(15.11.54)
El domingo 15 de noviembre nuestro venerado padre nos dio la conferencia sobre la continuación del pecado de escándalo, que empezó de esta manera.
Queridas hermanas, el tema de esta conferencia es la continuación de la anterior, que trataba del escándalo. Entonces hablamos solamente del primer punto y de las razones que nos obligan a huir del escándalo. Hicimos ver cómo hay un escándalo recibido y un escándalo dado, qué son esos escándalos y cómo se cometen. Acabamos con el primer punto, pero no sé si dijimos una cosa que se me ocurre ahora. No dejaré de decirla, pues quizás haya aquí algunas que no estuvieron el otro día.
Escandalizar es dar motivo a nuestro prójimo para ofender a Dios. La malicia del escándalo puede compararse con el daño que haría una persona en un camino para hacer caer a todos los que pasan por allí, poniendo una piedra disimulada pata que tropezase y así poder atraparlos. Eso es lo que hace el escándalo, y peor todavía, pues no es el cuerpo el que tropieza, sino el alma la que tropieza con el escándalo del pecado.
También dijimos que Dios castiga de tal modo este vicio que maldice a las personas que escandalizan. Sí, son maldecidas por Dios. ¡Qué desgracia para los que con sus palabras, sus acciones o sus obras dan motivo de escándalo, incurriendo así en la maldición de Dios! ¡Dios mío, cuántos motivos para examinar nuestras acciones y decir: «Si hago esto, si murmuro contra los superiores, si critico las órdenes y las normas de la Compañía, si difamo a alguna de las hermanas, le doy motivo a mi hermana para que se porte como yo, y por consiguiente cometo dos pecados+! Eso es lo que hay que hacer para no obrar mal. Si habéis caído en eso, tenéis que examinaros y confesaros; pues, mirad, no basta con acusarse del mal, sino que hay que decir si se ha escandalizado a alguien, pues se trata de una circunstancia que agrava el pecado. Queridas hermanas, si es verdad que todos los que escandalizan son malditos de Dios, y hay tantas personas en el mundo que caen en este pecado, y si es fácil cometerlo en las casas que están dedicadas a su servicio, ¡cuántos escándalos hay en el mundo por ese gran número de personas que no hacen casi nada sin escandalizar a quienes las ven, y que sólo sirven para hacer caer a los demás! ¡Qué agradecidas hemos de estar a Nuestro Señor por habernos sacado de eso! ¡Aun cuando sólo se condenaran esas personas, su número sería muy grande!
Sin embargo es Dios el que lo ha dicho, y es verdad: «¡Malditos seáis los que cometáis escándalo; más valdría que os colgaran una rueda de molino al cuello y os arrojaran al mar!» (1) Sí, hermanas mías, más valdría que los escandalosos fueran al fondo del mar, pues no habría más condenados que ellos y ya no servirían para hacer pecar a los demás.
Estas son razones muy importantes para hacer que temamos ese vicio, aparte del bien que se saca de dar buen ejemplo con nuestras palabras, pues por la palabra se conoce lo que hay en el corazón. Lo digo por experiencia, pues no sé de mejor medio para edificar al prójimo que tener cuidado con nuestras palabras.
Otra razón es que hacen el oficio de diablos. Si hay en la Compañía algunas que dan motivo de escándalo, hacen el oficio de demonios. Las hijas de la Caridad que son la causa de que otros pequen y hacen que, por su ejemplo, las demás ofendan a Dios, cumplen el oficio del demonio, que no sabe hacer otra cosa más que inducir al mal.
Notad bien esto; lo repetiré para que os acordéis: escandalizar es ser causa, por nuestras palabras, nuestras acciones y nuestros malos ejemplos, de que nuestro prójimo obre mal o haga el bien imperfectamente y peor de lo que debería hacerlo. ¡Y hace tanto tiempo que lleva portándose así el demonio! Con tal que se ofenda a Dios, él está contento. ¿Qué es lo que hace una hija de la Caridad que es quejicosa, que murmura, que lo critica todo, que prefiere su juicio al de los superiores, al de sus hermanas y quiere salirse siempre con la suya? Hace el oficio de diablo. Es un demonio. Por eso vemos que esto lleva consigo grandes desórdenes.
