria.

 

Comunidad de oración

  • La comunidad de oración ha de ser también la expresión de una ver­dadera comunidad de vida y recíprocamente. Es necesario orar juntas, con toda la intensidad de la palabra «juntas», y preparar comunitariamente ( raciones y tiempos fuertes (intercambios, revisiones comunitarias y revi­siones apostólicas).
  • La comunidad de oración está animada por el servicio a los pobres y centrada en la Misión: hay que leer nuestra vida a la luz del Evangelio y el Evangelio en relación con nuestra vida. Además un signo de unidad de haber logrado la unidad de vida es que el servicio nos haga desear una oración personal y comunitaria más intensa y que ésta nos lleva a un servi­cio más auténtico y más generoso todavía.

 

Comunidad de vida consagrada

Habría mucho que decir sobre la siguiente correlación, considerada en los dos sentidos:

pobreza – vida fraterna – misión,

castidad – vida fraterna – misión,

obediencia – vida fraterna – misión.

Las Constituciones pueden ayudarnos en esta reflexión porque están re­dactadas con este espíritu. Pero convendría concretarlo preguntándose, por ejemplo:

  • ¿En qué sentido el servicio de los pobres que nos ha reunido nos in­terpela en nuestra pobreza comunitaria? (no solamente a nivel individual) y, en sentido inverso, cómo nos impulsa al servicio a los pobres una po­breza comunitaria más auténtica.
  • ¿En qué sentido el servicio de los pobres que nos ha reunido nos interpela en el modo de vivir juntas el celibato consagrado y en qué sentido inversamente una castidad vivida en fraternidad nos induce al servicio a los pobres?
  • ¿En qué sentido el servicio a los pobres que nos ha reunido nos in­terpela en la manera de responder a sus llamadas, haciendo que quienes tienen derecho adviertan la autenticidad de estas respuestas y en qué sent­ido inversamente la obediencia así comprendida nos permite estar más disponibles a las llamadas de nuestros Amos y Señores?…

 

II.—EL CAMINO HACIA UNA VERDADERA COMUNIDAD DE VIDA

 

Según lo que acabamos de decir, cuando vemos la realidad de muchas de nuestras comunidades habría razón para desanimarse. Pero nada es im­posible para Dios y además una vida fraterna de calidad se va construyendo todos los días poquito a poco. También es importante ver, con la mayor claridad posible, lo que exige una verdadera comunidad y tener el deseo sincero de contribuir a su construcción, cada uno por su parte y todos conjuntamente, cueste lo que cueste.

 

a) Una verdadera comunidad

Una comunidad de vida consagrada consiste en que personas unidas ya per el bautismo, se pongan a vivir juntas de la forma más radical posible su vocación cristiana en la línea de un carisma y de un espíritu deter­minado.

En otros términos hay una finalidad, un encuentro con miras a ese fin y un alma común que anima el todo.

Corresponde especialmente a la autoridad guiar hacia ese fin, unificar la comunidad en torno a ese objetivo común y animarla cada vez más en la línea del carisma propio. Pero todos deben contribuir a ello.

 

b) Un largo y paciente caminar

Esto implica instaurar todo un clima y todo un espíritu:

  • Aceptación recíproca, ingenio para provocar los encuentros, intercam­bios de toda clase por sencillos que sean; agudeza para provocar la refle­xión común, una oración más intensa, deseo de profundización, toma de conciencia de las necesidades misioneras;
  • Esfuerzo a fin de que las relaciones entre superiora y compañera y entre compañeras sean de calidad; relaciones simples, llenas de confianza, fraternas, basadas en el respeto mutuo, en la comprensión, en la humildad, en la buena acogida, en el sentido del perdón, de la delicadeza, disponibili­dad, escucha recíproca;
  • Esfuerzo de apertura para que la comunidad no se repliegue sobre sí misma, sino que posea la preocupación de cooperación pastoral.

En función de su trabajo misionero, cada comunidad ha de definir su estilo de vida, su tipo de vivienda, su horario de tiempos fuertes, comuni­tarios en todos los aspectos, sus tiempos de expansión indispensables en relación con la vida fraterna y la pobreza, corresponsabilidad en el presu­puesto, etc.

