Vicente de Paúl en Châtillon: el nacimiento de una nueva visión espiritual

Francisco Javier Fernández ChentoFormación VicencianaLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Jaime Corera, C.M. · Año publicación original: 2008 · Fuente: San Vicente de Paúl, Ayer y Hoy, XXXIII Semana de Estudios Vicencianos, Editorial CEME, Santa Marta de Tormes, Salamanca, 2008..
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Párroco de Châtillon

El 1 de agosto del año 1617 tomaba posesión de la parroquia de San Martín en el poblado de Buenens y, a continuación, de la iglesia adjunta de San Andrés en el poblado de Chátillon-les-Dombes, Vicente de Paúl, un sacerdote de 37 años venido de París,. La parroquia se encontraba en la Bresse, región antes per­teneciente a Saboya, anexionada al reino de Francia dieciséis años atrás. Desde los tiempos de la revolución francesa el segun­do poblado es conocido como Chátillon-sur-Chalaronne, por el nombre del río que recorre sus tierras.

Más que simplemente venido de París habría que decir que el nuevo párroco venía huyendo de París. Pero no huyendo perse­guido por nadie por mal comportamiento, sino todo lo contrario. A los cuatro años de entrar en el palacio de los Gondi había empezado a sentir que el horizonte de su sacerdocio estaba sien­do peligrosamente empequeñecido precisamente por personas que tenían de él un alto aprecio. Tras una breve experiencia como párroco en la parroquia de Clichy, por entonces una aldea en las afueras de París, a partir de 1613 Vicente había aceptado convertirse en preceptor de los hijos de los Gondi por indicación de Bérulle, que era desde unos tres años antes su director espiri­tual y consejero. Alrededor de un año después de entrar en aque­lla noble casa se convirtió también en director de conciencia de la señora por petición expresa de ésta.

En enero del mismo año 1617 había tenido lugar en Gannes, una pequeña localidad perteneciente a los dominios de la señora de Gondi, el incidente bien conocido de la confesión del campe­sino moribundo. La experiencia del éxito del sermón subsiguien­te y de las numerosas confesiones el día 25 de enero en Follevi-lle hizo que Vicente de Paúl comenzara a preguntarse si era justo que su sacerdocio estuviera absorbido casi del todo por tres per­sonas de una familia noble, cuando sólo en las tierras mismas de la señora había unos 8.000 campesinos necesitados de sacramen­tos y de catecismo.

A partir de esa experiencia de Folleville Vicente de Paúl empezó a darse cuenta de que su verdadera vocación era otra, la de volver de algún modo a sus raíces campesinas, de las que había estado huyendo desde los 15 años, y dedicar sus energías sacerdotales y personales a la población del mundo rural. Ésta, que formaba alrededor del noventa por ciento de la población total de Francia, se encontraba muy descuidada por las fuerzas más vivas de la Iglesia y muy explotada por la buena sociedad.

Habló con Bérulle del estado de su espíritu y de sus ganas de dar un rumbo nuevo a su vida sacerdotal. Aunque había sido él mismo quien dirigiera a Vicente a la casa de los Gondi, a Bérulle no le pare­ció mal la propuesta de Vicente. Además se encargó él mismo de indicarle un lugar que, a la vez que se encontrara suficientemente lejos de París, pudiera dar satisfacción a las aspiraciones de Vicen­te. Este lugar era la parroquia de Buenens-Chátillon. Si al hablar de este tema en la vida de Vicente se suele mencionar sólo a Chátillon, y así lo haremos también aquí, el hecho se debe a que Vicente puso en Chátillon su residencia desde un primer momento, y porque en Chátillon tuvieron lugar los hechos que narraremos más adelanté. Pero en realidad la iglesia de Chátillon era una iglesia adjunta a la iglesia parroquial principal, la de Buenens.

Tres años antes de la llegada de Vicente el arzobispo de Lyon había pasado visita pastoral a la población de Chátillon, a la que encontró en un estado religioso bastante aceptable, según consta en los libros de visita que aún se conservan. Después de la visi­ta y como resultado de ella el arzobispo tuvo la idea de hacer de Chátillon un lugar de irradiación religiosa católica, una especie de centro misionero para la zona, para lo cual necesitaba un sacerdote de calidad. Acudió para conseguirlo a los oratorianos de Lyon, quienes a su vez acudieron a Bérulle, su fundador. Éste creyó que Vicente de Paúl, un hombre influido por la espirituali­dad del Oratorio aunque no miembro de él, sería el sacerdote adecuado para llevar a cabo el plan del arzobispo.

Ésas fueron, narradas de manera condensada, las circunstan­cias históricas que llevaron a Vicente a Chátillon y ésos fueron los caminos de que se valió la Providencia para que el señor Vicente Depaul, sacerdote de la diócesis de Dax y bachiller en teología, cambiara de rumbo en su vida sacerdotal y comenzara un camino nuevo a los 37 años.

Aunque la toma de posesión de la parroquia por parte de Vicen­te tuvo lugar el día 1 de agosto, como decíamos al principio, es posi­ble que Vicente se hubiera presentado en ella y hubiera empezado a actuar unos meses antes, en tiempo de cuaresma. Así nos lo ase­gura una investigación entre los vecinos hecha en 1664 por Charles Demia, párroco en esa fecha, con vistas a un posible proceso de canonización, cuatro años después de fallecido Vicente, y casi cin­cuenta años después de los sucesos. Sin embargo en el mismo año de esa investigación, en la biografía más temprana de Vicente de Paúl, su autor, Louis Abelly, aseguraba que la salida-huida de París tuvo lugar en el mes de julio, lo que excluye naturalmente una lle­gada a Chátillon en cuaresma. La discrepancia no tiene importancia mayor, y tampoco se puede aclarar de modo definitivo. La ventaja de preferir la opinión de los vecinos a la de Abelly es que añade tres o cuatro meses más para que pudiera llevar a cabo las muchas cosas que los vecinos dicen que hizo Vicente de Paúl desde su llegada a Chátillon hasta su vuelta a París a finales del mismo año 1617.

De hecho lo que dicen los vecinos que hizo Vicente de Paúl en los, a lo más, nueve meses de estancia en Chátillon es de tal importancia que se creen obligados a advertir al lector que sería difícil creerlo si ellos mismos no lo hubieran visto y oído. Aña­den además que creen que hay suficientes motivos para canoni­zarle solamente por lo que hizo en Chátillon, y que hablan de él como si fuera santo. Todo lo cual sugiere a cualquier lector, con sólo que sea un poco cauto, que los seis vecinos firmantes de la investigación no pudieron disimular que se habían dejado llevar en su testimonio por un entusiasmo que les arrastró a exagerar los trazos negros en su descripción del estado lastimoso de la parro­quia de Chátillon a la llegada de Vicente, para así poner más fácil­mente de relieve los méritos de la actuación del nuevo párroco.

La primera víctima de ese entusiasmo fue el mismo Abelly en su segunda edición en 1667 de la biografía de Vicente de Paúl. En esa segunda edición el paisaje moral y religioso de la villa a la llegada de Vicente, paisaje que en la primera edición aparece como completamente ‘normal’, se ha ennegrecido de manera muy notable por influencia del testimonio de los seis vecinos de Chátillon, testimonio que sin duda Abelly tuvo en sus manos para preparar la segunda edición. Abelly fue la primera víctima, pero no la última. Todas las biografías de san Vicente de Paúl de alguna importancia, sin excluir la de Coste (aunque éste muestra alguna reserva) y las que se inspiran en él, han tomado el docu­mento de los vecinos como del todo digno de fe y han descrito un estado religioso y social tan negro de la villa de Chátillon a la llegada de Vicente de Paúl que, como se temían los vecinos, hace casi increíble que Vicente, ni nadie, fuera capaz de hacer en tan poco tiempo tantas cosas como dicen las biografías.

La situación religiosa y social de Châtillon a la llegada de Vicente

A la llegada del nuevo párroco en 1617 Chátillon contaba con unas 200 familias, alrededor de 1.200 habitantes, bautizados la mayor parte y practicantes en la Iglesia Católica. Había también un pequeño grupo de 28 familias de confesión reformada, unas 160 personas. Vicente de Paúl consiguió en su breve estancia en Cháti-llon la conversión al catolicismo de algunas de esas personas, pero con toda seguridad no la de Jean Beynier, en cuya casa se hospedó Vicente por un corto tiempo antes de poner su residencia en la casa parroquial, adherida a la de Beynier y necesitada de alguna repara­ción cuando llegó a Chátillon. Pero no estaba de ninguna manera en ruinas la casa parroquial, ni tampoco el templo parroquial, como se lee en muchas biografías y lo describe tan gráficamente, y con tan poca fidelidad a la historia, el film «Monsieur Vincent».

Decíamos que no hay que contar la conversión de Beynier al catolicismo como obra de Vicente por la sencilla razón de que el presunto converso fue bautizado en la Iglesia Católica, como consta en los libros de bautismos existentes en Chátillon desde 1573, y de que nunca abandonó la Iglesia. Beynier es además uno de los testigos firmantes de la toma de posesión de la parro­quia por parte de Vicente (X, 51), un hecho que en aquellos tiem­pos difícilmente se hubiera permitido a un no católico.

