Vicente de Paúl, Conferencia 066: Sobre el espíritu cerrado

Francisco Javier Fernández ChentoEscritos de Vicente de PaúlLeave a Comment

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(02.02.55)

Hijas mías, el tema de esta conferencia es el espíritu cerrado, esto es, un demonio o un vicio que nos impide abrir nuestro corazón cuando es debido, a quien se debe y como debe hacerse.

El primer punto es de las razones que nos obligan a evitar este espíritu cerrado; el segundo, de las personas que tienen este espíritu cerrado; el tercero, de lo que hay que hacer para expulsar este espíritu.

Hermana, díganos lo que ha pensado usted de este tema.

– Padre, en primer lugar me parece que el espíritu cerrado es el que nos impide decir nuestras preocupaciones, cuando las tenemos, a los superiores; y por no manifestarlas, podemos perder la vocación.

– Hija, tiene usted razón; de ahí se derivan grandes males. Ese espíritu cerrado lleva a la perdición. Pero, para mayor claridad, sabed que hay personas inclinadas a decir todo lo que tienen en el corazón casi a todo el mundo. Hay otras que son recatadas, que sólo hablan cuando es menester, que no dicen a todos lo que piensan, que dicen lo necesario, que saben muy bien callarse lo que no hay que decir.

Para comprender la verdad de lo que os digo, imaginaos a las que son más inteligentes que vosotras. No es que no sean todas recatadas; pero siempre hay algunas más discretas, que nos pueden dar ejemplo. Fijaos cómo se portan las más prudentes: hablan poco y siempre oportunamente; dejan hablar a las demás y prefieren escuchar a sus hermanas en vez de charlar mucho. Es posible apreciar la diferencia de esos dos espíritus, que son los dos cerrados, como vais a ver.

Así pues, hay otro espíritu cerrado y las personas que lo tienen, como acabáis de ver, dicen fácilmente todas las cosas, excepto lo que deben. Por ejemplo, las hijas de la Caridad que tengan ese espíritu, cuando se encuentren con las personas de mundo, dirán cosas muy buenas; pero, si se trata de manifestar sus pensamientos al director, no dirán nada de lo que pasa dentro de ellas. Dirán maravillas a las personas con quienes no deberían tratar; pero con los superiores tendrán la boca cerrada. En la conversación tendrán facilidad para hablar de las cosas indiferentes y temporales, pero en lo espiritual no se les podrá sacar ni una palabra.

Pues bien, tenéis que saber que no hablamos en esta conferencia de las que tienen el espíritu oculto para no manifestarse a todo el mundo, sino que saben callarse lo que no tienen que decir; en este caso, se trata de prudencia y de virtud, que es más de alabar que de reprochar. Hablamos de las que no quieren abrir su corazón a quien deben y como deben. Ese vicio es un demonio en el alma, pues hay un demonio encargado de tentar a todas las religiosas y a todas las almas que tienen que descubrirse, y a todas las hijas de la Caridad, para que caigan en ese pecado. Si no le resisten desde el principio, se va apoderando de su corazón, hace que guarden secreto y finalmente las hace mudas.

Hay otras almas que tienen un espíritu candoroso, abierto, sencillo, y dicen no solamente sus faltas a los superiores, sino que les gustaría que todo el mundo las supiera. ¡Cuánto tienen que agradecérselo a Dios! Ayer tarde recibí una carta, que me enviaron desde unas ciento cincuenta leguas de aquí. Es de un sacerdote de la Misión que me da cuentas de una misión que están haciendo allí. Me dice que una mujer se sintió tan impresionada, después de haber oído la predicación, que se confesó con mucho dolor diciendo: «Padre, siento tanto dolor de mis pecados y estoy tan confundida de mi mala vida pasada que desearía que todos mis pecados estuvieran escritos en mi rostro, para que todo el mundo pudiera leerlos». ¡Cuánto me consoló, hermanas mías, oír esto de aquella buena mujer! ¿Quién creéis que le dio la gracia de tener esta disposición? Fue Dios, por medio de aquel ángel bueno, que le da también facilidad a las hijas de la Caridad para manifestar sus faltas. Hermanas mías, son los ángeles de la guardia, lo mismo que son los ángeles malos quienes impiden manifestarlas. Pero fijaos bien en esta diferencia, pues no hablamos de las que son prudentes, sino de las que son ocultas cuando deberían darse a conocer, de las que cuentan fácilmente sus preocupaciones a las otras hermanas y a quienes no pueden aliviarlas, pero que no quieren hablar de ellas a los superiores. Pues bien, hermana, ¿cuáles son los grandes males que esto causa?

