(24.08.54)
Queridas hermanas: la conferencia trata de las tentaciones. Se divide en tres puntos: el primero, de los grandes males que provienen de las tentaciones cuando se usa mal de ellas, y de los grandes bienes que se sacan cuando se las usa bien; el segundo, de las tentaciones más peligrosas para las hijas de la Caridad; y el tercero, de los medios para sacar provecho de las tentaciones y no recibir ningún daño de ellas.
Hija mía, ¿qué daño hacen las tentaciones?
– Padre, me parece que el primer mal es que nos hacen faltar a lo que hemos prometido a Dios.
– ¿Y le parece que se puede sacar de ellas algún bien? Sí, padre, cuando se usa bien de ellas.
– ¿Sabe usted, hija mía, lo que es la tentación?
– Padre, me parece que es lo que nos inclina al mal.
– Queridas hermanas, para saber lo que es la tentación, hay que fijarse en su contrario, que es la inspiración. La tentación es un movimiento que nos inclina al mal, y la inspiración es otro movimiento que nos inclina al bien. El diablo nos lleva al mal por la tentación, y Dios nos lleva al bien por la inspiración. Habéis venido a esta casa por inspiración de Dios; sólo saldríais de ella por la tentación. Para mejor entenderlo, podéis imaginaros a dos mujeres que se encuentran con una muchacha: Una le dirá: «Hija mía, no vayas con esa compañía; es peligrosa; evita el trato con ese joven, que puede resultar peligroso». La otra le podrá decir: «Anda, vete con él; hay que alegrarse y disfrutar de la vida; trata con chicos para que te conozcan; ¡si supieras cómo te quiere ese muchacho! ¡Cuánto te aprecia! ¡Está siempre hablando de ti!».
Por ese ejemplo, queridas hermanas, veis la diferencia que hay entre la inspiración y la tentación. Una de esas mujeres pretende inclinar a esa muchacha a que vea a aquel joven, a que se entregue a la vanidad y se pierda. La mujer buena la lleva a obrar bien; la mala, a obrar mal. Lo comprendéis muy bien; no es necesario explicarlo más. No vamos a hablar de las inspiraciones; hablamos de las tentaciones, que nos llevan al mal de diversas maneras, a veces bajo la sombra de bien. La mujer que quiere llevar a la muchacha al mal, no se lo propone como mal; pretende enredarla con la apariencia de bien, por el contento que recibirá de aquel joven. Así es como Dios nos lleva al bien, hermanas mías, y el diablo nos inclina al mal. Fijaos en la astucia del demonio para seducirnos: presenta el mal como un bien. Es lo que diremos a continuación y probaremos con ejemplos.
Pues bien, mis queridas hermanas, es propio de Dios dirigirnos hacia el mal, lo mismo que hacen la carne y el mundo. La tentación – insisto en ello – es un movimiento que nos inclina al mal de diversas maneras. El diablo a veces presenta el mal abiertamente; pero de ordinario lo propone so capa de bien.
Hermana, ¿qué es la tentación y qué es la inspiración?
– Padre, me parece que la inspiración es un buen pensamiento que nos lleva hacia el bien, y la tentación un mal pensamiento que nos lleva hacia el mal.
– ¡Dios la bendiga, hija mía!
– Y usted, hermana, ¿quién la ha movido a venir aquí?
– Me lo ha inspirado Dios.
– Muy bien, hija mía; todo el bien que hacemos se debe a la inspiración, y todo el mal a la tentación. Nadie se salva más que por la inspiración y el buen uso que ha hecho de ella; y nadie se condena más que por las tentaciones.
Hija mía, nuestras buenas hermanas que están ahora en el cielo ¿han sido tentadas?
– Sí, padre.
– Ay! ¿qué duda cabe de que fueron tentadas? Quizás más incluso que algunas de vosotras. ¿Qué diferencia hay entonces entre esas buenas hermanas y las que se salieron de la compañía? Que éstas usaron mal de la tentación, mientras que las que están en el cielo usaron bien de ella.
Acordaos bien de esto, hermanas mías, y pensad en ello cuando os sintáis inclinadas a algún mal: si consiento en la tentación, entonces es cuando cometo un pecado; si uso bien de ella, tendré mucho mérito.
Hermana, ¿son siempre malas las tentaciones?
– Sí, padre.
– Sí, hija mía, son siempre malas en cierto sentido y proceden de un mal principio, ya que el diablo que nos las envía lo hace para perdernos. Por eso tiene usted razón en responder de ese modo. Las tentaciones son siempre malas por parte del demonio. Hija mía, ¿es posible aprovecharse de las tentaciones?
