(25.04.52)
Mis queridas hermanas, esta conferencia se divide en tres puntos: el primero es sobre las razones que tenemos para aprovecharnos de los avisos que se nos hacen; el segundo, sobre las faltas que podemos cometer cuando nos advierten de nuestros defectos; el tercero, sobre los medios para aprovecharse de los avisos que recibimos.
Como el padre Vicente se había retrasado por algún asunto especial, el padre Portail empezó a preguntar a las hermanas.
La primera hermana dijo que una de las razones para que nos aprovechemos de los avisos que se nos hacen es la caridad que tienen con nosotras los superiores. Si es caridad, por su parte, soportar nuestros defectos e imperfecciones, todavía es mayor caridad avisarnos y desear que nos corrijamos.
Otra razón es que, si no nos avisan de nuestros defectos, seguiremos con ellos.
Dirigiéndose a otra hermana, el padre Portail le dijo:
¿Qué faltas se pueden cometer cuando se nos avisa de nuestros defectos?
– Padre, me parece que la falta más grave que se puede cometer es no recibir ese aviso como venido de Dios, que nos avisa por medio de nuestros superiores, sino ponerse a murmurar y a quejarse por ello con otra hermana.
– Entonces, ¿cree usted que el medio para aprovecharse de los avisos es creer que Dios habla por boca de los superiores,
– Sí, padre.
Otra hermana dijo:
Lo que nos obliga a recibir con agrado que nos avisen de nuestras faltas, es que se trata de un medio para hacer que muera nuestro amor propio, que procura ocultar sus faltas todo lo posible. Si nos cuesta soportar el favor que nos hacen al avisarnos, con mucha más razón nos costaría reconocer nosotras mismas nuestras faltas.
Uno de los medios para aprovecharse de los avisos consiste en que digamos nosotras mismas nuestros defectos a la superiora, cuando los conocemos. Otro consiste en pensar con frecuencia en los defectos de los que nos han avisado, para corregirnos de ellos. No hay ningún medio tan seguro como pedir muchas veces a Dios esta gracia, apoyándonos en nuestra debilidad.
– Tiene usted razón, hermana, al decir que hay que recurrir a Dios, ya que muchas veces nos proponemos recibir bien los avisos que nos hacen, pero, cuando llega el momento de hacérnoslos, con frecuencia carecen de efecto nuestros propósitos.
Otra hermana dijo que Dios nos pediría cuenta de los avisos que nuestros superiores, e incluso nuestros iguales, hacen el favor de hacernos.
Entonces llegó nuestro muy venerado padre. Se puso de rodillas, como de costumbre, preguntó al padre Portail si había comenzado la conferencia, y una vez que recibió su respuesta afirmativa, exclamó: «¡Bendito sea Dios! ¡Bendito sea Dios, hermanas mías!
Y dirigiéndose a la hermana que estaba hablando, le dijo:
Hija mía, díganos lo que piensa usted sobre el tema de la conferencia.
– Padre, he pensado que lo que nos obliga a aprovecharnos de los avisos que nos hacen, es en primer lugar que no nos conocemos a nosotras mismas; y por tanto, tenemos necesidad de alguien que nos quiera avisar.
– Tiene usted razón, hija mía; estamos ciegos y no nos conocemos a nosotros mismos. Un ciego no ve nunca el sol; nosotros no vemos nunca nuestro rostro. Ese es, hermanas mías, un buen pensamiento; fijaos bien en él. Siga usted, hija mía, díganos lo que ha pensado.
– Padre, he pensado que Dios nos pedirá cuenta muy estrecha de los avisos que nos han dado.