– Padre, me parece que el peor mal que puede provenir de ese espíritu es la pérdida de la vocación.

– Tiene usted razón, hija mía; una hermana que no es libre para manifestar sus preocupaciones está en grave peligro de no perseverar. Apenas empiece a tener miedo de que se sepa lo que lleva en el corazón y diga a sus hermanas: «No le digáis esto al padre Portail o a la señorita Le Gras», entonces podéis creer que el demonio está empezando a adueñarse de su corazón. Es lo mismo que le pasa a un joven malo que tiene ganas de engañar a una pobre muchacha. ¿Qué es lo que hace? Le propone cosas maravillosas; pero al mismo tiempo le prohíbe hablar de ellas. «Guárdate mucho de decírselo a tu padre y a tu madre; si lo haces, haré esto y esto», y todo lo demás. ¿Por qué creéis que le amenaza ese malvado, en caso de decirlo?

Porque sabe muy bien que, si el padre y la madre lo supieran, lo impedirían.

Lo mismo hace el diablo cuando tienta a una hermana para que cambie, o para que busque la estima y la gloria, o algún otro mal. Le dice: «No lo digas, ten cuidado en que no lo sepa el padre Vicente o la señorita Le Gras». Si ella lo hace, si obedece al demonio, no sólo guarda su secreto, sino que además pone en su espíritu esa disposición que hemos dicho, de ir a descubrirse más bien ante las otras hermanas y las personas del mundo. Pero manifestar esas penas o esas tentaciones a una hermana, a una persona del mundo, no sirve de nada, pues esas personas no tienen gracia para servir en este asunto. Por el contrario, serán un estorbo y si vais a ellas con una pena o una tentación, volveréis con dos o tres. ¿Cómo queréis que os curen, si están enfermas ellas mismas? Id a otra hermana a descubrirle vuestro corazón, a decirle algún contratiempo que hayáis tenido, que la señorita o tal otra hermana os ha contristado, y esa hermana tendrá ya el espíritu tan mal impresionado y dispuesto como el vuestro. ¡Y creéis que vais a encontrar allí algún alivio! ¡Y ese demonio os hace creer que vais a encontrar allí consuelo! Es imposible, hijas mías, aunque os lo parezca; es un engaño del demonio, que seduce así a la gente. Eso es lo que usted ha dicho, hija mía, que cuando el espíritu cerrado se apodera de una hija de la Caridad, la pone en peligro de perder la vocación.

– Y usted, hermana, ¿qué otra razón ha buscado que obliga a las hijas de la Caridad a tener el corazón abierto para decir sus faltas al padre Portail, a la señorita Le Gras o a mí?

– Padre, la primera razón es que, si no les decimos nuestras penas, no hay medio de consolarnos. Creo que no puede proceder del espíritu cerrado un mal peor que ése, dado que no es posible dirigir a una persona que no se abre, pues los superiores no pueden saber lo que tenemos en el espíritu, si no se lo decimos.

– Tiene usted razón, hija mía. No es usted quien lo dice; ha sido el Espíritu Santo quien lo ha puesto en su boca. Dice la Sagrada Escritura: «No es posible dirigir a la persona cerrada». No hay medio para ayudar a una persona que tiene el veneno en el corazón y no lo quiere decir; lo mismo que si no descubrís la herida mortal que os ha dado una puñalada, tampoco es posible curarla. Por eso, hermanas mías, cuando veáis a alguna hermana que no quiera manifestarse como debe, decid que está poseída de este demonio y, por consiguiente, que se encuentra en grave peligro.

Hermana, ¿cómo se puede conocer que una hermana tiene este espíritu?

– Padre, cuando se ve que una hermana tiene el espíritu inquieto, triste y abatido, esto demuestra que tiene el espíritu cerrado.

– Muy bien, hermana. Mirad, una señal de que se tiene por dentro algo que no se quiere descubrir, es cuando uno está triste y pesaroso; pues un alma que no tiene nada oculto, que tiene un corazón abierto, no está sujeta a eso. El gozo del Espíritu Santo no se aloja en un espíritu cerrado. Cuando una persona se confiesa y declara su pecado, siente gran paz y descanso. ¿De dónde procede este cambio? De que ha descubierto la llaga, y entonces ha recibido el remedio. Por tanto, esta hermana ha indicado una buena señal para reconocer a las que tienen ese espíritu. Cuando veáis a una hermana inquieta, pesarosa, dura en su conversación, recelosa, decid: «Seguramente el diablo se ha apoderado de esta hermana».