La parroquia de Chátillon contaba ordinariamente con los ser­vicios de un párroco ayudado por un vicario. El informe de los vecinos de 1664 nos dice que al llegar Vicente la parroquia esta­ba vacante por defunción del párroco anterior, el señor Soyront (X, 52). Este es el primer error de ese informe, pero no el último; consta por documento oficial (X, 47) que el párroco anterior, Lourdelot había resignado su cargo en manos del arzobispo de Lyon, posiblemente por sugerencia del mismo arzobispo, con la idea de dejar el puesto libre al sacerdote recomendado por Berulle. El documento, que no especifica a favor de quién se hace la renuncia, está firmado en la casa de los oratorianos de Lyon el 19 de abril de 1617 (X, 48 —CEME— dice por doble error de imprenta «diez de abril de 1017»).

Había también en la villa un pequeño número de sacerdotes conocidos como «societarios». Estos no tenían competencias pastorales concretas en la parroquia, aunque a veces también bau­tizaban, pero estaban obligados al rezo en coro y a decir las misas de fundación en las diversas capillas de la iglesia parroquial. Lejos de ser estos sacerdotes escandalosamente indignos, tal como los suelen describir las biografías, consta por testimonio de alabanza del arzobispo en su visita pastoral habida en 1614, sólo tres años antes de la llegada de Vicente, que cumplían fielmente sus obliga­ciones y llevaban vidas dignas de clérigos. Y no se piense que el dicho arzobispo lo vería así porque tal vez el mismo sería a su vez un alto clérigo de «manga ancha» y costumbres dudosas, cosa no del todo extraña en aquel tiempo. Al contrario, era de ánimo refor­mador, y fue además el mismo arzobispo que, aunque amigo per­sonal de san Francisco de Sales, le obligó a que encerrara en clau­sura estricta a las monjas de la orden de la Visitación que el santo había fundado poco antes con una forma de vida algo menos exi­gente que la clausura femenina común en aquel tiempo.

El estado religioso del pueblo recibe también en el informe de la visita pastoral un juicio positivo que se compara ventajosa­mente con el estado religioso de pueblos cercanos. La población de Chátillon estaba formada en su conjunto por una feligresía de cristiandad, en la que prácticamente todos recibían el bautismo al poco de nacer, acudían regularmente a misa los domingos y recibían los demás sacramentos a su debido tiempo. En Chátillon la presencia y la influencia de los reformados fue mucho menor que en las localidades vecinas. No se dieron apenas en Chátillon de manera tan aguda las rivalidades religiosas que tanto daño hicieron a la Iglesia y a la paz social en otros muchos lugares de Francia en aquel tiempo.

La comuna cuidaba de manera regular, con repercusión sobre los presupuestos municipales, de los casos extremos de pobreza y abandono social, tal como el de los niños sin familia. Mante­nía a sus expensas un pequeño hospital dentro de las murallas de la población, y otro fuera de ellas para los afectados por enfer­medades contagiosas.

Éste es a grandes rasgos el panorama religioso y social que se encontró Vicente a su llegada a Chátillon en cuaresma o en julio de 1617. La más temprana descripción de la actuación de Vicen­te en los nueve o los cinco meses en que estuvo allí se la debe­mos a su primer biógrafo, Abelly. Lo que dice en ella se parece muy poco a la descripción de la misma actuación dada por los vecinos, ni tampoco a lo que dicen la mayor parte de las biogra­fías posteriores, comenzando, como se dijo arriba, por la segun­da edición de la biografía del mismo Abelly.

Asi resume Abelly en la primera edición la actuación de Vicente en Chátillon: «Marchó a ese lugar de Chátillon, y habiendo llegado allí, una de las cosas primeras que hizo fue animar a cinco o seis eclesiásticos que encontró allí a vivir jun­tos en una especie de comunidad, para de este modo darse con mayor perfección al servicio de Dios y de su Iglesia. Eso hicie­ron convencidos por él, y han seguido haciéndolo durante mucho tiempo después, con gran edificación de toda la parro­quia. Se dedicó también a trabajar con su celo acostumbrado en la instrucción de la población y la conversión de los pecadores, por medio de la catequesis y exhortaciones públicas y privadas, lo cual hizo con un gran fruto. No se olvidó de los pobres y de los enfermos, y les procuraba todo tipo de consuelo y de asisten­cia, y se dedicó con gran bendición a la conversión de algunos herejes, como diremos más adelante».

Así se expresa Abelly en el capítulo 9 del primer libro de su obra. Tal como lo anticipa al final de ese resumen que acabamos de citar, dedica el capítulo 11 al tema de los herejes convertidos por su acción, de los que nombra dos casos. El primero es el del ya mencionado señor Jean Beynier, del que dice Abelly que era «nacido de padres herejes que lo habían instruido con el mayor esmero en sus errores». Pues bien, las investigaciones en los ar­chivos de Chátillon no dejan lugar a dudas de que entre los muchos Beynier de esa localidad no hubo jamás uno solo que no estuviera bautizado en la Iglesia Católica y no permaneciera fiel a ella. En cuanto al Beynier mencionado por Abelly, ya dijimos arriba que hizo de testigo en la toma de posesión de la parroquia por parte de Vicente. Los otros reformados mencionados por Abelly como convertidos por influencia de Vicente lo fueron efectivamente, tal como uno de ellos lo atestigua en carta escri­ta a Vicente de Paúl cuarenta años después (III, 31). Se trataba nada menos que de siete hermanos de la familia Garron. En cuanto al padre, lejos de dejarse convertir, denunció a Vicente ante los tribunales y murió de pesar al ver los nuevos rumbos religiosos de sus hijos.

Otro tema que menciona Abelly es el de la atención a enfer­mos y a pobres por parte de Vicente. Lo menciona como de paso en el capítulo 9, pero luego le dedicará todo un capítulo, el 10. En este último se narran las circunstancias de la creación de la pri­mera Cofradía de Caridad parroquial. A este tema de la acción de Vicente de Paúl en Chátillon dedicamos las páginas que siguen.

La primera cofradía de caridad

Es sorprendente cómo Vicente, que comentó tantas veces en público los incidentes sucedidos en enero de 1617 en Gannes-Folleville como decisivos en el cambio de rumbo que sufrió su vida sacerdotal a los 37 años, dedique tan pocas alusiones al otro gran hecho sucedido en la segunda mitad del mismo año, hecho que, como se irá viendo, es prácticamente tan influyente como el anterior en la trayectoria posterior de su vida. Salvo error u omi­sión, en la extensa documentación de cartas y conferencias que han llegado hasta nosotros Vicente se refiere a la creación de la Cofradía de Caridad de Chátillon sólo tres veces. Las tres refe­rencias se encuentran:

  • en una carta a Luisa de Marillac del 13 de octubre de 1635, 18 años después de los sucesos y sólo dos años después de fundada la Compañía de las Hijas de la Cari­dad, en la que, aparentemente a una pregunta de Luisa, Vicente responde escuetamente: «Creo que la (Cofradía de) Caridad comenzó el año 1617″ (1, 336);
  • en una conferencia a las hijas de la caridad de 22 de enero de 1645, 28 años después de los sucesos y 12 años des­pués de fundada la compañía (IX, 202). Esta referencia es clave para conocer la visión que tenía Vicente de Paúl de la historia de la creación de las hijas de la caridad y de la naturaleza de su vocación;
  • en otra conferencia a las hijas de la caridad del 13 de febrero de 1646 (IX, 233). Esta referencia es similar en contenido a la anterior, y con la misma importancia. Vere­mos más adelante en detalle la importancia de estas dos referencias.

Los sucesos que condujeron a la fundación de la Cofradía de Caridad de Chátillon son bien conocidos en sus líneas generales, y por eso no volveremos a narrarlos aquí. Decimos «en sus líne­as generales» porque en las diversas narraciones que han llegado hasta nosotros se encuentran discrepancias de detalle que es imposible armonizar y que pudieran tener su importancia, pero que no nos interesan en el contexto de este trabajo, y por eso no trataremos de ellas.

Daremos sólo un ejemplo: ¿quiénes y cuántos eran los enfer­mos que recibieron la ayuda de la gente del pueblo y del párro­co? En un punto tan sencillo como éste no nos vale ni siquiera el testimonio de Vicente mismo, que había sido testigo presencial y actor principal. En el espacio de trece meses escasos nos da dos versiones totalmente diferentes. Y no se atribuya este fenómeno a los estragos que la edad avanzada suele producir en la memoria, pues Vicente no tenía más que 65 años cuando narra el suceso a las hijas de la caridad, y aún no hacía treinta años que habían sucedido los hechos que narra. En la conferencia de 1645 citada arriba dice que se trataba de «un pobre hombre enfermo»; sólo un año después, en la otra conferencia también citada arriba, dice que en aquella casa «todo el mundo estaba enfermo». La infor­mación que nos da Abelly se acerca a esta segunda, pero añade un detalle que desfigura totalmente la imagen que sugiere Vicen­te, pues mientras en el testimonio de éste queda implicada la idea de que se trataba de una familia pobre, Abelly dice que se trata­ba de «una familia la mayor parte de cuyos hijos y criados habían caído enfermos», lo que parece sugerir que era una familia más bien acomodada.