En seguida se ve lo mucho que cuenta, aunque por sí solo no puede hacer nada, el estilo de ejercer la autoridad-servicio.

III.—MEDIOS Y EXPRESIONES PREFERENTES DE ESA COMUNIDAD DE VIDA

 

Respecto al proyecto comunitario y a la revisión de vida, quisiera sus­citar simplemente una toma de conciencia que las encamine a plantearse algunas preguntas dentro del marco de la reflexión actual.

 

a) Los proyectos

El proyecto de la Compañía viene expresado en las Constituciones que siguen siendo la referencia básica. Todavía hace falta concretarlo a nivel de las Provincias y, en función del proyecto provincial, a nivel de las comu­nidades locales.

Digamos primero lo que tienen de común el proyecto provincial y el pro­yecto comunitario y luego lo que tienen de particular

 

Aspectos comunes

  • Ø Uno y otro se elaboran en fidelidad a las Constituciones, como aca­bamos de decir.
  • Ø Ambos tienen la finalidad de responder mejor, en la práctica, a nues­tra vocación: servir a Cristo en los pobres.
    • Esto es lo que ha de regir todo: todo se ha de pensar, querer, y vivir, en función de nuestro papel específico en el seno de la Misión.
    • Esto es lo que ha de especificar todo: de esa orientación fundamen­tal, todo, en nuestras vidas, recibe su propio colorido y su estilo particular.
    • Esto es lo que ha de unificar todo: «en nuestra vida siempre habrá «tensiones» y, eso es bueno, porque nos tienen continuamente alerta.

Pero, un mismo movimiento permite integrar cada vez más en un solo «todo», misión y oración, misión y vida fraterna, misión y consagración en torno al eje unificador de la misión y el servicio a los pobres. Como ustedes ven, entramos de lleno en el tema de la unidad de vida.

  • Misión y servicio son pues esencialmente apostólicos. Nada, acabo de decirlo, escapa a su influencia en la vida de las Hermanas. Pero su objetivo consiste esencialmente en integrarse en la Misión de la Iglesia, haciéndonos ocupar nuestro puesto en el seno de la misma. Digamos inmediatamente que, quien dice «misión» dice:
    • Ante todo, llamadas prioritarias. Cada Iglesia local, dentro del marco de la Iglesia universal —y, por «local» entiendo también un país, una región, una diócesis, un sector geográfico o demográfico—, tiene su proyecto pastoral para responder con prioridad a las llamadas de su pueblo. A nosotros nos corresponde ver, dentro de ese proyecto pastoral, los puntos que nos interesan más directamente en función de nuestra vocación. La cuestión se reduce en la práctica a saber cuáles son los pobres a quienes servimos o a quienes deberíamos servir, y si tenemos la preocupación de los más pobres.
    • Actitudes prioritarias en función de esas llamadas. Ya hemos indicado que después del Concilio se ha hecho un esfuerzo para tomar conciencia de lo que vive la gente y de lo que busca, a fin de es­cucharla mejor, de acercarse más a ella, de compartir su vida. Como vicen­cianos, estas actitudes nos interpelan: tal vez es ahí donde tenemos que reflexionar concretamente y actualizar el espíritu de humildad, de sencillez y de caridad. Efectivamente, no basta con hablar sólo de este espíritu, hay que encarnarlo. Las Constituciones nos hablan también de promoción hu­mana y cristiana. Es preciso ver lo que se puede y lo que se debe hacer en este sentido allí donde nos encontramos. Lo mismo, en lo referente a servicio y presencia
    • Una cooperación en Iglesia. En el plano humano hemos de ver cómo podemos entrar, dentro de nues­tro contexto concreto, en cooperación con los grupos o personas que obran realmente con miras a una promoción. Con mayor razón todavía habrá que hacer esa misma búsqueda en el plano pastoral porque, cuanto más importa permanecer en la línea de nuestra vocación tanto más hemos de ser cons­cientes de que entramos, por nuestra parte, en una tarea apostólica que im­pulsa a todas las fuerzas vivas de la Iglesia entera.

