Vicente de Paúl, Conferencia 063: Sobre el escándalo

Francisco Javier Fernández ChentoEscritos de Vicente de PaúlLeave a Comment

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(09.10.54)

Mis queridas hermanas, el tema de esta conferencia es sobre el pecado de escándalo. En el primer punto consideraremos las razones que tenemos para no escandalizar nunca a nuestro prójimo con palabras, obras, omisiones y negligencias; en el segundo, los actos que escandalizan al prójimo y los principales pecados que pueden cometer las hermanas; en el tercero, lo que hay que hacer para no escandalizar.

Mis queridas hermanas, es éste un tema muy importante para todo el mundo, pero principalmente para los que se han entregado a Dios y sobre todo para las hermanas de la Caridad, puesto que trabajan en medio del mundo, que ve lo que ellas hacen. Las que están en el claustro están obligadas a evitar este pecado; pero lo están especialmente aquellos que se mueven en medio del mundo: los sacerdotes de la Misión, las hijas de la Caridad y todos los que, por sus ocupaciones, necesitan tratar con la gente, han de evitar el escándalo mucho más que los otros, pues pueden ser la ocasión de que otros ofendan a Dios y ser entonces más criminales.

Hija mía, dígame qué razones tenemos para huir del escándalo.

– Padre, la primera razón es que disgusta a Dios y lo odia Nuestro Señor, como lo demuestra al reprender tanto a los judíos por este pecado.

Como medios para evitarlo, me parece que basta con uno: caminar en la presencia de Dios, ya que esta presencia nos guarda contra todo mal que pueda escandalizar al prójimo.

– ¡Bendito sea Dios, hermana! Nuestra hermana dice que, para evitar el escándalo hemos de acordarnos de que Nuestro Señor manda que no escandalicemos al prójimo. Es éste un motivo muy fuerte para que odiemos este vicio. ¡Qué importante es, sobre todo para las personas apostólicas, no escandalizar a nadie! Y lo es sobremanera para las hermanas de la Caridad, pues están obligadas a estar casi siempre con la gente.

Hermana, ¿qué otra razón tenemos para evitar el escándalo?

– Padre, somos como el espejo del mundo; nos miran y hacen fácilmente lo que nosotras hacemos. Si una persona tiene alguna mala costumbre y ve a una hija de la Caridad cometer la misma falta, se tomará todavía más libertad para continuar en su mal. Si alguna de nosotras obra mal ante los pobres, creerán que no hay ningún peligro en obrar del mismo modo, ya que nosotras lo hacemos.

Dice usted entonces que todo el mundo, por así decirlo, tiene sus ojos sobre las hijas de la Caridad para edificarse por sus buenas acciones o sentirse desedificados por su mal comportamiento. ¿No es verdad?

– Sí, padre.

– ¡Cuánta razón tiene usted, hermana! ¡Salvador mío, bendito seas por haber dado este pensamiento a esta hermana! Es verdad, hijas mías, que os miran por todas partes para fijarse en vuestras acciones. Hermanas, ¿qué sucedería si alguna de vosotras, que más o menos habéis dado buen ejemplo hasta ahora, dierais lugar con vuestra mala conducta a que las buenas personas perdieran el aprecio que tienen de la compañía, de forma que lo que antes les edificaba les llenase ahora de disgusto? ¿Qué castigo podría bastar para castigar a las hermanas que hubieran dado ese mal ejemplo y que con sus escándalos fueran la causa de que se marchitase esta flor tan hermosa? ¡Esa bella rosa, la compañía de hijas de la Caridad, que edificaba a todo el mundo y que exhalaba tan fragantes olores, estaría a punto de marchitarse! ¿Qué castigo no merecerían las personas que habían contribuido a destruir la obra de Dios?