– Sí, padre; muchos santos se han santificado por haberlas superado.
Hermanas, las razones que tenemos para temer y huir de las tentaciones es que el diablo pretende con ellas llevarnos al pecado y perdernos. Tenemos que soportarlas con paciencia, ya que el designio de Dios, que permite las tentaciones, es que sepamos aprovecharlas. ¿No habéis oído decir alguna vez lo que se cuenta de la víbora? Es un veneno, basta con comerse una, por pequeña que sea, para morir. Pero si está bien aderezada, es uno de los manjares más excelentes que se puede desear. Lo mismo pasa con las tentaciones, cuando se las usa bien.
¿Y usted, hija mía, cree que los santos fueron tentados?
– Sí, padre.
¿Y nuestras buenas hermanas que son ya bienaventuradas?
– También.
¿Y las que se han salido de aquí?
– También.
– ¿Y de dónde proviene que las tentaciones les han aprovechado a unas y perjudicado a otras?
– Padre, es que Dios les ha dado la gracia de aprovecharlas bien.
– Muy bien. ¡Que Dios la bendiga, hija!
El santo de los santos, ¿fue tentado? Dígame, hermana.
– Sí, padre.
– Sí, mis queridas hermanas. El santo de los santos fue tentado; el Hijo de Dios no estuvo libre de tentaciones. ¡Qué atrevimiento el del diablo, dirigirse al santo de los santos! ¿Hemos de extrañarnos de que tiente a los hombres, si atacó a Nuestro Señor? Al verle abatido por el hambre en el desierto, empezó a tentarle de gula y le dijo: «Cambia estas piedras en pan». Otra vez le pidió que se precipitase desde lo alto de una montaña, que era una tentación de orgullo. Pero eso sería demasiado largo de explicar. Fijaos bien, hermanas, los santos son santos por el buen uso que han hecho de las tentaciones.
Usted, hermana. ¿Por qué permite Dios que sean tentados sus siervos y sus siervas?
– Creo que lo hace para probarles.
– ¡Dios le bendiga, hija mía! Es para probarnos y hacernos santos. Nos lo enseña san Pablo cuando dice de sí mismo que se veía tentado y afligido por una horrible tentación de la carne, pintando los combates que la carne le presentaba. Nosotros, que somos del mundo, procuramos ocultar nuestras faltas, y los santos las descubrían para mostrar que eran pecadores. ¡Ay! Es una gracia verse probado por las tentaciones, mis queridas hermanas, y una señal de que Dios nos ama. Lo permite así para hacernos humildes, cumplidores y fieles. Es el provecho que san Pablo sacaba de sus tentaciones. Si no hubiera sentido esa rebeldía, ¿cómo no se habría enorgullecido de tantas gracias como había recibido, después de haber sido elevado hasta el tercer cielo y haber hecho tantas maravillas? Cuando consideraba esos sucios pensamientos, se decía: «¡Cómo, Dios mío! ¡Si soy un miserable, yo que predico a los otros, y estoy lleno de estos malditos pensamientos! Si esas personas a las que hablo supieran que estoy lleno de los sucios pensamientos de la carne, si supieran que tengo estos horribles pensamientos, si conocieran ese lodazal en que se revuelca mi mente, ¿cómo querrían escucharme? ¿qué dirían de mí? Sin embargo, ese pueblo se convierte. ¿Y quién es el que los convierte? No ciertamente yo, pues es imposible que un hombre tan miserable pueda hacer esas maravillas. No soy yo, Dios es el que lo hace. Por eso yo no sirvo para nada y toda la gloria es suya. Así es, hermanas mías, como san Pablo se servía de sus tentaciones para humillarse, para dar gloria a Dios por todo lo que hacía con su gracia. Es un gran consuelo para las almas buenas saber que las tentaciones no pueden hacerles daño si ellas no quieren, sino que por el contrario pueden servirles de mucho. Nos lo enseña la Sagrada Escritura.
Dice Santiago: «Alegraos con todo vuestro corazón» (3). No dice solamente: «Alegraos»; sino que añade: «con todo vuestro corazón», de que el diablo es incapaz de haceros daño. Este santo dice también: «No temáis al diablo; nos puede tentar, pero no puede jamás obligarnos al mal». Tenemos la voluntad libre para abrazar el bien y huir del mal. Por eso, mis queridas hermanas, los miserables condenados lo son por su culpa. Pidámosle a Dios que no nos dejemos vencer por la tentación.
