Vicente de Paúl, Conferencia 116: Repetición De La Oración Del 11 De Noviembre De 1658

Francisco Javier Fernández ChentoEscritos de Vicente de PaúlLeave a Comment

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Noticias de los misioneros de Polonia. Peligros que corre en Argel el hermano Barreau. Hay que rezar por Santos Bourdaise. Gran acto de caridad de san Martín.

Encomiendo a nuestros enfermos a las oraciones de la compañía; también les encomiendo a esos padres que han hecho el trayecto por mar con mucho peligro. Unos se han embarcado en un barco grande y fuerte, y han estado más seguros; pero los otros tomaron un barco pequeño y han pasado muchos peligros, por culpa de los piratas turcos que andan por aquellos mares, desde Marsella a Génova y Roma.

También les encomiendo a nuestros buenos padres Desdames y Duperroy. Ayer o anteayer recibí carta suya. Me dicen que todavía hay peste en Varsovia y que en su parroquia de Santa Cruz mueren todas las semanas unas veinte personas. Me escriben de forma que diríais que ellos están por encima de esos peligros, sin que en sus cartas manifiesten en lo más mínimo que tienen miedo.

Encomiendo igualmente a vuestras oraciones a uno de nuestros hermanos que se encuentra en un gran peligro por culpa de un accidente que acaba de suceder: se trata de nuestro buen hermano Barreau, que está en Argel. He aquí lo que ha pasado.

A cincuenta leguas de Argel, entre Túnez y Argel, Casi a medio camino entre ambas ciudades, hay una fortaleza ocupada por los franceses, donde había un gobernador con guarnición y todo; así se lo concedió al rey de Francia el Gran Señor en el tratado que firmaron, aunque con la obligación de pagar todos los años cierta retribución a la ciudad de Argel. Esa fortaleza la había obtenido el rey de Francia a fin de favorecer el comercio de los cristianos con los árabes y demás gentes de aquellos países. Hace ya varios años que no se paga este tributo. Los de Argel, al ver esto, han enviado allá cuatro emisarios con cerca de cincuenta moros. El gobernador, al ver a aquella gente que iban a exigirle dinero, no se preocupa mucho por eso. Los emisarios le amenazan y le dicen que, si no paga, vendrá un ejército, que no está lejos, y que se lo harán pagar a la fuerza. El gobernador, al oír esto, pone en armas a su guarnición, coge presos a los emisarios y a los cuarenta o cincuenta moros y demás hombres que hay con ellos, los ata, los pone en un barco, hace cargar todos los muebles que puede y que había en la fortaleza y los mete en otro barco. Hecho esto, sale de la fortaleza, le prende fuego y se marcha a Italia.

Pues bien, imaginaos, hermanos míos, en qué peligro se encuentra ahora nuestro hermano el cónsul de Argel y tantos otros pobres cristianos esclavos franceses, cuyo número se acerca a los diez mil en dicha ciudad de Argel y sus alrededores. ¡Oh Salvador mío! ¿qué pasará con esa pobre gente? ¿Qué harán? ¿Y qué hará nuestro pobre hermano, ese hombre que ha abandonado su país, su patria, sus padres, el lugar de su nacimiento, donde podría vivir tranquilamente? Sin embargo, lo ha dejado todo por Dios, para servir a Dios, para ayudar al prójimo, esto es, a los pobres esclavos.

Recemos también por el padre Bourdaise, hermanos míos, por el padre Bourdaise que se encuentra tan lejos y tan solo y que, como ya sabéis, ha engendrado para Jesucristo, con tanto esfuerzo y fatiga, a un gran número de aquellas pobres gentes del país en que se encuentra. Padre Bourdaise, ¿sigue usted todavía vivo o no? Si está usted vivo, ¡que quiera Dios conservarle la vida! ¡Si está ya en el cielo, rece por nosotros!

Hermanos míos, ¡qué dicha para a la compañía tener tan buenos sujetos, como son todos esos siervos de Dios que acabo de mencionar! Así es, hermanos míos, ésa es la situación en que todos nosotros tenemos que estar, esto es, dispuestos y preparados para dejarlo todo para servir a Dios y al prójimo, y al prójimo, fijaos bien, al prójimo por amor a Dios.

Acordaos de san Martín; nos acaban de decir lo que hizo. Aquel gran santo, aunque catecúmeno, al ver a un pobre que le pedía limosna, tomó su espada y cortó la mitad de su capa para dársela; una acción caritativa que agradó tanto a nuestro Señor que se le apareció él mismo aquella noche, cubierto con la mitad de la capa. Y la Iglesia ha estimado y apreciado tanto este acto caritativo de san Martín, que nos lo representa, no ya como obispo o arzobispo, a pesar de que es ésta una dignidad tan elevada, sino montado a caballo, vestido de soldado y cortando la mitad de su capa.

Luego el padre Vicente se levantó y acabó así este pequeño discurso.

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