¡Salvador mío! Ha dicho usted cosas muy importantes, hija mía. Si las pensáramos bien, no necesitaríamos más motivos para evitar el escándalo, sino saber que Nuestro Señor no ha mandado que huyamos de él. ¿No temeremos las amenazas que pronunció contra los y las que dan mal ejemplo? ¿No tendremos sentimiento? ¿Qué es lo que dijo? Dijo estas palabras que deberían hacernos temblar: «¡Ay de los que escandalizáis a esos pequeños!¡Ay de los que escandalizáis a las almas inocentes!». ¡Ay de vosotros, sacerdotes de la Misión! ¡Ay de ti, superior de la Misión, si no vivís de forma que edifiquéis a vuestro prójimo! ¡Ay de vosotras, hijas de la Caridad, si no vivís de una manera digna de vuestra vocación y os escandalizáis las unas a las otras! No soy yo quien lo digo, sino Nuestro Señor. ¿Y de qué forma podría enseñarlo con más evidencia? ¡Ay de todos los que dan escándalo! Hermanas mías, la palabra de Dios siempre es verdadera; de forma que nuestra hermana tiene razón al decir que les conviene mucho a las hermanas de la Caridad tener mucho cuidado para que nadie se escandalice por ellas.

Lo decía también Nuestro Señor en otro lugar: «Más valdría que os colgaran una rueda de molino al cuello y os tiraran al fondo del mar antes que dar escándalo a uno de esos pequeños» (2), Mirad si no ha dicho esta hermana cosas importantes, y si no valen por toda una predicación.

Seguramente me diréis: «Muy bien, padre; pero ¿qué es el escándalo?». Es verdad que es preciso conocerlo. Os diré, hermanas, que el escándalo no es más que la incitación a una acción. Por ejemplo, una hija de la Caridad murmura de su superiora, se queja de su forma de gobernar, critica todo lo que ordena, murmurando con las demás. Les da licencia a todas las que le oyen a que hagan lo mismo: eso se llama escándalo.

Se dice que las vestales, si no me engaño, cuando habían hecho algo malo que escandalizaba al prójimo, eran enterradas vivas en castigo de su falta. Hermanas mías, una hija de la Caridad que da motivos para ofender a Dios, ¿no merecería el mismo castigo? Sí que lo merece, y más valdría que dejara la compañía antes de servir de piedra de tropiezo a las demás, impidiéndoles avanzar en la virtud; más valdría que tuviera la desgracia de ser enterrada viva, antes que dar un escándalo a esas almas que Dios ha escogido para su servicio. ¿Y por qué? Porque lo prohíbe Nuestro Señor y maldice a todos los que escandalizan a los demás. Por eso el Hijo de Dios va siempre diciendo a los sacerdotes de la Misión, si dan escándalo, a las hijas de la Caridad y a todos los que dan libertad a los demás para obrar mal: «¡Ay de vosotros que escandalizáis a estos pequeños!».

Podéis preguntarme: «Pero ¿por qué esto?» Porque el escándalo no es siempre una mala acción, sino sólo atribuida a una acción que da motivos para obrar mal. Por tanto, dice el mismo Hijo de Dios, ¡ay de vosotros, escribas y fariseos! ¡Ay de vosotros si escandalizáis a esas almas sencillas! ¡Ay de vosotros, les dice a los discípulos que había escogido, si escandalizáis a alguno y si, por causa vuestra, esos escribas y fariseos toman ocasión de continuar con su mala vida! Si Nuestro Señor dice eso, es menester que haya algunos que caigan en ese mal, para que los justos y las almas buenas sufran y sean afligidas por su bien y para que tengan ocasión de practicar la virtud. ¡Bendito sea Dios!

Hija mía, ¿qué razón tenemos para huir del escándalo?

– Padre, me parece que una de las razones es que somos la causa de que se ofenda a Dios.

– ¡Dios la bendiga, hermana! Tiene usted razón; mirad, hermanas, siempre que murmuráis de vuestros superiores, que criticáis lo que os ordenan, escandalizáis a todas las que lo oyen y tendréis que responder de ello delante de Dios. Si pensásemos todos un poco, vosotras y yo: «¡Dios mío! Siempre que obro mal, me hago culpable ante ti, no sólo del pecado que cometo, sino también del escándalo que doy», hermanas mías, no cometeríamos tantas faltas como cometemos. Dios mío, ¡no hagamos nunca una acción que dé escándalo! ¿Es posible que no tengamos miedo de que tratemos tan imperfectamente a esta hermosa compañía de forma que la desprecien todos los que la vean?

