Vicente de Paúl, Documento 133: Aprobación Por El Arzobispo De París De La Unión De San Lázaro A La Misión

Francisco Javier Fernández ChentoEscritos de Vicente de PaúlLeave a Comment

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8 enero 1632

Juan Francisco de Gondy, por la gracia de Dios y de la Santa Sede apostólica arzobispo de París, consejero en el consejo de Estado y en el consejo privado de nuestro señor el Rey cristianísimo de Francia y de Navarra y gran maestre de su capilla real, a todos los que vean y escuchen las presentes, salud.

Entre los demás oficios por los que podemos en virtud de nuestra dignidad arzobispal dirigir por el camino de la salvación eterna a las ovejas que tenemos confiadas, tiene gran peso el afán y la solicitud continua por recorrer las aldeas, donde es mucha la mies y pocos los operarios, sembrando en ellas la palabra de Dios y desempeñar la tarea misional a ejemplo de los santos apóstoles y discípulos de Nuestro Señor Jesucristo. Pero como nos es imposible realizar esta función personalmente por las muchas y graves ocupaciones que nos da la salvación de la grey que tenemos encomendada, es nuestra primera obligación escoger a unas personas distinguidas por su doctrina, insignes por su piedad e inflamadas en el celo del amor de Dios y de la salvación de las almas, que sean el bien olor de Cristo, para encomendarles esta afligida provincia que se ve casi abandonada de todos. Dios con su gran misericordia ha suscitado en nuestros tiempos, en este reino de Francia, al maestro Vicente de Paúl, sacerdote, y a los compañeros de su congregación, como operarios utilísimos, varones apostólicos y muy amantes de la humildad cristiana, a quienes confiamos esta tarea para que trabajen fructuosamente por la salvación de las almas, dedicándose a ella por inspiración divina, dejando a los habitantes de las ciudades, en donde viven otros muchos seculares y regulares, para ir por decisión divina por los diversos lugares de nuestra diócesis en prosecución de los intereses de Jesucristo, deteniéndose en cada aldea no con las palabras convincentes de la humana sabiduría, sino con la manifestación del espíritu y de la verdad, exhortando afanosamente a todos a que hagan una confesión general de toda su vida pasada, oyendo asiduamente las confesiones, recomendando el uso frecuente de la Eucaristía, instruyendo en las verdades cristianas a la gente ignorante, instituyendo por nuestra autoridad en cada parroquia la cofradía de la Caridad para atender a las necesidades de los pobres y de los enfermos, preparando al pueblo para que reciba fructuosamente nuestra visita pastoral, e incitando a todos finalmente con sus palabras y ejemplos a que detesten los vicios y abracen la virtud, tal como pueden atestiguar todos los nobles y personas distinguidas de este reino de Francia.

Por todo ello ha sido nuestra mayor preocupación darle a Dios, autor de todos los bienes, las debidas gracias, tal como lo hacemos todos los días con todo nuestro corazón, por haber atendido en el tiempo oportuno a las necesidades de su iglesia de Francia y habernos concedido unos auxiliares tan diligentes para que nos ayudasen en nuestra tarea pastoral. También corresponde a nuestra providencia pastoral rogar a Dios omnipotente para que no les falte nada de lo necesario a unos operarios tan útiles, que parecen llamados por el cielo para este tan preclaro instituto de la congregación de la Misión y que, sin estipendio alguno y esperando su paga únicamente de Dios, se entregan a asiduas vigilias y a incansables trabajos por la salvación de unos hombres tan ignorantes; Dios ha escuchado nuestros deseos y los ha atendido con su bondad infinita pues, después de nuestros intentos por establecer para ellos un asentamiento fijo y estable en nuestra diócesis de París, las cosas han resultado como era nuestro anhelo.

En efecto, una persona muy celosa del bien de las almas, llamada Adrián Le Bon, religioso profeso de la orden de San Agustín, prior o administrador de la casa y leprosería de San Lázaro, en nuestra diócesis de París y en el barrio de San Dionisio de esta ciudad de París, a quien nuestro predecesor de feliz memoria, el eminentísimo señor cardenal de Retz, Enrique de Gondy, le encomendó la administración de las rentas de dicha leprosería, cuya disposición nos pertenece a nosotros en pleno derecho en virtud de nuestra dignidad arzobispal, y los religiosos de dicha casa, al ver los frutos ubérrimos alcanzados por las misiones de esa congregación, y los que se podrían alcanzar, no sólo en nuestra diócesis, sino en toda Francia, nos han rogado que prestemos nuestro consentimiento al ofrecimiento de la unión que desean hacer de dicha casa y administración de la leprosería, con todas sus pertenencias, con la comunidad de la congregación de la Misión, en los términos convenidos para ello.

Conociendo por ciencia muy cierta y por experiencia que los hombres de todas clases, pero especialmente los que residen en las aldeas, podrán sacar mucho provecho de esta unión, no podemos rechazar sus súplicas y su justa petición.

