Vida de San Vicente de Paúl, de Fray Juan del Santísimo Sacramento. Libro primero, capítulo 42

Francisco Javier Fernández ChentoVicente de PaúlLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Fray Juan del Santísimo Sacramento · Año publicación original: 1701.
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Capítulo XLII: De lo que precedió y acompañó la muerte de Vicente, y después de ella sucedió.

En medio de los tormentos de una larga enfermedad esperaba con ansia la hora en que su Divino Redentor se dignase librar a su alma de la cautividad en que la tenía su cuerpo mortal; y si el cumplimiento de su deseo se había retardado tanto, era solo para proporcionarle el medio de que llegasen sus méritos a su colmo, ejercitándose en la paciencia y demás virtudes que practicaba, y para recibir la corona preparada a su fidelidad. En fin, teniendo todo esto su cumplimiento, el Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo quiso proporcionarle el mayor y más apetecible de todos, que es el morir con la muerte de los justos, o por mejor decir, el de dejar de morar en esta vida mortal, para comenzar a vivir con la verdadera vida de los justos y de los santos en la eterna bienaventuranza.

La Sagrada Escritura nos dice, que habiendo llamado Dios a Moisés en la punta de la montaña de Nebo, le impuso el precepto de morir en aquel lugar; y que este Santo Patriarca, sometiéndose a la voluntad de Dios, murió en aquella misma hora, no por efecto de enfermedad, sino solo por la eficacia de su obediencia: murió, como dice la Escritura, sobre la boca del Señor, es decir, recibiendo la muerte como un singular favor, y como el ósculo de paz de su Señor y su Dios.

Si es, pues, permitido hacer comparación entre las gracias que Dios concede a sus santos y a sus siervos queridos, dejándole el juicio de sus méritos, podemos decir que por una especial misericordia hizo una cosa semejante en favor de su siervo fiel Vicente de Paúl, quien después de haber vivido enteramente sumiso a su voluntad, murió en fin, no tanto por efecto de una fiebre o de cualquiera otra violenta enfermedad, cuanto por una especie de obediencia y sumisión a la divina voluntad; murió con una muerte apacible y tranquila, y pudiera decirse en un dulce sueño; de suerte que para mejor explicar cuál fue la muerte de este santo hombre, es necesario decir que se durmió en la paz de su Señor, quien ha querido darle en este trance las más apetecibles bendiciones de su divina dulzura, y poner sobre su cabeza una corona de inestimable valor. Era pues una recompensa particular con que quiso Dios premiar su fidelidad y su celo; había empleado Vicente su vida en ocupaciones, trabajos y fatigas por servir al Señor, y la terminó felizmente en la paz y tranquilidad; con gusto se había privado de todo descanso y satisfacción durante su vida, con el fin de solicitar el aumento del reino de Jesucristo y su mayor gloria; muriendo Vicente, encontró el verdadero reposo, y entró en el goce del Señor. Veamos con más particularidad como sucedió todo esto.

Viendo Vicente acercarse su última hora, interiormente se preparaba más y más para este trance, practicando en el fondo de su alma las virtudes que le parecían más agradables a Dios, y desprendiéndose de todas las cosas creadas, en cuanto la caridad se lo permitía, para elevar con más perfección su corazón hacia el origen de todo bien. Como a las doce del día 25 de Setiembre se durmió en su silla, lo que algunos días antes le había sucedido ya, tanto porque ningún descanso disfrutaba durante la noche, cuanto porque iba siempre en aumento su mucha debilidad; así es que la mayor parte del tiempo estaba en una especie de sopor. Consideraba este sueño como imagen y precursor de su próxima muerte; y habiéndole preguntado uno cuál era la causa de este sueño extraordinario, le contestó sonriéndose: «Éste es el hermano que viene mientras llega la hermana«, porque llamaba al sueño el hermano de la muerte que esperaba cuanto antes.