¿Qué otra razón tiene usted, hija mía?

– Padre, me parece que está muy mal cometer alguna acción o decir alguna palabra de crítica o de murmuración porque damos motivos para que hagan lo mismo los demás.

– Muy bien, damos motivos para que hagan lo mismo. Sí, hermanas mías, siempre que una hermana habla mal de otra critica a la compañía, se indigna de las acciones de unas y otras, murmura de todo lo que se hace en casa, habla a una de una manera y a otra de otra, se queja a veces de la superiora, a veces de otra hermana, habla de sus dificultades, particularmente con las que tienen el mismo humor que ella, todo esto es hacer actos que son de suyo malos y llevan consigo una cualidad que se llama escándalo, sobre todo cuando se trata de antiguas, que llevan en la compañía diez, catorce o quince años. ¡Dios mío, cuánto daño hacen! Pues quienes las oyen se dejan llevar a hacer lo mismo; o si no lo hacen, ¿qué pueden pensar sino que es falso todo el bien que habían oído decir de las hijas de la Caridad? ¡Qué pena! ¡Hay hermanas que llevan aquí mucho tiempo y que todavía son tan poco mortificadas! ¡Dios mío! ¿qué castigo merecerían las personas que son causa de tales desórdenes? De todas partes vienen almas sencillas e inocentes a esta compañía, creyendo encontrar en ella los medios para salvarse, y pasa todo lo contrario: encuentran aquí trampas donde perderse. Sí, son trampas las que les tendéis cuando, en presencia de ellas, cometéis alguna falta. ¿Qué creéis que dirán en su interior? Sin duda pensarán: «¡Cómo! He venido aquí para servir a Dios, pero me he equivocado; no se hace más que murmurar; sólo se habla de ésta o de aquélla; no hay caridad, ni paciencia, ni mansedumbre, ni cordialidad. ¡Me voy a perder aquí! Más vale que me salga, antes que vivir de esta manera».

Eso es lo que pueden pensar, hermanas mías, cuando las escandalizáis. ¡Salvador mío! ¡Qué desgracia una vez más para esas hermanas, que matan así a esos niños! Porque se llama niños a los que empiezan a servir a Dios; y vosotras los matáis, ahogando en ellos los buenos deseos que tenían de servirle. ¿No pensáis que pueden enfriarse al ver a unas personas que deberían estar contentas y firmes en el bien, pero que están descontentas, quejándose de todas las correcciones que reciben, unas veces de la vida austera, otras de las reglas y de todo lo que ordenan los superiores?

Hermanas mías, ¿os lo diré? Sí, puesto que es verdad; sois otros Herodes cuando hacéis lo que acabo de decir, porque matáis a esos niños apenas empiezan a vivir y hacéis lo posible para que nadie quiera venir ya a la compañía, para que tantas almas santas que hay en el mundo con deseos de entregarse al servicio de los pobres dejen de pensar en venir a esta casa, por el mal olor que sale de ella; y si vienen, Dios permitirá en castigo de vuestros escándalos que no sean hermanas buenas para nada y esta hermosa compañía, que Dios ha formado para sí, empezará a llenarse con no sé qué clase de personas que, en vez de obrar bien, lo estropearán todo, desedificarán al prójimo, tratarán mal a los pobres y no se preocuparán de cumplir las reglas. Y al final, ¿qué pasará? Se derrumbará la compañía, pues no podrá subsistir mucho tiempo sin buenos sujetos. ¡Ay, hermanas mías! A eso es a lo que tiende el escándalo: a arruinarla por completo. Cuando una hermana se pone a criticar, va a decírselo a otra, y ésta a otra y a otra, todas se irán estropeando. Hermanas mías, ¿habrá bastantes suplicios para esas hermanas que matan a esos niños, que son parecidas a Herodes? ¿Qué pueden esperar sino la maldición pronunciada por Nuestro Señor contra los que escandalizan a los pequeños?

