En la oración hay que atender más a los afectos que a las consideraciones. Noticias de Francisco Le Blanc y de Tomás Lumsdem, misioneros en Escocia. El padre Vicente recomienda que se hagan ensayos de las ceremonias.
En la repetición de la oración, que se hacía sobre la fiesta del santísimo sacramento del altar, un hermano clérigo, que repetía su oración, dijo que se había mantenido quieto escuchando a Dios, que hablaba en su corazón. El padre Vicente tomó la palabra para decirle:
Hermano, esa palabra que acaba de decir: «He escuchado a Dios», es un poco dura; hay que decir más bien: «He estado en la presencia de Dios para escuchar si quería nuestro Señor inspirarme algún buen pensamiento o algún buen movimiento».
Luego ordenó que siguiera la repetición, y al final dijo:
Hermanos míos, he observado que en las oraciones que todos hacéis, cada uno se esfuerza en referir una serie de razones, razones y más razones; es algo que se nota. Pero no ponéis mucho afecto. El razonamiento es algo, pero no es bastante; se necesita otra cosa; se necesita que actúe la voluntad y no sólo el entendimiento; porque todas nuestras razones no consiguen fruto, si no llegamos al afecto. No se consigue entonces el fin que se buscaba. Por ejemplo, hoy, sobre la fiesta del santísimo sacramento había que decir: «Bien, ¿para qué ha sido instituida esta fiesta? Para dar gracias a Dios por la institución del santísimo sacramento del altar, que instituyó nuestro Señor Jesucristo el día antes de su pasión, para el bien de todos los fieles»; y a continuación excitarse a la acción de gracias por este grande e incomparable beneficio del Hijo de Dios, hacer actos de gratitud, de adoración, de humillación, de reconocimiento; pedir a los ángeles que nos ayuden a dar gracias, ya que no somos dignos de hacerlo nosotros como es debido; y exclamar continuamente a Dios: «¡Señor, sé bendito y alabado por siempre por habernos dado tu carne y tu sangre como comida y bebida! ¡Señor mío, cómo podré darte las debidas gracias por ello!». Y así, entretenerse en actos fervientes de la voluntad delante de Dios. Porque fijaos, hermanos míos, es verdad que el razonamiento nos hace ver la belleza de una cosa, pero no por eso nos la da. Por ejemplo: vemos una manzana en el árbol, y aunque la vemos muy bien y, al verla, nos parece muy hermosa, no por eso la tenemos, ni gozamos de ella porque no la poseemos; pues una cosa es ver algo, y otra muy distinta tenerlo y poseerlo; una cosa es ver y admirar la belleza de la virtud, y otra tenerla. Pues bien, el razonamiento nos hace ver la virtud, pero no nos la da; como cuando una persona le dice a otra: «Toma, ahí tienes esa manzana; mira qué hermosa»; pero no por ello nos la da en posesión. Pues eso es lo que ocurre con el razonamiento en nuestra meditación.
Por lo que se refiere a las razones para que veamos la realidad del cuerpo y de la sangre de nuestro Señor en este sacramento, no hay más que considerar lo que se nos dice en san Juan: «Esto es mi cuerpo, ésta es mi sangre; el pan que doy, es mi propio cuerpo; el vino que os doy, es mi sangre». Nadie duda de esta verdad más que los herejes, que se empeñan en entenderla en otro sentido. Nuestro Señor mismo nos lo asegura, incluso mediante juramento, pues dice que el que no coma carne y beba su sangre no tendrá la vida eterna. Por eso no hay nada que examinar ni que hurgar en este aspecto. Lo que hemos de hacer en esta meditación es dirigirnos a Dios con actos de fe, de esperanza, sí, de esperanza en este divino misterio, de caridad, de humildad, de gratitud, de adoración y de dependencia. Bien, pidamos también perdón a Dios por las faltas que hayamos cometido con este sacramento.
Hemos tenido noticias del padre Le Blanc: ayer por la tarde recibí carta del buen padre Lumsden, en la que me dice que la persecución se intensifica en aquel país; el padre Le Blanc ha sido trasladado de la ciudad de Aberdeen, donde estaba, a un pueblo, con un padre jesuita y otro sacerdote secular, de forma que no sabemos aún lo que pasará. Habíamos pensado enviar a alguien para sacarle, pero no podemos hacerlo. ¿Qué hacer? Nos lo impiden dos razones: lº que, si pedimos su libertad, habrá que declarar que es sacerdote; y esto sería descubrirlo, ya que ésa es la razón de que lo hayan encarcelado; la segunda cosa que nos lo impide es que, tal como están de embrolladas ahora las cosas entre Francia e Inglaterra, no se sabe lo que puede pasar. Escocia empezaba a respirar un poco desde hace algunos años y se hacían bastantes conversiones; pero, desde hace diez o doce días, se han renovado las órdenes, que son muy rigurosas, contra los pobres católicos; de forma que ni siquiera está seguro el pobre padre Lumsden. Me dice también que hace mucho tiempo que no recibe noticias del padre Duiguin. Quizás haya sido culpable de ello el mal tiempo, ya que aquellas montañas están totalmente cubiertas de nieve; pues la carta que recibí ayer lleva fecha del mes de marzo.
¿Se han hecho ensayos de ceremonias? El padre Admirault 4 respondió que no. El padre Vicente dijo que había que hacerlos. Le he pedido al padre abad de Chandenier 5 que dijese la santa misa y dirigiese el oficio; deseo que la compañía acepte esta costumbre de ceder siempre (como, por ejemplo, a los obispos que vienen a visitarnos y a las demás personas piadosas) las principales funciones que se hagan. Así es como se portaban los primeros cristianos con las personas distinguidas que iban a visitarles. Se sabe incluso que en un concilio unos obispos se quejaron de otros obispos, porque, habiendo ido a visitarles, no tuvieron con ellos esta atención, ya que el visitado tiene que ceder por humildad ante el que visita. Por tanto oficiará el padre de Chandenier que, al lado de mí, tan miserable, es un santo y tan modesto y virtuoso que puede servirnos de ejemplo.
Y dirigiéndose al padre Portail, le dijo: «Padre Portail, ¿qué es lo que hay que hacer?». Tras la respuesta del padre Portail, volvió a tomar la palabra el padre Vicente y dijo que antiguamente, al comienzo de la iglesia, una de las misiones que tenían los diáconos y las diaconisas era ensayar las ceremonias en vísperas de las fiestas, o sea: los diáconos a los hombres y las diaconisas a las mujeres y niñas; por ejemplo, les enseñaban la forma de hacer bien la reverencia, la inclinación, la postración; porque entonces solían postrarse en tierra; ¡en aquel tiempo! Y así en todo lo demás. Pues bien, hermanos míos, procuremos hacer bien esta acción y practicar bien la inclinación y la genuflexión; por ejemplo, cuando se vaya en procesión, hacer bien la genuflexión y luego la inclinación.
Entonces el padre Portail dijo que no se hacía inclinación, y el padre Vicente respondió:
Tiene usted razón, padre; vea mi torpeza y cómo también yo necesito ser instruido. Conviene que se practique este ejercicio, para que los que no sepan cómo se hace, o se hayan olvidado de ello, lo aprendan debidamente.