Bien, estos son los castigos que os he dicho últimamente que Dios les prepara a las personas escandalosas, que caen bajo la maldición de Dios.
Pasemos al segundo punto, que consiste en ver en qué pueden escandalizar las hijas de la Caridad. Pues bien, no es posible citar el gran número de pecados que pueden cometer, tanto de palabra como de obra y de omisión, sobre todo, ¡Salvador mío!, sobre todo las que son más antiguas en la Compañía. Hermanas mías, lo digo no para acusaros de escandalosas, pues quiero creer que procuráis evitarlo, sino para que os sirva de antídoto para vuestros vicios y que evitéis las ocasiones.
Pues bien, hay que saber que algunos escándalos son generales y particulares. Los generales, son por las palabras, obras, omisiones o negligencias que escandalizan al prójimo. Las ocasiones de dar escándalo son, por ejemplo, si hubiera en la Compañía (no quiero creer que la haya) alguna que hablase mal de otra hermana o criticase ante las demás las disposiciones de los superiores. Ya está dado el escándalo, porque las que oigan esa conversación recibirán una mala impresión. Hablar mal de una hermana, decir que tiene mal carácter, que no tiene paciencia, eso sin duda producirá un mal efecto, pues la que lo oyó lo repetirá a las primeras hermanas con las que se encuentre y añadirá que, ya antes de entrar en la Compañía, le habían avisado que no todas las Hijas de la Caridad eran tan buenas como se decía, y que en efecto así era en verdad. Y ya está dado el escándalo. Por eso, mis queridas hermanas, es menester que vosotras y yo nos entreguemos a Dios para tomar desde ahora la resolución de no hablar jamás de nuestro prójimo más que bien; pues apenas se abre la boca para hablar mal de una hermana, la maldición de Dios cae sobre nosotros.
Acabamos de decir lo que es el escándalo de palabra. También hay escándalo de obras: por ejemplo, si no se ayuna cuando hay que hacerlo, en los días que el reglamento os manda ayunar. Entonces hay una que no ayuna, que come a cualquier hora en los días que no son de ayuno, y hasta golosinas, a pesar de que sabe muy bien que no hay que comer fuera de las comidas. Esto escandaliza a las hermanas, sobre todo aquí. Hay una antigua que lo hace delante de las nuevas o de las externas. ¡Qué mal hecho está! Pues esas hermanas creerán que no es tan malo hacer lo mismo, o tendrán motivos para decir que en la Compañía no hay tanta perfección como se cree, ya que hay personas tan imperfectas; y así se desanimarán. Si hay alguna persona de fuera, se escandalizará; y cuando vea a algunas jóvenes que quieran entregarse a Dios en la Compañía, las disuadirá diciendo: «¿Quiere usted ir a esta casa? ¿Qué va a hacer usted entre esas personas?». Y así les dirá el mal que sepa de las hijas de la Caridad; y la que dio primero mal ejemplo es la causa de todo ese mal, atrayendo a él a otras y al final, si las otras se ponen a hacer lo mismo, caerá la maldición de Dios sobre ellas. No cabe duda, ipso facto, en el mismo momento en que cometemos una acción que escandaliza, atraemos la maldición de Dios sobre nosotros. Así es como se puede cometer este pecado por obra.
También se le puede cometer por omisión. Por ejemplo, cuando una no se levanta a las cuatro. Si es una sirviente la que lo hace así en las parroquias, su compañera hará lo mismo. Lo mismo pasa en la oración, pues si una no se levanta a tiempo, pasan las horas, no encuentra ocasión para hacerla, hay que vestirse aprisa y así se deja la oración. Ese es un pecado de omisión: dejar de hacer lo que hay que hacer. Después de haber cometido esa falta un día, volverá a caer en ella al siguiente. Si dos hermanas lo hacen, pronto habrá tres, sobre todo cuando son las antiguas las que faltan. ¡Salvador mío! Cuando las que deberían ser las primeras en dar ejemplo no lo dan, ¿qué remedio habrá que emplear? Cuando vemos a unas hermanas que deberían tener tanto cuidado en observar las reglas ser las primeras en romperlas, hermanas mías, ¡qué peligroso es eso para todas, sobre todo cuando se trata de la sirviente! Lo repito una vez más, pues, si eso ocurriera, poco a poco se iría dejando la oración y pronto la abandonaría toda la comunidad. A eso iríamos a parar. Por ahí se empieza, para acabar prescindiendo de todas las normas; y esas personas son maldecidas por Dios.