Mirad, hermanas mías, Nuestro Señor os pedirá cuentas de esas almas y os castigará por el impedimento que hayáis puesto a su perfección. A mí me preguntará si he impedido a las hijas de la Caridad avanzar en la virtud, y al padre Portail, y a la señorita Le Gras, si dejan de ayudar en esto y si no progresan, y también a todas las hermanas de la Caridad que hayan sido causa con sus escándalos de que las demás se porten mal. ¡Salvador mío! ¿habrá bastantes suplicios para esas hermanas que así matan a esos pequeños que empiezan a servir a Dios?

Además, hay escándalo recibido y escándalo dado; os ruego que os fijéis bien en esto. El escándalo dado es cometer una acción mala en presencia de alguien, que con ese mal ejemplo podrá cometer la misma falta. Siendo esto así, la persona que obra mal ofende a Dios al cometer esa acción mala y se hace aún más culpable por el escándalo, que es una cualidad añadida a esa mala acción.

El escándalo recibido y no dado es, por ejemplo, como si, al ver a una hermana muy observante de las reglas, otra llegara a escandalizarse de ello y a molestarse porque esa fidelidad al reglamento condena la ligereza de las que se sienten ofendidas por ella. Es un escándalo recibido que sólo perjudica a la persona que lo recibe. ¿Cómo es esto? Porque es un escándalo sin motivo. Una hermana lleva la vista baja, camina con modestia, en la presencia de Dios, habla poco y no puede tolerar que se ofenda a Dios o al prójimo en su presencia; alguna tomará motivo de ello para escandalizarse. Hermanas mías, tened mucho cuidado de no caer en este defecto, porque seríais semejantes a las arañas que convierten en veneno las más bellas flores; y en vez de excitaros a hacer el bien que se os muestra, haríais lo contrario: convertiríais la miel en hiel. Estad seguras de que Dios castiga a esas personas. ¿Qué creéis que hacéis cuando criticáis las buenas acciones de nuestras hermanas? Impedís a esas almas continuar en la práctica de la virtud, y por consiguiente las priváis del mérito que podrían adquirir.

Eso es el escándalo dado y el recibido. Pues bien, tenéis que saber que el escándalo dado es siempre pecado, y a veces mortal; y si uno muere en ese pecado, se condena. Mirad qué desdicha y cómo hemos de tener mucho miedo a escandalizar al prójimo. Nos imaginamos a veces que los pecados que cometemos no son más que veniales; pero tengamos cuidado, hermanas, y no nos engañemos. No es tan difícil como creemos cometer un pecado mortal. A veces una falta de urbanidad a destiempo, dejarse llevar por una ligereza, o decir una palabra ligera por sorpresa, puede que no sea una falta mortal, aunque sea un escándalo; no es más que pecado venial. Pero, por ejemplo, si una hermana se queda con el dinero de los pobres o con sus ahorros, para tenerlo en propiedad, o comprar algún libro o cosa semejante, y lo sabe otra hermana; si habla mal de los superiores, si descubre los defectos de las otras hermanas o las desprecia, destrozando la buena opinión que se tiene de ellas, entonces, hermanas mías, ¡Dios sabe si no son ésos pecados mortales! ¡Dios nos guarde de esta desgracia, ya que serían grandes pecados!

Nunca ha habido entre vosotras pecado de escándalo recibido, pero sí escándalo de la clase que acabamos de explicar. El escándalo recibido es como si vosotras o el padre Portail o yo, al ver en la compañía a una hermana recogida, ecuánime en la conversación, con la vista baja…, si yo fuera tan desgraciado que me pusiera a criticarle, cometería una falta grave, pues me escandalizaría sin motivo y convertiría la miel en hiel. Lo mismo pasaría con una hermana que se dejara llevar por la misma falta. Por eso tened cuidado y acordaos de que el que toma ocasión de obrar mal al ver a las otras obrar bien es culpable delante de Dios.

