Vida de San Vicente de Paúl, de Fray Juan del Santísimo Sacramento. Libro primero, capítulo 33

Francisco Javier Fernández ChentoVicente de PaúlLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Fray Juan del Santísimo Sacramento · Año publicación original: 1701.
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Capítulo XXXIII: Solicita y consigue Vicente la fundación de varios hospitales.

La experiencia que había adquirido Vicente de los trabajos que padecen los forzados de las galeras, había engendrado en su corazón una compasión a sus males, tanto mayores, cuanto que esos desgraciados son gobernados más por el rigor que por la piedad. A pesar de los muchos y graves negocios en que empleaba todo el tiempo, vivía continuamente con el cuidado de asistirlos en el hospicio que por su celo les había procurado, disponiendo que personas piadosas y caritativas fuesen a visitarlos cuando él no podía hacerlo personalmente; mas como la casa no era propia ni segura la renta, males que anunciaban la ruina de aquel edificio, solicitó Vicente recursos para mantenerlo y asegurar en lo venidero su subsistencia.

Con este fin recurrió al rey Luis XIII y a los cónsules de París, pidiéndoles que le diesen una antigua torre que está entre la puerta de S. Bernardo y el río, para que a ella se retirasen aquellos miserables galeotes. Logró Vicente buen éxito de su petición, y luego que obtuvo la licencia, los hizo pasar a la dicha torre en 1632.

Asistíalos en esta casa, no solo en todo lo necesario para la salud espiritual, enviándoles frecuentemente sacerdotes de su Congregación que les dijesen misa y administrasen los sacramentos, sino también dándoles muy a menudo abundantes limosnas; y no contentándose con lo que hacía en beneficio de aquellos infelices, exhortaba a algunas personas piadosas a que los visitasen, para que mirando sus miserias, las compadeciesen y remediasen. Procuró además de esto que las señoras de la Cofradía de la Caridad cuidasen particularmente de asistir a los que se enfermaban, e hizo la misma recomendación a la señora Le Gras, quien con sus hijas espirituales se señaló en el servicio de estos pobres. Todo caminaba felizmente, y al parecer nada más deseaba el siervo de Dios, sino que le concediese la Providencia Divina una renta segura para que en adelante estuviese al abrigo de las variaciones de los tiempos; y Dios oyó las súplicas de Vicente, pues al cabo de poco tiempo dejó en su testamento una persona piadosa seis mil liras1 de renta anuales para la asistencia de los condenados a galeras; y aunque grandes dificultades se presentaron para la ejecución de este legado, supo la caridad y paciencia de Vicente hacer efectiva la disposición piadosa del testador.

Asegurado el socorro temporal, quiso también asegurarles la asistencia espiritual; para esto dispuso que, de las seis mil liras anuales, se quitaran trescientas, aplicándolas a los sacerdotes de la parroquia en cuyo distrito estaba la dicha torre, con la obligación de asistir a los forzados en sus necesidades espirituales y dar sepultura a los que muriesen. Dispuso también que otra pequeña cantidad se señalase a las hermanas de la Caridad que asisten a los enfermos y les dan los medicamentos necesarios.

Para que también los que estaban sobre las galeras recibiesen algún alivio, cuya situación no es menos lamentable, pues en sus enfermedades se encuentran destituidos de todo consuelo, tratados más como brutos que como racionales, sin que se les permita siquiera el leve descanso de quitarles la cadena, cubiertos de la más asquerosa inmundicia y reducidos al infeliz estado de desear la muerte como único remedio en su penosa vida, recurrió al cardenal de Richelieu y a la duquesa de Aiguillon, su sobrina, representándoles  vivamente las miserias de aquellos infelices, y la necesidad que tenían de un hospital en donde fuesen asistidos en sus enfermedades, y logró la erección y fundación de él. Al cabo de poco tiempo pidió también a la reina madre solicitase que el rey su hijo se hiciese fundador de este hospital, a lo que accedió fácilmente su Majestad Cristianísima, señalándoles cuatro mil ducados2 de renta cada año, y mandando que perpetuamente quedase encomendada a los sacerdotes de la Casa de la Misión que se había fundado en Marsella, la dirección y gobierno espiritual de dicho hospital, como ya lo había dispuesto el obispo de aquella ciudad; y para que en adelante las galeras tuvieran buenos capellanes, quiso S. M. que el Superior de la misma Casa de la Misión tuviese autoridad para nombrarlos y quitarlos cuando lo juzgase conveniente, y aun para obligarlos a vivir en comunidad con los misioneros todo el tiempo que las galeras estuviesen en el puerto, para que allí aprendiesen a desempeñar sus funciones con perfección.