Omitimos el comentar otras divergencias, como hemos dicho, porque lo que nos interesa en este trabajo es saber qué es lo que tuvo lugar en Chátillon después de que volvieran a la población las buenas gentes y el párroco que habían asistido al anciano enfermo o a la familia enferma, pobre o rica, aquel caluroso domingo de agosto de 1617.

Lo que tuvo lugar en Chátillon fue fruto de una idea que le vino al párroco mientras volvía al poblado. Vicente atribuye la idea a Dios y la menciona él mismo a las hijas de la caridad en 1645: «Me encontré con grupos de mujeres y Dios me dio este pensamiento: ¿No se podría reunir a estas buenas mujeres y ani­marles a darse a Dios para servir a los pobres enfermos?» Como le sucedió con tantos otros incidentes de su vida, Vicente no podía ni sospechar el potencial histórico de aquella idea a primera vista tan sencilla. Lo iremos viendo más adelante. Por ahora, reténgase la frase principal: «darse a Dios para servirle en los pobres enfermos», pues será, con sólo suprimir la palabra `enfermos’, la clave y cifra de la visión espiritual que inspiraría a tantos miles de personas hasta hoy mismo: darse a Dios para servirle en los pobres.

Éste fue el fruto inmediato de la idea: Vicente convocó a un pequeño grupo de ocho mujeres a una reunión para el siguiente miércoles. La fecha merece ser señalada: 23 de agosto de 1617. «Les mostré que se podrían remediar grandes necesidades con  una gran facilidad. Inmediatamente ellas se decidieron a hacer­lo» (IX, 202). Eran ocho mujeres, casadas y solteras, de origen social variado, a las que Vicente propuso lo que nos ha dicho arriba: entregarse a Dios para servir a los «pobres enfermos», expresión que en este caso quería decir los pobres que estuvieran o cayeran enfermos, «los enfermos verdaderamente pobres», como lo expresará claramente el reglamento de la Cofradía, y no ya cualesquiera enfermos, fueran pobres o ricos.

Se ha conservado una breve acta de esta reunión escrita por Vicente mismo en la que ya aparecen con claridad algunos ele­mentos de su visión personal espiritual que le acompañarán hasta la tumba y que inspirarán todas las instituciones que fundará años más tarde. La reunión comienza y termina invocando a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, a quienes sean dados «todo honor y gloria por los siglos de los siglos». Las señoras se «han asociado caritativamente para asistir a los pobres enfermos de esta villa de Chátillon por turno», de manera organizada, para que no quede ninguno sin recibir asistencia todos los días mien­tras la necesite. Se les asistirá en sus necesidades corporales, dándoles alimentos y medicinas, y sus necesidades espirituales, «disponiéndoles a bien morir, o a vivir cristianamente, si se curan». Todo ello se hará «para gloria del buen Jesús», y toman­do a la Madre de Dios «como patrona y protectora de la obra». Si son fieles a esta buena obra pueden estar seguras de que en el día del juicio «oirán la voz dulce y agradable del buen Jesús que dirá a los que ayudan a los pobres: Venid, benditos de mi Padre y poseed el reino que os tiene preparado desde los comienzos del mundo…»

Al nacer, este grupo no tiene ningún nombre ni calificación canónica. Pero las primeras semanas de su funcionamiento debie­ron de hacer ver a Vicente que aquel grupo, por humilde que fuera, podía muy bien convertirse en una institución permanente y reconocida por la autoridad eclesiástica. Podría pensarse en hacer de aquel grupo una Cofradía no de piedad, como pudiera ser la del Rosario, que existía en Chátillon desde unos pocos años antes de la llegada de Vicente, sino de acción caritativa. Cofradía quiere decir una asociación de hermanos-as en la fe que se unen para un fin concreto. Los miembros de la Cofradía de la Caridad se unen fraternalmente para practicar la caridad.

A las pocas semanas de ver funcionar el grupo satisfactoria­mente Vicente empezó a dar los pasos necesarios ante el arzobis­pado de Lyon para que el grupo fuera reconocido por la autori­dad eclesiástica competente como Cofradía de Caridad, lo que se hizo por parte de la curia arzobispal el día 24 de noviembre de 1617. El párroco fundador justamente tuvo tiempo para verla eri­gida oficialmente el 8 de diciembre siguiente, pues a los pocos días dejó la parroquia para volver a París, ciudad que ya no dejaría prác­ticamente hasta su muerte. Pero no desapareció ni languideció la Cofradía con la marcha del fundador. Ha quedado testimonio escri­to de que seguía funcionando años después de la muerte en 1660 de aquel que había recibido de Dios la idea de fundarla en 1617. Esto quiere decir que Vicente supo dar a la Cofradía una estructu­ra sólida cuya permanencia en el tiempo no dependía de la presen­cia o ausencia de su promotor original.

Este hecho plantea un problema de interpretación en la bio­grafía de san Vicente de Paúl: ¿quién le enseñó, de quién o dónde aprendió Vicente de Paúl a organizar grupos humanos estables para conseguir un fin concreto, instituciones que fueron en casi todos los casos para fines de duración indefinida, varias de las cuales aún existen después de casi cuatro siglos? Un conoci­miento, aunque sea somero, de lo que hizo Vicente desde que nació hasta que llegó a Chátillon a los 37 años revela que no tuvo previamente ni maestro, ni tiempo, ni ocasión de aprender cómo se organiza un grupo humano para conseguir un fin determinado y cómo se le dota de una solidez estructural que perdure en el tiempo.

Como hemos visto arriba en el caso de la Cofradía, él siem­pre atribuyó a Dios las ideas que dieron origen a sus diversas fundaciones. Sin duda tiene razón, incluso en los casos en que sabemos que hubo otras personas de las que Dios se sirvió para dar la idea a Vicente de Paúl. Por ejemplo, la señora de Gondi para la Congregación de la Misión, Luisa de Marillac para las Hijas de la Caridad, algún sacerdote diocesano anónimo para las Conferen­cias de los Martes, el rey Luis XIII para la misión del norte de África, el nuncio en París para la misión en Madagascar… Pero el saber cómo se organiza un grupo y cómo se le da solidez, esto tuvo que llegarle sin intermediarios y directamente de Dios mismo a Través de sus cualidades innatas.

Podemos rastrear las raíces de algunos aspectos de su visión espiritual y descubrir las personas y las lecturas que influyeron en ella, como se ha hecho muchas veces con acierto. Pero su capacidad de organización, que tanto ha admirado a tantos, incluso a un historiador de inspiración marxista como Boris Porschnev, no parece que se pueda atribuir a ninguna influencia previa procedente de persona o de institución anterior. Uno de los aspectos más originales y propios de la rica personalidad de Vicente de Paúl es su gran capacidad de organización, de la que la primera muestra es, aunque humilde y en pequeña escala, la Cofradía de Caridad de Chátillon.

El título de la Cofradía está inspirado en el de un hospital que habían fundado años antes en Roma los hermanos de San Juan de Dios, que Vicente conoció en su segunda estancia en Roma, hospital que fue a su vez precursor de otro con el mismo nombre que la misma orden fundaría después en París, con el que Vicen­te tuvo alguna relación durante los años de su primera estancia en esa ciudad. El Reglamento de la Cofradía reconoce expresamente que su título está basado en el del hospital mismo, y no en el de alguna supuesta cofradía que existiera en ese hospital, como afirma algún biógrafo.

La Introducción del Reglamento ofrece de manera condensa-la u na serie de ideas que inspirarán la acción y el pensamiento .le Vicente a lo largo de su vida, y también a sus instituciones.

Tiene cuando escribe esas ideas 37 años, vivirá hasta los 80, pero ya nunca las dejará de lado, y sabrá ofrecerlas a personas de muy variada condición social y eclesial sin retocarlas en lo fundamen­tal. Damos la introducción del Reglamento en traducción literal. El lector familiarizado con el lenguaje de san Vicente de Paúl no tendrá problemas en reconocer de inmediato su huella inconfun­dible: «Como la caridad hacia el prójimo es una señal infalible de los verdaderos hijos de Dios, y como uno de sus principales actos sea el visitar y alimentar a los pobres enfermos, algunas señoritas piadosas y algunas señoras de la villa de Chátillon-les-Dombes, diócesis de Lyon, deseando conseguir de Dios la gracia de ser verdaderas hijas suyas, han convenido en reunirse para asistir juntas espiritual y corporalmente a los enfermos de la villa, quienes a veces han sufrido mucho más por falta de organización en atenderles que por escasez de personas carita­tivas. Pero como es de temer que, después de haberla comenza­do, esta buena obra podría desaparecer en poco tiempo si para mantenerla no mantuvieren alguna unión y vínculo espiritual, han decidido unirse en una organización que pueda ser erigida como cofradía… La dicha Cofradía se llamará Cofradía de la Caridad, a imitación del hospital de la Caridad de Roma, y las personas de las que principalmente estará compuesta se llama­rán sirvientas de los pobres o de la Caridad».