Estos son los escándalos generales que se pueden dar; ahora en particular. Por ejemplo, si una hermana, después de haber recibido de la superiora algún disgusto, se lo va a decir a otra hermana que es su confidente y se queja ante ella diciendo: «Me han dicho o me han hecho esto y esto». Hermanas, esto es un escándalo, porque le dais un mal ejemplo a la otra hermana, hacéis que tenga una mala opinión de la superiora y que se desanime y tenga miedo de acercarse a ella. Por eso, hijas mías, cuando hayáis recibido algún disgusto de vuestros superiores o de vuestras hermanas, no os quejéis y no se lo digáis más que a Nuestro Señor y a la santísima Virgen.
Las reglas os prohíben escribir cartas sin permiso de los superiores o de la hermana sirviente. Alguna dirá: «¿Qué mal hay en ello? Las reglas lo mandan así, pero no obligan bajo pecado». Es verdad que vuestras reglas por sí misma no os obligan bajo pecado, debido al escándalo que dais. Una hermana le oye decir a otra que no es malo escribir sin permiso. Eso la escandaliza. Y Nuestro Señor prohíbe el escándalo. Veis entonces cómo no es razonable tomarse la libertad de faltar a la regla, con el pretexto de que no es pecado.
Mirad, siempre se ha observado esta norma de no escribir ni recibir ninguna carta sin que la vean los superiores. En las Compañías donde esto no se observa, notaréis un gran desorden. Esa libertad es un medio para destruir una Compañía. Por eso no hay que escribir ni recibir nunca cartas, sin que las vea el superior. Cuando queráis escribir, pedidle primero permiso a la señorita; si os lo permite, enseñadle la carta cuando la hayáis escrito. Si no estáis aquí, enviádsela. Lo mismo cuando recibáis alguna carta; no la abráis hasta que el superior la vea. Si no lo hacéis así, os ponéis en peligro de destruir la Compañía. Sí, hijas mías, otra hará lo mismo, inducida por vuestro ejemplo; y así poco a poco se irán relajando las cosas. Por eso, cuando se llegue a ese extremo, la caridad se resentirá y quedará muy afectada.
También es un escándalo el que una vaya a decirle a otra lo que el confesor le ha dicho en la confesión. «Me ha reprendido de esta falta; me ha prohibido esto». Y cosas por el estilo. No podéis hablar de lo que el confesor os ha dicho, a no ser decir que os habéis confesado con él. El confesor está obligado al secreto so pena de pecado, y el penitente también. Y si una hermana va a decirle a otra lo que el confesor le ha dicho, ésta hará lo mismo, si es tan imperfecta como la que habló antes. Si es buena y virtuosa, pensará que la otra es mala; y entonces vendrá el escándalo. Sabed, mis queridas hermanas, que los penitentes están tan obligados al secreto como los confesores; si una hermana dice alguna cosa de lo que el confesor le dijo, peca con pecado de escándalo.
Otra cosa es que el confesor le haya dicho cosas inconvenientes. Si un confesor fuera tan malo que le dijese a su penitente palabras indecentes (es un caso que no ocurre), entonces habría que decirlo, y nuestro Santo Padre el Papa ha ordenado que se vaya a acusarlo al obispo.
Otro escándalo es criticar el gobierno de la casa. Una hermana que dice ante las demás: «¿Por qué se hace esto y esto? ¿Por qué esta casa está tan desordenada? ¿Por qué los hábitos de esta clase? Si fueran de otra tela, durarían más», esa hermana escandaliza, pues sería la causa de que otras hermanas hicieran lo mismo, apenas se presentase la ocasión; y así inducirá a todas a que critiquen en la comunidad. Si hay algunas que tienen este espíritu, se reunirán para murmurar de todo, pues apenas haya una que empiece a criticar alguna cosa, insensiblemente caerá en la costumbre de verlo todo mal y de curiosear en las cosas que no son de su incumbencia.
