Cómo hay que hacer oración. San Vicente anuncia que van a empezar los ejercicios de predicación.
El padre Vicente aprovechó la ocasión para hablar, a propósito de lo que dijo un clérigo, al empezar a repetir su oración, que habiendo intentado ponerse en la presencia de Dios, se le ocurrió pensar si era verdad que nuestro Señor está en el santísimo sacramento del altar y si no sería eso una tontería. Entonces el padre Vicente, interrumpiendo a aquel hermano, dijo que esa manera de hablar no era conveniente, ni bastante respetuosa, y que no había que hablar así; que entretenerse en semejante pensamiento, era dudar en cierto modo de la verdad de nuestro Señor Jesucristo en el santísimo sacramento. ¿Está allí? ¿No está? Esto es una falta importante.
Y esto me da motivo para deciros, padres y hermanos míos, que tengo miedo de que muchos no hagan la oración como es debido (a pesar de que es uno de los mejores medios que tenemos para llegar a la virtud) y que se entretienen demasiado en buscar razones y textos, y en ajustar y concordar una cosa con otra; lo cual, más que oración propiamente dicha, es estudio. Muchos dicen en su interior: «Tendré que decir alguna cosa, si me preguntan», y se entretienen en apañar lo que tienen que decir. Hermanos míos, no hay que hacer estas cosas.
Uno de estos últimos días, me decía uno de la compañía, al regresar del campo, que notaba que la compañía se había relajado en la oración y en la forma de hacerla. Fijaos, los que vienen de fuera y han estado algún tiempo lejos de casa ven mejor las faltas que los que están siempre en ella.
Me acuerdo que un día fui a ver al difunto señor de Marillac, que era un gran siervo de Dios y un hombre de mucha oración; al entrar en su despacho, noté que había una telaraña en el crucifijo que estaba sobre su oratorio y, creyendo que quizás la araña habría urdido aquella misma noche aquella tela, tuve la curiosidad de acercarme para verla de cerca, pero vi ciertas señales de que ya hacía bastante tiempo que estaba allí; entonces dije en mi interior: «¡Señor mío! Seguramente este gran siervo de Dios está tan recogido en sí mismo y tan confundido ante la majestad de Dios, que no se atreve a mirar aquí en la tierra la imagen de aquel que está en el cielo, por el respeto y veneración que le tiene». Pues bien, para reconocer los medios de hacer bien una cosa, hay que considerar sus ventajas y sus desventajas, qué es lo que puede ser útil y qué puede estorbar, por ejemplo, en la oración. Voy a decir algunas cosas.
1.° Los que van a la oración con un espíritu de negligencia y por cumplir con la obligación, encuentran en ello un impedimento muy grande para hacer bien la oración, si se dejan llevar de él.
2.° También el espíritu de curiosidad es malo, pues se entretienen en cavilar, en andar buscando pasajes para referirlos y poder presumir; esto es todo lo contrario de la oración, pues la oración tiene que hacerse solamente para ser mejor y corregirse de los defectos y adquirir las virtudes contrarias a sus faltas de ahí provienen muchos dolores de cabeza y de estómago. Si esto es así, lo primero que tiene que hacerse en la oración es ponerse debidamente en la presencia de Dios, de una de las cuatro maneras que enseña el bienaventurado Francisco de Sales. Un día, el señor comendador de Sillery me decía, hablando de este tema, que le había dicho un santo que lo que más le ayudaba a hacer la oración era ponerse al principio debidamente en presencia de Dios, considerando que Dios lo veía y lo miraba y tenía los ojos fijos en él. Luego se hacen los actos de costumbre y se pasa a la segunda parte de la oración, que es el cuerpo de la oración, y se considera el tema de la misma: una virtud, o un vicio, o algún misterio.
Por ejemplo, hoy tenemos como tema de nuestra meditación el amor de Dios, las razones que tenemos para amar a Dios. ¡Ay, hermanos míos! No hay que buscar muchas razones para excitarnos a ese amor, ni hay que salir fuera de nosotros mismos para encontrarlas; no tenemos más que considerar los bienes que nos ha hecho y que sigue haciéndonos cada día; y además nos lo ha mandado él mismo, para obligarnos más a ello. Veis cómo este tema inflama la voluntad por si mismo.
Cuando el alma, en la oración, se inflama inmediatamente ¿qué necesidad hay de razones? Por ejemplo, cuando una persona necesita luz en el sitio donde está, ¿qué es lo que hace? Toma su eslabón y hace fuego, luego acerca la mecha y enciende una vela. Cuando ha hecho esto, se queda tranquila; ya no le da más al eslabón ni va a buscar a nadie para que le dé fuego, porque ya tiene, ya no necesita nada, ya lo hizo, ya tiene la luz suficiente para iluminar. Así también, cuando un alma, tras haber entrado en la oración y considerado una razón, si esa razón le basta para inflamar su voluntad en el deseo de la virtud o en la huida del vicio, y es suficiente para hacerle ver la belleza de aquélla o la falsedad de éste, ¿qué necesidad tiene entonces esa persona de ir a buscar razones en otra parte? Todo esto serviría únicamente para intranquilizarla y producirle dolores de cabeza y de estómago.
A continuación, ¿qué es lo que hay que hace? ¿Hay que quedarse allí y contentarse con verse inflamado y convencido del tema que se medita? No; hay que pasar a las resoluciones y a los medios de adquirir la virtud o huir del vicio que se medita. Si se trata de una virtud, hay que ver también los impedimentos, las ocasiones que nos pueden hacer caer en el vicio contrario, y tomar así los medios proporcionados y ponerlos en ejecución; y esto, ¡Dios mío!, desde ahora: quiero empezar enseguida, y para ello me propongo hacer tal y tal cosa.
Así es, padres y hermanos míos, como hay que hacer nuestras oraciones; sobre todo hemos de cuidar mucho de dar gracias a Dios por los pensamientos que nos haya inspirado; la gratitud es una disposición para nuevas gracias. Pidámosle hoy a Dios, en la santa misa y en nuestras comuniones, que le dé a la compañía la gracia de obrar así, que le dé el don de la oración. No nos contentemos con pedir ese don para nosotros mismos; pidámoslo para toda la compañía en general.
Actualmente es el tiempo en que la compañía tiene menos ocupaciones, ya que han cesado las misiones. En este tiempo se acostumbra ejercitarse, bien en la controversia, bien en la predicación, componiendo sermones, comunicándoselos unos a otros, como hacíamos cuando estaba aquí el señor obispo de Alet, o bien en la explicación de la sagrada Escritura. Creo que convendrá que nos ejercitemos en la predicación, para que cada uno vea cómo la hace, ya que uno predicaba el año pasado de una manera y ahora ha cambiado y predica de forma muy distinta, y así se verá quiénes lo hacen como es debido. Antes se hacía esto algunas veces en el refectorio; creo que en adelante será mejor que lo hagamos en particular en algún lugar, para ver el talento de cada uno. Asistirán los sacerdotes y los clérigos. Se irá haciendo por turno, empezando por los sacerdotes; luego lo harán los estudiantes y los del seminario, que también asistirán. Empezaré yo el primero; luego el padre Portail. Yo no podré hacerlo mañana ni pasado, por ciertos problemas que han surgido; será, Dios mediante, el jueves; podrá ser después de vísperas y en la sala de San Lázaro.
El viernes pasado di a la compañía motivo de escándalo, por gritar en voz alta y golpear las manos; parecía como si estuviera enfadado con alguien; por eso le pido perdón a la compañía.