Se lee de un santo, muerto en nuestro siglo, que cuando salía por la mañana para ir a la ciudad le decía a su confesor: «Voy a salir, pero no sé si volveré sin haber cometido alguna falta. Por eso le pido que rece a Dios por mí». Esto nos enseña a desconfiar de nosotros mismos y a pedirle siempre fuerzas al Señor.
Pasemos al segundo punto. Ahora, hermanas mías, es cuando tenéis que estar más atentas. Pues esto es para vosotras. Lo que hemos dicho hasta ahora se dijo en general. Pero ¿qué tentaciones son las que atacan a las hermanas de la Caridad, hija mía?
– Padre, yo creo que la de la vocación es muy peligrosa.
– Hermana, ¿les tienta a veces el diablo con la singularidad, esto es, verse preferida a las demás?
– Sí, padre.
– ¿Sabéis lo que es la singularidad? La singularidad, hermanas, consiste en querer estar por encima de las demás; como si una hermana pidiera llevar una vida más austera, comulgar con más frecuencia, hacer más mortificaciones, dormir sobre una tabla, todo esto para que la tengan por virtuosa, por mejor que las demás. Todas esas singularidades nacen en el fondo del orgullo, aun cuando no lo sepáis. Pero podéis decirme: ¿no es la comunión una cosa buena? ¿no está bien que una se mortifique? Sí, todas esas cosas son buenas; pero no hay que hacer más que lo que hacen las otras. Y aun cuando os parezca que queréis comulgar por amor de Dios, por adelantar en la virtud, si miráis bien en vuestro corazón, veréis que pretende secretamente o satisfacerse o ser más estimado que los demás. Examinaos bien y veréis que es así. No es que una hermana no pueda pedirle a su superiora comulgar un día en que las demás no comulgan, cuando sienta un gran deseo o por algún otro motivo, o usar las disciplinas o hacer alguna otra mortificación. Pero apenas el superior le diga: «Hija mía, confórmese con lo que haga la comunidad», no hay que pensarlo más. Si uno se inquieta, si pone mala cara, es que el diablo intenta excitar vuestro orgullo.
Hermana, ¿no le parece que el diablo quiere enorgullecernos entonces?
– Sí, padre.
– Otra clase de tentación es querer cambiar de lugar, de oficio, de parroquia. Hija mía, ¿le parece que está bien decirle a la señorita, al padre Portail o a mí que desea hacer más mortificación que la comunidad?
– No, padre; está mal.
– Fijaos en la astucia del diablo. Sabe muy bien que, si le dijera a una Hija de la Caridad: «Júzgate superior a las demás+, ella se daría cuenta de que eso no está bien. El sabe perfectamente que rechazaría esos pensamientos. Pero cubre ese mal con apariencia de bien.
Hija mía, ¿es una tentación pedir que le manden a una parroquia, cuando está en casa, con la idea de que allí estará mejor y conseguirá mejor su salvación?
– Sí, padre.
– Y si, por el contrario, una de las que están en una parroquia albergase la idea de venir a esta casa y dijese: «Me voy a perder aquí, si no me cambian; no soy capaz de hacer aquí nada que valga la pena», ¿sería una tentación?
– Sí, padre.
– Sí, mis queridas hermanas, es una tentación querer cambiar, querer ir a las aldeas, cuando se está en una parroquia; y cuando se está en las aldeas, querer volver a París. Es una tentación quejarse del lugar en que una está por obediencia. – ¡Pero es que este sitio, esta ocupación son incompatibles con mi espíritu! – Hermanas mías, evitad esos pensamientos, miradlos como si vinieran del diablo y decid: «¡Maldita tentación, tú me quieres obligar a dejar el sitio en que Dios me ha puesto!». En efecto, es Dios el que ha inspirado a vuestro superior enviaros allá, y no debéis intentar salir de allí ni cambiar por cuenta propia.
¿Es una tentación el que una hermana sirviente desee que le quiten del cargo y que se lo pida a sus superiores?
– Sí, padre; porque hay que estar donde Dios quiere que una esté.
– ¿Es una tentación sentir envidia de la hermana sirviente?
– Sí, padre, es una tentación muy peligrosa, que nace del orgullo, y creo yo que, para librarse pronto de ella, hay que declarársela a los superiores.
– Sí, es un buen medio para verse libre cuanto antes.