También es un escándalo ir de visita, pues lo prohíben las reglas. Hermanas de las parroquias, escuchadlo bien: no tenéis que recibir visitas ni hacerlas. No tengáis la curiosidad de ir a ver a veces a una dama, o a un confesor. Son cosas que no os interesan, y no podéis hacerlas sin recibir daño. Sobre todo, no dejéis a los hombres entrar en vuestras habitaciones, aunque sea vuestro confesor, ni a mí mismo; si voy a veros y no cumplo esto, en razón de mi disposición, y quisiera entrar en vuestra habitación, cerradme la puerta y no me dejéis entrar, ni al padre Portail, ni a un hermano de la Misión, si fuera alguno, ni a nadie. Sed firmes en esto. Si una hermana, por no saber lo que tiene que hacer, hiciera lo contrario, avisadle.
Si alguna quisiera ir a Nuestra Señora de las Virtudes, por ser un lugar de devoción, no hay que hacerlo sin permiso. Pero, dirá alguna, ¿es que no es buena la devoción a la Virgen? Sí, es buena; pero no basta con que sea bueno lo que hacemos; es menester que nuestra acción tenga todas las condiciones que son necesarias. Ahí está el engaño del enemigo: intenta cubrir el mal con la apariencia del bien que en él se percibe.
Una hermana podrá decir: «Si nuestro confesor viene a visitarnos, no nos dirá más que cosas buenas». Mirad, hermanas, es el demonio el que os inspira esos pensamientos, pues estáis tan obligadas a la clausura de vuestras habitaciones como las religiosas a su claustro. ¿Veis entrar a los hombres en las casas de religiosas? No, si no es por grave necesidad. Pues bien, la clausura de las hijas de la Caridad es su habitación.
Si una hermana se pone enferma, es otra cosa; van a verla, se puede entrar; pero, fuera de ese caso, no.
Si supierais de alguna de vosotras que no observa estas normas, decídselo a la señorita Le Gras, al padre Portail o a mí; pues debéis estar seguras de que el diablo se servirá de esto para perderos, dado que esas visitas engendran fácilmente cierta familiaridad; esto podrá hacer que una hermana se tome la libertad de decirle a un sacerdote o a un laico las quejas que pueda tener de alguna compañera suya; y estos, al oír a esa hermana hablar mal de la otra, juzgarán mal de ella, y no sólo de ella sino de toda la Compañía, e impedirán entrar a las que quieran venir. Hermanas mías, guardaos mucho de estas faltas pues causarían la ruina de toda la Compañía. Además, pecaríais de escándalo, pues seríais la causa de que aquel eclesiástico o aquel laico ofendiera a Dios y hablara en la primera ocasión de los defectos de las hermanas de la Caridad; y así las hijas de la Caridad serían despreciadas por aquellas personas. Mirad por dónde el diablo procura perderos.
Sabed también que, si alguna tomara dinero de los pobres, ¡Dios mío, no quiero creer que así sea!, pero os lo advierto, para que nunca toméis un céntimo, ni de la casa, ni de los pobres, bien sea para quedaros con él o para darlo, pues no os está permitida ninguna de estas dos cosas…
Creo que os he dicho que las visitas y el trato con los externos bastarían para echaros a perder; pero lo que causaría la ruina total de la Compañía es que una hermana dijera dentro de sí: «Ahorraré para hacerme con una pensión y pueda tener algo, en el caso de que me despidan». Si dice esas palabras delante de alguna, sería un escándalo. Si lo hacéis a escondidas, se descubrirá, pues no hay nada escondido que no se descubra. Esa será la trampa por la que el demonio intentará haceros caer y la peste de la Compañía. Querer atesorar algo, bien sea de lo que os dan las damas, bien de vuestros ahorros, bien del beneficio que se saca de hacer la comida de los pobres en vuestra casa, ahí está la fuente de vuestra perdición. Hay otras muchas cosas de donde podría venir la decadencia en la Compañía. Pero os recomiendo sobre todo que no faltéis en lo que acabo de deciros, pues solamente os perderéis por este medio; las hermanas que vengan después de vosotras sólo se perderán por esto. Si las nuevas ven hacer esto a las antiguas, dirán: «Se puede hacer esas cosas, ya que las que han venido antes que nosotras lo han hecho. Nos han dado ejemplo; ¿por qué no lo vamos a seguir? Si fuera malo, no lo habrían hecho». Y así, hermanas mías, seríais la causa por vuestro mal ejemplo de que se desvanezcan como el humo las hijas de la Caridad con su Compañía. ¿Cuál será la causa de tan gran mal? El pecado de escándalo, que habrá atraído la maldición de Dios sobre vosotras y sobre las que vengan después de vosotras.
