PRIMERA PARTE: LA ACCIÓN MISIONERA DE VICENTE DE PAÚL
- EXPERIENCIAS MOTIVADORAS
Vicente de Paúl, inmerso en la realidad social, cultural y religiosa de su tiempo, soñaba obtener beneficios de su vida sacerdotal y escalar honores en la Iglesia. Pero cambió decididamente la orientación de su vida cuando acertó a descubrir que el Señor le invitaba a dedicarse a la evangelización de los pobres.
Este descubrimiento es el resultado de la acción de la gracia de los buenos consejeros que la Providencia puso en su camino, a través de experiencias que le centraron y encaminaron con fuerza hacia la Misión. Vicente de Paúl, en estas experiencias que podemos calificar de motivadoras, «creyó oír en el fondo de su alma, el eco lejano y profundo, hasta entonces apagado por su propia agitación, de la voz misma de Dios que le indicaba con claridad, por fin, su camino… El día en que Vicente oyó la gran voz de Dios en el fondo de su alma se puso en marcha, como Abrahán, sin saber adónde iba, más bien sin saber a dónde le llevaba la voz. Ese día, se puede decir ahora con toda precisión, comenzó la verdadera vida de san Vicente de Paúl».
«SOY HIJO DE UN LABRIEGO»
Vicente de Paúl había nacido en abril de 1580 en el pequeño caserío de Pouy (hoy llamado Berceau de Saint Vincent de Paul), junto a la ciudad de Dax, en el extremo sur de la región francesa de las Landas. Era el tercero de seis hermanos. Su padre, Juan de Paul, y su madre Beltrana de Moras, eran labriegos pobres aunque propietarios de una pequeña hacienda. Allí vivió sus primeros catorce años, rodeado sin duda de afecto, pero sometido desde temprana edad a la vida dura de la pobre gente del campo: Soy hijo de un labriego, que ha guarda do cerdos y vacas.
Será durante los primeros años en Pouy donde Vicente experimentará las condiciones de vida de los pobres comenzará a modelar los valores del sacrificio, el trabajo la sencillez y la caridad.
En 1595 el señor Juan de Paul manda a su hijo Vicente a estudiar a los Franciscanos de Dax. En esta pequeña ciudad el señor de Comet, juez de Pouy, se hace su protector y le confía al joven estudiante la educación de sus hijos.
A partir de este momento Vicente toma el camino más accesible de promoción que entonces se ofrecía a los pobres: el estado eclesiástico. Vicente es ordenado sacerdote a los veinte años, de manos del anciano obispo de Périgueux, Francois Bourdeilles, el 23 de septiembre de 1600. Sacerdote ya, recibe el curato de Tilh, en las Landas, pero nunca lo ejercerá.
Prosigue los estudios de Teología en la Universidad de Tolouse hasta que alcanza, el año 1604, el título de Bachiller. Con este nivel ya respetable dentro del clero de la época, emprende una serie de viajes buscando sin duda algún honroso y digno cargo pastoral, posiblemente un obispado. Se dirige a Burdeos, Marsella, Aviñón, Roma. Durante dos años se pierde su pista pudiendo encontrarse en cautividad en Túnez. Ya en 1608 lo encontramos en París, donde se apresura a entablar relaciones que le permitirán entrar en el grupo de los capellanes limosneros de la Corte de la reina Margarita de Valois (la Reina Margot).
«Dios ME CONCEDERÁ PRONTO EL MEDIO DE OBTENER UN HONESTO RETIRO»
En 1610, el joven sacerdote Vicente, que tiene 30 años, escribe a su madre: «… la estancia que aún me queda en esta ciudad [París] para recuperar la ocasión de ascenso (que me han arrebatado mis desastres), me resulta penosa por impedirme marchar a devolverle los servicios que le debo; pero espero de la gracia de Dios que Él bendecirá mis trabajos y me concederá pronto el medio de obtener un honesto retiro, para emplear el resto de mis días junto a usted.
Y, refiriéndose a uno de sus hermanos: … que se imagine que el presente infortunio puede presuponer una suerte en el porvenir».
La carta deja claro que Vicente piensa en un honesto retiro; está a la espera de la ocasión de ascenso como posibilidad cercana. Diez años después de su ordenación, al sacerdote Vicente le preocupa fundamentalmente la situación económica de sí mismo y de su familia.
«EL PAPA NO ES TAN FELIZ COMO UN PÁRROCO…»
El Señor, a través de las personas y acontecimientos que fue poniendo en su camino, haría que Vicente de Paúl pasara de ser un buscador de beneficios a convertirse en el realizador incansable de la voluntad de Dios».
Acusado de un robo que no había cometido, Vicente de Paúl se ve obligado a cambiar de barrio y de parroquia. En mayo de 1610 adquiere la abadía de San Leo-nardo de Chaumes, pero el «negocio» no resulta y tendrá que deshacerse de él. Desamparado, se confía al señor de Bérulle.
