Vicente de Paúl y la Misión (VII)

Mitxel OlabuénagaFormación VicencianaLeave a Comment

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1.5. Método

Dentro de las misiones vicencianas, la labor catequética ocupaba un lugar preferente. Pero también los actos de predicación eran momentos destacados dentro de la jornada misionera. ¿Cuál era el estilo propio que Vicen­te de Paúl quería tuvieran estas predicaciones?

A la hora de presentar el mensaje utiliza un lenguaje sencillo, familiar y claro, adaptado al auditorio. A estaforma de presentación del mensaje (de catequesis, c predicación misionera) le da el nombre de pequeño método.

Vicente de Paúl insiste en que el misionero debe utilizar este pequeño método. No es vana esta insistencia pues en su tiempo la oratoria era barroca. Se citaba a poetas, filósofos, historiadores… La predicación resultaba de esa forma artificial y pasaba fácilmente de lo trágico a lo cómico, de lo sentimental a lo apocalíptico. El objetivo que se perseguía era conmover, provocar, para conseguir un arrepentimiento inmediato pero sin continuidad en la conversión. Fénelon reconocía que en todo esto había más de «piadosa imaginación que de doctrina sólida».

En este contexto, Vicente recomienda predicar e instruir con sencillez y claridad, es decir, según el «pequeño método».

«Padres, para predicar como apóstol, esto es, para predicar bien y con utilidad, hay que hacerlo con sencillez, con un discurso familiar, de forma que todos pueda entender y sacar provecho. Así es como predicaban los discípulos y los apóstoles; así es como predicaba Jesucristo; es un gran favor el que Dios ha hecho a esta pobre y miserable compañía, el concedernos la dicha de imitarle en esto».

Efectivamente, el método consiste en utilizar un estilo en la exposición del mensaje ajustado a la capacidad de los oyentes, de modo que esté a su alcance. Se trata de utilizar un lenguaje familiar, sin efectos complicados, que puedan entender todos. Lo contrario a este método son las formas «rebuscadas», el expresarse con «elocuen­cia ampulosa», caer en «pompas oratorias». No seguir este método es conducirse «según la moda», para presumir, para «hacerse notar».

El principal motivo que señala’79 para utilizar estas formas de anuncio misionero es su eficacia, ya que ilu­mina el entendimiento y mueve las voluntades. Otro motivo para utilizarlo es porque fue el que adoptaron el mismo Jesucristo y sus apóstoles. Ellos predicaban sin ostentación, de forma coloquial.

El esquema a utilizar en la exposición para ser fiel al pequeño método consta de tres partes: motivos, naturaleza y medios. Primero se dan los motivos, las razones del por­qué adquirir una virtud o superar un vicio. Luego se expone en qué consiste la virtud, cuáles son sus propieda­des, su belleza, etc. Finalmente se señalan los medios para llegar a adquirir esa virtud. Este método de predicación va extendiéndose hasta tal punto que se hace popular».

Vicente consideraba este método de una eficacia extraordinaria y no perdía ocasión para manifestarlo: «… este método contiene todo lo que se necesita alegar para convencer plenamente al mundo; no deja nada de cuanto se puede aportar para convencer y ganarse a las almas. Me atrevo a asegurar que no hay ninguna forma de predicar tan eficaz, al menos que yo sepa. No, lo repito, no hay manera de predicar, actualmente en uso, tan indicada para ganar los corazones y producir grandes efectos».

Como testimonio aducía las conversiones espectaculares que de su empleo se habían seguido en Italia, o en la restitución de bienes mal adquiridos en Francia. Era, así mismo, un método eficaz, no sólo en el campo sino también en París y aún en la Corte: «La primera vez surgieron dificultades y hubo oposición. Pero habló el Obispo de Alet, y cesaron las objeciones contra el pequeño método. La segunda vez debía hablar uno de los nuestros, el P. Louistre. No fue contrariado, y el pequeño método triunfó…».

Para Vicente de Paúl la preocupación por el método nace de la necesidad de llevar el mensaje, las verdades necesarias para la salvación, a la gente sencilla. De modo que hablar familiarmente y con claridad es un acto de caridad para con los pobres, lo contrario es predicarse sí mismo, no a Jesucristo.