De este modo quedó fundado el hospital con grande alegría y para mayor consuelo de los pobres forzados, quienes al ver la caridad con que en él eran tratados, decían que les parecía que habían pasado del infierno al paraíso; y mientras que estando en las galeras nunca podían verse libres de las muchas penalidades que experimentaban, después, llegando al hospital, los limpiaban y cuidaban, lavaban los pies y proveían de cuanto necesitaban, con lo que llegaban a olvidar la terrible condenación que sufrían.

En 1623 un habitante de París fue secretamente a ver a nuestro Vicente, y puso en sus manos una suma considerable de dinero para que la emplease en aquellas obras de piedad que él juzgase del mayor agrado de Dios, con expresa condición de guardar un profundo secreto, pues no haciéndolo por interés temporal, quería evitar hasta las alabanzas de los hombres. Admirado quedó Vicente al ver tan desinteresada caridad, y no menos edificado encontrando en un hombre que vivía en medio de los negocios del mundo el ejemplo de una rara humildad. Recibió el dinero; y poniéndolo en depósito, con ardientes instancias pidió a nuestro Señor le diese a conocer en qué obra era de su mayor agrado que se emplease tan crecida limosna. En esta época la casa de S. Lázaro se encontraba muy empeñada por los excesivos gastos que hacía en los ejercicios de los ordenandos, en la asistencia de las personas que tomaban los ejercicios espirituales y en las misiones; y aunque todo esto conocía Vicente que era del agrado de Dios, con todo, no quiso emplear esta suma en beneficio de su casa, por la firme resolución que tenía de no dar paso alguno para el aumento temporal de su Congregación. Puso entonces la mira en los pobres artesanos que por vejez o por causa de algunas enfermedades se imposibilitaban para el trabajo, y se veían reducidos a pedir limosna para sustentarse, y con el cuidado de que no les faltase lo necesario para la vida temporal, descuidaban lo más importante, que es atender a la salud del alma, y aparejarse para la muerte. Juzgó por esto que sería muy conveniente fundar un hospital en donde se recogiesen, y teniendo todo lo necesario para sustentarse, solo cuidaran del negocio importante de su salvación. Consultó Vicente este proyecto con el bienhechor, y quedando este sumamente complacido, consintió en que se dedicase a esta obra la limosna; pero con la expresa condición de que había de quedar encomendada la dirección del dicho hospital al Superior General de la Congregación de la Misión, no para darle honra a esta, sino para asegurar la estabilidad de aquél.

Puso Vicente en ejecución lo que había proyectado, comprando en un arrabal de París un sitio espacioso con dos casas, que habilitó de lo necesario, como camas, ropa, muebles, y además un oratorio bien adornado y con preciosos ornamentos, empleando en esto una parte del dinero; con el restante aseguró una renta para la subsistencia de cuarenta pobres, veinte hombres y veinte mujeres, y con este número dio principio a tan piadosa obra; dispuso que estuviesen separados los unos de las otras, pero de tal modo, que pudiesen oír la misma misa y las lecciones que durante el refectorio se daban. Compró además algunos instrumentos de diferentes oficios para tener ocupados a los que los ejercían, y desterrar de este modo la ociosidad, y para su mejor asistencia, dispuso que estuviesen al cuidado de las hermanas de la Caridad, y nombró por director a uno de los sacerdotes de su Congregación, el cual iba todos los días a celebrar el santo sacrificio de la misa, y cuando era necesario a predicarles y administrarles los sacramentos. Con el fin de animar con el ejemplo a los que desempeñaban estos ministerios, iba él mismo muchas ocasiones a visitar a aquellos pobres, los instruía en la doctrina, y los exhortaba a que viviesen en unión fraterna y reconociesen el beneficio que habían recibido. Llamó a esta casa el Hospital del Nombre de Jesús, e hizo autenticar la fundación por medio de un instrumento público, con aprobación del arzobispo y patente del rey.

Fundado este hospital y ordenadas todas sus oficinas, vinieron muchas señoras de la Caridad y otras personas notables a visitarlo, y todas quedaban grandemente complacidas al ver el buen gobierno y tranquilidad que reinaban. Las quejas, murmuraciones y otros vicios no tenían allí cabida, pues cada uno se ocupaba en los ejercicios espirituales señalados y en las obras manuales proporcionadas a sus disposiciones; así es que aquella casa parecía más monasterio de religiosos austeros, que un hospital de pobres. Dióse ocasión con la erección de este hospital a que se fijase la atención en el infeliz estado de otros muchos mendigos que andaban por las calles y estacionaban en las iglesias de París, de vida licenciosa, fingiendo enfermedades corporales y cargados de vicios. Era tan crecido el número de ellos, que las personas más piadosas juzgaron imposible poder atajar este mal; pero algunas damas de la Caridad creyeron no obstante que si emprendía Vicente esta tan dificultosa obra, con el talento y gracia particulares que tenía para socorrer a los necesitados, tal vez se lograrla poner remedio al mal. De aquellas mismas señoras ofreció al punto una cincuenta mil liras3 y otra mil ducados4 de renta para aquella buena obra. Llegado el día de la junta que acostumbraban tener y a la cual ordinariamente asistía Vicente, le propusieron su piadoso proyecto, que oyó con admiración, y aconsejó lo encomendasen mucho a la Majestad Divina y lo pensasen con madurez; pues el no apresurarse al principio, contribuye mucho para llegar al término de las empresas, y no se pierde el tiempo que se gasta en pedir a Dios las favorezca.