Pues ¡cómo, Dios mío! ¿No me contentaré con servirte con negligencia, como hago, con faltar a la observancia de mis reglas y dejarme llevar por tantas faltas, sino que además sentiré mucho el ver que tal hermana no comete esas mismas faltas, y que condena tácitamente, con el esmero que pone en su perfección, mi libertinaje? ¡Ay! Si hubiera alguna en esa situación, que tenga mucho miedo del castigo de Dios y se corrija.

Más aún, las que oyen conversaciones contra la caridad, que manda siempre hablar bien de todos, ofenden a Dios lo mismo que las que hablan. La razón de ello es clara, pues el que puede impedir un mal y no lo hace es tan culpable como si lo hiciera. Sí, hermanas mías, si una de vosotras o varias oyen hablar mal o censurar las acciones de la superiora o de una hermana, las que escuchan esas conversaciones y no la contradicen para que deje tales conversaciones, obran tan mal como la otra. Porque, fijaos bien, hay que oponerse con energía a esas personas y decirles: «Hermana, hermana mía, en nombre de Dios, no diga eso. ¿Es que vamos a destrozar con nuestras conversaciones a nuestra hermana, de la que tenemos motivos para creer que agrada a Dios, que hace tantas cosas buenas, que no tiene nada criticable, al menos delante de los hombres, ya que ante Dios no nos toca a nosotros juzgar? Si hay en ella algo que le disguste a usted, es que juzga mal sus acciones».

Hermanas, si no obran ustedes así, sepan que faltan contra la caridad. Si una hermana no dice ni palabra en esa ocasión, si es como una muda que ve obrar mal a otra hermana y no lo impide, lo está haciendo ella misma. Y las que no se oponen ni interrumpen esa conversación hacen el oficio del diablo, pues al escuchar son la causa de que las otras continúen en el mal. Pensemos un poco en esto. ¿Qué desgracia mayor puede acontecernos que la de hacer el oficio de demonios? Sin embargo, es lo que hacemos cuando tenemos envidia a las que se portan mejor que nosotros, pues solamente el demonio y los que se dejan llevar de su espíritu se sienten molestos por el bien. ¡Dios os guarde, hijas mías, de servir así a nuestro enemigo haciendo su oficio!

Cuando voy por la ciudad y os veo, aunque no me veáis vosotras, siempre siento un gran consuelo al ver vuestra modestia, que es mayor en unas y en otras menor. Pero os he hablado de lo malo, para que lo evitéis y veáis la diferencia que hay entre el escándalo dado y el escándalo recibido, así como también lo mal que está criticar a las personas que se portan bien.

También diré, para consuelo de las almas buenas, que si una se escandaliza, por ejemplo, de que una hermana no haga nada sin permiso, le parezca bien todo lo que los superiores ordenan, sea exacta en las más pequeñas normas, se levante a las cuatro y todo lo demás, no es ésta la culpable de dar mal ejemplo, sino la que recibe de allí un escándalo; si algunas fueran tan imperfectas que convierten así el bien en mal, tienen que tener mucho miedo, ya que la virtud les hace daño a los ojos. No pueden tolerar su resplandor, ya que las personas virtuosas brillan como soles, y las imperfectas, al no poder edificarse de ello, se ponen a criticarlas por no poder resistir su esplendor. Quieren apagarlo. Y en efecto, es lo que hacen al hablar mal de las que deberían hablar bien. Hermanas mías, ¡cuánto hay que temer a esas personas! ¡Cómo! ¡Una hija de la Caridad, que debería inclinarse tan generosamente al bien, se cree en la obligación de impedirlo! Si alguna tuviera ese defecto, que tome la resolución de corregirse y de abrazar la virtud, porque, fijaos, no basta con huir del mal, sino que hay que hacer el bien. ¡Estaría bonito ver a una hija de la Caridad llevando solamente el hábito y demás efectos externos, pero sin serlo de verdad! ¡No sería hija de la Caridad más que en apariencia! ¡Qué desagradable sería ante Dios esa hermana que, en vez de vivir con el espíritu que Dios ha dado a la Compañía, viviera en el espíritu de soberbia, de disimulo y estuviera llena de malos ejemplos! Más valdría que no fuera hija de la Caridad, pues, en efecto, no lo es.