Pues bien, es menester que sepáis que la gravedad del escándalo se reconoce por la cualidad de las personas; es lo que hace que nos fijemos más en ellas. Es distinto escandalizar a una persona externa que escandalizar a una hermana. Es peor dar mal ejemplo a una hermana que acaba de entrar en la Compañía que a una antigua, pues aquélla es tierna en su vocación y vosotras seríais la causa de que contraiga una mala costumbre. Sobre todo en los Niños (2), hijas mías, allí es donde se puede cometer un grave escándalo. Las que trabajáis allí, habéis de saber que lo peor que os podría pasar sería escandalizar a esos pobres niños, haciendo o diciendo algo malo delante de ellos. Si la señorita Le Gras pudiera tener ángeles, tendría que darlos para servir a esos inocentes. Ha corrido el rumor de que sólo se enviaba allá a las que no valían para otros sitios. Todo lo contrario, allí se necesita a las más virtuosas; pues como sea la tía (así es como os llaman), así serán los niños. Si es buena, serán buenos; si es mala, serán malos; pues hacen fácilmente lo que hacen sus tías. Si tenéis mal genio, ellos tendrán mal genio; si cometéis alguna ligereza ante ellos, ellos las harán; si murmuráis, murmurarán; y si se condenan, se quejarán de vosotras, no tengáis duda, pues vosotras habréis sido la causa de ello.
En el infierno, el padre y el hijo se maldicen por ser culpables cada uno de ellos de la pena del otro. «Hijo maldito, ¿por qué me has hecho ofender a Dios? ¡Por buscar bienes para ti y dejarte vivir en libertad!». «¡Padre maldito!, dirá el hijo, ¿por qué me has dado ejemplo para obrar mal? Eres la causa de que yo esté aquí, pues en vez de enseñarme a servir a Dios, me has mostrado lo contrario». – Esos son los reproches que se dirigen los condenados y los que vosotras oiréis y yo oiré con vosotras, si escandalizo a los niños; hemos de tener mucho miedo de hacerlo así. ¡Salvador mío! ¿qué podré responder cuando me vea acusado de tantos escándalos como he dado?
También es un escándalo muy grave cometer delante de las que entran aquí alguna falta, pues si ven a una hermana que lleva ya tres años o más en la Compañía mostrando su mal humor, dejándose llevar de sus pasiones, no queriendo sufrir nada, ellas harán lo mismo y vosotras seréis la causa de su mala conducta. Hermanas mías, si hacéis esto, sois Herodes; les cortáis la garganta, pues, al ver a las antiguas murmurar unas de otras, despreciar y criticar a los superiores, seréis vosotras la causa de que se vayan o de que obren como vosotras. Por eso, las que estáis aquí, tened cuidado de no decir ni hacer nada que las pueda escandalizar. Sobre todo las mayores tienen que tener mucho cuidado. ¡Salvador mío! ¡Salvador mío! ¿cómo podrán ser virtuosas las últimas en venir si no lo son las primeras? No, es imposible; y si lo son, será un milagro. Se dice en la Sagrada Escritura: «Ha sucedido un gran milagro: los hijos de Coré y Datán, que fueron malos, son buenos» (3). Es un gran milagro el que los hijos no fueran como sus padres. Pues bien, ¿quiénes son las madres entre las hijas de la Caridad? Son las antiguas. Las demás hacen lo que les ven hacer a ellas. ¿Y qué es lo que hacen las antiguas, cuando cometen faltas delante de las nuevas? ¡Las matan!
Hermanas mayores, os conjuro delante de Dios, y me conjuro a mí mismo con vosotras. Uno de los graves motivos para temer el juicio, es el escándalo que hayamos podido dar. Por eso tengamos cuidado, si queremos evitar la maldición de Dios. Será un gran milagro que se conserve la Compañía, si faltáis en esto.
Si hubiera alguna antigua que dijese: «Yo no estoy obligada a guardar todas esas cosas tan menudas. Ya hace tiempo que estoy en la casa. Les toca ahora a las nuevas guardar eso», que sepa que ella está más obligada que ninguna, puesto que tiene que ser un ejemplo para las demás.