En la siguiente junta manifestaron las señoras más fervor y caridad en este negocio, haciendo vivas instancias al siervo de Dios para que luego pusiese mano a la obra, en lo que consintió, no pudiendo persuadirlas a que por más tiempo aguardasen. Pidió, pues, a la reina, y ésta liberalmente cedió un gran edificio que no tenía objeto señalado; y aunque presentó oposición un particular que alegaba cierto derecho sobre él, para vencer aquel obstáculo, se comprometió una de aquellas señoras a pagarle ochocientas liras5 anuales. Como aquellas señoras deseaban con ansia que se diese principio a la obra, y Vicente veía las muchas dificultades que era preciso vencer antes de principiar, les dijo un día las siguientes palabras: «Por lo común las obras de Dios se hacen poco a poco, tienen sus principios y sus progresos. Cuando el Señor quiso salvar a Noé y a su familia del diluvio, mandóle que fabricara un arca; y si bien pudo acabarse en poco tiempo, dilató cien años para concluirla. De la misma manera, cuando quiso que el pueblo de Israel entrase en la tierra de promisión, pudo hacerlo en pocos días, y dispuso sin embargo que tardase nada menos de cuarenta años. ¿Y por qué habiendo de venir su Hijo al mundo para nuestra redención, tardó cuatro mil y tantos años, sino para hacer todas las cosas a su tiempo? El Hijo de Dios pudo venir a la tierra en la edad adulta, sin pasar treinta años de una vida escondida que en cierto modo parece inútil; pero quiso no obstante nacer niño, y crecer como los demás hombres para consumar un incomparable sacrificio. Pudo también formar la iglesia y extenderla por todo el mundo en un instante; pero se limitó a dejar solamente los fundamentos, encargando a los apóstoles y a sus sucesores la propagación de ella. ¿Ignoráis que hablando de lo que debía hacer, decía con mucha frecuencia que aún no llegaba la hora? De este modo nos enseñó a no solicitar con demasiada ansia lo que depende más de su Divina Providencia que de la industria humana. Por tanto, señoras, nada hagamos de una vez ni apresuradamente; tampoco creamos que todo se ha perdido, porque no cooperan todos con la misma solicitud a lo que nosotros deseamos. ¿Qué deberemos, pues, hacer? Caminar poco a poco, rogar a Dios mucho y obrar todos de acuerdo«.

Moderaron estas razones de Vicente el celo fervoroso de aquellas señoras, y lo que más retardó la ejecución de esta obra tan importante, fue la oposición que algunos ministros presentaban por juzgarla imposible. Nada se hizo en el espacio de dos años; pero al fin, en 1657, contribuyendo a la empresa personas de grande autoridad, se fundó un hospital general en que fueron encerrados todos los pobres vagamundos de la ciudad. Con el parecer de Vicente aplicaron aquellas señoras al hospital, la casa que el rey había dado para los expósitos, que ya tenían otro alojamiento; dieron también gruesas sumas de dinero, ropa, camas y otros muchos muebles, de los cuales quiso Vicente que una parte hiciesen los artesanos de su hospital, contribuyendo en algo de este modo al alivio temporal de aquellos pobres. En aquel tiempo escribió a un amigo suyo sobre este asunto lo siguiente:

«Dentro de poco se quitarán los pobres de Paris; serán encerrados en varias casas, mantenidos, instruidos y ocupados en algún oficio, obra sin duda grande y dificultosa; mas por la gracia de Dios todo va encaminado a buen término, y cada uno alaba el pensamiento. A ello han contribuido muchos con sumas de consideración, y otros con su industria y trabajo; ya tenemos diez mil camisas, y en esta proporción lo demás que se necesita. El rey y el parlamento generosamente favorecen la empresa; y sin permitir que se sepa, han señalado a los sacerdotes de nuestra Congregación y a las Hermanas de la Caridad, supuesto el consentimiento del señor arzobispo, para que vayan a servir a dichos pobres. Hasta ahora no estamos resueltos a abrazar este destino, por no saber aún si será del agrado de Dios; pero si al fin nos resolvemos, solamente lo haremos al principio por modo de ensayo«.