«Por tanto, ¡viva la sencillez, el pequeño método, que es el más excelente y el que puede producir más honor convenciendo al espíritu sin todos esos gritos que no hacen más que molestar a los oyentes! Oh, Padres. Esto es tan cierto que, si un hombre quiere pasar ahora por buen predicador en todas las iglesias de París y en la Corte, tiene que predicar de este modo, sin afectación alguna. Y del que predica así dice la gente: “Este hombre hace maravillas, predica como un misionero, predica «a lo misionero», como un apóstol’. ¡Oh Salvador! Y el señor N. me decía que al final todos acabarían pre­dicando así. Lo cierto es que predicar de otra manera es hacer comedia, es querer predicarse a sí mismo, no a Jesucristo».

  1. LAS MISIONES «AD GENTES»

La tarea misionera de Vicente de Paúl va extendien­do sus límites geográficos. Tras varios años de tanteos y proyectos de misión «ad gentes», a sus 68 años, el señor Vicente asumirá la misión de Madagascar (1648). Esta misión, que estuvo en el centro de sus preocupa­ciones en los últimos años de su vida, marca la cima de su experiencia misionera. Los infieles son pobres que no conocen a Cristo. Esta es la llamada de los pobres de países lejanos. Para quien ha consagrado su vida a la evangelización de los pobres, la misión «ad gentes» resulta inaplazable: «Habrá algunos que criticarán esas obras, no lo dudéis otros dirán que es demasiado ambicioso enviar misioneros a países lejanos, a las Indias, a Berbería. Pero Dios y Señor mío, ¿no enviaste a santo Tomás a la Indias y a los demás apóstoles por toda la tierra? ¿No quisiste que se encargaran del cuidado y dirección de todos los pueblos en general y de muchas personas familias en particular? No importa; nuestra vocación es: evangelizare pauperibus».

2.1. Las misiones francesas ad gentes» en Canadá y Oriente en tiempos de Vicente de Paúl

En el siglo y en el país de Vicente de Paúl, la misión «ad gentes», o misión extranjera o entre infieles, llegó a estar muy pujante entre las grandes Congregaciones religiosas (franciscanos, dominicos, agustinos, carmelitas, jesuitas…). Se produjo un movimiento colectivo en favor de las misiones en países lejanos sostenido por la Sagra­da Congregación de «Propaganda Fide» y por los Patro­natos regios (que estaban bien instituidos en Portugal) España, naciones adelantadas en el campo de las misio­nes «ad gentes». En el mismo siglo XVII el Seminario de Misiones Extranjeras de París obtuvo la aprobación de Luis XIV (1633) y de la Santa Sede (1664), aunque lle­vaba funcionando desde 1651. Esta institución constitu­ía una muestra más del común empeño misionero que entonces reinabais.

Desde 1632, los jesuitas publicaban sus famosas «Relationes» sobre sus misiones extranjeras. Se leían en la Corte y en muchos grupos y comunidades. El mismo san Vicente las hacía leer en el comedor. Eran una llama­da a la vida heroica.

El francés S. Chaplain comenzó la colonización de Canadá en 1608, donde se llevó a cabo un gran esfuerzo misionero. En un primer momento llegaron los jesui­tas, pero más tarde se sumaron capuchinos, agustinos, sulpicianos y sacerdotes seculares.

A las Antillas francesas llegaron los capuchinos (1635) y los dominicos (1654). Estos últimos fueron los responsables en nombre de la Sagrada Congregación de Propaganda Fide.

Los misioneros franceses llegan también al Próximo Oriente. Ya en 1583, los jesuitas entran en Constantino­pla y luego en Siria y Líbano (1609). Destaca en esta pri­mera época el capuchino J. Leclerq du Temblay, colabo­rador del cardenal Richelieu. Este fraile, ya desde 1616, venía preparando una cruzada contra los turcos. Los carmelitas llegaron a Persia en 1629. También las misiones de Indonesia, Tonkin y Conchinchina fueron reorganizadas por la Sagrada Congregación de Propaganda en Vicariatos. El P. Rhodes, jesuita y uno de los grandes misioneros de todos los tiempos, trabajaba en ellas. En 1653 publicó su libro «Voyages et missions».