Así pues, es una tentación, hermanas mías, querer descargarse del cargo de hermana sirviente; y desear serlo es una tentación horrible e insoportable. Si una hermana tuviera ese deseo, ¿cómo podría tolerar verse marcada por el diablo, que es tan orgulloso que no quiere rebajarse, sino que busca siempre sobresalir?
Hermana, ¿es una tentación sufrir un pensamiento de antipatía contra una hermana, contra la hermana sirviente o alguna oficial?
– Sí, padre.
– Sí, queridas hermanas, es una tentación horrible. ¿La tenéis en cuenta? No admitáis nunca un pensamiento de antipatía ni contra una hermana que os haya molestado, ni contra una hermana sirviente que no haga las cosas como os gustaría a vosotras. Hermanas, guardaos mucho de este mal. Finalmente, también es una tentación querer cambiar. Afirmo que todo cambio es una tentación de suyo, sea cual fuere el motivo, aunque se crea que lo hará mejor en otro lado, que podrá encontrar una hermana más cariñosa. Es el diablo el que, so capa de bien induce al mal.
Lo mismo ocurre cuando una piensa en dejar su vocación; porque, fijaos, hermanas mías, el diablo obra así para tentaros. Propone las cosas como muy útiles y agradables, pone un poco de salsa para que parezcan buenas; si ve que uno no accede sus propuestas, que resiste a aquella primera tentación, cambiará de salsa y pondrá esta idea ante la mente: «¡Oh! Puedes ir a aquel lugar para dar clase a los niños; ejercitarás la caridad tan bien allí como aquí; allí no hay hijas de la Caridad y hay más trabajo para Dios; nadie podrá contradecirte y no ofenderás tanto a Dios como aquí, donde hay tantas ocasiones caer». Así es como tienta siempre el diablo, con apariencia bien. Por eso las hijas de la Caridad no deben entregarse a e pensamientos.
¿No os acordáis de lo que hizo la serpiente para tentar a nuestros primeros padres?. Le dijo a Eva: «Por qué no comes de ese fruto?». Eva respondió: «Es que Dios nos lo ha prohibido» – «¡Oh!, dijo el diablo, si comieras de él, conoce el bien y el mal». ¿No os parece que el diablo proponía a Eva un bien, ya que le prometía la ciencia del bien y del mal? pero ¿qué es lo que pretendía sino hacerles desobedecer a mandamientos, como lo consiguió? Y luego fueron desgraciados y si Dios no les hubiese concedido su misericordia después tantas penitencias, estarían perdidos para siempre. Después que Adán hizo penitencia y lloró su pecado durante más novecientos años, se dice que Dios tuvo piedad de él. De Eva no nos dice nada la Escritura.
Pues bien, hermanas mías, ¿no les pasa lo mismo a las hijas de la Caridad que dejan su vocación, con el pretexto de trabajar mejor en otra parte?
Nuestro venerado padre, con el espíritu todo ocupado Dios, dijo varias veces:
Sí, Salvador mío; sí, Salvador mío, ¡guárdanos de las tentaciones! Cuando recéis el padrenuestro, poned atención en esas palabras: «No nos dejes caer en la tentación», para pedirle a Nuestro Señor la gracia de no sucumbir a las tentaciones. ¡Dios mío! Las tentaciones purifican a las almas buenas, las santifican, las hacen humildes y las perfeccionan. ¡Salvador mío! Ya veis, mis queridas hermanas, si alguna vez hemos tenido una conferencia útil, es ésta, que os tiene que consolar mucho.
Hermana, ¿se acuerda usted de las tentaciones que pueden venir sobre las hijas de la Caridad?
– Padre, una de las que he notado es la de la vocación.
– Bien, hija mía, resumamos un poco todas las que habéis dicho. La primera es querer aparentar más que las otras; no digo ya ser mejores, pues nunca hemos de compararnos con nadie. Si uno pudiera ser mejor que los demás, estaría bien; pero querer ser estimado por lo que no es, es una tentación horrible.
La segunda que hemos dicho que es muy peligrosa para vosotras es la de la vocación. Sí, hermanas mías; os pregunto cuáles son las señales en que se puede reconocer que una hermana está tentada contra su vocación.
– Padre, creo que es cuando quiere ser preferida a las demás.