Si el tiempo nos lo permitiese, creo que me diríais otras muchas razones. Pero para abreviar os voy a decir yo algunas, la primera de las cuales es la que os dije, que no es posible dirigir a un alma que no se manifiesta. Este es un motivo muy poderoso para hacernos huir de este vicio.

Veamos las señales para conocerlo. Si una persona, en la confesión, desfigura su pecado para hacerlo menos feo de lo que es, eso puede llamarse espíritu cerrado; y es un mal muy grande.

Otra señal es cuando a una hermana le cuesta descubrir su corazón fuera de la confesión. Si le pregunto: «Hermana, ¿cómo está usted de esta tentación?» y, fingiendo decir el estado en que se encuentra, me responde: «Padre, si me oye usted en confesión, se lo diré, pero ahora no puedo», esto es señal de espíritu cerrado; o si, diciendo alguna cosa, no la dice tal como es.

Otra señal es decírselo con libertad a las otras hermanas. Si una hermana tiene ese espíritu y tiene alguna tentación, si sabe que hay algunas descontentas, irá a descubrirse con ellas. Y ahí está su desgracia. De ahí nacen las murmuraciones y las quejas.

Otra señal de espíritu cerrado es no decir cuanto antes la tentación que se sufre contra la vocación. Se le contará ciertamente al director o a los superiores esa preocupación, pero lo más tarde posible y cuando muchas veces ya no hay remedio. Cuando uno no busca el remedio apropiado, no lo encontrará más tarde por culpa suya. Veis entonces cómo no basta con abrir el corazón, sino que hay que hacerlo como es debido, o sea, a tiempo.

Hay otras señales de este espíritu. Las podréis conocer en vosotras mismas si os examináis, al menos aquellas que estén afectadas de él.

Digamos unas palabras sobre los medios para deshacerse de este demonio. Si me preguntáis qué es lo que se necesita para salir de él, os responderé lo que respondió Nuestro Señor a sus discípulos que no habían podido curar a un niño sordo y mudo. Como le preguntasen la causa, les dijo: «Mirad, esta clase de demonios no se echa más que por la oración y el ayuno». Hermanas mías, tampoco este espíritu cerrado, que es un demonio en el alma, puede ser echado más que por la oración y el ayuno. Si lo sentís dentro de vosotras, haced oración sobre este tema, o al menos haced que vuestras resoluciones tiendan a deshaceros de este mal espíritu. Además, ayunad alguna vez o aplicad el ayuno ordinario que hacéis los viernes o el de cuaresma, en la que vamos a entrar. En fin, mis queridas hermanas, seguid el consejo que el Hijo de Dios dio a sus discípulos y decid: «Señor, el demonio mudo que me atormenta no se echa más que por medio de esos dos actos de penitencia. Te suplico que aceptes mis ayunos y mis oraciones, que te ofrezco, para que me libres de él, de forma que no tenga nada tan oculto que no lo manifieste, por vergonzoso y abominable que sea. Tengo una puñalada en el pecho, de la que quiero que me curen».

El segundo medio consiste en considerar bien el estado miserable de una pobre hermana que tiene ese espíritu cerrado y que es peor que tener un demonio en el cuerpo. Hijas mías ¿qué decir si una se ve en semejante estado? «¡Cómo, Dios mío! ¿tendré yo un mal pensamiento que me intenta arruinar, y se lo diré a las hermanas y a otras personas que no me pueden ayudar, pero no se lo diré a mis superiores, que tienen gracia para ello?». Y así, al conocer el pobre estado en que estáis, os excitaréis a salir de él.

Esto por lo que se refiere a las que tienen el espíritu cerrado. Y para las que no lo tienen, sino que tienen por el contrario un corazón cándido, un espíritu abierto a sus superiores, y que son prudentes para no abrirse más que con las personas con las que deben hacerlo, ¡oh!, no hay que perderlo, sino darle gracias a Dios, por haberles dado ese espíritu de candor, y suplicarle que se lo conserve, de forma que jamás se vea obscurecida esa virtud por ese demonio del espíritu cerrado.