A partir de 1640, el deber misionero vuelve a ser tam­bién una preocupación del episcopado y del clero secu­lar francés; de aquí saldrán los primeros Vicarios Apostó­licos de la Sagrada Congregación de Propaganda.

En 1644, un autor anónimo publica Membires et Instructions chrétiennes sur le suject del missions étrangeres. Este libro esboza una teología de la misión y un plan completo de organización de la misión extranjera. BéruIle y Olier consideraban que apartar a los sacerdotes secu­lares de la misión «ad gentes» era mutilar su sacerdocio. Ven que la obligación misionera universal brota del bau­tismo y de la incorporación al Cuerpo de Cristo.

Vicente de Paúl refleja esta inquietud misionera de la Iglesia de Francia en varias ocasiones. En 1643 afirma que los misioneros son los que mejor manifiestan la forma de vida de Jesús: «No hablo solamente de nosotros, sino de los misione­ros del Oratorio, de la Doctrina Cristiana, de los misio­neros capuchinos, de los misioneros jesuítas… Ved cómo se van hasta las Indias, al Japón, al Canadá, para llevar a cabo la obra que Jesucristo empezó en la tierra y que no abandonó desde el instante de su vocación».

Cuando en 1652 le escribe al P. Dufour, a quien ha destinado a Madagascar, le dice: «Ofrézcase a Dios de nuevo, como un obrero al que ha llamado para una misión tan elevada, la más útil y san­tificadora que hay en la tierra, como es la de atraer a las almas al conocimiento de Jesucristo y marchar a exten­der su imperio en los lugares donde el demonio reina desde hace tanto tiempo. Los apóstoles y los mayores santos se han considerado muy felices en consumirse por esto. Y ahora vemos incluso cómo muchos religio­sos salen de sus claustros, y muchos sacerdotes de su país, para ir a predicar el evangelio a los infieles. Y si lle­garan a faltar, sería menester quitarles a los cartujos su soledad para enviarlos allá».

Para Vicente es clara la universalidad de la vocación misionera: «¡Qué feliz es la condición de un misionero que no tiene más límites en sus misiones que el mundo habi­table! ¿Por qué restringirnos entonces a un punto y ponernos límites dentro de una parroquia, si es nuestra toda la circunferencia del círculo?».

2.2. Nacimiento de «Propaganda Fide» y su relación con la Congregación de la Misión

Ya al comienzo del siglo XVII, Roma está viendo que los patronatos regios de España y Portugal están monopolizando toda la tarea misionera de la Iglesia; aunque la labor no era en absoluto despreciable, sí se daban algunos inconvenientes, como la injerencia del Estado, la falta de coordinación y los conflictos jurisdiccionales.

Al mismo tiempo Francia, como potencia en expansión, buscaba acrecentar su imperio, sobre todo a costa de colonias portuguesas. Por eso se hacía imprescindible la creación de un organismo central de la Santa Sede que dirigiera con competencia propia la actividad misional. El 22 de junio de 1622, el papa Gregorio XV creó la Sagrada Congregación de Propaganda Fide. Desde esta fecha, habrá durante los siglos XVII y XVIII tres direccio­nes del movimiento misional de la Iglesia: las misiones bajo el patronato portugués, las misiones bajo el patro­nato español, y las misiones bajo la Sagrada Congrega­ción de Propaganda Fide. Esta Sagrada Congregación estará directa o indirectamente en todas las iniciativa misioneras «ad gentes» de Vicente de Paúl.

El dicasterio romano recién creado por el Papa estaba bajo sus órdenes y, con potestad suprema delegada por él debía dirigir todo el movimiento misionero. Su compe­tencia, por tanto, comprendía el mundo entero ya que el Papa era el pastor supremo, pero de hecho no solía inmiscuirse en los territorios bajo patronato.