– ¡Dios la bendiga, hermana! Fijaos, hermanas mías, es una verdad muy cierta, enseñada en la Santa Escritura, que Dios nos pedirá cuenta de los avisos que se nos den; y si no hacemos buen uso de ellos, hay muchos motivos para temer, hermanas mías, que Dios nos abandonaría, si se colmase la medida de nuestras ingratitudes; pues una hermana que se dejase llevar por los sentimientos de la naturaleza al ser reprendida de sus defectos, caería luego en un endurecimiento de corazón, de tal manera que nada le llegaría a impresionar. Cuanto menos le agrade lo que puedan decirle por su bien, más motivos de queja tendrá para protestar de lo que se le dice. Si se impone algún reglamento para el buen orden de la casa, murmurará; si ve a una hermana cumplidora de su deber, la despreciará y la tachará de beata; todo esto no son sino tentaciones contra la vocación y turbaciones en su ánimo, por no haberse aprovechado de los avisos ni haber resistido a los movimientos de la naturaleza corrompida.
Fijaos, hermanas mías, Judas no se preocupó de combatir su avaricia; y por eso se perdió. Si una Hija de la Caridad obrase de esta manera, acabaría saliéndose, aunque Dios no deje de seguir concediéndole sus gracias; porque tampoco se las quitó a Judas, a pesar de que conocía su vicio. El sol brilla lo mismo sobre el ciego que sobre el que ve con claridad; pero en vano, porque el ciego no ve.
Usted, hermana, ¿qué es lo que ha pensado sobre el tema de esta conferencia?
– Padre, he pensado, como usted ha dicho, que el no aprovecharse de los avisos es ir endureciéndose poco a poco. También he pensado que no bastaba contentarse con los avisos de los superiores, sino además pedirles a los que están con nosotros que hagan el favor de avisarnos de nuestros defectos. Padre, yo le he pedido este servicio a mis hermanas y les he prometido que, siempre que me lo hagan, rezaré por su intención tres padre nuestros y tres avemarías y que me acordaré de ellas en la santa comunión.
– ¡Dios la bendiga, hija mía! ¡Que Dios la bendiga por seguir esa hermosa práctica! Mis queridas hermanas, me gustaría que existiese entre vosotras, esa práctica de rogaros unas a otras que os avisaseis de vuestras faltas, y especialmente a vosotras, hermanas sirvientes, a fin de dar mayor libertad a las hermanas que están con vosotras, para que os dijesen lo no bueno que en vosotras podrían haber advertido. Cuando una hermana os pida que la aviséis, tenéis que hacerlo con gran respeto y humildad y, después de haberos excusado, decirle: «Es verdad, hermana, que he notado esto en usted; pero quizás no se ha dado cuenta».
Es necesario avisar a las hermanas sirvientes lo mismo que a las demás, ya que incluso los santos tienen necesidad de ser avisados. Los discípulos eran enviados de dos en dos, como nos enseña hoy la iglesia, precisamente para ejercer la caridad fraterna (1).
Pues bien, hijas mías, hay dos clases de avisos: los avisos generales y los particulares. Los primeros son los que se hacen en las conferencias para todas.
Avisar a una hermana que es arrogante en su porte, que habla con los hombres, es un aviso particular. Si no se aprovecha de él, es para su condenación.
El padre Vicente, dirigiéndose a otra hermana, le preguntó:
– Hija mía, ¿qué faltas cree usted que se pueden cometer cuando nos acusan de nuestros defectos?
– Padre, una gran falta es dejarse llevar del malhumor y de la pasión; luego, demostrar ese malhumor ante las hermanas, que se escandalizarían. Yo reconozco que he faltado mucho en esto.
– ¿Ha pedido usted perdón a la hermana con la que se ha portado de esa forma, hija mía?
– Lo he hecho algunas veces.
– Recordad, mis queridas hermanas, que hay que pedirse mutuamente perdón cuando se ha desedificado o disgustado a las hermanas, a fin de curar por este medio la herida que se les haya hecho.
Nuestro muy venerado padre nos demostró en esta ocasión su profundísima humildad, diciéndonos una cosa que no sabíamos. Nos contó que había cometido una falta con un hermano que le daba cuentas de cierto asunto.
Le hablé, nos dijo, con demasiada energía, que hasta los demás pudieron oír. Me parece que también estaba allí el padre Portail.
