Compadezco, reverendo padre, sus penas y le pido a Nuestro Señor que le libre de ellas o que le dé fuerzas para poder llevarlas. Puesto que sufre usted por una buena causa, debe usted alegrarse de estar en el número de los bienaventurados que sufren por la justicia. Tenga paciencia, reverendo padre, y tómela en Nuestro Señor, que se complace en probarle; él hará que la religión, en donde le ha puesto, sea como un barco agitado por las olas, que le llevará felizmente a puerto. No puedo encomendar a Dios, según sus deseos, la idea que usted tiene de pasar a otra orden religiosa, puesto que me parece que no es ésa su voluntad. Por todas partes hay cruces y su avanzada edad tiene que hacerle evitar aquellas que usted encontraría al cambiar de estado.
En cuanto a la ayuda que usted desea de mí para procurarle el reglamento en cuestión, se trata de una tarea inmensa; por eso le suplico humildemente que me dispense de hacer presentar en Roma sus proposiciones.