A la hora de reclutar misioneros, Propaganda tam­bién tuvo que acudir lógicamente a Francia, pues los españoles y portugueses trabajaban en su mayoría bajo los referidos patronatos. Y alemanes, holandeses y pue­blos vecinos tenían suficiente con su lucha en casa con­tra los protestantes. Además, Francia iba acrecentando su poderío en Oriente y Occidente.

Propaganda fue la creadora de los Prefectos o Vica­rios Apostólicos que, aunque no eran obispos, sí desarro­llaban poderes excepcionales en los territorios a ellos confiados. En la vida de san Vicente, el P. Nacquart, pri­mer misionero enviado a Madagascar, fue nombrado Prefecto Apostólico por la Sagrada Congregación. También los dos hermanos Juan y Felipe Levacher fueron nombrados Vicarios Apostólicos de Argel y Túnez res­pectivamente, dependientes del obispo de Cartago. Por estos Vicarios, Propaganda Fide intentaba resolver los conflictos jurisdiccionales y reducir el patronato a las dimensiones de la ocupación real de la potencia que tenía ese derecho. Prácticamente todos los Vicarios, como la mayoría de los misioneros de Propaganda, fue­ron franceses.

Los misioneros franceses fueron los primeros en acu­dir, después de los portugueses y españoles, a los territo­rios descubiertos: Canadá, Próximo Oriente, Indochina, China… Con la hegemonía política, fue pasando a ellos la misional.

A los tres años de crearse Propaganda Fide (1622), el señor Vicente recibe la aprobación diocesana de su grupo misionero recién fundado (1625). Y tan sólo dos años después (1627), busca, con una prisa que no se explica; no es por el mismo impulso expansivo de su carisma, (reconocimiento de la Iglesia universal).

Llegará así al «compromiso de enviar misioneros países lejanos tras la evolución de la Misión, iluminad por la fe, urgido por la caridad y llamado por la Iglesia de los pobres… Fue un descubrimiento lúcido de la votación misionera, no un sobreañadido ministerial, sino un planificación de la misión, que no tiene más fin que evangelizar a los pobres».

Por su amigo y colaborador Blas Ferón, Vicente de Paúl pide, en mayo de 1627, la bendición de Propaganda y las facultades que solía conceder a los misioneros «ad gentes». Propaganda Fide aprobó esa «Misión». La «Misión» deja de ser diocesana y pasa a ser Misión de la Iglesia. Pero se trata todavía de una «Misión», no de un Congregación. Misión era un término genérico aplicable a la actividad apostólica en que estaban comprometido diversos grupos, incluso órdenes religiosas.

Vicente no puede cesar en su proyecto, porque está convencido de que Dios lo quiere así. Sigue insistiendo para que su comunidad sea reconocida como instituto de derecho pontificio. Lo solicita dos veces a la Sagrada Congregación de Propaganda. Entraba en su compe­tencia, pues en esta época no había distinción clara entre misiones interiores y extranjeras. Vicente, para reforzar su petición, acompaña la primera súplica con cartas elo­giosas del Rey y del Nuncio y la segunda de la Reina y del propio Nuncio.

Le fueron denegadas sus peticiones porque «desbor­dan los términos de la Misión y tienden a la institución de una nueva religión… Deberían permanecer en los sim­ples términos de la Misión… con las facultades que el Santo Oficio suele conceder a las misiones de Francia». Monseñor Ingoli, primer secretario (1622-1649) de la Sagrada Congregación de Propaganda Vide, que tan favorable será para con el señor Vicente después, ahora estaba claramente en contra de nuevas órdenes religiosas.

El siguiente paso de Vicente no fue dirigirse a la Sagra­da Congregación de Propaganda, sino a la Sagrada Con­gregación de Obispos y Regulares. Y ya no lo hizo por correo, sino que envió en 1631 al E Du Coudray, el más sabio de sus compañeros, a Roma, para establecer los con­tactos directos necesarios. Por fin en enero de 1633 es aprobada la Congregación como tal, y no por un docu­mento ordinario de una Sagrada Congregación, sino por la Bula «Salvatoris Nostri» del Papa Urbano VIII.

