Vicente de Paúl, Documento 086: Exhortacion A Un Sacerdote Para Que Acepte El Cargo De Capellan En El Hospital De Paris

Francisco Javier Fernández ChentoEscritos de Vicente de PaúlLeave a Comment

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20 mayo 1655

El jueves, 20 de mayo de 1655, fue a verle un sacerdote y, después de haber hablado con él, se marchó. El padre Vicente, estando ya a punto de marchar a la ciudad, preguntó dónde estaba aquel sacerdote y, cuando le dijeron que se había ido, partió enseguida y dio prisas a la carroza para que alcanzara a aquel buen sacerdote; lo alcanzó en el barrio de Saint-Denis y le invitó a subir a la carroza. Aquel buen hombre quiso excusarse, pero el padre Vicente le dijo: «Señor, suba usted, por favor; tengo una cosa que proponerle». Después de subir, el padre Vicente empezó a decirle:

Señor, he pensado en proponerle si le gustaría a usted aceptar un humilde cargo para el que se necesita a un buen eclesiástico. Se trata de lo siguiente. En el hospital de esta ciudad hay de ordinario seis sacerdotes, a los que se mantiene a fin de utilizarlos en oír las confesiones generales de todos los pobres que acuden a dicho hospital. Es un sitio en donde hay mucho bien que hacer y muchos servicios a Dios. Las damas de la Caridad entregan para ellos quinientas libras a cada uno y además, actualmente, les dan de comer en comunidad. Estos son los pros y los contras que pueden llevarle a aceptar este cargo o a dejarlo:

1º  Los grandes bienes que allí pueden hacerse; pues de todo los pobres que van, unos mueren y otros se curan. Si mueren, hay motivos para creer que se salvan, después de la confesión general que hicieron al entrar allí; y de este modo usted habrá cooperado a la salvación de esas almas y ellas rezarán a Dios por usted. Si se curan, hay motivos para esperar que tendrán más interés en no volver a caer en pecado y que harán buen uso de los consejos que usted les habrá dado. Ya ve usted cómo, en cualquiera de los dos casos, el bien es muy grande y muy agradable a Dios.

En contra está todo lo que puede impedirle entregarse a Dios para trabajar en esta buena obra, a saber, el temor de la mala atmósfera que hay allí entre los enfermos y que no podrá tener usted tiempo para ir de un lado a otro por la ciudad para atender a sus asuntos. Pues bien, le diré, para responder a esta primera objeción, que sólo sé de un sacerdote que haya muerto allí desde hace siete u ocho años. Toda la dificultad que hay en ello es que al principio cuesta un poco acostumbrarse; pero luego uno se habitúa a aquella atmósfera y no la siente. Además, Dios asiste de una manera especial a los que se entregan a él para servirle en esta buena obra. Después de todo, ¿no son acaso suyas nuestras vidas? ¿Podríamos hacer algo mejor que emplearlas en su servicio?

Por lo que se refiere a lo otro, es verdad que tendría usted que deshacerse de todos los negocios que pueda tener en la ciudad, debido a que, una vez entrado allí, no se sale fácilmente, dado que siempre hay trabajo con los pobres que allí abundan.

Esto es lo que tenía que decirle. Le he dicho los pros y los contras: por un lado, los grandes bienes que allí se hacen y la excelencia de este cargo, tan agradable a Nuestro Señor que él mismo vino, como nos dijo, para evangelizar a los pobres; y por otro, lo que puede disuadirle de abrazar este cargo. Le ruego que piense en todo ello de hoy hasta el sábado, que vendrá usted a verme para decirme qué es lo que ha decidido, ya que el asunto urge un poco. Entretanto vaya a ver de mi parte al señor Ladvocat y dígale el motivo por el que yo le envío a él, a fin de que él no contrate a otro.

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