El tercer medio es que, cuando os acerquéis a vuestros confesores y os cueste abrirles vuestro corazón, ya que la naturaleza siente siempre repugnancia ante el bien, imitéis a Judit que, al tener que cortar la cabeza de Holofernes, se puso a temblar de miedo, pero para coger ánimos le pidió ayuda a Nuestro Señor para llevar a cabo su empresa, y luego le cortó la cabeza al tirano con su propia espada. Así, hermanas mías es como tenéis que pedir socorro para cortar la cabeza de este Holofernes, esto es, para abrir vuestro corazón a vuestro director y decir: «Señor, tú ves cuánto me cuesta abrir mi corazón; ayúdame, por favor». Esto es lo que hay que hacer. Y si tenéis alguna preocupación o tentación vergonzosa, decídsela la primera, pues eso es lo que dará fuerzas para decirle todo lo demás. El diablo nos dice: «¿Qué se pensará de ti? ¡Dios mío! ¿Qué dirán? ¡Cómo! ¡Una hija de la Caridad con tan horrorosos pensamientos! No te apreciarán ya, si dices esto y esto».

Hijas mías, todo lo contrario; es una verdad indudable que las personas a las que uno estima más son las que se manifiestan con toda libertad. Tenemos un ejemplo de ello en la Magdalena  que, echándose a los pies de Nuestro Señor, le confesó sus pecados y le abrió todo su corazón. ¿Acaso Nuestro Señor la despreció desde entonces? Ni mucho menos. Tan lejos se mostró de tenerla en mal concepto que él mismo tomó su defensa contra el fariseo que quería hablar mal de ella.

Hermanas mías, convenceos de una vez para siempre de que nunca se tiene ni se puede tener un mal concepto de las personas que dicen sus faltas. En cuanto a mí se refiere, no tengo nunca mayor consuelo que cuando uno se descubre y dice el estado de su alma. Si pudiera ir hasta ese sitio en que reside aquella buena mujer de la que os he hablado, iría, si fuera a diez leguas de aquí, para tener el consuelo de decirle: «Buena mujer, dichosa usted porque Dios le ha dado esa disposición en que se encuentra de desear que sus pecados estuvieran escritos en su frente». ¡Tanto estimo esa disposición! Decidle, pues, a ese demonio: «¡Vete, demonio maldito! Tú me dices que me van a despreciar si manifiesto mis tentaciones, pero es todo lo contrario: me estimarán más». Queridas hermanas, decir que una hermana tiene libertad para manifestarse a sus superiores es decirlo todo de ella. El cielo se regocija por ello, pues es una especie de penitencia. No soy yo quien lo dice, sino Nuestro Señor: «Los ángeles se alegran por un pecador que hace penitencia» (4). Pues bien, manifestar sus penas y tentaciones es una especie de penitencia. Finalmente advertiréis para siempre que una persona sincera, cándida, abierta, no puede ser engañada por sus enemigos. Entonces, ¿quién os impedirá descubriros a vuestros superiores? No es que haya que hacerlo por ese motivo de que seréis más estimadas. ¡Dios nos guarde de actuar nunca por ese espíritu!

Podréis decirme: «Pero, padre, ya se lo he dicho a mi confesor; ¿por qué tengo que decírselo también a la señorita?». Eso está bien, pero no basta; hay que abrirse a los superiores ya que, como hemos dicho, es imposible la dirección sin eso.

Creo, por tanto, hijas mías, que, si esto es así, tanto vosotras como yo tenemos que decidirnos a decírselo todo a nuestros superiores y que las que no tengan ese corazón abierto procuren tenerlo en adelante.

Ruego a Nuestro Señor Jesucristo que nos conceda esta gracia, y os suplico que se la pidáis las unas para las otras, para que jamás se apodere ese demonio de nuestros corazones y puedan vencerlo nuestros ángeles de la guardia, que con tanta frecuencia nos inspiran esta abertura de corazón. ¡Salvador de nuestras almas! A ti, que tanto amas el candor y la sencillez y que nos lo has recomendado con tanto interés, te pedimos esta gracia para esta pequeña Compañía y para todas las almas que has llamado a ella, a fin de que no tengamos descanso hasta que hayamos dicho a nuestros superiores todo lo que nos preocupaba, pidiendo su consejo y parecer en todas nuestras tentaciones. Te rogamos que nos concedas esta gracia.

Pero, hijas mías, fijaos en que no basta con abrir el corazón a los superiores; es preciso creer y hacer lo que ellos nos dicen, pues esto es lo principal; si no, servirá de poco.