 

El proyecto provincial

  • A la mitad del camino entre las Constituciones y el proyecto comuni­tario local, el proyecto provincial servirá de referencia inmediata a este úl­timo proporcionándole los criterios de base sobre los que ha de elaborarse.
  • Un proyecto provincial, en efecto, comporta lo que yo llamaría orien­taciones v opciones.
  • Las orientaciones son las líneas dominantes que la Provincia se traza en función de las llamadas que le dirigen los pobres: estas orientaciones ex­presarán, por ejemplo, a qué categoría de pobres habrá que dar prioridad y por qué; las formas de servicio que se desearían adoptar con preferencia; las convergencias sobre el estilo de vida; las convicciones que requieren una renovación especial, etc.
  • Las opciones son consecuencia de las orientaciones. Hay que adoptar una cierta planificación en función de las posibilidades de la Provincia desde el punto de vista numérico, de edad, y de cualificación de Hermanas. Habrá que dejar obras, o mejor todavía, pasarlas a otros debidamente capacitados, habrá obras que requerirán una nuexa reflexión sobre la manera de mante­nerlas y de integrarse cn ellas; habrá que buscar nuevas formas de inserción más conformes con nuestras posibilidades y nuestra vocación y más confor­me con las llamadas del mundo y de la Iglesia de hoy.

 

El proyecto comunitario

  • Digamos ante todo que, si es cierto que el proyecto comunitario lleva a repensar el estilo de vida y por consiguiente a aceptar ciertos cambios so­bre este punto, es ante todo cuestión de «espíritu»: habrá que saber morti­ficarse, renunciar a ciertas costumbres, hacerse más disponible, tener un sentido más agudo del testimonio, de la coparticipación, etc.
  • Ø El proyecto comunitario, en efecto, debe concebirse como algo que va a unir la comunidad en vistas a la misión.

 

En la práctica requiere:

  • Una participación efectiva de todas las Hermanas. Efectiva quiere decir, en principio, activa. Pero hay casos en que, la edad, por ejemplo, no es un obstáculo para que las Hermanas participen real­mente de corazón y de espíritu en el proyecto común, para que lo vivan con las demás y lo lleven a la oración, y se interesen realmente por él… Todo esto, claro está, se ha de ver en la realidad y plantea el problema de un mínimum de homogeneidad bien comprendida. La participación efectiva se traduce en la complementariedad de aporta­ciones, ya sea en el plano de actividades similares o de actividades más dife­renciadas, los dos sistemas tienen su lado positivo y su lado negativo. Esto requiere una planificación de la vida comunitaria. Un punto muy importante me parece que es la preparación, la búsqueda, la maduración del proyecto común respetando el caminar de cada Hermana. Por eso, se puede empezar con objetivos muy sencillos: efectivamente, hay puntos que parecen muy humildes, pero que si se viven con todo lo que su­pone y exige un espíritu misionero y vicenciano, se puede ir mucho más lejos de lo que se piensa, por ejemplo, la renovación en la actividad de amable acogida. Hace falta, pues, buscar la calidad y la autenticidad en lo que se vive co­munitariamente, más que hacer grandes proyectos o buscar la rapidez: en esta materia, como en tantas otras, vale más un paso real y seguro que lo artificial y superficial.
  • Revisiones. Desde el momento en que el proyecto comunitario quiere responder a las llamadas de la Misión y responder cada vez mejor, exige necesariamente:
    • flexibilidad en esa búsqueda de las llamadas, analizar su evolución y las posibilidades de respuesta;
    • obligación de prestarse personal y comunitariamente a esa revisión que no acaba nunca. En el fondo, es cuestión de «conversión»;
    • oportunidad de destacar en las evaluaciones lo positivo y no solamente lo negativo. Conviene además que esta evaluación se realice partiendo de una reflexión sobre hechos concretos.
    • búsqueda de un ritmo adecuado para estas evaluaciones (ni demasiado… ni demasiado poco); se inscriben en los «tiempos fuertes» que la comu­nidad se propone para intercambios y diálogos.
  • Se supone que los proyectos comunitarios han de inscribirse en las lí­ricas de orientación y de opción dadas por la Provincia y que han de ser elabo­rados y evaluados con sus responsables.

