Reprensión a un sacerdote que se había negado a repetir su oración. Otras reprimendas. Severa penitencia.
El padre Vicente invitó a un sacerdote ya antiguo en la compañía, esto es, que ya llevaba en ella doce o trece años, para que repitiera su oración; aquel sacerdote se excusó y el padre Vicente le dijo que le amonestaba de que no era aquella la primera vez que se excusaba y se negaba a repetir la oración, y que esto era ordinario en él; que era muy extraño que se quisiera declarar exento y excusarse de hacer una cosa que era de tanta edificación y de la que todos sacaban mucho fruto para la virtud como son las repeticiones de la oración; que todos los demás la hacen bien. Ya ve usted cómo la hacen también todos nuestros pobres hermanos coadjutores, excepto algunos pocos, refiriendo con toda sencillez lo que Dios le ha dado a cada uno, a unos más y a otros menos, y según las luces que les ha comunicado su divina Majestad. Los estudiantes lo hacen y los seminaristas también. Si a veces alguno se excusa de no haber hecho nada en la oración, ¡bien!, otra vez Dios le inspirará algo para que lo diga cuando le manden hacer la repetición. Pero usted, padre, se excusa siempre que se le pide cuenta de la oración.
Y como aquel sacerdote se quedó de pie, sin arrodillarse, le dijo estas palabras: «Padre, ¿está usted dispuesto a recibir la amonestación que le voy a hacer?». Y entonces se puso de rodillas.
El padre Vicente le amonestó también a ese sacerdote de que, el viernes anterior, se había ausentado de la conferencia de la tarde, a pesar de que le habían dicho que fuese, llamando a esto una desobediencia formal.
Y como aquel sacerdote, al verse amonestado públicamente, le indicase que él había entendido que le había dispensado de acudir aquella tarde, el padre Vicente le replicó que no, que eso no era verdad, sino que por el contrario le había dicho: «Vamos, padre, vamos», y que, cuando el hermano encargado de hacer la visita durante la conferencia le indicó que se había quedado en la habitación, en vez de ir a la conferencia, se había quedado muy sorprendido de ello. Le dijo también a aquel sacerdote, que había querido excusarse:
Padre, no se debe hablar ni excusarse uno, cuando le amonestan de una cosa; no hay que decir ni una palabra, sino humillarse, recibir la penitencia que se le impone a uno y cumplirla.
Otra cosa de la que le amonestó fue de que se quedaba en la cama con frecuencia, con el pretexto de alguna molestia, y que faltaba muchas veces a la oración.
También le amonestó de que, estando con otros dos en el patio realizó cierto acto de muy poca educación para un sacerdote y que, si lo hubieran visto algunos de fuera, habrían tenido motivos para quedar muy poco edificados; que no mencionaría a los otros dos que estaban con él.
Le dijo además que, por ser ya antiguo en la casa, debería servir de ejemplo a los demás; que antes lo había visto tan devoto, incluso desde niño; en Le Mans, adonde había sido enviado, lo había hecho muy bien, y también aquí, pero que desde hace unos dos años se le notaba bastante relajado y se había dejado llevar por la pereza.
Quizás sea duro, dijo el padre Vicente, ver que, siendo usted sacerdote, le amoneste de estas faltas y de esta manera. Pero es menester que se haga esta amonestación. Cuando nuestro Señor amonestaba a sus apóstoles, a pesar de ser apóstoles, ¿cómo los amonestaba? ¿qué palabras usaba?: «Vete, Satanás, apártate de mí». Así es como nuestro Señor lo amonestó. Esas son las palabras que utilizó. Y lo amonestó de una cosa que, al parecer, no era muy importante, ya que, al hablar nuestro Señor de su pasión y de lo que tendría que padecer, san Pedro creyó que era su obligación desviar esos discursos que nuestro Señor les dirigía; sin embargo nuestro Señor quiso corregirlo y se sirvió de la palabra Satanás para llamarle de ese modo.
Las amonestaciones señaladas por el derecho civil y canónico no se hacen ni se establecen más que para edificación de los cristianos y para que nadie caiga tan fácilmente en las culpas o, si ha caído, se levante enseguida; y para que los demás, al ver estas amonestaciones, pongan cuidado en no caer y, si han caído, se corrijan y le pidan perdón a Dios.
Y para que todos sepan en la compañía que tienen que estar dispuestos a dar cuenta de su oración, cuando se les mande hacerlo, y que nadie debe excusarse, usted padre, por haber faltado varias veces a esta norma y para que en el futuro se acuerde de que no debe faltar a ella, hoy y mañana se abstendrá de celebrar misa. Esa es la penitencia que le impuso.