La Cofradía se limitará a un grupo de veinte personas, «para que con la muchedumbre no venga la confusión», todas ellas casadas o solteras, ayudadas en la administración por un procu­rador «ciudadano virtuoso, solícito del bien de los pobres», que en esta ocasión fue el señor Beynier, el supuesto protestante con­vertido al catolicismo por Vicente, de quien hablamos arriba. El reglamento detalla un control extremadamente riguroso del dine­ro y de los bienes de la Cofradía, en el que intervienen el párro­co, la presidenta de la Cofradía, la tesorera y otra asistenta o consejera. Las cuentas del año están sometidas a una especie de auditoría externa por parte de personas públicas ajenas a la Cofradía, como son «el señor de la villa de Chátillon, uno de los síndicos y el rector del hospital» municipal, con lo que se quie­re asegurar la buena y exacta administración de los bienes de la Cofradía, pues son bienes de los pobres de la villa de Chátillon. Si se advirtieran fallos en la administración, deberá informarse de ellos al señor arzobispo, por cuya autoridad la Cofradía dis­fruta de personalidad jurídica pública.

Nos hemos detenido en este aspecto, que no suelen destacar los comentaristas, porque refleja uno de los aspectos permanen­tes de la capacidad organizativa de Vicente de Paúl, una clara conciencia de la necesidad de controlar cuidadosamente los bienes dedicados a los pobres, bienes que son casi siempre manejados por personas que no son pobres, pero que sin embar­go se pueden ver fácilmente tentadas a usar de esos bienes en favor propio o para fines extraños. La historia antigua y la con­temporánea de las instituciones benéficas voluntarias está llena de ejemplos de tales abusos. Aunque Vicente de Paúl confía en la buena voluntad de las gentes voluntarias que trabajan en las obras fundadas o inspiradas por él, en el tema de la administra­ción de los bienes materiales quiere un control tan estricto como el que se pueda exigir en cualquier institución financiera antigua o moderna.

Otros aspectos del reglamento de la Cofradía suelen ser más comentados por los biógrafos y estudiosos, en particular todo lo que se refiere al trato exquisito y personalizado de cada enfermo. No comentamos aquí este aspecto en detalle por ser más conoci­do. Pero sí queremos suscitar un problema que tampoco se suele mencionar en relación con este tema: ¿dónde aprendió, quién le enseñó a este sacerdote de 37 años, con escasa experiencia pastoral previa y muy poca relación previa con gente pobre, a mostrar esa sensibilidad extrema, y a la vez totalmente práctica, sobre el modo de asistir, de dar de comer, de limpiar a enfermos pobres en sus camas, de asistirles espiritualmente sin fatigarles con sermones? El único lugar en que pudo aprenderlo fue el Hospital de la Caridad de París mencionado arriba, al que Vicen­te visitaba como uno de los capellanes de la reina Margarita. El dicho hospital era sin duda el más moderno de su tiempo; en él, por ejemplo, cada enfermo tenía una cama individual convenien­temente rodeada de cortinas, en contraste con lo que se acostum­braba en los grandes hospitales públicos, tal como el Hótel Dieu de París, en el que era común alojar a varios enfermos en una misma cama, tal como aparece en la película «Monsieur Vincent», que en este aspecto se atiene a la estricta realidad histórica.

La Cofradía se describe en el reglamento como una organiza­ción de carácter fraternal basado en el afecto y la ayuda mutua, durante la vida e incluso más allá de la muerte, pues cuando fallezca «algún miembro de esta corporación, las demás asisti­rán a su entierro con el mismo sentimiento con que se llora la muerte de la propia hermana, esperando poder volver a verla en el cielo.» Los miembros de la Cofradía deben manifestar en todos los aspectos de su vida personal, y no sólo cuando sirven a los enfermos, un talante netamente cristiano e incluso devoto, alimentado por unas prácticas de oración sencillas y sobrias, practicadas con constancia.

El fundador de la Cofradía quiere también que sus miembros sean cristianas bien formadas en su espiritualidad laica propia. Les recomienda para ello la lectura del libro de espiritualidad laica que más éxito ha tenido en la historia de la Iglesia, la «Introducción a la vida devota», de san Francisco de Sales, a quien Vicente aún no conocía personalmente. Al año siguiente, 1618, se verían en París los dos por primera vez, e iniciarían de inmediato una relación de amistad y aprecio mutuo que influyó profundamente en la posterior evolución espiritual, y aun sicoló­gica, de Vicente de Paúl. El libro de Francisco de Sales propor­cionaba a las mujeres de la Cofradía una sólida visión espiritual de su vida cristiana laica.

El reglamento, por su parte, añadía a la visión del libro un fin caritativo, orientando de ese modo su vida espiritual al servicio de los pobres. El mismo reglamento describe a las mujeres que componen la Cofradía como un grupo organizado dotado de autonomía para dirigir los asuntos propios de la Cofradía. El gru­po funciona por sí mismo, escoge sus actividades, maneja sus recursos financieros, y elige a las responsables de los cargos de dirección «mediante los sufragios de toda la Cofradía por mayo­ría de votos.» No era el fundador, ni tampoco el sacerdote que le sucediera en el cargo de párroco, el director responsable de la Cofradía, sino sólo su animador, que en las reuniones de la Cofradía se limitaba a dar «una pequeña exhortación espiritual». Este aspecto de esta Cofradía, el dar plena confianza a mujeres laicas para su buen funcionamiento, es más sorprendente si se tiene en cuenta que Vicente podría fácilmente haberse dejado lle­var por el modelo de la otra Cofradía formada también por muje­res, la Cofradía del Rosario, que, como dijimos, ya existía en Chátillon cuando él llegó, en la que los dos principales cargos directivos estaban reservados a dos hombres, uno de los cuales era el varias veces mencionado Beynier.

Para el día de Navidad de 1617 Vicente de Paúl estaba de vuelta en París. El que esto sucediera se debe sobre todo a la constancia de una mujer, la señora de Gondi, que por la ausencia de su director y preceptor de sus hijos sentía que su familia esta­ba al borde de la perdición. Removió, como se suele decir, cielo y tierra, que en este caso eran todas las personas civiles y ecle­siásticas que pudieran tener alguna influencia sobre Vicente para que éste volviera a París. No se despidió Vicente de sus parro­quianos (y esto se dice en contra de lo que afirma expresamente el citado testimonio de los seis ciudadanos), por la buena razón de que cuando dejó Chátillon no estaba aún seguro de si volvería al pueblo a seguir cumpliendo su oficio de párroco, o acabaría cediendo a las exigencias de la señora de Gondi y se quedaría en París para siempre (I, 94, carta 10). Sucedió de hecho esto último. Conociendo la trayectoria posterior de la vida de Vicen­te, no se puede dejar de pensar que su vuelta a París fue obra de la Providencia, actuando esta vez a través de la inseguridad sico­lógica de una mujer. Pero también se debe sin duda a la Provi­dencia el que Vicente fuera párroco de Chátillon, aunque lo fuera por un tiempo tan corto, el tiempo justo para poder tener el moti­vo y la ocasión de fundar la Cofradía de la Caridad.

Elementos del espíritu vicenciano en el reglamento de Châtillon

La fechas históricas del origen de la espiritualidad vicenciana se conocen con precisión: el 25 de enero, día del «primer ser­món de la Misión» en Folleville, y el 20 de agosto de 1617, día del sermón que dio origen a la primera Cofradía de la Caridad. En la primera de esas dos fechas sembró el Espíritu Santo en la vida personal de Vicente de Paúl el «carisma» de la Misión; en la segunda, el de la Caridad. El primero dio origen a una institu­ción que aún existe, la Congregación de la Misión; el segundo fue el origen, primero, de las Cofradías de la Caridad, y poste­riormente de las Hijas de la Caridad y de las Damas de la Cari­dad. Ambos carismas han dado origen después de su muerte a otros muchos grupos e instituciones que se confiesan inspirados por la misma visión de Vicente de Paúl.

Hasta el día de hoy es visible en las actividades de las distin­tas instituciones una diferencia que brota de sus diferentes oríge­nes históricos. En la actividad de la Congregación de la Misión predominan los aspectos que hemos venido entrecomillando como «espirituales»: predicación, sacramentos, vida litúrgica… En las otras instituciones (en las fundadas y en las no fundadas por san Vicente mismo, tal como la Sociedad de San Vicente de Paúl entre estas segundas) predominan las actividades que se suelen conocer como «caritativas».