Hermanas, se está haciendo tarde v todavía no hemos hablado de los medios para guardar bien lo que acabamos de decir; sin embargo, es muy necesario que los sepáis.
Bien, el primero es que cuando, con ocasión de alguna visita, se presente la oportunidad de criticar algo, de mostrar disconformidad con lo que se ordena, tengáis cuidado de recogeros interiormente, de pensar en los que os rodean y digáis en vuestro interior: «Si hago esto, escandalizaré al prójimo; tengo miedo de atraer sobre mí la ira de Dios y de ponerme en tal estado que más valdría que me colgaran una piedra de molino al cuello. ¡Qué desgracia para mí! Dios mío, ¿voy a ser la causa de que esa hermana, ese sacerdote, esa persona externa te ofenda al ver mi mala conducta? No, no lo haré». Eso es lo que tenéis que hacer para no caer en ese vicio.
En segundo lugar, tenéis que examinaros sobre el escándalo que habéis dado hasta ahora de palabra, de obra o de omisión, para pedir perdón, ya esta misma tarde, antes de acostaros, e incluso en la cama si no podéis dormir de remordimiento, y mañana por la mañana hacer la meditación sobre esto, para acordaros mejor. Después de examinaros, tenéis que confesaros cuanto antes; pues fijaos: cuando os confesáis y no decís el número de personas a las que habéis escandalizado, no habéis cumplido bien con vuestra obligación. ¡Salvador mío! ¡Yo no he pensado en eso! ¡Cuántas veces me he acusado de mis faltas sin decir el escándalo que había dado! No basta con decir: «He escandalizado a las hermanas»; hay que decir el número v buscar los medios para remediarlo.
Si le decís a una hermana: «No está mal escribir», tenéis que repararlo, yendo a buscar a la hermana, poniéndoos de rodillas y diciéndole: «Hermana, le he dado un mal consejo, al decirle que no estaba mal hacer tal cosa. No me crea usted, por favor, pues sé que Dios se ofendería con ello». Al obrar así, repararéis la falta, impidiendo el mal que habíais aconsejado. Es éste un gran medio para reparar el mal; o también, hacer una cosa contraria, como hablar bien de una hermana de la que se hubiera hablado mal; o si habéis criticado el gobierno de una casa, hablar bien de todo lo que allí se haga.
El cuarto medio es no escandalizarse de nada ni juzgar mal a nadie. No, hijas mías, apreciad siempre mucho a vuestras hermanas, interpretad bien todo lo que hacen, excusad siempre los defectos que aparezcan en ellas y decid: «Mi hermana se ha visto sorprendida; ha sido eso lo que le ha hecho cometer tal falta»; o bien: «No sabe que está mal hecho».
Hay algunas que piensan que no es pecado hacer esas cosas, cuando no han tenido mala intención. Hermanas mías, perdonadme, pues, para hacer algo que esté bien, es preciso que sea sin defecto y sin que haya en ello la mancha más pequeña. Me explico. Una hermana va a Nuestro Señora de las Virtudes con la idea de que eso no es malo, ya que es una cosa buena ser devoto de la santísima Virgen. Sí, está bien ir a Nuestra Señora de las Virtudes, pero hay que tener permiso para ello. Otra dirá: «Tengo ganas de ir a ver a mi confesor y no hablaré con él más que de cosas buenas; nuestros superiores nos han prohibido solamente que hablemos con ellos de los defectos de nuestras hermanas». Hijas mías, esa buena intención no os justifica, ni mucho menos. Tenéis permiso para hablar con vuestro confesor, con tal que sea en la iglesia y de cosas necesarias; si no, no podéis hacerlo sin escándalo.
Otra dirá: «Nuestras reglas no obligan bajo pecado mortal». Os lo repito: no podéis romperlas sin pecado, cuando hay escándalo, desprecio o negligencia. Por algunos ejemplos podréis comprender cuánto miedo hay que tener de hacer o decir algo que escandalice a vuestras hermanas, aunque tengáis buena intención. Si decís: «No es pecado romper la regla», seréis causa de que las otras hagan lo mismo. Y así dejará de observarse esa regla y, al no observarla, no se obedecerá como Dios manda; así pues, hermanas mías, cuando se diga que las reglas no obligan bajo pecado, hay que entenderlo como hemos dicho.