El domingo 26 de Setiembre hizo que lo llevasen a la capilla, en donde oyó la misa y comulgó como lo hacía ordinariamente. Cuando volvió a su cuarto, entró en un sopor más profundo que los días anteriores, tanto, que el hermano que lo asistía, viendo que se prolongaba mucho este estado, lo despertó, y después de haberle hecho hablar algunas palabras, observando que caía en el mismo sopor, dio aviso al encargado del cuidado de la casa, quien mandó que fuesen a llamar al médico. Vino este en la tarde, y encontrólo tan débil, que no creyó que estuviese en estado de poder recibir ninguna medicina, y ordenó que se le administrase la Extrema Unción; sin embargo, antes de retirarse, lo despertó; y habiéndolo obligado a hablar, el buen enfermo, según su costumbre, le contestó con un semblante risueño y afable; pero a poco de haber hablado, interrumpía sus palabras por falta de fuerzas para acabar de decir lo que quería.

Entrólo a ver uno de los principales sacerdotes de la Congregación, y le pidió su bendición para todos los de la misma, tanto presentes como ausentes. Hizo Vicente un esfuerzo para levantar la cabeza y contestarle con su afabilidad ordinaria; pronunció la mitad de las palabras de la bendición en voz alta, pero la otra mitad apenas pudo oírse. Viendo que en la noche había aumentado en tal grado su postración que parecía entraba ya en agonía, se le administró el sacramento de la Extrema Unción. Toda esta noche la pasó en una perfecta tranquilidad, haciendo de cuando en cuando algunas devotas aspiraciones; y cuando entraba en sopor, bastaba hablarle algo de Dios para hacerlo salir de este estado, cosa que no podía conseguirse cuando se le hablaba de otro objeto. Sugeríanle de tiempo en tiempo algunas devotas aspiraciones, y él manifestaba una devoción particular a estas palabras del salmo Deus, in adjutorium meum intende. Así es que se las repetían con frecuencia, y él contestaba siempre al momento, diciendo: Domine, ad adjuvandum me festina; continuó en esta práctica devota hasta la hora de su muerte, imitando así la piedad de los santos que en otro tiempo habitaron el desierto y acostumbraron dirigir a Dios con frecuencia esta corta oración, para manifestar con su continua repetición su dependencia del Soberano poder de Dios, la continua necesidad que tenían de su gracia y de su misericordia, su esperanza en su infinita bondad y el amor filial de que sentían animados sus corazones, y con el cual buscaban incesantemente a Dios como a un piadosísimo padre.

Hallábase a la sazón tomando ejercicios en la casa de San Lázaro un virtuoso eclesiástico de la Conferencia, a quien honraba y estimaba mucho Vicente, y de quien recíprocamente era éste muy amado. Sabiendo, pues, el estado de gravedad en que se hallaba el enfermo, entró a su cuarto poco antes que espirase, y pidiéndole su bendición para todos los eclesiásticos de la Conferencia que había asociado, le rogó que les dejase su espíritu y alcanzase de Dios que esta compañía nunca degenerase del estado de virtud que él había inspirado y comunicado; a lo que contestó Vicente con su acostumbrada humildad: Qui coepit opus bonum, ipse perficiet. Pocos momentos después pasó tranquilamente de esta vida a otra mejor, sin ningún esfuerzo ni convulsión.

Fue pues el lunes 27 de Setiembre de 1660, a las cuatro y media de la mañana, el momento en que Dios quiso llevarse para sí esta bellísima alma; a la hora en que sus hijos espirituales reunidos en la iglesia comenzaban su oración mental para pedir a Dios su asistencia; a la misma hora y en el mismo momento en que había acostumbrado durante cuarenta años invocar al Espíritu Santo para que lo asistiese y a los suyos. La santidad de su vida, su celo por la gloria de Dios, su caridad para con el prójimo, su humildad, su paciencia y todas las demás virtudes en cuya práctica perseveró hasta la muerte, nos autorizan para creer que por la infinita bondad de Dios subió esta alma pura a recibir en el cielo el premio de su santa vida. Bien pudo este siervo fiel de la Divina Majestad decir a la hora de su muerte, a imitación del Santo Apóstol, que había combatido con valor, consumado santamente su carrera, guardado una fidelidad inviolable, y que nada más le faltaba sino recibir la corona de justicia de la mano de su Soberano Señor.