Reunió luego Vicente a todos los sacerdotes de su casa para que diesen su parecer sobre este asunto; y después de varios discursos y muchas oraciones que se hicieron para el mejor acierto en la resolución, dispuso excusarse, como lo hizo, dando las razones que lo obligaban a esto; sin descuidar la asistencia de aquellos pobres, a quienes procuró se les diese por rector un sacerdote de gran mérito, inscrito en la junta de los eclesiásticos que asistían a las conferencias en la casa de la Misión. Éste, y otro de la misma junta, que luego le sucedió, trabajaron en su empleo con grande utilidad de los pobres, pues por medio de las misiones y otros ejercicios piadosos, desterraron la ignorancia y los vicios en que estaba sumergida la mayor parte de aquellos infelices.

Concluiremos este capítulo con la breve noticia de la fundación de un hospital destinado a los peregrinos en la villa de Santa Regina. La fama de los muchos milagros que Dios hacía por intercesión de esta Santa virgen y mártir, atraía un gran número de peregrinos, que iban a venerar sus reliquias y a pedir por su intercesión alguna gracia; pero como la mayor parte de los que emprendían esta romería eran pobres, y en aquel lugar no había más que una mal formada choza para abrigarse, se veían los más precisados a dormir en el campo, expuestos a las injurias del tiempo, lo que era causa de que muchos se enfermasen, y faltos de fuerzas, perecían privados de socorros espirituales y temporales. Algunas personas piadosas se compadecían mucho de estas frecuentes desgracias; siendo el barón de Renti, caballero ilustre no menos por su sangre y riqueza que por sus excelentes virtudes, quien más procuró remediarlas. Después de varias consultas que tuvieron entre sí, y no pudiendo, por una parte resolver una providencia acertada, ni sufrir por otra que aquellos pobres continuasen pasando esas miserias, acudieron a Vicente, le comunicaron su pensamiento, y dejaron encargado a su cuidado el buscar un remedio; no dudando que tendría un feliz éxito la empresa, si la dirigía su cuerda y sabia disposición. Alabó el siervo de Dios el buen deseo de estos señores, y para que la ejecución fuese amparada por la Providencia, les aconsejó que tomasen los ejercicios espirituales, suplicando al Señor les diese luz para conocer su voluntad. Obedecieron gustosos tan buena determinación; se volvieron después a reunir para deliberar sobre este negocio, y habiendo oído Vicente el parecer de cada uno, les aseguró que su intento era del agrado de Dios; que cuanto antes podían dar principio a la obra, para que los pobres peregrinos disfrutasen desde luego ese bien, y en fin, los exhortó a que inmediatamente fuesen a socorrer a los que se hallasen en peligro de muerte por falta de quien cuidase de su miserable vida.

Condescendieron estos señores con la propuesta de Vicente; pero antes de partir quisieron volverse a reunir con él para determinar si convendría poner mano a la obra de un hospital para principio de su empresa, pues para esta fábrica no tenían bastante capital; y luego que cada uno manifestó su pensamiento, les habló Vicente en estos términos: «Alabado sea el Señor, porque quiere absolutamente que esta empresa se lleve al cabo. Es necesario confiar mucho en su bondad, esperando todo de su Providencia, y poner a la mayor brevedad que sea posible mano a la obra, sin tener más cuidado que el de socorrer a esos pobres infelices. Cierto es que hasta ahora tenéis poco dinero, mas no por esto habéis de poner en duda que esta es una obra de Dios; y lo que únicamente debéis procurar, es no tener más mira que la de glorificar a este Señor, humillaros mucho con la consideración de vuestra nada y hacer una buena provisión de paciencia, porque padeceréis persecuciones y contradicciones aun de los mismos que debieran ayudaros a tan santa obra«.

Parece que tuvo Vicente revelación de cuanto habla de suceder, pues fue mucha la oposición que encontraron, y poco faltó para que viniese a tierra el edificio que iban levantando; pero al fin se superaron todas las dificultades, se juntaron de limosna cien mil liras6 solamente para la fábrica, la que sirvió el año siguiente para alojar en ella a los peregrinos. Dedicáronse al servicio de esta obra algunos piadosos eclesiásticos y seglares, tomando a su cargo el instruir y servir a los pobres que concurrían todos los años a aquel santo lugar, y cuyo número pasaba de veinte mil, haciéndoles una especie de misión perpetua, con gran fruto de sus almas.

Y para perfeccionar tan buena obra, Vicente, después de haber contribuido con sus consejos y asistencia, procuró considerables limosnas de las señoras de la Caridad, con las cuales de continuo se enviaban socorros de todas clases para aquel hospital.

  1. Hacen 1200 pesos.
  2. Hacen 2400 pesos.
  3. 10.000 pesos
  4. 600 pesos
  5. Hacen 160 pesos
  6. Hacen 20.000 pesos.

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