Ambos tipos de instituciones no pueden olvidar que en la visión de Vicente de Paúl la Misión y la Caridad no son más que «dos brazos», dos maneras de llevar a cabo a lo largo de la his­toria la misma misión redentora de los pobres que comenzó Jesu­cristo en Galilea. A todos los miembros de unas y otras les tocará llevar a cabo acciones de uno y otro tipo según su situación social y su condición canónica. El miembro laico de la Sociedad de San Vicente de Paúl, la Hija de la Caridad, la Voluntaria de la Caridad, por ejemplo, aunque no podrán, por razón de su condi­ción canónica, absolver sacramentalmente al pobre de sus peca­dos, sí podrán y deberán preocuparse de su bienestar espiritual, de que sepa rezar, de que conozca el catecismo, de que procure mantener una buena relación con Dios. El padre paúl, por su parte, no deberá limitarse a darle los sacramentos si lo que nece­sita el pobre, además de la absolución, es comida, vestido, habi­tación, salud, educación, o que se defiendan sus derechos

Teniendo en cuenta esta observación de tipo general veamos qué elementos estaban ya presentes en Chátillon que se han mante­nido hasta hoy en esa visión que conocemos como «espiritualidad vicenciana» y que deben estar presentes en todas las instituciones que se consideran inspiradas por san Vicente de Paúl, lleven o no lleven su nombre en el título.

La clave de esa espiritualidad se expresa escuetamente así en el Reglamento de Chátillon, como vimos arriba: «Darse a Dios para servirle en los pobres para gloria del buen Jesús», dato fundamental sin el cual toda dedicación a actividades benéficas, por noble que sea y digna de alabanza, no podrá calificarse como cristiana (aunque podría proceder del Espíritu de Cristo de una manera implícita). Supuesta esa entrega a Dios, la vida entera se convierte en un sacrificio espiritual ofrecido al Dios de Jesucristo, de manera que incluso la acción más humilde de servicio al pobre y menos apreciada por la opinión pública se convierte en acto espiritual, tal como lo vio y lo expresó con toda claridad Luisa de Marillac, como veremos más adelante. Además, esta forma de vida, lo dice el Reglamento y Vicente se lo dijo años tarde muchas veces a las Hijas de la Caridad, garantiza el ingreso en la vida eterna: «Venid, benditos de mi Padre…, por­que me disteis de comer…» Todo ello debe ir basado en lo que se podría calificar como una vida cristiana profesada día a día, vida de oración personal y en grupo, de sacramentos, de un com­portamiento digno de quien cree en Jesucristo.

El trabajo por los pobres no es, decíamos, una mera actividad social, sino estrictamente una actividad evangelizadora, que se lleva a cabo a través de palabras y de acciones en el aspecto `espiritual’ y en el material. Las mujeres de la Cofradía conti­núan en su servicio a los enfermos pobres lo que comenzó Nues­tro Señor Jesucristo, pues no de otra manera anunció el Señor su Buena Noticia a los pobres de Galilea durante su vida terrena. Hacer eso es servir a los pobres, ser sirvientes de los pobres. Aunque no se encuentra aún en el reglamento de Chátillon, Vicente extraerá la conclusión lógica de esa expresión años des­pués para ofrecerla a todas las gentes que se dejaron inspirar por su visión: «los pobres son nuestros amos y señores». Se les sirve, por tanto, como a señores, con un servicio personalizado y cercano. Ni la Cofradía de Chátillon ni las posteriores funda­ciones deberán ser jamás meras instituciones de beneficencia que reparten dinero y bienestar social desde burocracias aparta­das de la vida de los pobres a los que sirven.

El servicio personal a los pobres es ciertamente una «marca infalible de los verdaderos hijos de Dios». Pero no cualquier acción por los pobres puede calificarse sin más de vicenciana. Para que lo sea, la acción caritativo-evangelizadora debe hacer­se en colaboración con otros creyentes en un grupo bien orga­nizado, animado y unido por un verdadero afecto mutuo. Esto es fundamental para entender el verdadero espíritu vicenciano. Señalamos arriba cómo la capacidad de organización que mostró Vicente de Paúl a los 37 años al fundar la Cofradía de Chátillon es una marca muy personal suya, una cualidad que se expresó posteriormente en otras organizaciones mucho más complejas; advertimos también que es este aspecto el que ha impresionado a estudiosos e historiadores posteriores como muy típico suyo. Mencionamos a Porschnev, pero podríamos añadir a Henry Kamen, Daniel Rops… El que el trabajo por los pobres deba ser personalizado, como dijimos en el párrafo anterior, no quiere decir en modo alguno que deba ser individualista, llevado a cabo como acto puramente personal. La atención personalizada al pobre se hace como miembro de, y con la ayuda de, un grupo organizado y cuidadosamente estructurado.

Así como la primera fundación de Vicente de Paúl se declara a sí misma en el Reglamento «enteramente sumisa al arzobispo», en este caso el de Lyon, sin duda por sugerencia de Vicente mismo, todas sus fundaciones posteriores mantendrán expresa­mente la misma actitud de filial sumisión hacia la jerarquía de la Iglesia Católica, lo que incluye, por supuesto, una fidelidad aún más fundamental a los dogmas y enseñanzas de la Iglesia Cató­lica. Ahora bien, todo ello se confiesa desde una visión de su vocación como realidad secular, en ningún caso religiosa en el sentido canónico de esta palabra. Todas las instituciones de Vicente de Paúl son, sin excepción, de carácter netamente secu­lar, lo que quiere decir por de pronto que sus miembros, todos ellos, deben tratar de vivir las exigencias de la fe cristiana y de su camino hacia la santidad en el mundo, no al margen de él, y más en concreto en el mundo de los pobres.

Fieles a la fe de la Iglesia, fieles a la jerarquía, las institucio­nes vicencianas gozan sin embargo de autonomía en su funcio­namiento interno, en la administración de sus recursos, en la elección de sus actividades, en el nombramiento de los respon­sables, como aparece ya, según se comentó en su momento, en el reglamento de Chátillon. Es éste un aspecto en el que se da entre las diferentes instituciones vicencianas cierta variedad de prados de autonomía (entendida en este caso como relativa independencia en relación a la jerarquía). El caso más claro de una t a 1 autonomía es el de la Sociedad de San Vicente de Paúl. Ozanam fue sin duda un fiel intérprete del espíritu de Vicente de Paúl cuando quería para la Sociedad, de la que fue uno de los princi­pales fundadores, que fuera «plenamente laica, sin dejar de ser católica». La palabra «laica» en el contexto de la frase de Ozanam se refiere a la vez a la naturaleza radicalmente secular y autónoma de la Sociedad de San Vicente de Paúl.

A estas notas de toda verdadera vocación vicenciana, que estaban ya presentes en el reglamento de Chátillon, dos institu­ciones posteriores, la Congregación de la Misión y la Compañía de las Hijas de la Caridad, añaden elementos que ya no son comunes a todas las instituciones vicencianas, sino propios: el sacerdocio en el caso de algunos miembros de la Congregación de la Misión, y la vida de comunidad y los votos no públicos en el caso de ambas instituciones. Los tres elementos (sacerdocio, vida común, votos) deben sin embargo estar orientados a la idea fundamental de evangelización-redención-servicio de los pobres. Si no se hiciere así, alguno de esos elementos, o los tres, no contribuiría en nada a hacer del paúl o de la hija de la caridad almas de carácter netamente vicenciano. Y si, por ejemplo, hubiere alguna institución que, aun llevando en el título el nom­bre de San Vicente de Paúl, pusiera como más fundamental que su dedicación a la evangelización de los pobres algún otro ele­mento (por ejemplo, los votos públicos, que convertirían a la institución en religiosa en sentido canónico), entonces el título de la institución no bastaría para hacer de ella una institución vicenciana, sería vicenciana sólo de nombre.

En resumen, estos son los elementos de la espiritualidad vicenciana que hemos destacado como ya presentes en el Regla­mento de la Cofradía de Chátillon:

  • Darse a Dios para servirle en los pobres, para gloria de Jesucristo
  • Vida cristiana profesada día a día
  • Evangelizar de palabra y de obra
  • Con obras de carácter espiritual y de carácter material
  • Ser sirvientes de los pobres
  • Servicio directo de contacto con los pobres
  • Espiritualidad secular, vivida en el mundo
  • Pertenencia a una institución de carácter vicenciano
  • Autonomía organizativa de la institución

La lista no es en manera alguna exhaustiva para definir el ver­dadero espíritu vicenciano en toda su amplitud. Habría que aña­dir otros varios temas, como por ejemplo, el de las virtudes características, o también una visión de la vida de oración mucho más amplia que lo que aparece en el Reglamento de la Cofradía, una visión mucho más amplia también de la figura de Jesucristo, y varios otros temas de importancia. La lista sólo intenta enume­rar los elementos que hemos podido extraer del Reglamento de la Cofradía de Chátillon con la intención de mostrar una vez más que en ese Reglamento se encuentran ya en raíz muchos de los aspectos que, en la historia posterior a Chátillon, llegarían a ser elementos esenciales de lo que conocemos hoy como espirituali­dad vicenciana, espiritualidad que acabaría tomando su forma definitiva en años posteriores, en buena parte por influencia de las experiencias de Luisa de Marillac, de las Hijas de la Caridad y también, aunque en menor grado, de las Damas de la Caridad.