Después de haber exhalado el último suspiro, ninguna variación se notó en su semblante; conservó su dulzura y ordinaria tranquilidad, y al verlo parecía más bien el sueño pacífico de un hombre justo, que la triste muerte del pecador. Expiró sentado y vestido, pues en esta postura permaneció las últimas veinticuatro horas de su vida; no queriendo los que lo asistían tocarlo, por temor de causarle nuevos dolores o de abreviar más su vida. Murió sin calentura y sin ningún accidente extraordinario, habiendo al parecer dejado de vivir por un simple efecto de una extrema debilidad, así como una lámpara se apaga insensiblemente cuando llega a faltarle el aceite. En vez de quedar su cuerpo tieso, permaneció tan suave y de tan fácil manejo, como si estuviera vivo; abriéronlo los cirujanos, y encontraron todas las partes nobles perfectamente sanas; sobre el bazo se le encontró un hueso más largo que ancho de poco más de una pulgada, lo que causó no poca admiración a los cirujanos.

Estuvo expuesto el día siguiente, 28 de Setiembre, hasta el mediodía en la iglesia de San Lázaro, en donde se dijo el oficio de difuntos con mucha solemnidad, y después se enterró. Asistió a esta ceremonia el príncipe de Conti, el Sr. Piccolomini, nuncio del papa y arzobispo de Cesarea, otros muchos prelados, algunos curas de París, un gran número de eclesiásticos y muchísimos religiosos de varias órdenes. La Sra. duquesa de Aiguillon y otros muchos señores y señoras, quisieron con su presencia honrar la memoria de Vicente, así como una gran multitud del pueblo. Guardóse su corazón en un vaso de plata que la misma duquesa dio con este objeto: su cuerpo se colocó en un ataúd de plomo, guardado en otro de madera; así fue enterrado en medio del coro de la iglesia de San Lázaro, y sobre su sepulcro pusieron sus queridos hijos este epitafio:

HIC JACET VENERABILIS VIR VINCENTIUS A PAULO, PRESBYTER, FUNDATOR SEU INSTITUTOR, ET PRIMUS SUPERIOR GENERALIS CONGREGATIONIS MISSIONIS, NECNON PUELLARUM CHARITATIS. OBIIT DIE 27 SEPTEMBRIS ANNI 1660, AETATIS VERO SUAE 85.

Aquí yace el venerable varón Vicente de Paúl, presbítero, fundador e instituidor, y primer Superior general de la Congregación de la Misión, y también de las Hermanas de la Caridad. Murió el día 27 de Setiembre de 1660 a los 85 años de edad.

Los eclesiásticos de la Conferencia de San Lázaro, a quienes Vicente había unido y dirigido por tantos años, le hicieron poco tiempo después un solemne aniversario en la iglesia de San German de Auxerre, en el que el señor Henrique de Maupas, antiguo obispo de Puy y después de Evreux, que profesaba grande afecto y veneración al siervo de Dios, pronunció una oración fúnebre llena de celo, erudición y piedad, que oyó con singular admiración un numeroso concurso compuesto de muchos prelados, eclesiásticos, religiosos y otras muchas personas; y aunque habló más de dos horas, no pudo llegar a decir todo lo que se había propuesto, pues, como él mismo aseguraba, habla materia suficiente para predicar una cuaresma entera.

Muchas iglesias catedrales, y entre ellas la célebre metropolitana de Reims, mandaron hacer solemnes aniversarios, así como otras varias parroquias y comunidades, y un gran número de particulares, tanto de París como de otros muchos lugares de Francia, quienes quisieron dar un testimonio público de gratitud a los beneficios que habían recibido por la caridad de Vicente y por los que había hecho a toda la Iglesia.

FIN DEL LIBRO PRIMERO.

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