 

b) La revisión de vida

Se desprende de lo que acabamos de decir que «proyecto comunitario» y «revisión de vida» están en íntima relación: la revisión de vida es uno de los medios más apropiados para situar y puntualizar el proyecto comunitario y éste, a su vez, es el marco de referencia perfectamente indicado para una re­visión dei vida.

A decir verdad, no existe la pura revisión de vida. Porque según el objeto y el fin que se proponga, existe revisión de vida de características apostólicas y se hablará más brevemente de «revisión apostólica» y revisión de vida sobre aspectos comunitarios y se hablará más brevemente de una posible forma de la «revisión comunitaria».

 

Generalidades

La revisión de vida es una mirada nueva (revisión) que dirige conjunta­mente a algunos hechos de vida a la luz de la fe y del ideal vicenciano.

  • Ø Una mirada nueva, es decir:
    • Examinar atentamente un hecho vivido;
    • reflexionar sobre ello, viendo la acción de Dios en lo que se observa
      de positivo o negativo. No se trata de un simple juicio moral;
    • dejarnos interpelar por el hecho, o mejor, por el Señor, que, a través de El, quiere transformar nuestro corazón y nuestra vida.
  • Una mirada nueva que dirigimos juntas, porque es esencialmente inter­cambio partiendo de una vivencia.
    • A ser posible, todas deben aportar hechos de vida, entre los que se escogerá uno, por distintas razones (importancia, actualidad, etc…)
    • El criterio de una buena opción será sentirse realmente interpeladas, con una cierta unanimidad y sentir la necesidad de los demás: solos corremos el riesgo de percibir mal o menos bien.
    • A partir de ahí se toman decisiones comunes. Se trata más bien de líneas orientativas, que no ahogan la manera personal de captar y vivir esos propósitos, pero que permiten caminar juntas en una misma dirección: la que marca el proyecto común.
  • Ø Una mirada nueva que dirigimos juntas a la luz de la fe.

Dicha vivencia se confronta con el Evangelio y con el ideal vicenciano, y por eso, la revisión de vida orienta fácilmente hacia la oración o conduce a ella.

Sencillamente, humildemente, se busca el esfuerzo concreto que permitirá responder mejor a las llamadas percibidas.

 

Las notas dominantes

De hecho, la dimensión comunitaria y la dimensión apostólica están en la razón de la unidad de nuestra vida.

  • Ø Dominante comunitario
    • El hecho se escoge, sobre todo, a nivel de vida fraterna en sus diversos aspectos (trabajo, oración, etc.) o en actitudes de conjunto (aceptación del otro, escucha, diálogo, intercambio, etc…).
    • Sobre todo, es conveniente que la revisión se haga en referencia a un proyecto común, por establecer o por revisar, teniendo en cuenta, por una parte, nuestro «estar juntas para la Misión», y, por otra, el ca­risma de la Compañía que debe marcar tanto la vida comunitaria corno la vida apostólica.
  • Ø Dominante apostólico

El esquema es el mismo, pero, en este caso, la revisión podrá hacerse con alguien externo (sacerdote, militante), puesto que el interés se centra más directamente sobre nuestro compromiso en la Misión.

  • El punto de partida será pues un hecho tomado de ese plano.
  • Las referencias son las de la misión en general y del proyecto pastoral en el que se inscribe, y de nuestro carisma propio en la cooperación pastoral.

Para terminar, sin retirar nada de lo que acabo de decir, quisiera sin em­bargo relativizarlo todo. Lo esencial es que en una comunidad haya intercam­bios, ya sea partiendo de la vida para ir al Evangelio, leído como vicencianos, o partiendo del Evangelio para ir hacia la vida. También se producen inter­cambios espontáneos que son excelentes, por ejemplo, durante una comida, un recreo, etc. Pero no se puede contar únicamente sobre esta espontaneidad: el intercambio regular y metódico, sigue siendo necesario bajo una forma u otra. Debe hacerse con espíritu de sencillez, humildad y caridad como hijos de San Vicente.

Miguel LLORET, Director General.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *