Vicente de Paúl, Conferencia 065: Conferencia Del 15 De Octubre De 1655

Francisco Javier Fernández ChentoEscritos de Vicente de PaúlLeave a Comment

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SOBRE LA CONFORMIDAD CON LA VOLUNTAD DE DIOS

Razones para entregarse a Dios para hacer su voluntad. Naturaleza y actos de esta práctica. Medios para observarla.

Había tres puntos: en el primero, las razones que tenemos para entregarnos a Dios para hacer siempre y en todas las cosas $u santa voluntad; en el segundo, en qué consiste esto, y los actos; y en el tercer punto, los medios para adquirir esta práctica de cumplir siempre y en todas las cosas la voluntad de Dios.

Después de anunciar de esta forma el tema de la conferencia, dijo el padre Vicente a la compañía:

Empezaré hablando yo primero, y luego algunos otros de la compañía. Las razones que tenemos para entregarnos a Dios y adquirir esta santa práctica de cumplir la voluntad de Dios siempre y en todas las cosas son las siguientes: la primera se saca del Padrenuestro, que todos los días repetimos y que nos enseñó nuestro Señor: Fiat voluntas tua sicut in caelo et in terra; se haga tu voluntad en la tierra lo mismo que se hace en el cielo. Nuestro Señor quiere que, lo mismo que los ángeles y los bienaventurados del cielo cumplen incesantemente su santa y adorable voluntad, también lo hagamos nosotros aquí en la tierra de forma semejante y que lo hagamos con la mayor perfección que nos sea posible, etc.

La segunda razón es que nuestro Señor nos ha dado ejemplo de ello, pues no vino a la tierra más que para esto, para hacer la voluntad de Dios su Padre, llevando a cabo la obra de nuestra redención; en esto consistían sus delicias, en hacer la voluntad de Dios su Padre, etc.

¿En qué consiste cumplir la voluntad de Dios? Os diré que hemos de considerar la voluntad de Dios, bien respecto a las cosas que nos manda o nos prohíbe, o bien respecto a las que no están mandadas ni prohibidas, y que son indiferentes, o aconsejadas, o necesarias.

En relación con la voluntad de Dios que nos manda una cosa, se nos manifiesta en su ley, en sus mandamientos y en los de su iglesia, y en lo que se nos prohíbe en dichos mandamientos; pues hay preceptos que mandan hacer una cosa, y otros que nos prohíben hacer otra; y en ambos casos se cumple la voluntad de Dios cuando se hace lo que él ordena, o no se hace lo que él prohíbe. Además, Dios quiere, y tal es su voluntad, que se obedezca a los prelados de la Iglesia, a los reyes, magistrados, cuando ellos nos ordenan o prohíben alguna cosa, a las disposiciones del reino donde uno está, al padre, a la madre, a los parientes y a los superiores; haciendo esto se hace la voluntad de Dios.

En cuanto a las acciones indiferentes que no están ni mandadas ni prohibidas, éstas o son agradables o desagradables, o bien no tienen nada de agradable ni de desagradable. Si son agradables, como comer y beber, y se trata de cosas necesarias, Dios desea que las hagamos por amor a él y porque él lo quiere así prescindiendo del placer que allí siente la naturaleza. Si no son necesarias, Dios desea que nos privemos de ellas y nos mortifiquemos; si son desagradables y mortificantes a la naturaleza, que las abracemos. «Quien quiera venir detrás de mí, dice nuestro Señor, que renuncie a sí mismo, tome su cruz y me siga». Si no tienen nada de agradable ni de desagradable, como estar de pie, ir por este camino o por otro, la voluntad de Dios es que las hagamos por amor a él. San Pablo dice: Sive manducatis, sive bibitis, sive aliud quid facitis, omnia in gloriam Dei facite; tanto si coméis, como si bebéis, o hacéis alguna cosa, hacedlo todo para la mayor gloria de Dios. De forma que, si queremos, podemos hacer siempre la voluntad de Dios. ¡Qué dicha, padres, hacer siempre y en todas las cosas la voluntad de Dios! ¿No es esto hacer lo que el Hijo de Dios vino a hacer en la tierra, como ya hemos dicho? El Hijo de Dios vino a evangelizar a los pobres; y nosotros, padres, ¿no hemos sido enviados a lo mismo? Sí, los misioneros han sido enviados a evangelizar a los pobres. ¡Qué dicha hacer en la tierra lo mismo que hizo nuestro Señor, que es enseñar el camino del cielo a los pobres!

Los medios para esto consisten en tener cuidado de enderezar la intención al comienzo de cada acto que hagamos, diciéndole a Dios: «Dios mío; esto lo voy a hacer por tu amor; por tu amor voy a dejar esta cosa para hacer esta otra». Porque fijaos, padres y hermanos míos, la buena intención que formamos al comienzo de nuestras acciones es como la forma. Verbi gratia, lo mismo que para el bautismo no basta con echar agua al niño que es sólo la materia para que quede bautizado, sino que se necesita además la intención y las palabras, que son la forma; de otra manera el niño quedaría sin bautizar, del mismo modo la buena intención que formamos al comienzo de nuestras acciones, que tienen que ser hacerlas por amor a él, las eleva hasta el trono de la Majestad de Dios y ]as hace merecedoras de la vida eterna. Pidámosle a Dios que nos conceda esta gracia de hacer siempre y en todas las cosas su santa y adorable voluntad y de adquirir esta práctica. ¡Quiera Dios concedernos esta gracia!

066 [143]. REPETICIÓN DE LA ORACIÓN DEL 17 DE OCTUBRE DE 1655.  pp.210-213

No hay que sacrificar al trabajo los ejercicios de piedad. La perfección consiste en la conformidad con la voluntad de Dios. La práctica de esta conformidad vale más que la práctica de la presencia de Dios.

El padre Vicente, interviniendo en la repetición de la oración de Un hermano coadjutor que, poniéndose de rodillas, pidió perdón a Dios y a la compañía por el escándalo que decía haber dado a la misma compañía por haber dejado de asistir a los ejercicios de la comunidad, como la oración de la mañana, los exámenes, etc., con el pretexto de tener que trabajar, le dijo:

Hermano, en adelante no deje usted de asistir a los ejercicios de la comunidad, y esté seguro de que no perderá nada con ello, y que Dios suplirá el tiempo que haya usted empleado en servirle y haya permanecido en este lugar. ¿No se acuerda de lo que se dice que le pasó a san Isidro, que era labrador? Era un criado, que labraba la tierra y que, cuando iba al campo por la mañana para labrar las tierras de su amo, dejaba su arado y se iba a oír la santa misa, cuando oía que tocaban las campanas. Y lo que nuestro Señor hizo en favor de su siervo fue que, cuando su amo se puso a gritarle de que abandonaba de esta forma sus mulas y su arado en el campo y se iba a oír la santa misa, entonces el buen san Isidro le dijo: «Es verdad, amo, pero le ruego que se fije cómo al cabo del año he hecho tanto trabajo como los demás labradores, mis vecinos; tengo la misma tierra que labrar que ellos, trabajo sus tierras tanto como lo hacen ellos las suyas, usted no tiene más caballos que ellos y, a pesar de todo, realizo la misma obra que ellos». Y como aquel dueño estuviera cavilando cómo efectivamente podía hacer toda aquella faena con tanta prontitud, Dios le dio a conocer cómo él se cuidaba de que se hiciera el trabajo de su siervo mientras que él oía misa, y cómo le resultaba muy agradable aquella obra de oír la santa misa todos los días.

La perfección no consiste en éxtasis, sino en cumplir bien la voluntad de Dios. ¿Qué es la perfección? Me parece que quiere decir una cosa a la que no le falta nada; pues bien, ¿qué hombre tiene la perfección hasta el punto de que no le falte nada, si ningún hombre es perfecto y hasta el justo peca siete veces al día?. Podemos figurarnos dos clases de perfecciones; una más perfecta y en el último grado de perfección, y la otra menos perfecta. Por ejemplo, cuando vemos a un hombre bien proporcionado en todos sus miembros, con un rostro hermoso y bien formado, decimos: he aquí un rostro y un cuerpo hermoso, he aquí un hombre al que nada le falta, he aquí un cuerpo perfecto. Por otra parte, vemos a otros a los que les falta mucho de todo esto, a unos más y a otros menos, pero todos muy distantes de la perfección del primero. Pues bien, eso mismo digo de la perfección de los hombres de aquí abajo en la tierra. El Hijo de Dios hecho hombre tenía la perfección primera de la que acabo de hablar; no le faltaba nada; era perfectísimo en todo. En la segunda están los hombres, que son imperfectos en muchas cosas, ya que solamente el Hijo de Dios y la santísima Virgen, su madre, han llegado a ese primer grado de perfección que acabo de mencionar.

Del religioso se dice que está en estado de perfección, no que sea perfecto; pues hay que establecer una diferencia entre estado de perfección y ser perfecto; como acabo de decir, aunque el religioso haya hecho lo que dijo nuestro Señor, esto es, vender todos los bienes y dárselos a los pobres, no por eso es perfecto, aunque esté en un estado de perfección.

Pues bien, ¿quién será el más perfecto de entre los hombres? Será aquel cuya voluntad sea más conforme con la de Dios, de forma que la perfección consiste en unir nuestra voluntad con la de Dios hasta tal punto que la suya y la nuestra no sean, propiamente hablando, más que un mismo querer y no querer; el que más sobresalga en este punto, será el más perfecto. Pues ¿qué es lo que le dijo nuestro Señor a aquel hombre del evangelio, al que quería enseñar el medio de llegar a la perfección? «Sí quieres venir detrás de mí, le dijo, renuncia a ti mismo, toma tu cruz y sígueme».

Pues bien, ¿quién renuncia más a sí mismo que el que no hace nunca su voluntad, sino que hace siempre la de Dios? ¿Y quién es el que se mortifica más? Y si, por otra parte, se dice en la sagrada escritura que el que se une a Dios se hace un solo espíritu. Os pregunto: ¿quién es el que se une más a Dios que el que no hace nunca más que la voluntad del mismo Dios, y nunca la suya propia, y no quiere ni desea otra cosa más que lo que Dios quiere o no quiere? Decidme, por favor, padres y hermanos míos, si sabéis de alguien que se adhiera más a Dios y, por tanto, esté más unido a Dios que éste.

Pues si es verdad que nadie renuncia tanto a sí mismo ni sigue tan perfectamente a nuestro Señor como el que conforma por completo su voluntad con la de Dios, ni se une tan perfectamente al mismo Dios como el que no quiere más que lo que él quiere o no quiere, hay que concluir necesariamente que ningún hombre está tan perfectamente unido a Dios, formando un solo espíritu con él, como el que hace lo que acabo de decir. ¡Oh, padres y hermanos míos, si consideramos bien todo esto, veremos aquí un medio de adquirir en esta vida un gran tesoro de gracias!

La práctica de la presencia de Dios es muy buena, pero me parece que adquirir la práctica de cumplir la voluntad de Dios en todas nuestras acciones es todavía mejor; pues esta abraza a la otra. Por otra parte, el que se mantiene en la práctica de la presencia de Dios puede a veces no cumplir con ello la voluntad de Dios. Además, decidme, por favor, ¿no es estar en la presencia de Dios cumplir su voluntad y procurar enderezar nuestras intenciones para ello al comienzo de cada acción y renovarla durante la misma? ¿Quién se mantiene más en la presencia de Dios, sino aquel que, desde la mañana a la tarde, hace todo lo que hace por agradarle y por su amor? ¿No es acaso un ejercicio continuo de la presencia de Dios el cumplimiento fiel de su santa voluntad? Venir a la oración, es hacer la voluntad de Dios y obedecer la regla que lo ordena; ir al examen, es cumplir la voluntad de Dios; hasta el comer y el cenar y el dormir en el tiempo que la regla lo manda, todo esto es cumplir la voluntad de Dios.

Y dirigiendo la palabra a los hermanos, dijo:

Sí, hermanos míos, podéis ser tan agradables a Dios trabajando en vuestras tareas de cocina o de despensa como nosotros los sacerdotes predicando y enseñando el catecismo; vosotros hacéis lo que hizo nuestro Señor durante treinta años y nosotros hacemos lo que hizo durante tres años solamente. ¡Quiera Dios darnos la gracia de adquirir esta santa práctica!

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