Y repitió las mismas palabras dos o tres veces, para dar al padre Portail la ocasión de confesar que estaba presente; pero el padre Portail no dijo ni una sola palabra.
Al día siguiente, añadió el padre Vicente, mientras trataba conmigo el mismo hermano, volví a hablarle con cierta acritud. Reconocí mi falta al hacer el examen, y en pleno capítulo me puse de rodillas y dije: «Hermano, le pido perdón por haberle hablado con calor», y le rogué que pidiese a Dios que me perdonase.
Hermanas mías, es lo que tenemos que hacer cuando hemos faltado. La señora esposa del general de las galeras solía tener el genio algo pronto; apenas se daba cuenta de que se había impacientado, se ponía de rodillas delante de su señorita de compañía y le pedía perdón. Hermanas mías, haced vosotras lo mismo; es el mejor medio para conservar la unión; porque si habláis o reprendéis con pasión, molestáis y herís a vuestra hermana. Ella os podrá tomar antipatía; verá mal todo lo que digáis o lo que hagáis; creerá que no hace nada a vuestro gusto; la horrorizaréis. Pero pedidle perdón, demostradle que estáis arrepentidas de vuestras faltas, y de esta forma le quitaréis la amargura de su corazón.
Cuando nos avisan de nuestros defectos, o cuando avisamos a las demás hermanas, no pasará nada malo, a no ser cuando se hace con pasión. Nuestros superiores tienen obligación de avisarnos; aunque vean que una hermana murmura y que no recibe bien las advertencias, no pueden dejar de avisarle, pues tarde o temprano sacará provecho de ello. No os extrañéis de que esté triste y abatida, pues el aviso es una medicina y una sangría para echar fuera el mal humor. Cuando os llevan una medicina muy amarga, condes asco, queréis desecharla, os quejáis antes de tomarla, pero acabáis tomándola, porque sabéis que os curará.
La que es avisada tiene que procurar superar su mal genio, en medio de las protestas y de las emociones de la naturaleza, y aprovecharse bien de las advertencias, aunque ni siquiera sepa de qué la están avisando, y recurrir a Dios en su pequeño oratorio, o delante del Santísimo Sacramento, exclamando en lo más profundo de su corazón: «¡Ay, Dios mío! ¡Cuánto me cuesta! Me reprenden de una falta que no conozco. Pero, Dios mío, si las demás se dan cuenta de ella, bendito seas para siempre!».
Mis queridas hijas una hermana se aprovechará de los avisos, si hace buen uso del favor que le hacen las que la reprenden. Esto es adornar la Compañía, cubrirla de oro y de piedras preciosas. Os recomiendo sobre todo, hermanas mías, la práctica de nuestra hermana que, ha dicho pedía a las demás que la avisasen de sus defectos.
¿Y cuándo hay que hacerlo? Empezad esta misma tarde, si se presenta la ocasión. ¿Y cuándo continuar? Mañana y siempre, hermanas mías. Siempre, porque si adoptáis esta práctica en la Compañía y usáis bien de las advertencias que se os den, estad seguras de que vuestra Compañía será una de las más santas de la iglesia de Dios. Si no lo hacéis, causaréis su ruina; se preguntará: «¿Dónde está esa bella Sión, de la que todos hablaban tan bien, esa hermosa Compañía de Hijas de la Caridad? ¿Dónde está la modestia, el orden, el cuidado y vigilancia de los pobres? ¿Donde está ese recato en no hablar con los hombres en no dejarles entrar en sus habitaciones? ¿Dónde están aquellas hermanas muertas santamente?» No se verá por ningún sitio.
Hijas mías, se trata de hacer algo muy importante para afirmar bien vuestra Compañía. Pondré los medios para remediar esos defectos de que me avisan.
Hermanas, si por culpa de la señorita Le Gras, por la del padre Portail, por la de una hermana sirviente, por mi culpa, no progresáis en la virtud tendremos que responder de ello ante Dios, quien nos pedirá cuentas.