Los primeros años después de Châtillon: Vicente de Paúl, misionero rural

A finales de enero de 1618, al mes justo de volver a París, Vicente daba su primera misión en la aldea de Villepreux, donde dejó establecida la segunda Cofradía de la Caridad al finalizar la misión. A las dos primeras Cofradías siguieron otras muchas, fundadas como corona y remate de cada misión que dieron él y sus hombres antes o después de fundar la Congregación de la Misión en 1626. Se fundaron a lo largo de los años muchas otras incluso en lugares no misionados por su congregación, de mane­ra que menos de cincuenta años después de fundada la primera podía escribir su primer biógrafo, Louis Abelly, que las cofradías se habían esparcido «en gran número por Francia, Italia, Lorena, Saboya y en otras partes». Sólo en las tierras de los Gondi se fun­daron más de treinta.

Muchas veces se ha dicho que el año 1617 fue un año decisi­vo en la vida de Vicente de Paúl, y que en ese año se encuentra el origen de los dos brazos, por así decirlo, de su visión pastoral y espiritual, la Misión y la Caridad. La primera brota de la expe­riencia consiguiente a la confesión del anciano en Folleville; la segunda, de la experiencia de Chátillon. Esta manera de interpre­tar el cambio de trayectoria en la vida de Vicente a partir de sus 37 años responde a la realidad histórica, pero no dice toda la his­toria. La tesis, o más bien la hipótesis, de este trabajo es que, mientras el aspecto Misión estaba ya bien madurado en la con­ciencia de Vicente cuando dio la primera en enero de 1618, en el aspecto Caridad se dieron en él a lo largo de los años posteriores un crecimiento y unas transformaciones importantes debidas a influencias y a experiencias propias y ajenas que en 1618 esta­ban aún por venir. Pasamos ahora a ver este último punto en detalle.

En 1625 se comprometió Vicente de Paúl con los señores de Gondi a reunir un grupo de sacerdotes que se dedicaran a tiem­po completo a dar misiones en sus tierras, compromiso que con­siguió llevar a cabo el año siguiente, 1626, formando un peque­ño equipo misionero con otros tres sacerdotes. No hay nada, ni en el contrato firmado con los Gondi ni en la llamada Acta de Asociación firmada con los otros tres sacerdotes, que mencione la atención a pobres en carencias materiales, sino sólo en caren­cias de carácter ‘espiritual’: instrucción religiosa, sacramentos…

En el contrato con los Gondi se define así el propósito del equipo misionero futuro: «Dedicarse exclusivamente y por ente­ro a la salvación del pobre pueblo, yendo de aldea en aldea, a predicar, exhortar y catequizar a esas pobres gentes, y llevarles a todos a hacer una buena confesión general de toda su vida pasada…; asistir espiritualmente a los pobres forzados, a fin de que se aprovechen (espiritualmente, se entiende) de sus sufri­mientos corporales…; enseñar el catecismo (durante los tres meses de verano en que no se dan misiones) en las aldeas, los días de fiesta y los domingos» (X, 238).

No hay, como se ve, ninguna referencia a alguna actividad caritativa ni siquiera en relación a los galeotes, que vivían en condiciones tan desgarradas también en el aspecto material. La misma observación se aplica al Acta de Asociación del año siguiente, en la que se define así el fin del grupo misionero: «Dedicarse en misiones a catequizar y animar a hacer confesión general a la pobre gente del campo» (X, 242).

Los años siguientes se sigue manteniendo la misma visión, como aparece claramente en las varias solicitudes que envió Vicente a Roma a partir de 1627 para conseguir el reconocimien­to de su congregación por parte de las autoridades vaticanas. Vicente había fundado su congregación en un primer momento con el solo reconocimiento del arzobispo de París en 1626, quien i, in poco menciona en su aprobación más que actividades misioneras de tipo ‘espiritual’ (X, 241). Dígase lo mismo del documen­to de aprobación de la Congregación de la Misión por parte del rey Luis XIII en 1627 (X, 249), o de la aprobación final dada por cl papa en 1633 (X, 303). La única mención en algunos de esos Documentos de actividades de caridad se refiere a la fundación Cofradías de Caridad al final de cada misión. Pero las actividades que se contemplan en todos esos documentos como pro­pias de los misioneros mismos hacia las poblaciones misionadas, una vez más, sólo del tipo que venimos calificando como ‘espiritual’. Así aparece en todos los documentos, pero también en la correspondencia. Escribe en 1631: «El pobre pueblo se ~Jena por no saber las cosas necesarias para la salvación y por no confesarse… Ha sido el conocimiento que se ha tenido de esto lo que ha hecho que se fundara la Congregación para poner remedio a ello de alguna manera» (1, 176-177).

Ni Vicente ni sus misioneros perdieron jamás de vista esta dimensión ‘espiritual’ como función fundamental de su actividad pastoral, ni podrían haberla perdido sin desnaturalizar el motivo inspirador de su fundación. Pero es igualmente claro que en aquellos primeros años la preocupación por las obras de caridad no aparece mencionada en ningún sitio en la actividad de los misioneros como dimensión tan importante como esa otra que venimos calificando de ‘espiritual’ (ponemos esa palabra entre comillas; más adelante veremos por qué).

Misión y caridad: la evolución de una nueva visión espiritual

Cuán diferentes llegarían a ser con los años el lenguaje y la visión que Vicente usaría para hablar a sus propios misioneros acerca del fin para el que había él mismo fundado su congrega­ción. Así expresaba Vicente en 1658, en un texto muy conocido, su visión de lo que debía ser y hacer la congregación fundada más de treinta años antes: «Si se encuentra alguien entre nos­otros que piense que está en la Misión para evangelizar a los pobres y no para aliviarles, para remediar sus necesidades espi­rituales pero no las temporales, le diré que debemos asistirles y hacer que se les asista, nosotros mismos y por medio de otros, de todas las maneras… Hacer eso es evangelizar por medio de palabras y de obras» (XI, 393)

Ahí está la visión definitiva expresada con total claridad a manera de testamento sólo dos años antes de morir. La Misión se funda inicialmente para fomentar entre el pueblo rural bienes `espirituales’: catequesis, sacramentos, paz entre los habitantes de la aldea, conversión de pecadores a la vida de gracia, conver­sión de herejes a la fe verdadera… Sólo con el paso de los años fue creciendo en la conciencia de Vicente la convicción de que tan importante para el anuncio del evangelio como esa dimen­sión era la práctica de todo tipo de caridad hacia los necesitados: «Hacer eso es evangelizar por medio de palabras y de obras». Frase lapidaria que expresa de manera condensada la visión espi­ritual definitiva de Vicente de Paúl.

La semilla de esa nueva visión se siembra con la Cofradía de la Caridad de Chátillon y ya aparece en embrión en su reglamen­to, como se hizo notar arriba. Luego va creciendo poco a poco en la conciencia de Vicente de Paúl a través de experiencias poste­riores personales y de la influencia de otras personas: la de Luisa de Marillac, la de la Cofradía de las Jóvenes de la Caridad, la de las Damas, y a través de lo que todas ellas sin pretenderlo ense­ñaron con la práctica a Vicente de Paúl: que la caridad hacia los pobres profesada como forma de vida cristiana es un modo de evangelizar con obras, y es además un camino de espiritualidad y santidad tan eficaz y legítimo como otro cualquiera, y puede que más que otro cualquiera. Llamamos a esto una «nueva visión espiritual» porque nos parece nueva en la larga historia de la espiritualidad. Se puede dar como seguro que tal visión fue vivi­da en la historia de la Iglesia a lo largo de los siglos por miles de creyentes. Pero no aparece en los libros de la historia de la espi­ritualidad como visión inspiradora de ninguna forma de vida ins­tituida y reconocida oficialmente antes de la experiencia de Vicente de Paúl y de sus fundaciones. Por eso decimos que es nueva.

La influencia más temprana, y la más larga en años, se debe a Luisa de Marillac, la persona que intervino en primer lugar en la vida de Vicente en el aspecto que estamos comentando. El primer conocimiento mutuo tuvo lugar por los tiempos en que Vicente estaba ocupado en poner en marcha su equipo de misioneros. Y aunque la formación espiritual anterior de Luisa tenía muy poco que ver con la que le podría ofrecer Vicente, y aunque la prime­ra relación mutua fue estrictamente de dirección espiritual para problemas personales de conciencia, Luisa desde el primer mo­mento se constituyó en ayudante voluntaria del pequeño equipo misionero de Vicente para asuntos de naturaleza caritativa, entre ellos el de buscar ocupación en París para algunas muchachas de las aldeas misionadas. Por su experiencia personal en estos menesteres, y no por sugerencia ni por la dirección de Vicente, Luisa llegó a encontrar en esta colaboración de tipo caritativo con los misioneros un nuevo camino para expresar su fe cristia­na y su relación personal con Dios. De hecho fue en uno de esos viajes de visita de cofradías cuando Luisa llegó a experimentar esa alta forma de experiencia mística que los autores califican de «desposorio espiritual». Ella asocia esa experiencia a su nueva ocupación de «ayudar a mi prójimo a conocer a Dios». Y la expresa así: «A lo largo de todo el viaje me parecía obrar sin ninguna intervención por mi parte… Nuestro Señor me daba el pensamiento de recibirle como el esposo de mi alma, y que esto era una forma de desposorios… y de soportar las dificultades que encontraría como formando parte de la comunidad de sus bienes» (Escritos de LM, CEME, p. 682, febrero 1630).

