Yo, Vicente Depaul, indigno superior general de la congregación de los sacerdotes de la Misión, certifico que hace unos veinte años Dios me concedió la gracia de tratar con la difunta venerable madre de Chantal, fundadora de la santa orden de la Visitación de Santa María, tanto de palabra como por escrito, no sólo en el primer viaje que hizo a esta ciudad, hace unos veinte años, sino también en otros que hizo luego, en todos los cuales me honró con la confianza de manifestarme su vida interior, que siempre me pareció estaba llena de toda clase de virtudes, especialmente de fe, a pesar de que durante toda su vida se vio tentada con pensamientos contrarios, y que tenía una incomparable confianza en Dios y un amor inmenso a su divina bondad, un espíritu justo, prudente, templado y fuerte en un grado eminentísimo, distinguiéndose también en la humildad, la mortificación, la obediencia, el celo de la santificación de su santa orden y de la salvación de las almas del pobre pueblo; en una palabra, nunca observé en ella ninguna imperfección, sino un ejercicio continuo de toda clase de virtudes, y que, a pesar de gozar aparentemente de la paz y tranquilidad de espíritu de que gozan las almas que han llegado a tan alto grado de virtud, sufría sin embargo penas interiores tan grandes que me dijo y escribió varias veces que su espíritu estaba lleno de tentaciones y abominaciones y que tenía que esforzarse continuamente en apartar la mirada de su interior por no soportar la visión de su alma, tan llena de horrores que le parecía la imagen del infierno; a pesar de sufrir de este modo, nunca perdió la serenidad de su rostro ni se desvió en lo más mínimo de la fidelidad que Dios le pedía en el ejercicio de las virtudes cristianas y religiosas, ni en la solicitud prodigiosa que tenía por su santa orden; por eso creo que era una de las almas más santas que he conocido en la tierra y que es ahora bienaventurada en el cielo; no dudo de que Dios manifestará algún día su santidad, como he oído que ya lo ha hecho en varios lugares de este reino de diversas maneras, he aquí una que le ha sucedido a una persona digna de fe, de la que estoy seguro que preferiría antes morir que decir una mentira.
Esa persona me ha dicho que, cuando se enteró de que nuestra difunta se hallaba en extrema gravedad, se puso de rodillas para rezar a Dios por ella; el primer pensamiento que le vino a la mente fue hacer un acto de contrición por los pecados que había cometido y comete de ordinario; inmediatamente después se le apareció un pequeño globo de fuego, que se elevaba de la tierra y fue a juntarse en la región superior del aire con otro globo mayor y más luminoso; luego los dos, reducidos a uno solo, se elevaron más arriba, se introdujeron y empezaron a brillar en otro globo infinitamente más grande y más luminoso que los otros; entonces se le dijo interiormente a aquella persona que el primer globo era el alma de nuestra venerable madre, el segundo el de nuestro bienaventurado padre y el otro la esencia divina, y que el alma de nuestra venerada madre se había reunido con la de nuestro bienaventurado padre, y ambos con Dios, su soberano principio.
Me dijo también aquella persona que, al celebrar la santa misa por nuestra digna madre inmediatamente después de saber la noticia de su bienaventurado tránsito, cuando estaba en el segundo Memento, en que se reza por los muertos, pensó que hacía bien al rezar por ella, pues quizás estaba en el purgatorio por ciertas palabras que había dicho en una ocasión, que parecían ser pecado venial, y que entonces volvió a ver la misma visión, los mismos globos y su unión, y que le quedó un sentimiento interior de que aquella alma era ya bienaventurada y no tenía necesidad de oraciones; esto se le quedó tan impreso en el alma, que la ve siempre en ese estado cada vez que piensa en ella.
Lo que puede hacer dudar de esta visión es que aquella persona tiene tan gran estima de la santidad de aquel alma bienaventurada que no lee jamás sus respuestas sin llorar pensando que es Dios el que inspiró lo que ellas contienen a ese alma bienaventurada, y que dicha visión es por tanto un efecto de su imaginación. Y lo que hace pensar que se trata de una verdadera visión es que esa persona no se muestra nunca sujeta a ellas y nunca ha tenido más visión que ésta.
En fe de lo cual, firmo la presente de mi propia mano y la sello con mi sello.
VICENTE DEPAUL