Aquí vimos cómo el padre Vicente, nuestro muy honrado padre, deseaba nuestra perfección, con qué cuidado la buscaba y también la necesidad de convencernos, a pesar de los resentimientos de la naturaleza, de que nuestros superiores tienen la obligación de velar sobre nosotros, ya que habrán de dar cuenta muy estrecha.
El padre Vicente añadió:
Se me olvida una cosa…; no me acuerdo; padre Portail, haga usted el favor de recordármela, o bien díganos algún pensamiento que pueda ser útil a la Compañía.
– Padre, me parece que una de las cuestiones más importantes es que recibamos de buen agrado las amonestaciones que nos den los superiores sobre nuestros defectos.
– Sí, padre; ¡ya lo creo que es necesario! Se trata de un pensamiento interesante. ¡Que Dios le bendiga! Sí, hermanas mías; hemos de sentirnos muy contentos de que nos avisen de nuestros defectos. Cuando estamos enfermos, nos parece muy bien que avisen a nuestro padre, que se lo digan al médico y que le den a conocer perfectamente nuestra enfermedad. ¿Y por qué, hermanas mías? sencillamente, para recibir algún consuelo y que nos compadezcan, ya que cuando nos compadecen, nos sentimos aliviados. Es muy justo que lo deseemos.
Cuando estaba ya a punto de morir, nuestro Señor también deseaba esta misma satisfacción, y para él la mayor pena era que nadie le compadeciese cuando estaba en la cruz. Pues bien mis queridas hermanas, el pecado hace que nuestra alma caiga enferma con una enfermedad mortal; hemos de sentirnos muy contentos de que se avise al médico, esto es, a los que pueden poner algún remedio.
Hijas mías, ¿por qué no vais a hacer vosotras lo que se hace en una casa religiosa que conozco? Cuando la superiora, después de conocer que hay una hermana que ha cometido alguna falta, le dice: «Hija mía, ha cometido usted esta falta; me lo han avisado». La hermana se pone entonces de rodillas y responde: «Madre, no solamente he cometido la falta que usted me dice, sino que ésta y ésta circunstancia la hacen todavía más grave de lo que han dicho».
Tened en cuenta, hijas mías, la virtud de esas buenas religiosas. Aunque haya alguna que sienta repugnancia al recibir la corrección de sus faltas, pasa por encima y promete con alegría y prontitud hacer todo lo posible por enmendarse y corregirse.
Hermanas mías, eso es precisamente lo que hay que hacer: no permitir que a una le arrastre la pasión, superar y rechazar esa tristeza y esa turbación que desea apoderarse de su corazón.
Señorita, por favor, haga el favor de decirnos cuáles son los pensamientos que se le han ocurrido sobre la necesidad que tenemos de ser avisados de nuestros defectos.
– Padre, tenemos que recibir de buen agrado los avisos, recordando aquellas palabras que dijo nuestro Señor a aquél que le dio un bofetón para castigarle por haber dicho la verdad: «Si he hablado mal repréndeme».
Las faltas que se pueden cometer en eso son enfadarse, murmurar, ponerse a buscar excusas.
Un medio para que nos aprovechemos de los avisos consiste en creer que nos han hecho un gran favor cuando nos avisan de algún defecto.
– ¡Es muy hermoso todo eso! ¡que Dios la bendiga, señorita! Fijaos, hermanas mías, cómo nuestro Señor, que es la misma inocencia deseaba ser reprendido y se sometía a ello.
Hermanas mías, procurad aceptar bien todas estas prácticas, a fin de que vuestra Compañía pueda afirmarse cada vez más en la virtud; y como las gracias de Dios operan según la disposición que encuentran en la persona que las recibe, disponeos a recibir la bendición que os va a dar el más miserable y el mayor pecador de todos los hombres, que se ofrece a él para pedirle la gracia de aprovecharse bien de todo lo que se ha dicho y de cumplir siempre su santísima y adorable voluntad. Es lo que también deseo para todas vosotras con todo mi corazón, mis queridas hermanas.
Benedictio Dei Patris…