– No solamente cuando quiere ser preferida a las demás, sino cuando se pone a criticar lo que se hace en la casa, la conducta de los superiores, lo que hace la hermana sirviente; cuando no parece bien el vestido, diciendo: *Este tocado no está bien; un velo sería mejor que llevar la cabeza al descubierto+; además, quejarse de la comida, decir que no está bien guisada, que tiene mal sabor. ¡Ay, hermanas, si una hija de la Caridad llegara a ese extremo, en qué grave peligro estaría! Todo eso, criticar lo que se hace en casa, todo eso tiende a destruir la compañía. Cuando quisieron destruir a París, todos los malvados se pusieron de acuerdo, para conseguirlo, en murmurar contra todo lo que se hacía. Cuando quisieron acabar con Nuestro Señor, hicieron lo mismo. Criticaban todo lo que hacía, su conducta, su predicación; veían mal que comiera con pecadores y que conversara con ellos; criticaban lo que dijo de que destruiría el templo y lo reedificaría en tres días; finalmente, criticaban todo lo que hacía el Hijo de Dios, hasta que consiguieron darle muerte. Por eso, cuando se empieza a criticar lo que se hace en casa, se busca eso: destrozar por completo la compañía, arruinarla.
Una se quejará de la comida, otra del vestido, otra de que la tratan con demasiada dureza, otra de que no gobiernan bien, otra de que es difícil vivir de esta manera. Y luego todas se pondrán a criticar. ¡Ay, hermanas mías! ¿qué es lo que hacéis cuando criticáis alguna cosa, cuando decís: «Tendrían que darnos mejor de comer, tendrían que vestirnos de otro modo; habría que hacer esto y aquello? Ese es el modo de destruir vuestra compañía, de la que una persona virtuosa (era la señora duquesa de Ventadour) me decía ayer (me gustaría poderlo decir sin que lo oyerais; pero no puede ser y tengo que decirlo): «Padre, no veo ninguna obra y ninguna compañía más útil a la iglesia de Dios que ésta». Humillaos, hijas mías, al ver cómo os aprecian a vosotras y a la compañía. Mirad lo que hacéis cuando la despreciáis y cuando criticáis la forma con que se os trata.
Hermanas mías, ¿sois acaso más sabias que Dios? ¿Queréis destruir lo que él ha hecho? ¿De quién habláis cuando habláis de ese modo? Habláis de vuestra madre; destrozáis a la que os alimenta, a la compañía que tanto honra Dios. Hermanas mías, alejaos de eso, por favor. Si hay algo que os cueste, procurad superarlo.
Un día estuve con un religioso que me dijo que lo que menos le gustaba en el mundo era el vinagre. Una vez el superior mandó que pusieran a la mesa de la comunidad vinagre para la comida, bien sea porque no hubiera otra cosa, o por penitencia. Aquel religioso, al ver el vinagre, empezó a sentir la repugnancia de siempre; pensaba dentro de sí: «¿Que haré? ¿tendré que desobedecer para satisfacer mi sensualidad?». Pero, venciendo su repugnancia, empapó el pan en vinagre y se lo tomó todo, aunque con gran violencia. Así es como tenéis que hacer para dominar vuestras pasiones; tenéis que superarlas.
Pensad, hermanas mías, cómo viven ahora la mayor parte de los religiosos. La mayoría carecen de pan. Un superior de una orden religiosa me escribió hace unos días y me decía: «Padre, la carne es un lujo para nosotros; de pan sólo tenemos media ración. Si Dios no nos ayuda, no sé lo que vamos a hacer».
¿Qué diremos nosotros después de esto? Vemos cómo carecen de pan otras personas distinguidas, ¿y una hija de la Caridad se quejará de la comida, murmurará, irá a decírselo a una hermana, y ésta a otra? A alguna le parecerá mal el vestido. Hermanas mías, ¿cómo es posible? Nuestro hermano Mateo, cuando estaba en Lorena, nos decía que veía a las religiosas vestidas de toda clase de colores por no tener tela con que vestirse. Si alguna encuentra algo que criticar, es que quiere destruir a la compañía. Cuando oigáis a una hermana que habla de esas cosas, decidle: «Hermana, ¿qué dice usted?. No sabe que no hay que hablar nunca de ese modo?».
Estoy seguro de que en vuestros corazones estáis todas dispuestas a obrar así. ¿Qué hacer entonces? ¿Qué medios para no consentir en las tentaciones?