Por lo cual, con el beneplácito de nuestro Santo Padre el papa y del rey cristianísimo de Francia y de Navarra, cuyas bulas y cartas necesarias a este fin deberán obtener los sacerdotes de la Misión, damos nuestro consentimiento para que la mencionada casa de San Lázaro y la administración de su leprosería de nuestra diócesis de París queden unidas a la comunidad de presbíteros seculares de la congregación de la Misión de París, por los pueblos y aldeas de la misma diócesis, con extinción de la regularidad.

También damos nuestro consentimiento para que, bajo el beneplácito del mismo Sumo Pontífice, puedan crearse sobre las rentas de dicha casa y leprosería las pensiones convenidas entre las partes para sostenimiento del dicho señor prior o administrador padre Le Bon y sus religiosos, en los términos concertados.

Este consentimiento lo damos con las condiciones que se especifican a continuación:

En primer lugar, que tanto nos como nuestros sucesores sigan teniendo, como hasta ahora, plena jurisdicción, autoridad y derecho de visita, tanto en lo espiritual como en lo temporal, sobre dicha casa, leprosería y los eclesiásticos de dicha congregación que allí residan, y que los sacerdotes de la Misión queden obligados a rezar el oficio divino en el coro en voz alta y sin canto según su costumbre, a cumplir con todas las fundaciones de dicha casa de San Lázaro, a admitir a los leprosos en la leprosería, a hacer residir en la casa al menos a doce presbíteros de la congregación, ocho de los cuales por lo menos se ocupen en recorrer las aldeas de la diócesis de París continuamente, exceptuando el necesario descanso de tanta fatiga, sobre todo en el tiempo de la cosecha, cuando los campesinos están trabajando en la recolección, a costa de dicha congregación, de forma que se detengan en cada aldea durante uno o dos meses, según las necesidades del lugar, enseñando los misterios de la fe, oyendo las confesiones, especialmente las generales, instruyendo a los ignorantes en las cosas de la fe, preparando sus almas para la digna recepción de la sagrada Eucaristía, poniendo paz entre los desavenidos y realizando otras obras piadosas según la voluntad nuestra y de nuestros sucesores y el orden que prescribamos nosotros o nuestros sucesores.

En segundo lugar que, en el tiempo en que se confieren las sagradas órdenes según las costumbres de París, los sacerdotes de dicha Misión tengan la obligación de admitir, sin perjuicio de las misiones, a todos los candidatos de la diócesis de París que les enviemos, para que algunos presbíteros de la Misión les administren, durante los quince días anteriores a su ordenación, todo lo necesario para la comida y la residencia entre ellos, ocupándolos en ejercicios espirituales, como la confesión general, el examen diario de conciencia, meditaciones sobre el cambio de estado de vida y de las demás cosas que son propias de cada orden y que corresponden a unas personas eclesiásticas, y enseñándoles a ejecutar bien las ceremonias de la iglesia.

Si no llegara a realizarse la unión de la casa y leprosería de San Lázaro con la comunidad de la congregación de la Misión, queremos que el mencionado padre Adrián Le Bon, prior o administrador de dicha casa y leprosería, los mencionados religiosos permanezcan en el mismo estado en que han estado hasta ahora, y que el indicado Le Bon siga teniendo la administración de la casa y leprosería, según la comisión que le dio el eminentísimo señor Enrique de Gondy, cardenal de Retz, nuestro predecesor.

Y si, por cualquier causa o pretexto, la citada administración de la leprosería de San Lázaro se erigiese en beneficio, en contra del derecho y de nuestras intenciones y en prejuicio de la mencionada unión, o si acasoque Dios no lo permita los sacerdotes de dicha Misión no quisieran admitir a los clérigos de la diócesis de París que quieren ser promovidos a las sagradas órdenes para instruirlos de la forma que se ha indicado o no quisieran ejercer las funciones misionales por las aldeas de la diócesis de París, en esos casos o en alguno de ellos queremos que lo que tuvimos nos y nuestros predecesores en el mencionado priorato de la casa y administración de San Lázaro se nos devuelva y reintegre a nos y a nuestros sucesores, que podrán entregar a quien deseen toda la jurisdicción y autoridad que antes habían ejercido tanto en lo espiritual como en lo temporal.

Deseamos además que la persona encargada de ejecutar nuestro consentimiento para hacer dicha unión en las condiciones mencionadas sea nuestro procurador en ese asunto, para manifestar nuestra mente y voluntad en la curia romana ante el Santo Padre o en cualquier otro lugar y para solicitar en nuestro nombre a Su Santidad que reciba con rostro benigno, que abrace, que conceda sus favores a estos varones distinguidos que trabajan con ahínco en la viña del gran Padre de familias que se les ha encomendado, dispuestos a recibir de Dios la corona de gloria inmarcesible, y que a mí y a ellos se digne impartir su bendición para que se derrame sobre todos la gracia divina y se digne confirmar y llevar a cabo su obra buena aquel mismo que la empezó.

En fe y testimonio de todo lo cual mandamos que nuestro secretario firme y selle las presentes, firmadas por nuestra mano y que les ponga el sello de nuestra cancillería.

Dado en París, el día 8 de enero de 1632.

FRANCISCO, arzobispo de París

Por mandato del ilustrísimo y reverendísimo señor arzobispo, mi señor,

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