Muchas dificultades encontró Luisa ciertamente cuando a partir de mayo de 1629 (I, 135) comienza a dedicarse a visitar sis­temáticamente las Cofradías de Caridad en las diversas aldeas misionadas, con la idea de intentar arreglar problemas de funcio­namiento y de inspirar nuevos ánimos cuando decaía en ellas el entusiasmo de la dedicación primera. En ello estuvo Luisa durante cuatro años, hasta que fundó junto con Vicente la Cofra­día de las Jóvenes de la Caridad a finales de 1633.

Y a pesar de que, como mencionamos arriba, la formación espiritual anterior que había recibido Luisa de Marillac se pare­cía muy poco a la que fue descubriendo a través de la colabora­ción con el trabajo de los misioneros de Vicente de Paúl, una vez descubierto este nuevo camino no sólo fue muy fiel a él hasta la muerte, sino que fue capaz de inspirarlo con fuerza a las hijas de la caridad de las primeras generaciones, además de impresionar fuertemente al mismo Vicente, quien dejó múltiples testimonios de la admiración que sentía por aquella mujer que, viniendo de familia y de educación aristocrática y de espiritualidad muy refi­nada, había sido capaz de dejar de lado todo eso para llegar a la más alta santidad sirviendo a «los pobres de Jesucristo», como solía decir ella misma.

Decimos que fue fiel a esa visión hasta la muerte porque de sólo dos meses antes de morir en marzo de 1660 nos ha queda­do testimonio inequívoco de cuál fue su visión espiritual defini­tiva y final. En una carta de enero de ese año expresa su deseo de que «el espíritu de Jesucristo reine en ellas (las hijas de la caridad) y les dé firmeza en perseverar en esta forma de vida del lodo espiritual, aunque se manifieste en continuas acciones interiores que parecen bajas y despreciables a los ojos del inundo, pero que son grandes ante Dios y sus ángeles» (Escritos de LM, CEME, p. 648). Para Luisa de Marillac la dedicación de las Hijas de la caridad a acciones humildes a favor de los pobres es una forma de vida del todo espiritual (ahora ya sin comillas), pues por esas acciones manifiestan que reina en ellas el espíritu de Jesucristo, modelo primero de dedicación a la redención ‘espiritual» y material de los pobres.

Luisa de Marillac no hubiera comprendido que se reserve la palabra «espiritual», como se sigue haciendo aún hoy en libros de espiritualidad y en el lenguaje común, exclusivamente a aspectos de la vida cristiana que tienen que ver con realidades trascenden­tes y que no se ven con los ojos del cuerpo: a la oración, al per­dón de los pecados, a la vida de la gracia a través de los sacra­mentos… La palabra «espiritual» no tiene por qué llevar comillas permanentemente, como lo hemos estado haciendo aquí para expresar nuestra discrepancia con el uso habitual y más común de esa palabra. Pero para que no lleve comillas la palabra espiri­tual debe ser aplicada también, como lo hace Luisa de Marillac, a la actividad de remediar necesidades visibles y humildes tales como la de dar de comer al hambriento o de vestir al desnudo, necesidades que, por ser humanas, no pueden ya considerarse como meramente materiales, sino como motivo y objeto de redención y de evangelización, tanto como lo pueden ser la igno­rancia religiosa o el estado de pecado (para la fundamentación neotestamentaria de esta última afirmación véase, por ejemplo, Mt 11,4-6).

En el largo proceso comenzado en Chátillon para llegar a una expresión clara de esta nueva visión espiritual por parte de Vicente de Paúl, la experiencia de Luisa de Marillac intervino de manera decisiva, así como la de muchos de los miembros de la Cofradía de las Jóvenes de la Caridad, fundada a finales de 1633. Las cartas y las conferencias de Vicente de Paúl a lo largo de los años están llenas de expresiones de sorpresa y de admira­ción por lo que hacían en la dedicación y el servicio a los pobres, y por lo que llegaban a ser en términos de santidad muchas de ellas a través de ese servicio y de esa dedicación. «Las Hijas de la Caridad —dice en una carta a un misionero escrita siete meses antes de su muerte— han entrado en el orden de la Providencia como un medio que Dios nos da (a la Misión) de hacer por sus manos lo que nosotros no podemos hacer por las nuestras en la asistencia corporal a los pobres enfermos… Estas jóvenes se dedican, igual que nosotros, a la salvación y al alivio del próji­mo» (VIII, 227). Unos pocos años antes les había dicho a ellas mismas: «El que viera la vida de Jesucristo vería una vida seme­jante en la de una Hija de la Caridad. ¿Qué vino a hacer? Vino a enseñar, a iluminar. Eso es lo que vosotras hacéis. Continuáis lo que él comenzó» (IX, 534). Pero para llegar a tener la visión tan clara, Vicente tuvo sin duda que vivir a lo largo de los años experiencias nuevas y conocer a gentes de las que no sabía nada cuando salió de Chátillon a los 37 años.

Pero antes de que se fundara esa nueva Cofradía irrumpió en la vida de ambos fundadores, como llovida del cielo, una pasto­ra casi analfabeta llamada Margarita Naseau, quien, sin saberlo ni pretenderlo, vino a ser el nexo histórico entre los hechos que habían dado origen de manera incipiente a la nueva visión de Chátillon y el otro hecho que más contribuiría al pleno floreci­miento de esa visión y a darle su forma definitiva: la fundación de la Cofradía de las Jóvenes de la Caridad.

Se recordará que entre las tareas a que se dedicó Luisa en los primeros años de su colaboración con los misioneros del señor Vicente una era la de acoger a muchachas procedentes de aldeas misionadas con el fin de encontrarles en Paris ocupación de que vivir. Entre esas muchachas un buen día se presentó a Vicente de Paúl durante una misión Margarita Naseau, pero no buscando un empleo en París, sino ofreciéndose para ayudar a las señoras de las Cofradías de Caridad a servir a los enfermos pobres en sus casas. Esto sucedía alrededor de febrero de 1630 (I, 138).

Muerta Margarita tres años después y fundada la Cofradía de las Jóvenes de la Caridad, Vicente fue descubriendo con el tiem­po que Margarita había ingresado en la historia de las Cofradías de Caridad aportando a ellas una mejora en el aspecto técnico que era a la vez una profundización en su contenido espiritual. Mejora en el aspecto técnico: dedicación a tiempo completo, algo que no podían hacer los miembros de las Cofradías por razón de sus dependencias familiares. Profundización en el con­tenido espiritual: dedicación plena de la propia vida a trabajar por la redención de los pobres, viviendo de ese modo el compro­miso bautismal de seguir a Jesucristo en el camino de la santi­dad. Margarita no trabaja por turnos, como lo hacían los miem­bros de las cofradías, sino a tiempo completo, y con una dedicación tan radical que da su vida atendiendo a una pobre mujer enferma de peste, como lo hizo Cristo con su propia vida terrena para tratar de liberar a la humanidad de las diversas pestes espirituales y corporales que la asedian.

El hecho histórico de que la figura de Margarita fuera un factor fundamental en la evolución de la idea original de Chátillon lo atribuye Vicente, una vez más, a Dios mismo. Comentando a un grupo de hijas de la caridad cómo la atención a los enfermos era a veces deficiente por causa de los compromisos familiares y sociales de los mujeres de las cofradías, les dice: «En fin, que aquello no iba bien porque Dios quería que hubiese una compa­ñía de jóvenes que estuviese dedicada del todo a servir a los enfermos bajo esas señoras. La primera de esas jóvenes fue una aldeana…» (IX, 233), y continúa su discurso hablándoles de Margarita Naseau.

Decíamos que a Vicente le llevó algún tiempo descubrir el papel de conexión que ocupó Margarita entre la experiencia de Chátillon y la fundación de las Hijas de la Caridad. Pero no hay duda de que lo descubrió, pues él mismo se lo señaló expresa­mente a las mismas hijas de la caridad con todo detalle en más de una ocasión, dando además a Margarita el honroso título de «primera hija de la caridad», aunque en realidad Margarita falle­ció unos diez meses antes de que fueran fundadas. Doce años después de la fundación les explica con todo detalle y precisión los orígenes históricos de su forma propia de vivir la vida cris­tiana, de su espiritualidad (IX, 202-203; 232-234). Tal como él lo cuenta, ésta tiene su origen primero y remoto en las mujeres laicas de la Cofradía de Caridad de Chátillon, pasa a la nueva Cofradía de jóvenes a través de Margarita y de otras jóvenes que fueron atraídas a imitarla por su ejemplo y su palabra, y recibe su configuración definitiva a manos de Luisa de Marillac y de Vicente de Paúl.