Hermanas, el primer medio es acordarse de pedírselo a Dios cuando rezáis el padrenuestro; el segundo, que os acordéis de cuáles son las tentaciones que utiliza el diablo para tentar a las hijas de la Caridad; el tercero, mis queridas hermanas, recurrir a Dios, pedirle su ayuda para no consentir en la tentación y decirle: «Dios mío, ¿cómo me envías esta tentación?». Y si continúa, volver a rezar, decírselo a la señorita, al padre Portail o a mí. Mirad, hijas mías, una hermana que es fiel en manifestarse a sus superiores no se verá engañada entonces por el demonio. Si la tentación continúa a pesar de todo, no os extrañéis, porque Dios ha dicho que serán tentados todos los que quieran vivir santamente. No seríais hijas de la Caridad si no os tentaran. Si hubiera alguna sin tentaciones, le sucedería lo que a una persona que yo conozco, que no tenía tentaciones, sino solamente una, la más insoportable de la que yo he oído hablar, que es que pensaba que estaba reprobada porque no tenía ninguna tentación. Cuando oía que todos los amigos y servidores de Dios sufrían tentaciones y que los que quieren vivir santamente padecerán persecución, pensaba: «¡Dios mío! Si esto es así, yo estoy condenada, porque no tengo tentaciones. Todos a los que Dios ama están llenos de aflicciones y tentaciones, pero yo no tengo ninguna; ¡es que estoy reprobada!».
Mirad, hermanas, cómo hay que decidirse a sufrir la tentación, pues el no tenerla causaba tanta pena a aquella alma de la que acabo de hablaros. Por tanto, las que estáis aquí con el propósito de perseverar en vuestra vocación, no tenéis que extrañaros de ello; al contrario, debéis aprovechar la ocasión para animaros, ya que es una señal de que Dios os ama el que os trate de la misma manera que a sus servidores. Acordaos bien de esto y consolaos con la idea de que Dios permite al diablo que nos tiente para hacernos más virtuosos y fieles a nuestro deber.
Señorita, ¿quiere usted decirnos lo que piensa sobre este tema?
– Padre, al mirar lo que es la tentación, me parecía que debemos temerla. Creo que nos viene por tres caminos distintos, que son el diablo, el mundo y la carne; que por el primer camino todas las tentaciones no tienen más fin que el de inducirnos a obrar contra la voluntad de Dios, a ofenderle y a perdernos junto con el diablo. Puede pasar que tomemos la tentación como inspiración divina, o por apariencia de un bien, y que caigamos en la desgracia de unirnos al diablo y renunciar a Dios.
Si escuchamos las tentaciones del mundo y de la carne, que nos presentan siempre mil razones para que busquemos nuestra satisfacción, es posible que caigamos en la desdicha de seguir nuestro propio juicio y por eso estamos en peligro de caer en mil confusiones. Si desconfiamos de nuestras fuerzas y de esos tres enemigos, si los rechazamos en vez de escucharlos, si nos humillamos en vez de enorgullecernos, si renovamos nuestros propósitos en vez de desanimarnos, y así con las demás sugestiones, entonces, en vez de ser víctimas de las tentaciones, sacaremos mucho fruto de ellas con la gracia de Dios y en poco tiempo el alma hará grandes progresos en la virtud.
De todas las tentaciones del diablo, la más peligrosa para las hijas de la Caridad es la que las pone en peligro de perder su vocación. Otra es la que las induce a buscar su propia satisfacción, el aplauso de las personas del mundo, el orgullo que las aparta del deber de humillarse para mostrarse muy atrevidas y familiares con los grandes, de forma que se olvidan de lo que son y se elevan demasiado. Las tentaciones que nos vienen del mundo y de la carne son, según creo, la búsqueda de nuestras propias satisfacciones, la curiosidad de saber más de lo que se debe, el trato con las personas del mundo, la tendencia a presumir. Todo esto es muy peligroso para las hijas de la Caridad y apto para hacerles olvidar lo que son por su condición natural o por la elección que Dios ha hecho de ellas; pues las ha llamado a una compañía que debe permanecer en el ejercicio continuo de humildad, pobreza, sencillez y caridad, no sólo afectivamente por el amor debido a esas virtudes, sino efectivamente por la práctica de sus actos en toda ocasión, ante las personas del mundo, los pobres, las hermanas y una misma. Para no dejarnos dominar por las tentaciones creo que hemos de estar siempre muy atentas, cuando nos sintamos agitadas de pensamientos y deseos, con el temor de faltar a nuestras obligaciones de cristianas y de verdaderas hijas de la Caridad.
Pido a Nuestro Señor Jesucristo que nos dé la gracia de hacer buen uso de todo esto y sobre todo de conocer bien las astucias del espíritu maligno, de resistirle como es debido y también de acordarnos de que el demonio nos puede ciertamente tentar, pero que no podrá arrastrarnos al mal sin nuestra voluntad.
Benedictio Dei Patris…