A los treinta y dos años Vicente es nombrado párroco de Clichy y toma posesión de la parroquia en mayo de 1612. Es la primera vez que se halla en situación de trabajo pastoral directo y satisfecho de su labor: «… me sentía tan contento, que me decía a mí mismo: ‘¡Dios mío! ¡Qué feliz soy por tener un pueblo tan bueno!. Y añadía: ‘creo que el Papa no es tan feliz como un párroco en medio de un pueblo que tiene un corazón tan bueno».
Pero el señor Vicente no ha renunciado aún a su proyecto de situación y de honroso retiro; en 1613, presentado por el señor de Bérulle, entra como preceptor en la gran familia de los Gondi, poniéndose así en relación con los grandes de la sociedad.
En casa de los Gondi, Vicente de Paúl va a vivir seguramente uno de los periodos más sombríos de su vida. Siente vacilar su fe y, no pudiendo ni siquiera articular una oración, escribió el Credo en un papel, que tocaba de vez en cuando a modo de acto de fe. Así lo refería años más tarde en tercera persona: «Y como no predicaba ni catequizaba, se vio asaltado, en medio de la sociedad en que vivía, por una fuerte tentación contra la fe. Esto nos enseña, de pasada, qué peligroso es vivir en la ociosidad, tanto de cuerpo como de espíritu: pues, lo mismo que una tierra, por muy buena que sea, si se la deja durante algún tiempo sin cultivar, enseguida produce cardos y abrojos, también nuestra alma, al estar largo tiempo en el descanso y la ociosidad, experimenta algunas pasiones y tentaciones que la incitan al mal».
En esta situación, los acontecimientos van a sorprenderle y a interpelarle hasta el punto de hacerle cambiar radicalmente de vida.
- Gannes-Folléville
1617 es un año clave en la vida de Vicente de Paúl. Vive en París junto a los Gondi y acompaña a la familia en sus numerosos viajes por sus tierras señoriales.
La experiencia de Gannes-Folléville va a revelar al señor Vicente el abandono espiritual de la pobre gente del campo. «Mientras que él ha buscado y hallado una cómoda y buena situación junto a los grandes, los pobres del campo viven y mueren sin ni siquiera un sacerdote para evangelizarlos o asistirlos».
Los hechos ocurrieron en el pueblecito de Gannes; era el mes de enero de 1617. Vicente, que se encontraba en el castillo de Folléville, fue avisado para que fuera a confesar a un anciano moribundo de aquel pueblo. Cuando llegó a presencia del anciano, Vicente le aconsejó hacer confesión general. Una vez liberado de todas las cargas que nunca antes se había atrevido a confesar, y en presencia de la señora condesa, el enfermo exclamó lleno de gozo: «¡Ah, Señora!, me hubiera condenado, si no llego a hacer una confesión general por causa de los pecados graves que no me había atrevido a confesar».
«La vergüenza impide a muchas de esas buenas gentes campesinas confesarse con sus párrocos de todos los pecados; y esto los mantiene en un estado de conde nación… Aquel hombre decía en voz alta que se habría condenado, porque estaba verdaderamente tocado de espíritu de penitencia; y cuando un alma está llena de él, concibe tal horror al pecado que no sólo se confiesa de él al sacerdote, sino que estaría dispuesto a acusarse de él públicamente, si fuera necesario para su salvación. He visto a algunas personas que, después de si confesión general, deseaban declarar públicamente sus pecados delante de todo el mundo, de forma que apenas se las podía contener; y aunque yo les prohibía que lo hicieran, me decían: «No, padre, se los diré a todos soy un desgraciado, que merezco la muerte». Fijaos el esta fuerza de la gracia y del arrepentimiento; yo he visto muchas veces este deseo, y se observa con frecuencia. Sí, cuando Dios entra de este modo en corazón, le hace concebir tal horror de las ofensas que ha cometido, que le gustaría manifestarlas a todo el mundo».
Esta fue la gracia que actuó en aquel anciano enfermo que moriría días más tarde. Ante aquella confesión, la señora de Gondi, estremecida, dijo al señor Vicente:
«¿Qué es lo que acabamos de oír? Esto mismo les pasa sin duda a la mayor parte de estas gentes. Si este hombre, que pasaba por hombre de bien, estaba en estado de condenación, ¿qué ocurrirá con los demás que viven tan mal? ¡Ay, padre Vicente, cuántas almas se pierden ¿Qué remedio podemos poner?».
Como remedio primero la señora animó a Vicente a que fuera a la iglesia y predicara a los habitantes de Folléville sobre la necesidad de hacer una buena confesión general.