No puedo pasar en silencio una cosa que me emocionó esta mañana, durante la repetición de la oración. Uno de nuestros hermanos que había tenido oculta una cosa y no la había podido descubrir a su confesor, ha tenido la gracia de decirla en voz alta, manifestando además que él era un mozo pobre y ruin, educado en las escuelas con las limosnas de su parroquia, lo cual no había manifestado nunca hasta entonces, a pesar de que lo había pensado decir en varias ocasiones. Cuando escuché a aquel joven declarar su interior con tanta energía, tengo que confesaros que sentí crecer en mí el afecto que le tenía y que creo que Dios le dará la gracia de ser un gran santo; sí, hermanas mías, pues muchas veces se necesita nada menos que un acto de virtud heroica para eso, para darle a un alma fuerzas para hacer otro millón de actos virtuosos. Os he dicho esto para confirmaros en la seguridad de que es una buena señal el que un alma diga sus faltas.

Señorita, no nos ha dicho usted lo que piensa sobre el tema:

– Padre, la interpretación del espíritu cerrado nos ofrece más de una razón para ponernos en guardia contra él, dándonos a entender que es un demonio oculto en el alma, que nos puede hacer mucho más daño que la posesión de los espíritus malignos en el cuerpo, ya que una cosa se refiere a la vida eterna y la otra solamente a la vida temporal.

Otra razón es que, si obramos por este espíritu cerrado, es en cierto modo apagar la luz que Nuestro Señor ha venido a encender en las almas.

Otra razón es que las personas que obran con este espíritu oculto son muy molestas y desagradables para las que viven con ellas, y corren un grave peligro de que el espíritu de orgullo tome un gran ascendiente en su imaginación, de forma que, por haberse querido ocultar a las demás por algún motivo desconocido ellas llegan a cerrarse de tal modo a sus propios ojos que ya no pueden conocerse a sí mismas; y esto les impide recibir las advertencias que necesitan.

Aunque hay temperamentos en el cuerpo que pueden tener una disposición natural a no manifestarse a los demás, ni explicarse con ellos, sin embargo creo que las pasiones sufren más esta tentación, sobre todo el orgullo, que nos incita a no decir tal y cual cosa por miedo a que se saquen consecuencias de ello o porque se cree que, al haber caído una vez en una falta, se sospechará ya para siempre de esa persona; esto hace mucho daño al alma y le da motivos para caer en otros muchos defectos.

Las personas que tienen este defecto de no manifestarse con libertad a sus superiores cuando tienen alguna preocupación espiritual u otra necesidad, o bien cuando tienen la comunicación con ellos, están en peligro de mentir o de disimular mucho. Y este hábito podría arraigar con tanta fuerza que llegaría a sorprenderles incluso en la confesión. Este espíritu oculto, que procede del espíritu maligno, pueden poner al alma que lo posee en tal situación que fácilmente desprecian las advertencias de los superiores y por eso no intentan manifestarles sus preocupaciones, creyendo que son interesados o que piensan de otra manera. Esto hace que busquen ayuda y consuelo en donde no deberían buscarlo, y así vuelven a encontrarse con nuevos peligros que las llevan a la perdición. Las que poco a poco van cayendo en estas máximas del espíritu cerrado, al no poder guardar dentro sus preocupaciones, ni las cosas que saben de las demás, están en peligro de abrirse equivocadamente con otras personas; esto produce graves daños a su progreso espiritual y les hace ofender a Dios y que cometan esa misma falta las demás que las escuchan.

Como este espíritu es muy peligroso y muchas veces desconocido, tenemos que pedirle a Nuestro Señor con frecuencia la luz para descubrirlo, a ver si está en nosotras. Todas hemos de tener miedo y desconfiar de si no tendremos parte en él; y para deshacernos de él es preciso, apenas sintamos alguna preocupación y tengamos repugnancia en decirla, recurrir al Espíritu Santo para pedirle fuerzas y, venciéndonos a nosotras mismas, manifestarla por amor de Dios.

Si alguna se siente inclinada a buscar su consuelo en otra persona descargándose en ella, debe desconfiar; así también, cuando se tiene repugnancia a que los superiores sepan lo que se dice o se piensa: en ese caso hay que tener mucho miedo.

Una hermana pidió perdón por haber obrado con ese espíritu y le rogó a nuestro venerado Padre que rezara por ella y le ayudara a deshacerse de ese espíritu. El le dijo:

Así lo haré, hija mía, de todo corazón. Ruego a Nuestro Señor que, mientras yo pronuncio – aunque indigno –  las palabras de bendición en su nombre, él os dé la gracia de afianzaros en esta práctica.

Benedictio Dei Patris…

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