Podéis decirme: «Pero si lo parece por fuera; observamos en ella ciertas apariencias». Sí, veis algo en ella, pero no es más que la corteza y una apariencia vana; creéis ver a una hija de la Caridad, pero es solamente el hábito. ¡Salvador mío! ¿qué es esto sino un monstruo que horroriza a Dios y a los ángeles buenos? Vi últimamente una cosa que viene bien para el caso. Viéndola de lejos, me pareció que era una imagen muy hermosa, espléndida, bien modelada, que tenía los cabellos dorados. Al ver esa imagen tan brillante y esplendorosa, pensé que se trataba de algo grande, pero al acercarme, ¿sabéis que era? Era la muerte, que vista de cerca, daba miedo.

Hermanas, ¿me atreveré a decirlo? Sí, porque es verdad. Si dais escándalo, si no vivís como requiere vuestra vocación, yo mismo, si doy escándalo, si soy causa de que los que están a mi lado no cumplan con su deber, somos esa imagen, pues aparentamos por fuera lo que no somos por dentro; engañamos a los que nos ven, a tantas buenas almas que tienen una buena opinión de nosotros y que creen que vivimos bien. ¿Qué diremos a Dios en ese caso? Pensemos en nosotros mismos y preguntémonos: «¿No soy yo esa imagen? ¡Dios mío! Cuando me ven de lejos, creen que soy una hija de la Caridad; pero quien me vea de cerca, quien escuche mi conversación tan distinta de este nombre que llevo, conocerá que no tengo caridad+. Si Dios nos da a conocer esto, sabed que es una gran gracia que no hemos de despreciar. ¡Salvador mío! ¡qué desgraciadas son las que desmienten así su profesión con su mala vida! Hijas mías, ¿creéis que Dios os ha llamado de uno y otro lado, a una y otra para que seáis motivo de escándalo y de desedificación para los demás, y para hacer que ofendan a quien deberíais servir con tanta fidelidad y a cuyo servicio deberíais atraer a todo el mundo? No ha sido ciertamente para eso, sino para honrar a Nuestro Señor y para ayudar al prójimo, con vuestro ejemplo y con vuestras instrucciones, a salvarse. Si no lo hacéis, faltáis a vuestro deber.

Bien, se está haciendo tarde y no hemos tratado más que de un solo punto; sin embargo hay aquí materia muy importante para todo el mundo, y principalmente para vosotras. Creo que sería conveniente dejarlo para otra ocasión.

En esto pueden las hijas de la Caridad advertir la prudencia de su venerado padre, que no quiso decidir la continuación de la conferencia sin pedir el parecer del padre Portail y de otro sacerdote, los cuales dijeron que era un tema tan importante que no se inculcaría nunca demasiado.

Bien, dejémoslo para otro día; entretanto acordémonos de lo que acabamos de decir, para que no escandalicemos a nadie. Una hermana ha dicho un motivo muy bueno: que muchos tienen sus ojos sobre vosotras para observar todas vuestras acciones; esto os debe mantener siempre en vuestro deber. ¡Qué bien dicho! Si se practicara bien, no se necesitaría nada más para hacernos evitar el escándalo. Si sacamos provecho de lo que acaba de decirse, obtendremos dos cosas de la bondad de Nuestro Señor: la primera, que Dios nos perdonará el pasado y nos concederá la gracia de impedirnos caer en el futuro. Esperándolo así de su bondad, pronunciaré las palabras de la bendición, rogándole que al mismo tiempo derrame sobre nosotros la gracia de no escandalizar jamás a nuestro prójimo.

Benedictio Dei Patris…

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