Luisa fue desde el primer momento su formadora e inspirado­ra directa y diaria, incluso antes de que se reuniera en su casa de manera estable el primer grupo de cuatro el 29 de noviembre de 1633, grupo y fecha que se consideran datos fundacionales. La nueva fundación se llamó originariamente Cofradía de las Jóve­nes de la Caridad, pues la institución nació como un grupo de jóvenes ayudantes de las mujeres de las Cofradías parroquiales de Caridad en la ciudad de París, aunque pronto acabaron inde­pendizándose y teniendo sus propias obras. No le costó nada a Vicente de Paúl (y a ello le ayudó la lengua francesa, en la que «hija» y «joven» se dicen con la misma palabra: «filies») descu­brir que el verdadero nombre de la Cofradía debería ser el de «Hijas de la Caridad», pues eso es lo que eran y debían ser: hijas del Amor que es Dios y que Dios derramó sobre la humanidad pobre a través de su hijo Jesucristo, y que sigue derramando a ( revés de ellas: «Continuáis lo que él comenzó».

Conclusión: más allá de Folleville-Châtillon

Si la visión espiritual de Vicente de Paúl se amplió mucho con el paso de los años, aún se ensanchó más, si cabe, su conocimien­to directo de los muchos tipos de pobres con los que se podía encontrar, primero en París y sus alrededores, muy pronto en el resto de Francia, y más tarde en Europa y aun en el ancho mundo. Vicente empezó en 1617-1618 a dedicar sus energías a los cam­pesinos y a los enfermos pobres; muy pocos meses después aparecieron los condenados a galeras. Pero una vez que irrumpieron en su vida Luisa de Marillac y sus Hijas de la Caridad, empezaron a brotar «pobres por todas partes», como le dice a Vicente un alto personaje en la película citada arriba. Una mera mención, no completa, de los diferentes tipos de pobres que fueron apareciendo en su vida y en la de sus instituciones bastará para dar una idea del enorme ensanchamiento de su visión de la pobreza, visión que empezó en 1617 con una experiencia limitada de dedicación a «pobres campesinos» y a «pobres enfermos» en sus casas:

  • 1634: enfermos pobres en hospitales públicos (Damas, HC)
  • 1638: niños abandonados (Damas, HC)
  • 1639: refugiados de guerra (CM, HC)
  • 1645 cautivos cristianos en el norte de África (CM)
  • 1648 población nativa de Madagascar (CM)
  • 1649 víctimas de la guerra en París y alrededores (CM, HC, Damas)
  • 1650 ayuda a regiones devastadas (CM, HC, Damas)
  • 1654 asilo de ancianos (CM, HC), soldados heridos (HC)

A esta lista habría que añadir la asistencia a literalmente miles de mendigos, a nobles irlandeses arruinados y exiliados, a sacer­dotes, religiosos y religiosas huidos de los diversos escenarios de guerra en condiciones muy precarias de existencia.

Pobres por todas partes…

Una cosa tienen en común todos los tipos de personas men­cionadas en la lista: la pobreza. Pobreza en bienes de subsisten­cia, acompañada con frecuencia por otras carencias: la ignorancia religiosa, la falta de libertad, de cultura, el desamparo social, la enfermedad… Desde la experiencia de Chátillon queda total­mente claro en la conciencia de Vicente de Paúl que la atención a los pobres ha de ser espiritual y material, se ha de referir a la persona humana en todas sus dimensiones, no ya sólo en su dimensión de relación con Dios, pero tampoco sólo en la satis­facción de sus carencias terrenas. Pero el motivo y criterio que le lleva a él y a las gentes animadas por él a ocuparse de unos gru­pos de personas y no de otros es la escasez o carencia de medios de subsistencia. Si no se entiende eso, no se comprenderá por qué se preocupó por auxiliar a nobles católicos irlandeses emi­grados por la persecución protestante y arruinados, a sacerdotes y a miembros de órdenes religiosas en condiciones precarias de existencia. Hay que suponer en principio que estos grupos de personas no necesitaban ayuda espiritual. No era ese aspecto el que movía a Vicente a preocuparse por ellos, sino sus carencias en medios elementales de vida.

La visión de Vicente de Paúl se amplió, más allá de la expe­riencia de Chátillon, no sólo en los tipos de pobres sino también en las maneras de asistirlos. Lo que describe el Reglamento de Chátillon es un tipo de ayuda al enfermo que podríamos calificar como asistencial. Este aspecto siguió siendo el predominante no ya sólo en los trabajos de las muchas cofradías que se fundaron posteriormente, sino en buena parte de las actividades de sus otras instituciones. El asistencial fue, ciertamente, un aspecto predominante, pero no exclusivo. Pues ya en algunas cofradías fundadas muy pronto en París sus reglamentos preveían otros tipos de actividades orientadas a la promoción y formación pro­fesional de los jóvenes pobres para que pudieran estos luego valerse por sí mismos en la vida social (X 595,629,646,649­651). El mismo fin promocional tenían otras actividades de sus instituciones, tales como la enseñanza escolar de las niñas de aldea por parte de las hijas de la caridad, o la formación de los niños abandonados más allá de la infancia.

Tampoco aparecen en la experiencia de Chátillon otros modos de trabajar por los pobres de carácter más social, por denominarlos de alguna manera, tales como la defensa de sus derechos, o la pre­ocupación por la justicia en su favor, o incluso las intervenciones en la esfera política buscando la paz social o el bien de los pobres. De todo esto hay ejemplos en la vida de Vicente de Paúl, pero cier­tamente muchos años después de su estancia en Chátillon. Chátillon supone en la vida de Vicente de Paúl, junto con la experiencia anterior de Folleville en el mismo año de 1617, una siembra humilde de una nueva manera de vivir la fe cristiana, de una nueva visión espiritual, que fue dando sus frutos poco a poco y fue creciendo en amplitud a la vez que contagiaba a cientos de hombres y mujeres de toda clase social y de toda condición, hombres y mujeres que vez contribuyeron a que esa visión fuera rica, amplia y flexi­ble, una visión del modo de ser cristiano o cristiana que con toda justicia conocemos hoy como espiritualidad vicenciana.

Nota bibliográfica

En el tomo X de las Obras completas de San Vicente de Paúl, CM E, se encuentran todos los documentos que se refieren a las relaciones entre Vicente de Paúl y Chátillon:

  • Acta de resignación de la parroquia de Chátillon por parte de Jean Lourdelot en abril de 1617 (p. 47)
  • Acta de nombramiento de Vicente de Paúl como párroco de Buenens-Chátillon, 29 de julio de 1617 (p. 48)
  • Acta de toma de posesión de la parroquia, 1 de agosto de 1617 (p. 50)
  • Informe Demia sobre la estancia de Vicente de Paúl en Chátillon (p. 52) (probablemente de 1654, según Koch, aunque la nota del editor, Coste, la coloca en 1665. Hubo una segunda redacción del informe, que no ha llegado hasta nosotros)
  • Primeros comienzos de la Caridad de Chátillon (p. 567)
  • Reglamento de la Cofradía de la Caridad de Chátillon (p. 574)

Todo lo que en el presente trabajo se aparta de las biografí­as más conocidas en la descripción del estado de la parroquia de Chátillon a la llegada de Vicente de Paúl, así como de la actuación de éste durante su breve estancia en el lugar, se debe a los resultados de la cuidadosa investigación del padre Bernard Koch, C.M., en los archivos de Chátillon y de algunas poblaciones circundantes. Los trabajos en los que el padre Koch ha expuesto los resultados de sus investigaciones son: Chátillon-les-Dombes et Saint Vincent, 1998; Les protestants á Chátillon-les-Dombes jusqu’a Saint Vincent, 2001; Chátillon-les-Dombes. Visites pastorales, sin fecha.

Esos trabajos han sido previamente publicados, alguno en forma más extensa, en el Bulletin des Lazaristes de France.

Abelly dedica cuatro capítulos del libro primero a describir la relación de Vicente de Paúl con Chátillon:

  • Ida a Chátillon, estancia en Chátillon y vuelta a París (cap. IX)
  • Cofradía de la Caridad (cap. X)
  • Conversión de protestantes (cap. XI)
  • Conversión del conde de Rougemont (de la que no habla­mos en este trabajo) (cap. XII)

En el tomo I de las Obras completas se pueden ver las cartas que se refieren a la ida de Vicente de Paúl a Chátillon y las que influyeron para que dejara la parroquia de Chátillon y volviera a París a casa de los Gondi (I cartas 6, 7, 8, 9, 10, pp. 91-94).

Acerca de la colaboración de Luisa de Marillac con los pri­meros misioneros de la Congregación de la Misión puede verse I, 99, 100, 101, 107, 108, 109, 138, 141. En cuanto a su trabajo por las Cofradías hasta la fundación de las Hijas de la Caridad, véase: I, 140, 142 —cartas 44 y 45—,143, 146, 147-148, 154, 156­157, 159, 161, 165, 166, 167, 170, 178, 179.

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