«Era el mes de enero de 1617 cuando sucedió esto; y el día de la conversión de san Pablo, que es el 25, esta señora me pidió que tuviera un sermón en la iglesia de Folléville para exhortar a sus habitantes a la confesión general. Así lo hice: les hablé de su importancia y utilidad, y luego les enseñé la manera de hacerlo debidamente. Y Dios tuvo tanto aprecio de la confianza y de la buena fe de aquella señora (pues el gran número y la enormidad de mis pecados hubieran impedido el fruto de aquella acción), que bendijo mis palabras y todas aquellas gentes se vieron tan tocadas de Dios que acudieron a hacer confesión general. Seguí instruyéndolas y disponiéndolas a los sacramentos, y empecé a escucharlas en confesión. Pero fueron tantos los que acudieron que, no pudiendo atenderles junto con otro sacerdote que me ayudaba, la señora esposa del general rogó a los padres jesuitas de Amiens que vinieran a ayudarnos; le escribió al padre rector, que vino personalmente, y como no podía quedarse mucho tiempo, envió luego a que ocupara su puesto al reverendo padre Fourché, de su misma compañía, para ayudarnos a confesar, predicar y catequizar, encontrando, gracias a Dios, mucha tarea que realizar. Fuimos luego a las otras aldeas que pertenecían a aquella señora por aquellos contornos y nos sucedió como en la primera. Se reunían grandes multitudes, y Dios nos concedió su bendición por todas partes. Aquel fue el primer sermón de la Misión y el éxito que Dios le dio el día de la conversión de san Pablo; Dios hizo esto no sin sus designios en tal día”.
Aquel 25 de enero podemos decir que la vida de Vicente de Paúl se replanteó de arriba a abajo. Ya no encontraba sentido a permanecer más en la capital del reino, donde frailes y curas sobreabundaban. Sentía perder el tiempo instruyendo a los hijos de los Gondi, que sin duda tendrían muchas posibilidades en la vida, y atendiendo espiritualmente a una señora a quien se sentía atado. Vicente sintió que Dios le llamaba a vivir su sacerdocio llevando el Evangelio al pobre pueblo campesino.
Aunque aquel día el señor Vicente no fundó nada, y no sabemos si tal cosa pasó en ese momento por su cabeza, sí es verdad que hasta su muerte todos los años ese mismo día 25 de enero daba gracias a Dios por los frutos y bendiciones de aquel primer sermón de la Misión y siempre seguirá considerando esta fecha como el momento del nacimiento de la Congregación de la Misión.
El 25 de enero de 1655, cinco años antes de su muerte, en la repetición de oración sobre los orígenes de la Compañía, Vicente relató de nuevo la historia de aquella primera misión pero añadiendo otro hecho que antes no se había atrevido a referir por vivir todavía algunos de los protagonistas: … el hecho es que, al confesarse un día la citada señora con su párroco, se dio cuenta de que éste no le daba la absolución, murmuraba algo entre dientes, haciendo lo mismo otras veces que se confesó con él; aquello le preocupó un poco, de modo que le pidió un día a un religioso que fue a verla que le entregase por escrito la forma [fórmula] de la absolución; así lo hizo. Y aquella buena señora, volviendo a confesarse, le rogó al mencionado párroco que pronunciase sobre ella las palabras de la absolución que contenía aquel papel; él las leyó. Y así siguió haciéndolo las otras veces que se confesó con él, entregándole siempre aquel papel, porque él no sabía las palabras que había de pronunciar, tan ignorante era. Cuando ella me lo dijo, me fijé y puse más atención en aquellos con quienes me confesaba, y vi que, efectivamente, era verdad todo esto y que algunos no sabían las palabras de la absolución».
Además de la miseria espiritual en la que se encuentra el pueblo, Vicente de Paúl se da cuenta de la ignorancia en la que vivía la mayor parte del clero; era evidente la falta de preparación para el ejercicio del ministerio sacerdotal.
Razones éstas que movieron a la señora de Gondi a dejar un fondo de dinero a la comunidad que aceptase el misionar todas sus tierras cada cinco años. Vicente, por encargo de la señora, se dirigió a los padres jesuitas y a los del Oratorio, pero las dos órdenes declinaron por no considerar la labor como algo propio. «Finalmente, no sabiendo a quién dirigirse, la señora redactó el testamento, que era renovado cada año, en virtud del cual dejaba dieciséis mil libras para fundar la misión en el lugar y en la forma que el señor Vicente juzgara más a propósito».
Podemos decir que el proceso de fundación de una asociación de eclesiásticos para el cuidado del pueblo pobre de los campos» se había puesto en marcha, aunque no se materializará hasta unos años después.
En Gannes y Folléville, Vicente descubre cuatro realidades elementales que podemos sintetizar siguiendo a J. M. Román:
- El campesinado francés se encuentra en una situación religiosa desastrosa.
- La responsabilidad primera de esta situación recae en los sacerdotes mal formados, ignorantes y poco celosos.
- No existen órdenes o congregaciones que se ocupen de la evangelización de los pobres del campo.
- La misión, orientada a la confesión general, con todas sus exigencias catequéticas y sacramentales, se presenta como remedio eficaz.
Serán estas realidades las que van a ir configurando la vocación misionera de Vicente de Paúl. Movido por ellas, el ya maduro sacerdote pidió al Padre Bérulle salir de París para ir a trabajar entre la pobre gente del campo. La Providencia le mandó a una pequeña parroquia distante quinientos kilómetros de la capital. La aldea se llamaba Chátillon-les-Dombes y allí completará el cuadro de experiencias para su despegue evangelizador.