A pesar de las dificultades o contratiempos, la Sagrada Congregación de Propaganda Fide fue decisiva en la proyección misionera «ad gentes» de Vicente de Paúl. Las propuestas de esta Sagrada Congregación serán para él voluntad de Dios. Dirá algunos años más tarde con ocasión de la misión de Madagascar: «Esta Congregación [de Propaganda Fidei] es la que tiene el poder de enviar a dichas misiones, ya que Papa, que es el único que tiene poder para enviar por todo el mundo, le ha concedido esta facultad y es encargo… Esta Congregación ha recibido poder del Papa para enviar por toda la tierra, y es la que nos ha enviado a nosotros. Pues bien, ¿no es esta una verdadera vocación?».

Otro paso decisivo, que fue estrechando más la relación entre la nueva Congregación misionera y la Sagrada Congregación romana fue precisamente la fundación de la Casa-Misión en Roma. El asunto comenzó a fraguarse en 1639, cuando Vicente envió a la Ciudad Eterna al P. Lebreton para lograr la aprobación de los votos obligatorios para todos los miembros de su Congregación. La casa de Roma servirá para el contacto directo con la Santa Sede. Allí fueron los misioneros a pedir firmeza y catolicidad para su misión. Desde aquí se abren los caminos del mundo.

El P. Lebreton, hombre lleno del nuevo espíritu de los sacerdotes de la Misión, estuvo trabajando con los prisioneros de Roma, con los pastores de la campiña, y misionando pueblos y aldeas, pero a los dos años murió contagiado por la peste. Antes de morir en 1641, consi­guió permiso de la Sede Apostólica para abrir la llama­da «Casa della Missione». Monseñor Ingoli fue miem­bro de la comisión que dio la aprobación para la apertura de esta casa en Roma. A partir de esta fecha, la relación del señor Vicente con Propaganda Fide, con ocasión de las misiones «ad gentes», fue frecuente: unas veces para exponer sus iniciativas misioneras o escu­charlas de este dicasterio romano, otras para informar o pedir licencias…

El papa Alejandro VII también encomendó a los sacerdotes de la Misión en el año 1657 la dirección espi­ritual del Colegio Seminario que Propaganda Fide tenía en Roma desde 1627. Al año siguiente, el sagrado dicasterio romano volvió a insistir pidiendo se destinasen algunos misioneros a la obra. El señor Vicente respondía así al P. Jolly, superior entonces de los sacerdotes de la Misión en Roma: «Me parece muy bien su decisión respecto a la nueva ocupación que Dios le ha presentado; puede usted asegurarle al señor secretario de la Congregación de Propaganda Fide [Mario Alberici] que está enteramente dispuesto a seguir las órdenes y las intenciones de Papa… aunque exponiéndole de su parte las cosas que hay que hacer para dirigirlas e instruirlas con mayor utilidad. Después de eso, tiene que quedarse usted tranquilo y pensar que, sea cual fuere la solución de asunto, la obra seguirá adelante y Dios bendecirá a las personas que usted emplee para ella… Si no quisiera Dios que resultase la propuesta del seminario, in nomine Domini, sería una señal de que Dios no lo ha querido. Si Su Santidad lo desea realmente, hay que obedecer…«.

Dos años después, en 1660, las dificultades operativas parecen resueltas, pero continúa la dificultad de conseguir sacerdotes para ese seminario formador de misioneros «ad gentes». En una de sus últimas cartas al Superior de Roma, Vicente el mes anterior a morir le escribe: «Doy gracias a Dios de que le haya llegado el proyecto que se ha formado en Roma de establecer allí un seminario para las misiones extranjeras; hay motivos para esperar que, si Dios quiere su ejecución, se sirva de ustedes para trabajar en él y que le dará la bendición para ello; pero humanamente hablando será difícil encontrar hombres idóneos y muy decididos para esta vida apostólica. Realmente, se podrían presentar algunos que entren de buena gana en ese seminario; pero, para emprender efectivamente esas misiones lejanas con el desprendimiento y el celo necesario, se encon­trarán pocos obreros».

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