Entreguémonos a Dios y tomemos la resolución de no cometer nunca ninguna acción que pueda escandalizar a nuestro prójimo, teniendo en cuenta que, cada vez que lo hacemos, nos ponemos en situación de caer bajo la maldición de Dios.
Nuestro venerado padre, poniéndose de rodillas, dijo:
¡Salvador de mi alma, que has fulminado tu maldición sobre los que dan escándalo y son la causa de que otros te ofendan!. Destierra este vicio de la Compañía; que ella no escandalice jamás a nadie; haz que nuestras hermanas edifiquen a todos los que las vean, para que nunca puedan caer en este vicio. Tú, Señor, eres el que has recomendado el buen ejemplo; danos, pues, esta gracia; te la pedimos postrados ante tu divina majestad. Señor, así lo esperamos de ti y lo deseamos con un corazón lleno de pena por las faltas que hemos cometido contra estas cosas. Por el amor que tienes a la Compañía, haz que no se diga que ella es la causa de que no progresen en la virtud las almas que has llamado a ella; hazlo por todo el bien que ella puede hacer.
La señorita le pidió a nuestro venerado padre que le pidiera a Nuestro Señor perdón por los pecados que ella había dado a las hermanas, y él le dijo:
Bien, señorita, el Hijo de Dios se ha cargado con todos los pecados del mundo. No es que seamos inocentes y que no hayamos podido escandalizar a nuestras pobres hermanas. Ruego a Nuestro Señor que nos perdone a todos el pasado y nos conceda la gracia de sacar provecho de todo esto.
Benedictio Dei Patris…
Pensamientos de la señorita Le Gras
Una de las razones que nos debe hacer evitar este pecado del escándalo es la fe que hemos de tener en lo que Nuestro Señor ha dicho de él. Así sabremos que es un pecado grande, no sólo para nosotros, sino perjudicial para aquellos a quienes escandalizamos y quizás desagradable a sus ángeles de la guardia, por el mal oficio que les rendimos, contrario al que ellos les rinden, al excitarles al bien y al ver los designios de Dios sobre ellos.
Otra razón es que el escándalo dado puede ser la causa de la condenación de la persona que escandaliza y también de la que es escandalizada, pues merece una sustracción de la gracia, sin que ella se dé cuenta.
La tercera razón es la vergüenza delante de Dios, de los ángeles y de los hombres, que le queda a la persona que escandaliza; lo cual merece un gran desprecio.
Escandalizamos a nuestro prójimo siempre que hacemos algo contra los mandamientos de Dios y de la iglesia. Escandalizamos a la Compañía cuando cometemos acciones contra los reglamentos de la misma y faltamos a las órdenes de nuestros superiores.
Pero el mayor pecado de escándalo que cometemos es por nuestras palabras, cuando hablamos mal del prójimo o cuando le criticamos aunque sólo sea un poco. Las hijas de la Caridad pueden cometer faltas muy notables de escándalo cuando, por curiosidad, se informan una de otra de la manera de ser y de gobernar de las hermanas, cuando han recibido algún disgusto de ellas, quizás por mal humor. No es fácil imaginarse el gran número de desórdenes que causa este pecado; quizás haya sido el principal motivo de que muchas perdieran su vocación, haciendo daño a otras y enfriando el fervor y la devoción de las personas habituadas a cometer este pecado y caer en una gran relajación.
También se da escándalo al prójimo cuando no se tiene paciencia con el carácter de las otras, cayendo fácilmente en pequeñas faltas de caridad mutua, a pesar de que Nuestro Señor nos ha enseñado la necesidad de esta virtud para el cumplimiento de su ley.
El medio para evitar este pecado de escándalo es tan difícil que hemos de pedir a Dios la gracia de conocer bien su fealdad y el peligro inevitable en que pone a la persona que lo comete, de concebir odio hacia este pecado y de prever todas las ocasiones en que hay algún peligro de cometerlo. Otro medio es hacer durante cierto tiempo el propósito particular de practicar la virtud contraria, tener mucha desconfianza de sí mismo y confianza en Dios, recurrir a la santísima Virgen que tuvo una vida tan edificante, y pedirle a nuestro ángel de la guardia que nos haga acordarnos de ello.







